Por Iván García
A ciertos dictadores les gusta el béisbol. En 1961, durante un mundial amateur del deporte de la bola y los strikes efectuado en Nicaragua, en un rapto de arrebato ante una derrota nica, el tirano Somoza puso a un hijo suyo a dirigir la novena. El tiro le salió por la culata. En el partido donde su hijo debutaba como manager, el equipo pinolero fue vapuleado sin compasión.
La historia se repite. A pesar de estar jubilado, el comandante único se aburre en la cama de un hospital. Y el II Clásico Mundial de Béisbol era el torneo perfecto para demostrar sus grandes conocimientos beisboleros.
Ya se sabe de las intrusiones en diferentes campos de Fidel Castro. Además de guerrillero y abogado con título, Castro ha dirigido las guerras de África desde una mansión en Nuevo Vedado, con maquetas del teatro de operaciones y soldaditos de plomo.
Ha estado al frente de la agricultura y la ganadería, intentando crear una nueva especie de ganado que dé más leche y carne. Por orientaciones suyas, se han sembrado variedades resistentes a plagas, y aparentemente más productivas, de café, frijoles o plátanos. Nunca dieron resultados.
Después de 50 años de revolución, la leche y la carne son un lujo, y escasean casi todos los productos agrícolas, vendidos a precio de oro en el mercado. Pero Castro es tozudo. Ante esos fracasos, cualquier otra persona, incluso siendo un dictador o un iluminado caudillo, sólo por sentido común hubiese permitido que el millón de universitarios en todas las ramas de la economía, de los que tanto se vanagloria, dirigieran los sectores técnicos y productivos del país.
Pero Castro no se puede contener. Supervisó la construcción de guarderías infantiles, presas, pedraplenes, y hasta las meriendas escolares. Invitó a todos los ciudadanos a tomar un preparado de chocolate con leche y yogurt de soya. Aseguró que las hamburguesas criollas Zas eran superiores a las McDonalds yanquis.
Ha sido "meteorólogo" y pronosticado la trayectoria de huracanes. Su principal virtud es inmiscuirse en todo y creerse un genio en cada materia. Y, por supuesto, en casi todo ha fracasado.
En esta ocasión, sin rubor alguno, dejó a un lado la escritura de sus memorias y se calzó los spikes, para dirigir la selección nacional desde la habitación de un hospital.
No es primera vez que incursiona como director. Hace varios años, a raíz de un tope amistoso con los Orioles de Baltimore, Castro planificó toda la preparación. Desde la alimentación de los jugadores hasta la utilización del pitcheo.
Ahora se frotaba las manos con la posibilidad de ver a la novena cubana coronarse campeón en pleno corazón del imperio. Desde ese blog personal sin derecho a réplicas ni comentarios que son “Las reflexiones del compañero Fidel”, varias veces ordenó lo que se debía hacer. Y fracasó.
Un equipo de cualquier deporte, no puede jugar con tanta presión. La novena cubana tiene exceso de personal dirigiendo en el banco. Desde Benito Camacho, director técnico, Lourdes Gourriel, scout, hasta Antonio Castro, hijo del comandante, y muy buena persona -según cuentan-, pero médico de profesión. Higinio Vélez, el supuesto director, es un mascarón de proa.
Detrás, moviendo los hilos desde la Habana, estaba Fidel Castro. Todos en la isla vieron las imágenes de Antonio Castro llamando con su móvil al padre para ver cuál era la estrategia a seguir .
Tras el par de derrotas ante Japón que nos apeó del Clásico, y que por vez primera, en cincuenta años, nuestro equipo no ocupa una de las tres primeras plazas en torneos de categoría, Castro mostró su verdadero rostro. Descargó el fracaso en otros y las cabezas rodarán en la federación cubana de béisbol.
En el deporte lo más difícil es ganar. Después de todo, el béisbol es un juego. Los cubanos sufrimos la derrota, pero el Clásico no era una guerra.
Ante tantas injerencias, intromisiones y presiones del veterano comandante, por supuesto hubo errores de dirección. En cada juego hubo una alineación diferente. Una máxima beisbolera reza que cuando se gana, no se debe cambiar de alineación. Dejamos en el banco a hombres como Yosvani Peraza, Alexander Malleta o Joan Carlos Pedroso, con fuerza suficiente, para cambiar la decoración de un partido.
Sólo porque fallaron en un juego o no se tenía confianza en ellos los descartaron. La desastrosa rotación del pitcheo es algo habitual en el béisbol de la isla. En los torneos del patio, excepto en tres o cuatro equipos, no hay especialización en el pitcheo. En las competencias foráneas, la responsabilidad en juegos importantes recae en dos o tres lanzadores. Siempre había sido así. Y casi siempre habíamos ganado.
Pero en el II Clásico lo principal fue que la selección no bateó frente a los japoneses. Sus pitchers colgaron 18 escones, y si no se hacen carreras, no se puede ganar un partido de béisbol.
El manager de verde olivo no quiere ver que el listón ahora está más alto. En el Clásico juega una parte de los mejores peloteros que hay en el planeta, quienes compiten en ligas donde la calidad es superior a nuestras series nacionales.
Para estar a la altura de las mejores novenas del mundo, la solución es fácil: permitir que peloteros cubanos sean contratados como profesionales en equipos de ligas mayores de Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, las tres más prestigiosas.
Jugarían entre 130 y 162 partidos por temporada con los más talentosos jugadores y, además, ganarían mucho dinero. Abrir la puerta de salida hacia el exterior, es algo que está en manos del comandante único, tan apasionado del béisbol.
Si no queremos que nuestra pelota siga cayendo en picada -ya no poseemos ningún título importante- sería saludable que alguien le sople este consejo al oído de Castro. De seguir con su discurso obsoleto contra el profesionalismo, y a favor del honor y la dignidad, sufriremos mucho para ganar ante rivales superiores.
La pelota está en el campo del comandante. Que el béisbol cubano no tenga un techo superior sólo tiene un culpable. Usted, Fidel Castro.
Caricatura: Pong
Muy bueno, muy bueno !!..y ese final, impecable !!
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