Por Iván García
En la mañana encapotada del 28 de septiembre, el líder histórico de la revolución cubana estaba en su ambiente favorito. Los actos públicos. El baño de masas. Su estado natural. Es en las grandes concentraciones donde Castro ha realizado discursos de hasta 14 horas, verdaderos récords Guinness, y donde se inflamaba hasta el delirio.
Los CDR es uno de sus engendros. Creados en sus inicios para vigilar a las personas tachadas de “gusanos y contrarrevolucionarios”, ha perdurado durante cinco décadas. Además de hacer labor social, su objetivo principal sigue en pie: mantener un ojo avizor con los disidentes.
La tribuna estuvo ubicada en el antiguo Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución, a 300 metros del malecón habanero y a un costado de la Embajada española. Castro habló después que el coordinador nacional de los CDR, Juan José Rabilero leyera una encendida proclama, donde advirtió que no se iba a permitir que la “contrarrevolución ocupara las calles, plazas y parques”, en una velada amenaza a la Damas de Blanco.
Antes, la cantante de moda en la isla, Haila María Mompié, cantó uno de sus éxitos y al terminar, le deseó salud, dijo que lo amaba y le dio un beso. Luego, el anciano líder, vestido con su marca de fábrica, la casaca verde olivo y gorra con una estrella, durante 42 minutos leyó trechos del discurso pronunciado hace 50 años en el mismo sitio.
Al ver que no hacía un calor agobiante, Castro charló sobre su tema favorito por estos días, la posibilidad de una guerra nuclear. Observadores locales esperaban que la conmemoración fuera un buen pretexto para dar un giro de 180 grados en su discurso político.
Hasta la fecha, sus intervenciones públicas siempre se han referido a temas internacionales. Algunos preveían que opinaría sobre el fracaso de las elecciones parlamentarias en Venezuela, o sobre las nuevas reformas económicas en marcha, que implican una gran cuota de sacrificio para al cubano de a pie, con un millón de trabajadores desempleados y altos impuestos al trabajo por cuenta propia.
Nada de nada. En ésta, su segunda intervención al aire libre, el ex presidente siguió delirando sobre asuntos que no interesan a los cubanos que desayunan café y hacen una comida caliente al día. Los que esperaba a un Castro enérgico se quedaron con las ganas.
Para el comandante único la dura realidad del país es un asunto mundano. Es tarea de otros. Se considera por encima del bien o el mal. Y como tal actúa.
Esta negra me encantaba, despues de ver esto me doy cuenta de quien nace para esclava del cielo le caen los grilletes.
ResponderEliminarManiel Rod.