Por Iván García, La Habana
Son como tsunamis a pequeña escala. Y se repiten con una frecuencia alarmante. Esa violencia a destajo es el sello que distingue a miles de jóvenes que crecen en hogares desestructurados.
Puede que Fidel Castro haya hecho bastante en materia de educación y salud pública, pero en términos de valores espirituales y familiares ha creado un monstruo que avanza con desparpajo, devorando las buenas costumbres que rigen el funcionamiento de una sociedad moderna y civilizada.
Los preceptos morales están a la deriva en la Cuba del 2011. Se hunden inexorablemente junto a la economía de verde olivo. Muchos padres consienten que su hija por interés se case con un extranjero y así pueda huir del calvario socialista. Tan normal es robar en tu puesto de trabajo, como aparentar, aplaudir y levantar la mano en reuniones sindicales donde se aprueban medidas con las cuales se discrepan.
Esa doble moral que se da como el marabú en sociedades disfuncionales como la cubana, trae aparejado un surrealismo difícil de comprender para un forastero.
Usted puede observar un millón de ciudadanos en la Plaza de la Revolución apoyando al gobierno o vociferando improperios en un acto de repudio contra las Damas de Blanco. Y al llegar a su casa, ese mismo 'aguerrido compañero' juega un número en la lotería clandestina y tiene montado un negocio ilegal de venta de gasolina robada de su empresa. Y cuando se pasa de tragos, le pega a su esposa con la misma fuerza que un boxeador profesional magulla una pera.
La violencia familiar es una de las cajas de pandora que pudiera resultar una verdadera bomba de tiempo en Cuba. Visite la casa de Martín y conocerá de primera mano hasta dónde ésta puede llegar.
Martín debiera haber sido uno de esos hombres nuevos diseñados por el Che. Entre surcos de naranja, adoctrinamiento político y sexo sin control, estudió becado en una escuela al campo en Jagüey Grande, Matanzas, a 140 kilómetros de su hogar en La Habana. Estuvo dos años en Angola, involucrado en una guerra civil que a Cuba no le incumbía, pero por designios doctrinales y en nombre del ‘internacionalismo proletario’ autorizaba a matar con ráfagas de AKM a los que se opusieran al presidente Agosthino Neto.
Del país africano, Martín trajo una demencia pasajera y una pasión creciente por la marihuana y el alcohol. 25 años después, el teniente retirado es un hombre huraño, borracho y sinvergüenza. Ya sus cuatro hijos huyeron de casa. Su mujer no tiene dónde ir. Nunca le ha pasado por la mente denunciarlo a la policía. Como muchas mujeres, soporta en silencio, llorando a solas, los maltratos verbales y físicos.
La psicóloga Sonia, 45 años, atiende casos de alcohólicos, drogadictos y personas que ejercen la violencia familiar y callejera. El comportamiento dócil de un gran número de mujeres no le sorprende.
“Hay tres factores claves que están provocando una subida en flecha de la violencia doméstica. Además del alcohol y las drogas, yo agregaría haber crecido fuera del entorno familiar. Esto ha creado una pérdida notable de valores. En la década de 1970-80, infinidad de padres se dedicaron a llevar adelante la revolución y se despreocuparon de sus familias. Fidel era lo más importante. La cruzada revolucionaria en esos años contra la religión ha tenido su efecto. Las religiones suelen inculcar una serie de valores éticos y morales que la educación después del 59 dejó a la deriva”, señala la doctora Sonia.
Para la psicóloga habanera, algun día, serenamente se debe analizar en simposios el terrible daño que el tifón revolucionario ha provocado en la familia cubana. Desde la separación y el divorcio a la violencia desmedida, en el hogar y la calle. Palizas y reyertas por cualquier asunto de poca monta.
Han aumentado los núcleos familiares rotos. Hijos que crecen sin sus padres en entornos agresivos, con un déficit de patrones éticos. La vía pública se ha convertido en una jungla para una generación de jóvenes. El prójimo, un enemigo. La violencia, un arma. Las mujeres, una mercancía. La meta es el dinero. Cualquier vía es válida para obtenerlo. Lo peor para la sicóloga Sonia no es lo que se está viviendo actualmente: “Creo que la tormenta más seria es la que se avecina”.
Las catástrofes naturales acaban con la vida de infinidad de seres. Pero los desastres humanos degradan al hombre. Y eso esta aconteciendo en Cuba. Una atroz falta de principios que, de no corregirse ya, pudieran convertirse en los cimientos de una sociedad donde la bravuconería campee por sus respetos.
Al encontrarse entre los más marginados, los cubanos negros y mestizos suelen ser protagonistas de peleas callejeras y hogareñas. Casi siempre con heridos o muertos por arma blanca. Lamentablemente, ellos se destacan dentro de esa 'contrarrevolución' silenciosa que avanza por toda la isla.
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