Una rosa para mi María Luisa
Por José Ramón Alonso Lorea
Acompañado de un amigo reportero, cámara en mano, fui a la Sacramental de San Justo donde, según la información que ya había compilado, reposan los restos de María Luisa.
En la entrada compré una rosa roja -príncipe negro decimos en Cuba-, para dejarla en su tumba. Por un euro compré el más fresco de los capullos. El camposanto es raro, asentado sobre una colina antiguamente conocida como Cerro de las Ánimas, que no se aprecia bien desde la calle.
Lo preside una pendiente muy ascendente, curva y con paramentos enladrillados a ambos lados, y mucho hormigón armado, que termina en la capilla. Tiene diferentes niveles, escaleras, rampas, zonas techadas, otras no, y muy grande, de modo que es imposible encontrar una tumba específica.
Fui a la Oficina a indagar sobre la localización de la tumba de María Luisa y casualmente ese día había cerrado antes de tiempo. Una florista nos recomendó preguntarle a los sepultureros. A éstos les era familiar el apellido Altolaguirre, pero no nos podían ayudar con alguna localización: son muchos los patios, secciones, sepulturas y nichos, imposible memorizar algún detalle.
Me sentí derrotado en mi misión, y me convencí del tiempo perdido. Pero mi acompañante reportero, quizás porque es masón, se mostró optimista, y a su pedido decidimos caminar entre tumbas, a mirar sin más... ¡quién sabe!
Y a la deriva bajamos por la primera escalera. Estábamos en las Secciones y Patios de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, mirando a izquierda y derecha, a ojo de buen cubero, acercándonos siempre a alguna sepultura con cierta prestancia. Así atravesamos el Patio Primero, Segundo, Tercero y nada. En el Patio Cuarto, de súbito, oigo a mi reportero leer: Condesa de Revilla de Camargo.
Lógicamente que me sorprendió, y lo vi junto a la sepultura más refinada del lugar: una tumba de piedra tallada, y tras la cabecera de la misma, sobre una columna de fuste liso y jónico capitel, una chica grecolatina en mármol que abraza la cruz. Allí estaba nuevamente la Ilma. Sra. Dª María Luisa Gómez Mena Vda de Cagiga, como reza el grabado sobre su lápida, con corona incluida.
Como siempre, buscando a la sobrina se encuentra a la tía. Antes de partir, y fotos mediante, me dice mi amigo masón, déjale la flor a la tía.
Salimos del Patio Cuarto con destino a casa. Y deshaciendo el camino dimos con un plano del camposanto sobre el ladrillo.
Nos acercamos para confirmar la localización de la tumba de la tía, al menos para que el día no fuera baldío, cuando descubrimos en el dibujo, sobre el Patio Tercero ya recorrido, que en el nicho 36 se encontraban los restos de Altolaguirre.
Deduje que los de mi María Luisa estarían a su lado, y hacia allí volvimos y allí estaba. Qué pena me dio, pues ya la rosa la tenía la tía.
Madrid, diciembre de 2007.
Madrid, diciembre de 2007.
Nota: El texto publicado en este blog en cinco partes, fue tomado del folleto "María Luisa Gómez Mena. Una mecenas a la que hay que reivindicar", de José Ramón Alonso Lorea y Antonio J. Molina, distribuido gratuitamente en 2009. Se reproduce con el permiso de los autores. En forma de conferencia puede verse en You Tube:
1ra. parte,
2da. parte
y 3ra. parte.
1ra. parte,
2da. parte
y 3ra. parte.
Fue esa rosa la que te propició el descubrimiento de la tumba de María Luisa. A los muertos les gustan las ofrendas.
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