Google
 

miércoles, 20 de octubre de 2010

España y Cuba: ¿una relación muy especial? (II)

Por Joaquín Roy
En febrero de 1990, Felipe González hacía unos desusuales comentarios sobre Cuba en una entrevista concedida al periódico mexicano Excelsior: el destino de Cuba estaba “inexorablemente ligado al de los países de la Europa del este”.
Más tarde, el ministro de Cultura de España, Jorge Semprún, un intelectual que había militado en el Partido Comunista, hacía unas alusiones negativas sobre el régimen cubano en la ceremonia de la presentación del Premio Cervantes en la Universidad de Alcalá de Henares, en presencia del rey. Castro no respondió directamente a estos comentarios.
González y Castro tuvieron oportunidad de encontrarse cara a cara y expresarse sus puntos de vista durante una breve entrevista en Brasilia, el 15 de marzo de 1990, con motivo de la toma de posesión del presidente brasileño, en presencia del presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez.
La entrevista fue cordial y franca y Castro dio muestras de cortesía teniendo en cuenta el tema (la transición cubana). A continuación la prensa española filtró el resultado negativo: el presidente español se mostró preocupado acerca de la estrategia de Cuba para encarar los cambios que se estaban produciendo en el mundo y que el final “podía ser apocalíptico”.
“No escuchó a las peticiones de González”, fue el diagnóstico. A pesar de que los dirigentes español y venezolano habían agradecido la sinceridad de Castro, lo cierto es que la humillación que supuso para el líder cubano no fue fácil de encajar.
Permaneció discreto durante cierto tiempo, pero su locuacidad se despertó cuando (como respuesta a la petición de celebrar un plebiscito en Cuba) comentó que el Rey de España no había sido elegido y que el presidente del Gobierno podía ser eternamente reelegido. Comprensiblemente, estos comentarios no sentaron bien en La Zarzuela y colmaron la paciencia de La Moncloa cuando más tarde el líder cubano especulaba sobre lo que podía ocurrir “si a los catalanes y a los vascos les entregaban armas”.
La invasión de la embajada española, en el verano de 1990, fue el incidente más grave en los recientes años entre los dos países. Lo que al principio fue aparentemente el simple intento de un grupo de desesperados que querían salir de la isla, se convirtió en un incidente diplomático. Las discrepancias hispano-cubanas salieron a la superficie.
Madrid había decidido ejercer un extremo autocontrol, teniendo en cuenta que le sería muy fácil al Gobierno cubano provocar el furor popular. A pesar de los comentarios de mal gusto por parte de funcionarios cubanos de nivel medio (el ministro de Asuntos Exteriores español fue aludido como “cabo” Ordóñez en una caricatura) y el hecho de que un segundo grupo de peticionarios de asilo (los “fornidos”, según la prensa española) eran en efecto infiltrados de las fuerzas de seguridad cubanas, España consiguió controlar la difícil situación diplomática.
La ayuda oficial fue cortada temporalmente y se obtuvo un cerrado apoyo por parte de los socios comunitarios. La crisis tuvo, sin embargo, un impacto en el ajuste de la percepción española sobre Cuba.
Por diferentes canales, el análisis de la evolución del régimen cubano era suministrado por los representantes españoles a los centros de decisión de Madrid. Algunos detalles son dignos de análisis:
- Cuba tiene una información viciada y secreta, en la que convive el rumor, la falsedad y la exageración; la doble moral y el doble lenguaje,en Cuba se manifiestan las características de las sociedades de la Europa del este: se repite lo que el Gobierno dice, pero se escuchan las emisoras de radio del exilio. En este esquema, la actuación de España tiene una doble lectura. Por una parte, se digiere la opinión del Gobierno y, por otra, se asimila la versión del exilio.
- La figura de Castro y su perfil psicológico resulta fundamental para comprender las relaciones con España (y con Estados Unidos). Su origen ilegítimo, la marginación social inicial de su padre y su arribismo se reflejan en el antiamericanismo, el resentimiento social y el anticlericalismo de Castro. Autodidacta, no admite rivales, y actúa como dueño de Cuba.
