Por Tania Quintero
"No hay función. El local está roto", me dijo un custodio a la puerta del teatro Guiñol, en 17 y M, Vedado, en los bajos del edificio Focsa, el edificio más alto de la capital y de la isla.
Miré el reloj y al ver que eran las 4 y 30 de la tarde, tomé a mi nieta de la mano y apresuradamente me dirigí a la calle L, a menos de cien metros del lugar y allí paré un taxi particular que por 10 pesos me dejó frente al teatro Mella. El día antes había comenzado el Festival del Humor Aquelarre.
En la misma medida que el período especial comenzó a arreciar, los cubanos descubrieron, en el humor hecho en los teatros, uno de los pocos espacios donde la guillotina de la censura es más condescendiente, a diferencia de los intentos humorísticos en la radio, televisión y publicaciones.
El Mella, en El Vedado, el Fausto, en la Habana Vieja y el América, en Centro Habana, son los principales escenarios de esta edición del festival Aquelarre. El programa que mi nieta y yo vimos contó con la participación de grupos y solistas de Pinar del Río, Ciudad de Habana y Holguín.
Salir del teatro y llegar a la Víbora fue una odisea que me costó 20 pesos. No habían transcurridos seis o siete minutos de haber llegado a mi casa cuando de pronto comienzan a golpear ruidosamente la puerta. Mi hija abre y recibe un empujón de Nancita, una muchacha que vive a dos cuadras. Venía llorando y gritando: "No lo dejen entrar".
Acudo corriendo, pensando que se trataba de un ladrón o un violador. Era Leonel, padre de su hijo de tres meses de nacido. Con gran esfuerzo mi hija y yo logramos empujar al violento hombre, sudoroso y con olor a ron. Pasamos el cerrojo. Desde afuera, gritaba que la dejáramos salir, que va a quedarse allí hasta que ella salga. Baja y se detiene ante el edificio. Aprovecho y cierro la puerta de entrada a la escalera.
Mientras, Nancita, sentada en una silla, llora desconsoladamente. Cuando logra calmarse nos dice que Leonel le dio muchos golpes, en una esquina poco iluminada de la Plaza Roja, como es llamada una explanada frente al antiguo Instituto de la Víbora.
-Me tiró en el piso y me pateó la espalda y el vientre. La gente pasaba y no hacía nada. Pero logré desprenderme y eché a correr. Por poco me mata un carro al cruzar la calzada.
¿ Por qué Leonel le dio esa paliza a la mujer "de su vida"?
-Por celos. Siempre ha estado muy celoso del padre de mi hija de 7 años. No es la primera vez que me golpea. Incluso me agredió 2 semanas antes de dar a luz.
Leonel no soporta llegar a casa de Nancita y ver al exmarido visitando a la pequeña. Leonel vive unas cuadras más arriba, con su esposa, que hace 3 semanas le parió un hijo. Nancita, la concubina, vive con su madre y cinco personas más en un pequeño apartamento de dos cuartos y una estrecha sala-comedor.
Nancy, la madre de la víctima, es primera vez que se entera de esas agresiones físicas. Por ello buscó a un policía y fueron a parar a la comisaría más cercana, la 10ma. Unidad, en la Avenida de Acosta. Leonel salió con una multa de 60 pesos y la advertencia, por escrito, de que no debe molestar más en ese domicilio.
Esa noche Nancy comunicó lo ocurrido a sus otros hijos -dos mujeres y dos hombres.
-Una mujer en Cuba puede estar desamparada ante la violencia de su marido, pero no va a ser el caso de mi hija. Ella tiene sus hermanos y yo tengo un machete afilado, dice con rabia la madre, una negra fornida que tiene sus santos a la vista de todos.
Ese sábado no sería la única tragedia. altercado. Estelvina, una vecina sesentona y asmática había muerto de repente y Richard, un bodeguero joven de la zona, se había ahorcado y nadie sabía los motivos. Aparentaba ser una persona tranquila y feliz, similar a las que acuden a reír en los festivales del humor.
(Publicado en Cubafreepress en diciembre de 1998).
No hay comentarios:
Publicar un comentario