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martes, 24 de agosto de 2010

La corrida del pargo

IMG_0829 by JadedEvan.
Por Iván García
Uno de los mejores negocios privados en Cuba es tener un bote con motor. Camilo Sardiñas, 53 años, viejo lobo de mar, posee uno y gana un billete apreciable gracias a su pequeña embarcación de madera renegrida. A simple vista el bote da grima.
Es un cascarón antiguo de 8 pies de eslora con una caseta rústica y un motor americano de petróleo de los años 60. Sin embargo, en el mercado negro se cotiza en 4 mil dólares.
Su valor en alza lo toma por la rapidez que se recupera la inversión. Camilo lo compró hace doce años. “Y en sólo un año saqué el costo de la embarcación”, dice mientras con las manos embarradas de grasa, revisa el cansado motor, que ese día se resiste a funcionar.
Un día malo, Camilo pesca unas 100 libras de pescado (una libra equivale a 454 gramos). Saque usted la cuenta. La libra de pescado bueno, como la cherna o el pargo, se vende a dólar la libra. En el caso del atún, bonito, canciller, dorado u otro pescado de más calidad, la libra cuesta 2 dólares.
Y se vende como pan caliente. Recuerden que el asunto de la comida es la prioridad número uno de las familias en la isla. Y el buen pescado, aunque un lujo, siempre es bien recibido en la mesa de los cubanos.
Personas como Fermín Lafuente, quien recibe una remesa mensual de 200 dólares por parte de sus parientes que viven al otro lado del charco, en Miami, pueden comprar a menudo las buenas piezas que vende el pescador Camilo.
Otras familias, como la de Lorenzo Carmenate, se tiene que contentar con la magra ración de media libra por persona al mes, vendida por la cartilla de racionamiento. Suele ser un pescado de masa negra, muchas espinas y fuerte sabor.
A pesar de vivir en una isla, el pescado es un artículo en extinción y su precio sube por día. Y no digamos los mariscos, cuyo consumo está vedado para la mayoría: los precios del camarón y la langosta andan por las nubes. 3 dólares la libra. Y con dinero en mano, escasea.
En el mes de abril, Camilo Sardiñas hace su agosto con la corrida del pargo. “Hasta la fecha he vendido más de 500 libras”, dice el viejo mirando las azules y tranquilas aguas de la bahía habanera.
Para poder pescar en Cuba hay que sacar una licencia. Y el bote inscribirlo ante las autoridades guardafronteras. Otros no tienen embarcaciones y no les va mal. Con chinchorros y largas mallas, nadan mar adentro, en plena madrugada, hasta las manchas de pargo y sacan el morral cargado de peces de mediano y gran tamaño.
Orestes Guerra, 32 años, mulato fornido de ojos saltones, no sabe ni hostia de pesquería. Se compró un bote en buenas condiciones, pintado de blanco, y después contrató a dos pescadores y un timonel experimentados.
-El 30 por ciento de lo que se pesque es para mí. La rotura de la embarcación la pagan ellos. Lo mío es ir cada mañana a la ensenada, a llevarme mi parte de pescado, cuya venta ya tengo asegurada. No busco tanto dinero como quienes se dedican a pescar ellos mismos, pero con la plata conseguida puedo cubrir gastos mensuales, comprar gasolina para el auto y tener pescado fresco todos los días en la mesa de mi casa, lo cual es muy importante.
En estos meses de la corrida del pargo y la cherna, es habitual ver a los vendedores de pescado caminando por la ciudad bajo un sol de fuego, vendiendo diferentes especies, a precios que hacen mover negativamente la cabeza de muchos.
Así y todo, el negocio da dinero para darse algunos lujos en esta isla tropical, como beberse media docena de latas de cerveza y hasta comprar un viejo coche americano de los años 50.
Si lo duda, pregúntele a Camilo Sardiñas. Y él se lo confirmará. “El día que la venta de pescado deje de darme dinero, entonces lo vendo. Mucha gente suspira por tener un bote para irse ‘tumbando’ (emigrar) para la 'yuma' (Estados Unidos)", apunta el viejo pescador con malicia.
Visto lo visto, tener un bote con motor en Cuba es un negocio redondo.
Foto: JaddedEvan, Flickr

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