Por Rosalía Sánchez
Berlín reacciona con rapidez a la ola de turistas que llegan anualmente a sus aeropuertos y que acaba de superar, por primera vez en 2011, los 10 millones. Los hoteles surgen como setas y las atracciones turísticas también, aunque en casos causen dolorosas situaciones. "Para nosotros, las víctimas, esto es un circo de mal gusto", dice Manfred Lehmann, un mecánico que a sus 71 años ha acudido a la inauguración del Museo de la Stasi y que contempla horrorizado cómo los símbolos comunistas se venden hoy como souvenir. "Yo fui encarcelado por oponerme a la dictadura, ¿cómo cree que me siento ante este espectáculo que banaliza mi sufrimiento y el de mi familia?", se pregunta.
En el antiguo cuartel general de la Stasi, el nuevo museo se propone mostrar al público el 'modus operandi' de los servicios secretos de la RDA. La entrada del edificio sigue presidida por un busto de Karl Marx que recibe al visitante sin advertirle del sórdido mundo del espionaje, manipulación y represión que fue orquestado desde sus entrañas. El 15 de enero de 1990, una multitud enfurecida irrumpió en este cuartel general, en el barrio berlinés de Lichtenberg. Se apropiaron de millones de documentos y parte del mobiliario de la llamada 'Casa 1', lo que hizo posible que fueran preservados y que ahora sean recuperados y exhibidos en su entorno original.
Pero mientras la muestra resulta divulgativa y divertida para los visitantes extranjeros, para muchos alemanes del Este y víctimas de aquel sistema de opresión supone un insulto. El objeto central de la muestra es la completamente restaurada oficina de Erich Mielke, que dirigió de 1957 a 1989 el aparato policial y de inteligencia de la República Democrática Alemana con un poder prácticamente absoluto y que consideraba enemigo a todo aquel que pensase diferente.
"Han convertido esto en Disneylandia", se queja Lehmann, a quien le resulta imposible olvidar la cantidad de penas de muerte que se firmaron sobre ese escritorio que ahora es el corazón de la exposición, junto al gran aparato televisor marca Philips con el que Mielke veía la televisión occidental, un artículo inalcanzable para un ciudadano común y corriente y unas noticias cuya recepción estaba prohibida para los ciudadanos.
"Igual que no se expone en un museo el escritorio de Hitler, esto no debería estar expuesto como un objeto turístico. Y tampoco se venden recuerdos para turistas con la cruz gamada. Esto es del todo inaceptable", insiste Lehmann, abrumado por los vestigios físicos de aquella burocracia siniestra y formidable que destruía vidas de ciudadanos a su antojo.
Los responsables de este nuevo museo, sin embargo, consideran que guarda el "adecuado equilibrio y una visión histórica", según el ministro del Interior del estado de Brandeburgo. "En el pasado, en los 90, había una auténtica nostalgia por los viejos tiempos, pero creo que ahora hemos superado esto. Hay un amplio reconocimiento de que la RDA fue una dictadura, también de que Alemania del Este tenía sus lado estrafalarios y está bien que conservemos una parte entrañable de aquellos años", explica.
Los archivos de la Stasi fueron abiertos al público el 15 de enero de 1992, revelando lo que la red de espías e informantes recababa meticulosamente sobre la población germano-oriental. El poderío de Mielke se basaba en unos 90.000 agentes de tiempo completo y una red de 200 mil informantes no oficiales que tenían como misión vigilar a sus amigos y vecinos. Más de 1,8 millones de afectados han presentado solicitudes para saber quién los espiaba y qué se escribía sobre su persona.
La restauración del edificio ha costado 11 millones de euros que serán amortizados en apenas unos años. Más de 6.000 personas han visitado este nuevo museo en sus dos primeros días de apertura y el atractivo de Berlín garantiza un flujo interminable de turistas europeos que compran gustosamente recuerdos con la hoz y el martillo.
El Mundo, 18 de enero de 2012
Leer también: Adiós, RDA.
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