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lunes, 18 de abril de 2011

Raúl Castro, el primer bolchevique de América

Por Norberto Fuentes


Le llaman «El Cuate» en el círculo de sus amigos y nada le complacía más que lo reconocieran como «el primer bolchevique de América». Es un título que él mismo se prodigó, probablemente para ser, al menos en esa extraña añoranza leninista, el primero en algo por encima de su hermano.

Tampoco es un hombre de gran estatura, ni corpulento, y ha envejecido rápidamente, y a veces las fotografías revelan un pecho abombado que le resta marcialidad. En su conjunto, no presenta la recia impronta que debe distinguir a un ministro de Defensa, aunque ocupó ese cargo casi 50 años y que, incluso -y este es otro de sus motivos de orgullo-, haya sido el más joven ministro de Defensa de la historia, un veinteañero cuando lo nombraron en 1959.

Por otro lado, cuando no lleva atuendo militar con sus charreteras de cuatro estrellas de general de Ejército, sabe vestir sin ostentación pero con suma elegancia y prefiere las ropas de color beige, y el lujo de la única joya que se permite es el Rolex Oyster de oro.

Este es, pues, el hombre de presencia ligera y dado a las bromas y a disfrutar de las largas veladas que propicia la gracia de ser un buen bebedor, y al que se le ve afrontar decisiones de jefe de Estado, implícitas de frialdad y rapidez ejecutiva, sin que le tiemblen las manos. Y no caben dudas de que es el hombre perfecto para el cargo.

Tomen sino sus o dos o tres obras maestras organizativas. Cuando el núcleo matriz de la guerrilla fidelista se fracciona en la Sierra Maestra hacia marzo de 1958, se produce un despliegue hacia el norte del valle intramontano de la región oriental bajo el mando de Raúl, donde pasa a operar permanentemente. Allí es donde funda el Segundo Frente Oriental «Frank País», que realmente -en medio de la guerra y para la edad que él tenía- fue una proeza, aquel pequeño Estado revolucionario, ejemplar, con servicio de correos, recogida de impuestos, celebración de congresos campesinos y hasta el despliegue de una modesta Fuerza Aérea Rebelde.

Y después, al triunfo de la Revolución, se convirtió en el jefe del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que siempre ha funcionado como un reloj. Si se toma en cuenta que había heredado un aparato militar de niveles de subdesarrollo y con armamento de la Segunda Guerra Mundial, sino de la Primera, y que además había sido el ejército que los mismos guerrilleros derrotaron en un par de años, y que a la vuelta de una década llegó a ser catalogado como uno de los diez primeros ejércitos del mundo y que llegó a dislocar una fuerza de combate permanente de unos 100.000 hombres, apoyada con más de 500 tanques y artillería y aviación de intercepción supersónica a más de 15.000 kilómetros de distancia, en la República Popular de Angola, lo menos que se le puede conceder es que se trata de un eficiente organizador.

No obstante, un solo, enrarecido argumento, pretende invalidar su capacidad para continuar el proceso cubano: que es un conservador y que por tanto el traje de Fidel le queda grande. Pero tal elaboración desconoce al comandante rebelde que en la noche del 26 de junio de 1958 secuestró de un golpe a 50 marines norteamericanos que se habían ido de putas en las vecindades de la Base Naval de Guantánamo, primera acción de este tipo en el mundo y cuyas secuelas duran hasta nuestros días, con el objeto de denunciar el suministro de armas americanas a Batista, y que fue el hombre que -en noviembre de 1975- vio el momento preciso para meterse en Angola con miles de tropas y medios.

El problema parte de un manejo de los conceptos. Donde Fidel necesita la confrontación, Raúl la elude a toda costa. Si Fidel llevó la bronca leninista contra la institución del Estado hacia límites inimaginables -al punto de sospechar y oponerse sistemáticamente a su propio Estado revolucionario-, Raúl -el hombre que gobernó con mano de hierro pero resueltamente, la mini república del Segundo Frente- tiene en el Estado el principal instrumento de su poder. De hecho, su entrenamiento fue organizar y mantener la vitalidad de instituciones en medio del caos fidelista.



ABC, 18 de abril de 2011
Foto: EFE

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