Por Tania Quintero
Después de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en 1998, los cubanos con cierta esperanza aguardaron la llegada del año que marcaría el inicio de un nuevo siglo y un nuevo milenio. 2000 no llenó las expectativas. La gente siguió viviendo mal y la palabra futuro continuó siendo una palabra.
Como todos los 31 de diciembre, los cubanos volvieron a ilusionarse con el año entrante. 2001 pasó con más penas que glorias. Pero muchos seguían pensando que la esperanza es lo último que se pierde. Y esperanzados apostaron por un 2002 distinto. Y en cierto modo lo fue.
El perfil represivo se mantuvo bajo. Una calma relativa, porque la maquinaria represiva de la Seguridad del Estado siempre se mantiene engrasada. Y la tormenta, cual huracán fuera de temporada, llegó en marzo de 2003. El saldo de aquella primavera negra fueron 75 opositores y periodistas independientes condenados a largas penas de cárcel, de los cuales 54 aún permanecen en prisión.
En los seis años siguientes, el día a día del cubano se mantuvo igualito, como el cuartico. "Resolver" (comida, ropa, calzado) siguió siendo la palabra de orden, sobre todo para quienes no tienen familiares en el exterior que les puedan enviar dólares o euros. Tampoco cambió para disidentes, comunicadores y blogueros independientes. Ni para las esposas, hijas y parientes de los presos políticos. Por el contrario, viejas modalidades represivas, como los actos de repudio y las golpizas, fueron reactivadas.
Dicen los expertos que la década iniciada en el 2000 no concluye hasta el 31 de diciembre de 2010. A los cubanos de a pie tales precisiones no les importa. Ellos, año tras año, siguen pasando las de caín para alimentarse y vestirse; las casas se les siguen cayendo encima; los medicamentos en las farmacias siguen escaseando y el transporte sigue siendo un dolor de cabeza, aunque en La Habana hayan desaparecido los "camellos".
Lo que sí les importa, y mucho, es que el miedo un día diga basta y la olla del descontento popular pueda explotar. Con sangrientas consecuencias. Porque, y nadie lo dude, los tanques saldrán a las calles. Como ya ocurrió en 1956 en Budapest, en 1968 Praga y en 1989 en la Plaza de Tiannamen. Aunque también, y los alemanes lo demostraron, no hay muros eternos.
En 2006 el "máximo líder se enfermó, pero no se murió. Cuando su hermano tomó el mando, volvieron algunas ilusiones perdidas. Y durante varias semanas se habló de medidas, cambios deseos... Pero la alegría del pobre dura poco. Y la del cubano duró menos que un merengue a la puerta de un colegio.
A la desilusión que fue apoderándose del cubano en 2009, se unió la cruda realidad: de que un período especial con celular y twitter es posible. Las arcas estatales están vacías. Y otro hueco hay que abrirle al cinturón. Uno más. Y ya van cincuenta y uno. En un panorama cada vez más negro, para cientos, tal vez miles, la solución es irse, legal o ilegamente, en una balsa o un matrimonio de conveniencia. Hacia cualquier país, en cualquier continente.
Los optimistas repiten lo que decían nuestros abuelos: "Lo bueno que esto tiene, es lo malo que se está poniendo". Pero eso mismo se dijo en 1980, cuando el éxodo migratorio por el Mariel. Y se repitió en 1994, cuando el Maleconazo.
Otros están convencidos de que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Y ya vamos por la mitad más uno de un siglo que para los cubanos se inició en 1959. Visto lo visto, el refrán de 2010 pudiera ser muerto el perro, se acabó la rabia.
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