La zona más oscura de la trampa de fin de siglo es la que debía dibujar el futuro. La gente perdió la fe. Pero la perdió trabajando, haciendo guardias, gritando consignas en el sustento de un proyecto que ahora los deja colgados de la brocha.
Ya se sabe que se puede vivir 20 días sin comer, pero ni uno solo sin fe. Cuba ha comenzado a volver a Dios. A diversos dioses. La iglesia católica y las religiones afrocubanas son las que han recibido en el último lustro el mayor número de creyentes. Se hacen colas de meses para bautizar a los niños. Crecen las sectas como Testigos de Jehová y los Rosacruces, los centros espiritistas se desbordan y los núcleos del Bajai y de otras denominacones de la India y de Ceilán también.
El hombre busca soluciones individuales porque no ve una salida para la sociedad. Esa salida está en el exilio: 20 mil visas anuales para Estados Unidos o en la fe religiosa, que permite ver un poco más allá del enojoso día de hoy, al que se ha llegado desde un pasado que muchos prefieren no recordar y del que el porvenir es sólo una mancha negra o un paisaje borroso y ambiguo.
Cuarenta años es un tiempo fugaz y difuso en la vida de una nación. Más de tres generaciones de cubanos han nacido en estos ocho lustros. De aquellos sueños de redención humana que los victoriosos barbudos de 1959 entonaron a viva voz -y que si no estremecieron al mundo, al menos contagiaron a millones de seres humanos- hoy no queda, ni siquiera, las cenizas o el polvo enamorado.
Atrapados en sus contradicciones, en una utopía sin límites, delirante y descabellada, la mayor de las antillas arriba al fin del milenio sin zapatos, sin techo, en harapos y con muchas varas de hambre entre pecho y espalda. Poco queda del socialismo real que hace una década todavía peroraba de desarrollo, futuro, calidad de vida y otras figuras retóricas de esa suerte.
Queda, eso sí, la pesadilla cotidiana de niños, mujeres, hombres y ancianos, atrapados y sin salida en un universo cada día más inasible para cada uno de los que habitamos esta Isla. Todos los caminos, por esta vía, parecen cerrados. Y no se iluminan los cielos de la patria con la dosis de racionalidad y cordura que se podía esperar de un equipo gobernante que sabe, como nadie, la pavorosa crisis que encara y en la cual se hunde y con él, la Isla, de punta a punta.
Cuarenta años después, Cuba -fragmentada, rota, solitaria y de una pesadilla en otra- únicamente puede aguardar por un milagro y no propiamente de la primavera. Aunque ya estos hayan perdido todo su prestigio en esta época, sobre todo en el terreno de la historia, la política y las ciencias sociales.
Redactado en diciembre de 1998 y publicado el 2 de enero de 1999 en Le Monde.
Foto: Juan A. Madrazo
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