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lunes, 16 de febrero de 2009

A la sombra de un apagón


Por Ariel Tapia

El reloj marca las seis de la tarde, y con una puntualidad que irrita, el apagón cubre con sus sombras todo el espectro del barrio marginal. Esta vez no fue anunciado. Nos tomó por sorpresa en una hora en que la electricidad es bastante necesaria en los hogares. Cuando la interrupción es programada se sabe al menos a qué hora retornará, pero como fue sorpresiva, nadie sabe cuándo la luz volverá.

Peor aún son sus consecuencias. El calor que por a comienzos del verano se siente, es lo más torturante de esta suerte de tinieblas preconcebidas. La cocina Pike, con sus ardientes llamaradas, además de iluminar, ablanda unos trozos de yuca. El mechón, compañero inseparable de las apagadas noches cubanas, se ha convertido en sustituto de las velas, del quinqué y las lámparas portátiles de luz fría, a la venta en las diplotiendas para los afortunados que poseen los dólares que cuestan. Menudo aporte a la ecología el que hacen estos recipientes contaminantes del aire. El municipio entero se convierte en una gran hoguera de hollín. Es como si parte del pulmón de la ciudad fuera atacado por el cáncer.

Un grupo de vecinos de la barriada se aventura a comprar una botella de alcohol, no para olvidar las penas, sino para rememorarlas y contarlas junto al trago de misterio que por lo menos los mantiene entretenidos. Las mujeres en cambio se reunen todas alrededor de un portal para oir la novela brasileña en el único radio que tiene pilas en toda la cuadra. Agrupadas disciplinadamente, guardan un silencio casi sepulcral que se rompe a ratos con algun suceso importante que ocurre en el lejano capítulo. Es lo único que se hacer en esas largas horas de aburrimiento.

Mientras se espera, se conversa de los acontecimientos del día o los planes que para mañana o pasado cada uno tiene. Entonces, cuando la tranquilidad se hace más abrumadora, suenan un par de disparos de armas de fuego. No tarda en llegar la noticia traída por un curioso que rápidamente se movilizó a averiguar que tres cuadras más abajo la policía perseguía a un ladrón de bicicletas. El fluido eléctrico llega cuando la programación televisiva está a punto de concluir, con la emisión final del noticiero y una locutora leyendo una información sobre la rotura de dos plantas termoeléctricas.

El aire del ventilador termina por rendirme. Me acuesto, pero de pronto el sudor me desvela: se ha vuelto a ir la luz. Enciendo el mechón nuevamente y comienzo a escribir estas líneas.

(Publicado el 1de mayo de 1998 en Cubafreepress)

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