Por Iván García
En 20 años, Cuba pasó de ser la azucarera del mundo, a importar la dulce gramínea y convertir la principal industria nacional en un montón de chatarra ociosa en olvidados ingenios.
El gran culpable de que el azúcar escasee y la tradición cañera sea una anécdota, es un hombre que ahora viste camisas a cuadros, escribe reflexiones y da charlas, a quien lo quiera oír, sobre la hecatombe nuclear que se nos viene encima.
Se llama Fidel Castro Ruz. Y si el cerrado sistema cubano lo bendice por ser el padre de los grandes logros de la revolución (educación, deporte y salud pública), entonces también debe cargar con los fracasos.
Que son muchos. Y sonados. La extinción de prácticamente toda la industria azucarera, es una muestra de la ineficacia brutal del gobierno en su papel de administrador de las tierras y riquezas de la nación.
Por más de dos siglos, el azúcar reinó en la isla. A la caña se destinaron las mejores tierras. Desde los tiempo de la colonia. En los siglos 18 y 19, los hacendados criollos compraron cientos de miles de negros esclavos, traídos a la fuerza desde África para el rudo trabajo del corte de caña.
Elaborar azúcar, mieles y sus derivados con rendimiento y alta productividad fue un mérito indiscutible de los potentados locales. Fue el oficio por excelencia de gran parte de la población.
De 1926 a 1958 las zafras azucareras estuvieron reguladas por el Estado. Había cuotas de producción. Como promedio, se obtenían 5 millones y medio de toneladas de azúcar por zafra, en campañas que no duraban más de cuatro meses.
Con la llegada de Castro al poder, continuó siendo la primera industria. Se llegaron a producir zafras de hasta 8 millones de toneladas, pero la calidad, rendimiento, costo y productividad eran insostenibles. La desastrosa campaña de los 10 millones en 1970, marcó el principio del fin de la industria azucarera cubana.
Aunque el gobierno mecanizó el corte de caña y modernizó antiguos ingenios, nunca se alcanzaron altos rendimientos. Con la llegada del “período especial” y el desmembramiento de la URSS, el combustible desapareció, al igual que las piezas de los equipos que eran de tecnología rusa.
En el siglo 21, producir azúcar en Cuba es engorroso. Resulta más barato comprarla en el mercado mundial. Hoy, muchos centrales son museos de maquinarias inservibles, donde la gente de los alrededores practica una feroz acción depredadora.
Visite usted algunos de esos ingenios y verá el “canibalismo” a los que han sido sometidos. Hasta los tornillos se han esfumado. Los bateyes (poblados) ahora son villorrios muertos y detenidos en el tiempo. Han quedado los más viejos, sus hijos han huído a las ciudades.
Los actuales vecinos de estos caseríos de la Cuba profunda se buscan la vida como pueden. Suelen apaciguar la falta de futuro, tomando ron de cuarta categoría bajo las palmas o a pleno sol.
El régimen creó un plan llamado “Tarea Álvaro Reinoso”, para reubicar a los trabajadores que quedaron sin empleo. Pero como casi todo en la isla, se ha quedado a medias.
La mayoría ha preferido ganarse unos pesos vendiendo plátanos, barras de guayaba, raspadura y queso blanco en la Autopista Nacional. Hay días de buena venta. Otros no tanto. Para ellos, la caña está a tres trozos.
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