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sábado, 29 de enero de 2011

Desempolvando discursos

Salón dedicado a José Martí, Apóstol de Cuba, en el Capitolio Nacional en La Habana, Cuba.

Por Tania Quintero

El doctor Joaquín Martínez Sáenz, natural de Güira de Melena, municipio en el interior de La Habana, y quien en la década 1930-40, entre otros altos cargos llegó a ser senador, secretario de Hacienda, ministro de Agricultura y presidente del Banco Nacional, el 28 de enero de 1948 pronunció en el Senado de la República, en el Capitolio Nacional, un discurso distinto, innovador, titulado "Martí el inadaptado sublime".

El discurso del doctor Martínez Sáenz tuvo en su momento gran repercusión. Pero tuvo una especial, a cargo de la editorial Zenit, de La Habana, que en 1956 publicó una edición en miniatura. Las notas preliminares de esta edición estuvieron a cargo de Emeterio Santovenia, otro famoso de la política nacional y a modo de prólogo se reproducía una carta que el doctor René De La Valette, reconocido psiquiatra cubano, le hiciera al doctor Martínez Sáenz, quien estructuró en 23 capítulos su Exordio. Por su interés reproducimos el capítulo XVII, titulado San Pablo y el Apostolado.

"Conociendo a Rafael María de Mendive (maestro de José Martí) no podemos pensar que le hubiese puesto a su colegio el nombre de San Pablo porque le sonara bien o por otra razón subalterna. El Apóstol que llevó la doctrina de Cristo más allá de los límites de la llamada Tierra Santa debió ser tema discutido extensamente entre el Maestro (a quien llama padre) y el discípulo a quien se quiere como un hijo. La pasión por los estudios seguramente llevaría a Martí a estudiar la vida angustiada, dramática y contradictoria de San Pablo.

"Es evidente que en el colegio que llevaba su nombre se vivía una vida esencialmente cristiana a pesar de no ser un colegio de los llamados estrictamente religiosos. Hay cierto parecido, patético y conmovedor, en la agitación febril y también infatigable de la vida de San Pablo con la de Martí. Aunque el santo fue impulsado por un sentimiento de expiación que tenia que terminar en el martirio.

"Más que con la palabra que ilustra, con el ejemplo que convence y el cariño que endulza, Martí se hizo cristiano en el colegio que llevaba el nombre de San Pablo, teniéndolo como ejemplo, consciente o inconsciente, como San Pablo se hizo Apóstol y como él confió a la pluma, a la correspondencia, a la palabra oral y escrita gran parte de su labor de evangelizador.

"De la entraña cristiana le viene a Martí esa piedad ilimitada que lo une a todos los que sufren en la tierra, a los que padecen pobreza física, moral, económica o espiritual; ese afán suyo de mitigar penas, de ahorrar dolores, de redimir hombres. Esa vocación definitiva al sacrificio.

"Cristo quiso redimir a los pobres, a los perseguidos, a los impuros, a los descastados, a los esclavizados del complejo de inferioridad que le venía impuesto por imperio poderoso de la Roma conquistadora y por la falsa virtud del clero y de los saduceos y fariseos, usurpadores de la voluntad divina que pretendían ser los ejemplares de la pureza, aislándose para impedir el contagio de mil modos físicos y simbólicos de los otros hombres que no pertenecían a la rama preferida de Dios o que estaban maculados por no practicar las reglas externas de la purificación.

"Martí es fundamentalmente un inadaptado y como tal la vida lo injuria. Su austeridad no le da el alivio de los paraísos artificiales que brinda la droga. Su horror a las cosas repugnantes no le permite aturdir sus penas con la bebida. Su serenidad le impide reaccionar dándole salida a la carga emocional de la indignación con una agresión que daña injustamente.

"Ofensa tras ofensa, amargura tras amargura, agravio tras agravio, agresión tras agresión, injusticia tras injusticia, adversidad tras adversidad, decepción tras decepción van dejando en el poso de su alma una carga de dolor que va aumentando en intensidad, como una caldera de vapor, cuya presión sube a medida que se le va añadiendo leña al fuego y que no tiene válvula de escape por ninguna de las fórmulas habituales de la reacción humana. La explosión es inevitable: o estalla en cólera agresiva o se vuelve un demente. Martí se entrega a su afán de redención.

"Mentalmente Martí fue sano. De haber sido loco no hubiera sido triste. El trastorno mental es la solución más corriente de los inadaptados que se escapan de la realidad adversa refugiándose en un mundo de demencia. Espiritualmente fue santo y sublimó todas las energías que le dio el dolor, dedicándolas a la religión de los hombres, allí donde los vio padecer y eliminando las causas conocidas de su dolor.

"Fue patriota, fue un cubano eminente: pero interpretamos mal su figura y su vida si lo adscribimos a un empeño puramente nacionalista. Él era redentor de hombres y quien dice hombre está diciendo humanidad, sin distingos de raza, de credo o nacionalidad.

"Como cristiano fue modesto. Su vocación de sacrificio no pudo inspirarla su identificación con Cristo porque él no llegaba en forma alguna a semejante figuración. Pero el sacrificio de San Pablo sí pudo demostrarle que la muerte puede ser fecunda para los demás hombres y el último servicio que se puede prestar a la causa de su redención".

Hasta aquí el capítulo XVII, San Pablo y el Apostolado. En el último, el XXIII, titulado Invocación, el doctor Martínez Sáenz concluía con estas palabras:

"No se puede terminar un panegírico de José Martí sin una invocación sincera a la cordialidad humana, a la unión entre sus hombres, a la labor fecunda indispensable para poner a salvo a la República de la miseria económica que envilece y de la agresión violenta que corrompe.

"Oigamos, de nuevo, para terminar su vieja consigna de unión que debe resonar hoy más cálida y necesaria que nunca y tener eco en todos los corazones generosos de Cuba: ¡Juntarse es la palabra de orden!".

Foto: Salón dedicado a José Martí en el Capitolio Nacional, situado en el centro de La Habana.

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