Por Iván García
Alberto, 41 años, cayó en la trampa. Él había escuchado que el juego de la chapa era pura estafa. Todas las mañanas, en la parada del ómnibus veía a dos negros robustos, que tiraban una manta en el suelo e invitaban a probar suerte.
El juego consiste en tres chapas de refrescos y una pequeña bolita de esponja. Los malandros mueven las chapas a una velocidad vertiginosa, mientras incitan a los incautos a que intenten acertar debajo de cuál chapa está la esponja.
Si aciertas, según los negros macizos, pagan el doble del dinero apostado. Alberto notaba que siempre había un pequeño coro de 4 o 5 personas alrededor de los jugadores.
Solía mirar por encima del hombro y creía saber dónde se encontraba la esponja. No se decidía. El dinero que cargaba encima era necesario para dar de comer a su esposa y cuatro hijos.
Pero llegó el día fatal. Una sobrina de su esposa que reside en Miami le envió 150 dólares. Después de recogerlo en una sucursal de la Western Union, tomó el ómnibus P-3 con destino a su casa.
Dentro del propio bus, tres mestizos jugaban a la chapa. Una señora sudorosa y tres tipos con facha de gente seria probaban suerte. Alberto vio que uno de los hombres que jugaba tenía un mazo de pesos cubanos convertibles en la mano y sonreía.
Al parecer, las cosas le estaban saliendo a pedir de boca. Y se decidió a jugar. Pensó que si la fortuna lo tocaba podía duplicar o triplicar su dinero. Con su vista de águila, veía dónde los mestizos que movían las chapas colocaban la esponja.
“Voy 20 dólares a que la esponja está en la chapa del medio”, dijo Alberto con voz de jugador experimentado. “Si está seguro, porque no apuesta más dinero”, lo provocó uno de los que movían las pequeñas chapas.
“Por esta vez, sólo 20", respondió. Ganó y sintió que era su día. Luego subió la parada. Al llegar a su destino, se bajó del ómnibus sin un dólar.
Desolado llegó a su hogar. Tuvo que aguantar la riña de su esposa, quien empacó las cosas y se marchó con sus hijos para la casa de su madre. “Eres un irresponsable”, le gritó al tirar la puerta.
Una parada después de la que se apeó Alberto, se bajaron los estafadores. No eran dos jugadores como él suponía. Los tres tipos serios y la señora sudorosa también formaban parte del tinglado.
En un parque repartieron el botín conquistado y se sentaron relajadamente a beber cerveza. Luego, más tarde, volverían a intentar engañar a otro incauto. Como Alberto.
Foto: Robin Thom, Flickr
Que cuento tan comemierda. Jugando a las tres tapitas dentro de un ómnibus. El ómnibus debía estar roto, por eso había espacio para tres prietos, una prieta y un bobo. ¿Jugaban en el piso del ómnibus?
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