Por Raúl Rivero
La descripción más extravagante y misteriosa que he leído sobre la cantante y compositora cubana Albita Rodríguez me la encontré hace unos años en Paper. El especialista de la publicación decía, después de ver y escuchar varias canciones de su álbum No se parece a nada (vendió 100 mil copias) que la artista estaba hecha con una parte de Benny Moré y otra de Marlene Dietrich.
Ella acababa de instalarse en Estados Unidos y ese disco, el encuentro de aquel público y de aquellos críticos con el punto guajiro que Albita se llevó de los campos de su país, provocó una conmoción porque su voz se sentía más cerca de los guitarras y los laúdes que de los cueros tensos de los tambores.
Si Paper reaccionó con el hallazgo de ese cruce de altura, pero estrafalario, The NewYork Times fue puramente musical y dijo que sus piezas fusionaban «naturalmente el rock, el jazz y los elementos folclóricos más tradicionales en una hirviente salsa con ritmo de conga que impacta explosivamente».
La artista llegaba desde el monte profundo. De las canturías de los guajiros de la zona central de la isla, donde sus padres -una pareja poetas repentistas- se enfrascaban en controversias de amor y desamor por las ondas municipales de las emisoras de radio. Ellos le abrieron los cujes de la manigua para que entrara en el linaje de los campesinos presuntuosos que hablan en octosílabos perfectos y lo mismo se fajan que se enamoran con las décimas que España llevó a Cuba directamente desde Ronda, Andalucía.
Albita Rodríguez aprendió allá esa manera de comunicarse y de hacer arte legítimo y popular. Y en esa atmósfera compuso sus primeras canciones, entre unos tipos que cantaban decenas de tonadas y le decía con suficiencia a la espinela: Viajera peninsular/ cómo te has aplatanado/ qué sinsonte enamorado/ te dio cita en el palmar.
Ahora que es un símbolo de la música de su país y tiene un dominio que abarca todo el continente americano con un virreinato muy importante en Colombia, ha ido hasta Bogotá a presentar un nuevo álbum: Mis tacones, en el que la acompaña en un tema el salsero puertorriqueño Gilberto Santa Rosa y ella se encarga de lo demás.
Han pasado muchos años desde su primera aventura, en Cuba, con su disco Habrá música guajira (1988). Aquella niña tímida y callada que parecía asombrada de que ella sola pudiera provocar tanta emoción, puede cantar esta noche en cualquier sitio y en su manera de estar en el escenario se podrá notar el estremecimiento de ese mismo asombro. Y en la voz un susurro de palmas reales.
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