Por Iván García
Le decían Almodóvar. Idolotraba al director manchego, de quien decía era pariente lejano. La gente no se lo tomaba en serio.
Era negro como el carbón y cebado como un elefante de circo. Tenía 69 años cuando una tarde se le rompió el corazón, mientras tomaba aguardiente peleón en la esquina de Carmen y 10 de Octubre, en La Habana.
No era un mal tipo. Limpiaba patios y jardines y arreglaba pilas y tuberías. Bebía mucho y en una pequeña palangana comía cantidades enormes de arroz y frijoles. Si el dinero le alcanzaba, añadía una ración de pollo, pescado o carne de cerdo.
Aparte del alcohol destilado con miel de purga, le gustaba el béisbol y el cine. Cuando Pedro Almodóvar estuvo en La Habana, pensó seriamente presentarse en el hotel para que el director de Tacones lejanos supiese que en Cuba tenía un pariente negro y pobre que lo idolatraba.
Conocía todas sus películas. La última, Abrazos rotos, la vio varias veces. Pero su película favorita era Todo sobre mi madre. Al verla, salió llorando del cine. Se sabía de memoria los diálogos. El día que Almodóvar obtuvo un Oscar por Mar adentro, lo celebró con ron del bueno. "Mi tocayo es un crack", decía.
Una tarde cualquiera murió en La Habana. Sin un centavo en el bolsillo. El Estado tuvo que costear su entierro. No pudo disfrutar del triunfo de Industriales, su equipo de béisbol.
Negro y borracho. Un tipo triste y obeso. Se fue sin conocer a su 'pariente' español.
Foto: AP
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