Por Joaquín Roy*
En 1995, durante una visita a Madrid, ante la aparentemente desproporcionada atención hacia Cuba en los medios políticos españoles, Alexander Watson, subsecretario de EEUU para Asuntos Interamericanos, preguntó si Cuba era un “asunto interno” para España. La ocurrencia, entre sarcástica e irreverente, no carece de coherencia.
Ofrecer una diagnosis provisional sobre las relaciones entre España y Cuba es una tarea como mínimo complicada.
España es un Estado europeo, pero con cierta peculiaridad: una extraña, paradójica y desusual política exterior. Cuba, por otra parte, es una nación latinoamericana, pero también peculiar por estar bajo el dominio marxista desde 1959 y con una política exterior especial también, que ha desafiado el análisis de la comunidad académica.
Sin embargo, la realidad es que Cuba nunca ha sido para los españoles una especie de Polonia del Caribe. La Habana no es para Madrid como Bucarest, por ejemplo, durante la Guerra Fría. Y Castro no es como un distante líder de la Europa Oriental: es un gallego.
“La siempre fiel”, como referencia a Cuba, no es sólo un tópico histórico.
La fidelidad parece ser mutua ya que cuando Cuba consiguió la independencia se convirtió en receptora de una de las cifras más altas de inmigrantes españoles en América Latina.
Las relaciones entre España y Cuba funcionan desde entonces con un doble rasero, donde la política de alto nivel está mezclada con las “relaciones de bajo nivel” o “el diálogo subterráneo”.
Las relaciones interpersonales siempre han estado presentes. En la historia oficial de las percepciones cubanas sobre España, un detalle destaca como especialmente paradójico. Desde que en España los socialistas obtuvieron el poder en 1982, la relación, en lugar de ser más fluída (como La Habana habría esperado), ha estado lastrada por incidentes.
Si bien no han revestido extrema gravedad, contrastan con la ausencia de confrontaciones tanto durante el franquismo (con contadas excepciones), como más tarde durante los gobiernos de la Unión de Centro Democrático (UCD).También es cierto que desde el triunfo de la revolución cubana, España ha sido el Estado con economía de mercado que más ha comerciado con Cuba, con un notable nivel de inversiones, deuda probablemente impagable y una de las más generosas sumas de Ayuda Oficial al Desarrollo en el marco latinoamericano.
Pero Cuba sigue siendo el único país latinoamericano que todavía no ha sido visitado por el rey Juan Carlos I.** A pesar del trato cordial en el contexto de las cumbres iberoamericanas, todavía se recuerda el calificativo del Descubrimiento de América y la fecha del 12 de octubre, como un acontecimiento “infausto y nefasto”, al igual que el calificativo utilizado con el presidente del Congreso de los Diputados, “un tipejo fascistoide”, incidente que no fue obstáculo para que Castro, un año después, recibiera de manos del presidente del Senado español, en visita oficial a Cuba, una medalla de oro conmemorativa.
Estas contradicciones recuerdan el incidente del embajador español Pablo de Lojendio, quien llamó a Fidel Castro “mentiroso” frente a las cámaras de televisión, por denunciar las actividades de España en Cuba y fue consecuentemente expulsado del país. Pero éste, según la evidencia, en lugar de recibir la felicitación de Franco, fue censurado y marginado en el servicio exterior español. Sin embargo, España y Cuba no reanudaron sus vínculos diplomáticos a nivel de embajador hasta más de una década después.
En el último de los extraños episodios diplomáticos, José Antonio San Gil se convirtió, a finales de 1994, en el primer embajador que presentó la dimisión desde la Guerra Civil. La explicación oficial apelaba a razones personales, pero el propio diplomático declaró luego ante el Congreso de los Diputados que lo hacía por diferencias de criterio acerca de la política española hacia Cuba. Su caso culminaba un amplio abanico de opiniones en la diplomacia española.
