Por Tania Quintero
Le llamaremos William, un nombre bastante común en cualquier idioma. Él nos contó sus peripecias a cambio de que no reveláramos su verdadera identidad. "Es que si algo aprendí de mis viajes a Cuba, es que uno tiene que cuidarse. De las autoridades y de la gente, porque cualquiera lo mete a uno en un lío".
Aunque William domina el español convidó a un amigo cubano, Carlos, a acompañarle en su recorrido de dos semanas. "Comenzamos por Pinar del Río, regresamos a la capital y luego de cambiar el carro por uno mejor, emprendimos el viaje hacia las provincias orientales".
La aventura comenzó cuando quiso acreditar también a su acompañante para alternar como chofer y los funcionarios de Havanautos le dijeron que eso era algo prohibido para los cubanos residentes en Cuba. "O sea, que si Carlos fuera un cubanoamericano o un hispanocubano, no hubiera tenido problemas para manejar el Mitsubishi". Son cuestiones que William no entiende. "Si uno en su país se dedica a leer e informarse sobre Cuba sólo a través de la propaganda oficial, sufre un fuerte trauma cuando llega aquí. Porque una cosa es lo que se dice en las publicaciones para atraer turistas y otra la realidad".
La discriminación hacia los nativos William la volvió a constatar cuando llegaron a Holguín y quiso alojarse una noche en un hotel de la costa. Habían hecho el largo recorrido desde La Habana y querían descansar, bañarse, comer, al otro día ir a la playa y después seguir su itinerario. Pero la empleada de la carpeta fue tajante: "No está permitido que un extranjero se aloje con un cubano en una misma habitación".
De nada valió la explicación de William de que ni él ni su amigo eran homosexuales. Molesto, dio media vuelta y se marchó. "Como llevaba un mapa busqué la carretera hacia Banes. No hice más que entrar al pueblo y vinieron dos muchachos en bicicleta y nos propusieron habitaciones en una casa particular. Por 60 dólares, una señora nos rentó dos habitaciones, una con aire acondicionado y otra con dos ventiladores". Además de la estancia por una noche, esa cantidad incluía comida y desayuno.
Luego de recorrer Banes buscaron el camino que conduce "un lugar muy feo llamado Moa. No nos detuvimos más hasta llegar a Baracoa, meta de mi viaje". Baracoa, la primera villa fundada por los españoles, en 1512, es un municipio de Guantánamo, la más oriental de las provincias cubanas, a casi mil kilómetros de La Habana.
El impacto que William recibió de La Farola y otros paisajes naturales de esa región, en su opinión sólo son comparables con la belleza de Viñales, en Pinar del Río, y la playa Marea del Portillo, en la provincia Granma, donde disfrutó, por primera vez, de la tibieza de las aguas del Caribe. "No tiene nada que envidiarle a Varadero, excepto la arena, que no es tan blanca ni tan fina".
Pero lo que más le llamó la atención fue comprobar que por muy alejado que sea el lugar, en todas partes el amo y señor era el dólar. "La búsqueda de dólares ha cambiado a los cubanos. Ni el más aislado campesino desaprovecha la oportunidad para vender en moneda dura".
Para William, resultó una vergüenza descubrir las ventas ilegales de tabacos, caracoles, careyes y cotorras vivas o disecadas. Y constatar que los 'paladares' (restaurantes privados) a los extranjeros a escondidas ofrecen carne de res, camarones y langostas. O de especies vedadas como la caguama y la tortuga.
"Pero lo peor para mí fueron las constantes proposiciones de adolescentes, algunas casi niñas, y de varones también muy jóvenes, al percatarse de que andábamos sin mujer y pensaban que éramos gays". En más de una oportunidad, les propusieron mariguana, "de la buena, de la que tiran los traficantes al mar y recalan en las costas cubanas".
Carlos, el cubano acompañante, contó que en Baracoa había una 'paladar' atendida por muchachos expertos en el trato con homosexuales. "No pudimos comer, estaba repleto, sobre todo de extranjeras, fascinadas por los dependientes morenos".
En Camagüey pasaron un mal rato. Al hospedarse en una casa, el dueño, un hombre joven, les confesó tener "una legión de unas treinta mujeres, entre 14 y 30 años, de cualquier raza y fisonomía". William dijo sentirse asqueado con las propuestas del dueño de la vivienda, que incluían "chicas dispuestas a hacer cuadros lésbicos, a gusto del consumidor".
Tal vez la mayor sorpresa fue constatar que en Santiago de Cuba, supuestamente cuna de la revolución, encontraron las personas más adversas al régimen. En ningún otro lugar, dijeron, "nos hablaron tan mal de la revolución como en Santiago de Cuba".
Por Cubafreepress, 4 de septiembre de 1998.
Foto: Cargando madera en Baracoa, el municipio más oriental de Cuba.
¿Cómo puede un pueblo acostumbrarse a ser extranjero en su país
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