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jueves, 26 de agosto de 2010

Diplomas y sueños engavetados

Cuba, Havana. Yellow taxi and its driver with a mobile phone. by Ania Blazejewska.
Por Iván García
Alejandro Alfonso, 44 años, ingeniero en sistemas automatizados, desde hace veinte años tiene su título engavetado y no recuerda si está en el closet del cuarto, o en un oscuro y viejo buró en el pasillo de su casa.
No lo ha necesitado para vivir. Alfonso es productor musical de hip hop y ha ganado la suficiente plata para reformar su casa y adquirir un auto ruso Lada 2107. “Con mi salario de ingeniero no hubiese tenido esa posibilidad, lo lamento. En mi otra vida optaría por lo que estudié, pero en Cuba de poco vale ser un profesional”, asegura Alejandro, camino a un estudio de grabación en las afueras de La Habana.
Ciertamente, en la isla la pirámide social está invertida. Profesionales de nivel han descolgado sus diplomas universitarios de la pared y laboran en carpetas de hoteles, o como barman, camareros, taxistas y maleteros, entre otros oficios que dejan divisas.
Un buen ingeniero en Cuba gana algo más de mil pesos (38 dólares), en caso de que reciba estimulación en moneda convertible. De no ser así, su salario no supera los 30 dólares.
Para males mayores, el gobierno les prohíbe la práctica de un sinnúmero de trabajos por cuenta propia. Todo hay que hacerlo por "la izquierda", ilegalmente. Renato Santos, 41 años, especialista en neurocirugía, cada mañana, cuando va camino del hospital donde labora, usa su coche como taxi de manera ilícita.
“Me arriesgo, pero entre la ida y el regreso me busco unos pesitos, para oxigenar las finanzas familiares”, apunta Renato. Otros como Adrián Fernández, 39 años, ingeniero en telecomunicaciones, se gana unos pesos extras haciendo arreglos eléctricos y reparando teléfono móviles.
Y le va viento en popa. “Gano un promedio de 200 pesos convertibles mensuales (180 dólares), y ya me estorba tener que dedicarle ocho horas diarias a mi profesión. Cada vez que puedo, cojo parte de ese tiempo para hacer arreglos particulares. Estoy pensando dejar de trabajar al Estado y concentrarme sólo en mi negocio. Como ingeniero, devengo un salario de 500 pesos (20 dólares) al mes y me exigen demasiado”, dice Adrián, sentado en una mesa repleta de móviles que necesitan reparación.
Ante la avalancha de celulares y ordenadores, los informáticos y especialistas en telefonía móvil están desbordados de trabajo. Y se paga bien. Yuri Salgado, 28 años, informático, hace tres años abandonó su profesión en una oficina estatal para trabajar por cuenta propia, sin permiso.
Salgado hace de todo. Construye ordenadores o los repara. "Craquea" software y vende cuentas clandestinas de correo o password de cuentas de internet. También diseña páginas web y es uno de los encargados de que el sitio de ventas Revolico.com, donde usted puede encontrar desde un aire acondicionado made in USA, hasta la última versión de un portátil de Apple, funcione a todo gas.
Ante el poco salario de casi todos los profesionales y su escasa proyección de futuro, muchos jóvenes han optado por dominar oficios bien remunerados en la Cuba del siglo 21. Debido al deterioro de más del 60 por ciento de las viviendas en la isla, prolifera una tropa de albañiles, fontaneros, electricistas, carpinteros y pintores privados.
Eladio Gómez, 54 años, no se queja. “Hace siete años dejé de laborar en una empresa constructora en la que nunca gané más de 800 pesos al mes (35 dólares). Desde que trabajo la albañilería por mi cuenta, me busco entre 300 y 400 pesos convertible (280 y 360 dólares) mensuales".
También los mecánicos automotrices hacen zafra. Cuba es el museo de viejos autos americanos más grande del planeta. Y para mantenerlos rodando los mecánicos han desplegado todo su ingenio. Eso es lo que le sobra al exprofesor Roberto López, 56 años, mulato gordo de bigote espeso.
“Estoy entre los mejores”, dice. No alardea: su nivel de vida, a simple vista, ratifica que el tipo tiene altos ingresos. Decenas de modelos clásicos salidos de los talleres de Detroit en la década 1940-50, han pasado por sus manos.
El sueño de padres como Gilberto Naranjo, 48 años, es que sus hijos sean profesionales, pero tiene serias dudas. “Si el Estado sigue sin ocuparse a fondo del salario de los profesionales, y éstos viven con mil sacrificios, entonces prefiero que mis hijos aprendan un oficio que les dé billetes con los cuales puedan vivir desahogadamente", confiesa Naranjo parado en el balcón de su hogar.
De seguir el estado de cosas, seguirá siendo natural ver a médicos de taxistas, arquitectos de barman en un hotel y a ingenieros de productores musicales. Como Alejandro Alfonso, que ya olvidó donde guardó su título universitario.
Foto: Ania Blazejewska, Flickr

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