Desde principios de la década de los 80, la percepción oficial española sobre Cuba se había hecho más profesional y sutil. Se encargaban u ofrecían informes reservados (comprensiblemente inéditos), generados por los diplomáticos españoles destinados en Cuba. Entre los temas más acuciantes estaban las relaciones bilaterales y la posibilidad de usar los todavía fuertes vínculos familiares y los restos de las asociaciones españolas para mantener la presencia española en la isla.
Los análisis económicos y políticos se convertían progresivamente en más duros y alarmantes, y el lenguaje que empleaban era más urgente y preciso. Los denominadores comunes eran los siguientes:
- Urgencia por rellenar el vacío de la cultura española en Cuba. Se tomaba nota de que la tasa de envejecimiento de los socios de las organizaciones españolas podía producir que en una generación la memoria de España desapareciera.
- Dispersión de funciones con la comprensible frustración de los diplomáticos.
- Necesidad de aumentar el número de visitantes de alto nivel (por lo menos a nivel de ministro) con el fin de competir con otros Estados (Francia). Esto producía, a cambio, la presión por conseguir resultados palpables (como la liberación de presos).
- Preocupación por la errónea percepción cubana sobre la naturaleza de las prioridades internacionales de España, incluída la OTAN y las relaciones con los Estados Unidos .
El 18 de febrero de 1988, el diario madrileño ABC publicó un informe reservado sobre Cuba, fruto de diversas fuentes diplomáticas y rubricado el 11 de diciembre de 1987 por Mercedes Rico, embajadora de España y directora de la Oficina de Derechos Humanos del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Su contenido constituyó el detonante de la crisis, porque se mostraba crítico con el régimen castrista y persuasivo hacia el Gobierno español para que presionara al cubano para que ofreciera algunos “gestos” con que mejorar su imagen, ya que el Gobierno español se estaba quedando aislado en el contexto occidental con respecto a las críticas a Cuba.
Entre los principales aspectos, destacan los siguientes:
- Cuba tiene una notable cantidad de presos políticos (1.000 según el Gobierno y 10.000 según Amnistía Internacional) en condiciones deplorables; más de medio millón de cubanos desean abandonar la isla inmediatamente. Se niegan los derechos civiles al estilo de los países del Este, pero en forma agravada “por la mentalidad de estado de sitio que prevalece en el país”.
- La política exterior de Cuba es maniquea y dócil con la Unión Soviética.
- La mayoría de los países de la Comunidad Económica Europea están decididos a que se investigue a Cuba: España ya ha “parado numerosos golpes”, pero necesita “oxígeno”, para no verse aislada entre sus colegas europeos.
- En el contexto centroamericano, Cuba trata por todos medios de mantener la supervivencia del régimen sandinista.
- Para persuadir al Gobierno cubano para que rectifique esta situación, los autores del informe recomiendan la línea directa a entre el propio Felipe González y Fidel Castro.
La vertiginosa velocidad con la que se desarrollaba el proceso que culminó con la caída del muro de Berlín en 1989, aconsejó a los líderes españoles el análisis cuidadoso de la situación cubana.
Castro no parecía prestar la suficiente atención a las señales ofrecidas por Gorbachov, y no pareció aprender lección alguna de la caída del régimen de Honecker en la República Democrática Alemana. Mientras los líderes de la Europa oriental parecían tener un cierto sentido del humor al aceptar la llamada “doctrina Sinatra”, por la cual Moscú daba plena libertad a sus antiguos satélites para que siguieran “su camino” (en clara referencia a la canción My Way), Castro parecía tomar la consigna en sentido literal.
Los mensajes de Madrid reafirmaban la urgencia de la reforma o la transición en Cuba.
* Catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad de Miami.
** Los Reyes de España viajaron a Cuba en noviembre de 1999, para participar en la IX Cumbre Iberoamericana que tuvo lugar en La Habana.
Publicado en 1995 por la Fundación CIDOB de Barcelona.
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