Por Iván García
El 16 de mayo fue un día de suerte para Ernesto Bolaños. Pasada las 10 de la noche, supo por un vecino que el número al cual había apostado 250 pesos (10 dólares) había salido premiado en la lotería local (clandestina).
Ganó 24 mil pesos (mil dólares). La plata llegó justo cuando más lo necesitaba. Su hija Yenima cumple 15 años en julio. La madre de Bolaños espera la muerte postrada en una descolorida cama, aquejada de un cáncer terminal.
Ernesto es un artesano privado, mediocre y sin mucha fortuna. Cada día, dedica doce horas intentando vender una colección de zapatos de piel y adornos vulgares de cuero.
Le iba mal. A duras pena ganaba dinero para alimentar a su familia de cuatro hijos y comprarle leche y jugo a su madre enferma.
Tenía un saco de deudas con garroteros de la peor calaña. Había empeñado las pocas joyas de valor de su familia, un televisor chino Panda, una nevera de cuando Rusia era comunista y varios cubiertos de plata que fueron de su abuela.
El camino para ganar unos miles de pesos y salir a flote fue aventurarse a jugar a diario dinero en la lotería ilegal conocida como la bolita. En Cuba los juegos de azar están prohibidos.
Pero desde hace años, la policía mira para otro lado cuando de juego se trata. La lotería es la esperanza de los pobres. Y existe una vieja costumbre criolla, de intentar cambiar el destino apostando siempre a los mismos números.
En Cuba existen bancos clandestinos de lotería, que mueven grandes sumas de pesos cubanos. Arnaldo Martínez, 59 años, es uno de ellos. Siempre ha vivido de la bolita.
Tras veinte años en el negocio, es considerado en la zona como un tipo solvente. Tiene un par de casas confortables y dos autos americanos de los años 50 que son una joya.
Le sobran la plata y las influencias. Casi siempre obtiene lo que quiere. Suele pasar un billete gordo por debajo de la mesa de algún que otro policía severo y cumplidor de las leyes.
Un día cualquiera, Arnaldo gana 3 mil pesos (125 dólares). Y más de 600 personas apuestan dinero en su banco. Entre ellos Ernesto Bolaños. La noche del 16 de mayo, cuando Bolaños supo que había sido favorecido por la suerte, pidió prestado 100 pesos convertibles y salió a paso doble al bar de la esquina.
Compró tres cajas de cerveza Bucanero y 6 botellas de ron añejo Caney. Puso a beber a todo sus amigos. En la mañana pagó sus deudas que se elevaban a 455 pesos convertibles. Adquirió carne de res para su madre y cuatro kilos de leche en polvo.
Le dio 300 pesos convertibles a su mujer para la fiesta de quince de su hija. Fue con la prole a cenar en una de las pocas paladares que aún están abiertas en esta Habana del 2010, y con el resto del dinero compró vasos, toallas y sábanas que tanta falta hacían en su hogar.
Dos días después de ganarse el premio estaba sin un centavo. Pero sin deudas. Le quedaba un sinnúmero de problemas por resolver. El golpe de suerte en la lotería fue sólo un alivio pasajero. Algo es mejor que nada.
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