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sábado, 6 de noviembre de 2010

Prisioneros de su cuerpo


Por Iván García

Elena, 23 años, quiere ser hombre. Está presa en su cuerpo de mujer. Yadier, 19 años quiere ser mujer. Y se siente atrapado en un caparazón de varón que sobrepasa el metro ochenta. Ambos tienen un sexo que no es el que desean. Y no lo asumen.
En Cuba hay cientos como ellos. Elena, ahora mismo, se encuentra en una barbería rapándose el cabello con un corte a lo militar. Luego, en casa, se calza unas botas de vaquero, se arremanga una camisa de mezclilla de mangas largas y fuma un cigarrillo mentolado al más puro estilo de Humphrey Bogart.
Así sale todos los fines de semanas a las afueras de una cafetería por moneda dura, donde se reúnen cada noche un grupo numeroso de lesbianas. Antes tiene que sufrir la mirada indiscreta de muchas personas, que no pocas veces la miran con desprecio.
“Quiere ser más macho que cualquier hombre”, dice Gregorio, un vecino de Elena de 56 años. La mayoría de las jóvenes de su barrio la esquivan como el diablo a la cruz. “No tengo nada contra las tortilleras (lesbianas), pero no las trato, porque no pierden oportunidad para sobrepasarse”, comenta Liana, 21 años, quien reside en la misma cuadra.
Incluso en su propia familia, Elena vive en estado de guerra. Su padre, por complejo y burlas de sus amigos, apenas la visita. “Soy una mancha para él, una aberración, un ser defectuoso”, confiesa.
Su madre, no está de acuerdo con su comportamiento sexual, pero nunca le dio la espalda. Elena se siente un ser libre. Y sueña en grande. Le gusta escribir cuentos y desea ser directora de cine. Es fan del béisbol y del fútbol de toque preciosista que juega el Barca.
Desea que su pareja futura sea una combinación de Jennifer López y la cantante cubana Haila. Ella no se siente reprimida por las autoridades, pero sí por la sociedad. Quisiera poder someterse a una operación quirúrgica y convertirse en hombre. Si eso sucediese se llamaría Ronaldo. “Los tres futbolistas que admiro, los dos brasileños y el portugués Cristiano tienen ese nombre, es un como un talismán”.
Mientras Elena espera mucho del futuro, Yadier, un homosexual y travesti explícito, no espera nada bueno. Cierra los ojos y se ve en una manifestación gay en California o Madrid. Tiene como ícono al asesinado político norteamericano Harvey Milk. “En Cuba eso nunca va ser posible”.
Yadier piensa que en la isla se odia más a los travestis y homosexuales masculinos que a las lesbianas. “A muchos varones cubanos, de cualquier rango y condición política, les gusta fantasear y practicar el sexo con dos lesbianas, pero detestan tener trato con gays. Para ellos no somos ni hombres ni mujeres, sino seres deformados, que sólo servimos para cocinar, cuidar ancianos o ser modistos o peluqueros”, acota Yadier vestido con una saya plisada y una blusa de tirantes color salmón.
Cuenta que ha vivido en carne propia la intolerancia y el desprecio. “En sitios donde he intentado trabajar, el jefe de personal me ha mirado de arriba abajo como un bicho raro y ha respondido que ellos no aceptan mariconas. Algunos, que son bugarrones, a veces te obligan a que les dé una mamada, y después del orgasmo te golpean salvajemente, como para expiar su culpa”, cuenta el joven travesti.
Yadier está en la lista para hacerse una cirugía y cambiar de sexo. Pero al lento ritmo de las intervenciones en el país, pudiera demorar varios años. No se siente libre en Cuba. “Muchas fobias, quisiera huir de aquí, a cualquier oscuro rincón del mundo".
Su meta es casarse con un tipazo como George Clooney, Brad Pitt o Antonio Bandera, su fetiche. “Aunque odio a esa bruja de mujer que tiene, con esos labios colorados, qué mal gusto!", expresa de forma peripatética mientras escupe en el suelo.
Yadier aplaude delirantemente la decisión del cantante boricua Ricky Martín de salir del armario. “Aquí en Cuba la prensa oficial no publicó una línea, pero yo cuando puedo me conecto a internet y además de actualizarme de lo que sucede en el mundo, trabo amistad con personas que no me ven como un engendro diabólico, ni como un anormal”, expresa.
Maquillado y vestido a la moda, Yadier se apresta a tomarse unas copas con un grupo de amigas y amigos en un bar, a tiro de piedra del malecón habanero.
Yadier y Elena son dos inconformes con su sexo. No saben a quién culpar. A Dios o a la naturaleza. Da igual. Toda su vida van a intentar conjugar sus deseos y su ser. No quieren estar presos en cuerpos que sienten no les pertenecen.

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