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miércoles, 6 de octubre de 2010

Ir de compras en La Habana


Por Iván García
El centro comercial de Carlos III, en el corazón de La Habana, parece una colmena gigante. Desde que abre, pasada las 9:30, una marea de personas presurosas va a lo suyo. El abuelo canoso con gafas antiguas cuenta los centavos de pesos convertibles para adquirir un paquete de leche en polvo.
A su lado, una señora gorda y sudorosa no sabe cuál camisa comprarle a su hijo que al día siguiente cumple 12 años. Una banda de pillos toman cerveza clara en el café de la planta baja, mientras miran con lascivia los traseros abultados de unas mulatas con unos shorts que enseñan más de lo que cubren.
Dentro y fuera del centro comercial se pactan negocios. Un ejército de voceadores particulares lo mismo te alquilan un auto por 5 pesos convertibles (6 dólares), que te ofrecen los mas disímiles servicios. Payasos para fiestas infantiles. Fabricantes de camas y colchones. Albañiles experimentados. Pacotilla (mercadería) de primera.
En ocasiones, afuera del complejo de tiendas, se ubican personas que te ofertan los mismos productos que venden dentro, a precios más bajos. Pero ojo: por los alrededores del centro comercial de Carlos III también pululan estafadores y rateros, que si te ven pinta de tonto te despluman en un santiamén.
Si usted es observador, en el interior del "mall", como le llaman los capitalinos, puede clasificar los compradores. En los departamentos de Todo por un Dólar las colas son inmensas. En las boutiques con ropa de marca, las vendedoras bostezan aburridas.
Como en casi todas las "shoppings" criollas, una legión de curiosos va a mirar y no comprar. Parte el alma ver a niños pegar sus narices contra las vidrieras de la juguetería, tal vez soñando que un día sus padres puedan comprarle alguno.
Ya afuera, el calor es de espanto. La gente repleta de bolsos, trata de cazar un viejo “almendrón” (auto americano). O de subirse a un atestado ómnibus que lo aproxime a su casa. Los afortunados son los que viven cerca y pueden ir a pie por los amplios y lineales portales. Están ruinosos y sucios, pero protegen del sol bestial.
El cubano dedica gran parte de su tiempo en ir a mercados y tiendas. Ya tener moneda dura es otra cosa. Luego viene la aventura de intentar comprar lo que necesitas. A veces tienes plata, pero en los comercios no aparece lo que quieres. O viceversa.
De cualquier manera, ir de compras forma parte de la tradición de los habaneros. De toda la vida. Y siempre la han disfrutado. Tengan o no dinero.

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