- En sus comentarios y actitudes, Castro pasa del españolismo al antiespañolismo con suma facilidad, lo que no debe menospreciarse, ya que tiene sus efectos en las actuaciones de los funcionarios (algunos con extrema mala educación) que actúan de manera cínica, oportunista y pragmática; hasta el extremo de acudir a autoridades intermedias y evitar las diplomáticas.
- Se generaría, por lo tanto, una diferenciación entre la España “oficial” y la “real”. Curiosamente esta doble conducta se refleja también en la visión que tienen la disidencia y el exilio acerca de la actuación de España.
- España se aprovecha de un mercado cautivo, soslaya los peores aspectos de la Revolución, construye hoteles vedados a los cubanos, disfruta de la prostitución, mientras se autocontrola para no tener problemas en las celebraciones del Quinto Centenario.
- Por otro lado, las reticencias de la disidencia y del exilio sobre España no son extensivas a otros países que tienen similares tratos comerciales con Cuba. Paralelamente, los ataques oficiales contra los funcionarios españoles no se extienden a los representatntes de otros países que mantienen similares actitudes hacia Cuba .
- La supervivencia del régimen se explica por la propia supervivencia del líder, el origen autónomo de la Revolución y el miedo a lo desconocido. Pero en los últimos años Cuba ha vuelto a ser lo que fue: un país pequeño, sin recursos, con un modelo político inviable y una economía carente de eficacia, con lo que debe conceder prioridad a sus contactos en el continente americano.
- De ahí que la compleja relación con España se convierta en una de las últimas esperanzas del régimen. Éste no quiere comprender que España mantenga una doble actitud al proporcionar ayuda humanitaria y, al mismo tiempo, interesarse por los Derechos Humanos, por lo que oscila entre la flexibilidad y el pragmatismo, el cinismo y la desfachatez.
Durante los dos años siguientes parecía que se había firmado una tregua. Castro hizo casi todo lo posible por no dañar su garantizado protagonismo en la celebración de las Cumbres Iberoamericanas de Guadalajara (México) y de Madrid en 1992, con los circuitos complementarios a Barcelona y Sevilla; además del anhelado viaje a Galicia, la tierra natal de su padre.
La brevedad de la visita a Sevilla y el periplo gallego le dejaron al líder cubano un sabor agridulce. El protocolo oficial fue correcto, pero la imagen de Castro y de Cuba en España habían quedado perjudicadas de nuevo .
Más tarde aumentó el número y hondura de los comentarios negativos sobre Cuba, con la particularidad de que las críticas ya no venían de los usuales sectores opuestos al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), como el conservador ABC. Publicaciones dedicadas normalmente al estudio de los datos económicos (algunas incluso propiedad del Gobierno), comenzaron a insertar juicios políticos.
Por ejemplo, un artículo sobre las circunstancias económicas de Cuba terminaba preguntándose hasta qué punto los mecanismos de incentivos morales aumentaban la eficacia del sistema y resaltaba el hecho de que más de la mitad de la población cubana no sabía apenas nada de la Cuba de Batista, puntos de referencia de la política de Castro.
Igualmente recordaba que la gente entre 30 y 35 años (los garantes de la continuación del sistema), además de los menores de 20 (más del 50% de la población), encaraba límites sociales de dos clases: carencia de empleo y una “esclerótica estructura política monopolizada por la vieja guardia”.
Pasadas las conmemoraciones de 1992, coincidiendo con “el día después” de la crisis económica y la reducción de los presupuestos para los programas interiores y del exterior, la posición de España parecía concentrarse en controlar las fuentes de conflicto al tiempo que se ponían en marcha planes precisos para jugar algún papel en la transición cubana, sin abandonar la ejecución de medidas enérgicas cuando las circunstancias lo aconsejasen. Por ejemplo, se expulsó a diplomáticos cubanos de Madrid por implicarse en actividades impropias de su estatuto.
Cuando Alina Fernández Revuelta, la hija de Fidel Castro, llegó a Madrid en un avión de Iberia en diciembre de 1993, había abandonado Cuba con la ayuda de ciudadanos españoles, utilizando un pasaporte español. A pesar de que en España ésta inició una campaña de críticas contra el régimen castrista, no fue objeto de polémicas entre el Gobierno español y el cubano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario