Por Iván García
Celebrar bodas es una tradición que va cuesta abajo en nuestro país. Si lo dudan pregúntenle a Celia, 23, enfermera. Ella prefiere que su media naranja, con la cual mantiene relaciones hace cinco años, viva en su casa y ella en la suya. "Imagínate, en mi hogar vivimos catorce personas y sólo hay cuatro cuartos. Además de promiscuidad hay discusiones familiares, broncas constantes. Cada quien cocina aparte. Si a esto se agrega el mal estado de la vivienda y la escasez de agua, estaría realmente loca si me diera por casarme y traer a mi esposo a vivir conmigo. ¿En su casa? Están peor", comenta.
A pesar de estar enamorada, Celia cree que el matrimonio legal es una quimera. Como ella piensan muchas parejas. La situación económica y el déficit habitacional ha provocado que la tradición de las fiestas de bodas caigan en picada. Solamente en la capital el 52 por ciento de las viviendas están en mal estado. Esta realidad es la culpable de que el 80 por ciento de las parejas tengan que convivir bajo un mismo techo con varias generaciones diferentes. Y si tienen hijos, el problema se agrava.
Por falta de espacio, las personas dividen a prisa y con mal gusto sus casas, utilizando cartón-tabla o cualquier otro tipo de material, para improvisar nuevas habitaciones. O construyen barbacoas, aprovechando las viviendas de puntal alto. Esos chapuceros pisos intermedios, resuelve las apremiantes necesidades de un espacio conyugal.
El fenómeno de la convivencia entre tantas personas en la misma casa, ha ocasionado el aumento de la violencia familiar, a veces con consecuencias trágicas. Solución: muchos se olvidan del matrimonio. Como la enfermera Celia. O el músico Roberto, 27: "Yo por mi lado y ella por el suyo".
La otra cara de la moneda es el alto costo de una boda. Según cálculos conservadores, no menos de 5 mil pesos (unos 250 dólares), cantidad equivalente al salario de dos años de un trabajador promedio. Las cifras dan la razón a estas disyuntivas. El año 1999 fue en el que menos parejas se casaron desde 1960. Un total de 97 mil 252 bodas para una proporción de 5,1 matrimonios por cada mil habitantes. En contraste, aumentó el número de parejas consensuales. Es decir, firmar un papel, pero no hacer ninguna celebración y cada cual a vivir por su lado.
Es la nueva moda. Y no porque la secular tradición haya perdido arraigo, sino por las duras condiciones padecidas por el cubano del tercer milenio. Aunque minoría, algunos en la Isla oyen hablar de crisis matrimonial por primera vez en su vida. Arnaldo y Sonia se casaron por todo lo alto. Los dos laboran en empresas capitalistas asentadas en La Habana. Viajan a menudo al extranjero y manejan dólares. Para su boda alquilaron salones lujosos en un hotel 5 estrellas. Buffet de primera y todo tipo de bebidas. La luna de miel en Varadero, a 132 kilómetros de la capital.
Mientras los enlaces conyugales entre compatriotas disminuyen, aumentan increíblemente los que anhelan casarse con un extranjero. No importa si es canadiense. malayo o español. En 1999 el Consulado de España en La Habana legalizó 5 mil matrimonios hispano-cubanos.
Pero son pocos los que se casan con limusina y a todo trapo. O aquéllos que logran ligar a un turista. La mayoría, como la enfermera Celia, cree que las bodas son un viejo cuento de hadas. Después de trabajar diez horas diarias y cargar cubos de agua en su atestado domicilio, se conforma con pasar dos horas más o menos felices, con su novio. Y olvidarse de los problemas cotidianos.
(Publicado el 1 de junio de 2001 en Encuentro en la Red)
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