Por Iván García
Corría el mes de junio de 1961, un año difícil. Dos meses antes se había gestado una agresión. El gobierno de Kennedy no veía con buenos ojos el "mal ejemplo" que Cuba daba al resto de los países del hemisferio. Había amenazas por doquier. Estados Unidos volvía a hacer uso de una política errada hacia el continente americano, y sus directrices estaban preñadas de tanta prepotencia como ignorancia supina. Pero ninguno de esos acontecimientos justificaba que la máxima dirigencia de la revolución se personara los días 16, 23 y 30 de junio en una reunión de intelectuales que se celebraba en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional.
La intervención principal fue una declaración de guerra a la creación artística y a la libertad de expresión. De un solo tajo fue cercenada la posibilidad de decir lo que se pensaba. Comenzó una etapa gris para nuestra cultura. El totalitarismo dejo ver su oreja estalinista. Algún día se tendrán que analizar las causas y efectos de ese machetazo a la opinión personal y la diversidad de criterios. El detonante había sido un cortometraje titulado PM, que mostraba imágenes de la vida nocturna en la capital. El pretexto sirvió para arremeter contra todo lo que oliera a desavenencia.
Cuentan que sólo el teatrista Virgilio Piñera tuvo el valor de pedir la palabra y por el pasillo avanzó hasta el micrófono, situado frente por frente a la mesa presidencial en la cual relucían pistolas de sus guerrilleros dueños. Con voz temblorosa Piñera dijo: "No sé, pero tengo mucho miedo". Hasta hoy, el temor del autor de Aire Frío penetró los huesos de los cubanos.
El final de la reunión marcó el inicio de una era de doble moral que aún pervive. El país vivió su periodo más negro. Poco después nos impusieron una parodia tropical de la revolución cultural maoísta. Entonces las filas revolucionarias se dividían en pro- soviéticos y pro-chinos, con más tendencia hacia los asiáticos tras la crisis provocada en 1962 por los misiles rusos.
En la década de los 60, todo era prohibido: Cartearse con un pariente "gusano" exiliado en Miami, usar un "jean", dejarse el pelo largo o escuchar a los Beatles. Se dice y no se cree. Simplemente lo vivimos y lo acatamos. El espectro de ese miedo del que hablara Piñera nos acechaba y la isla se convirtió en un desierto cultural por decreto supremo.
Décadas después de aquel tratado más fascista que maquiavélico, el gobierno cubano reafirma que su ideario político se mantiene incólume. A pesar del vertiginoso desarrollo que vive la humanidad donde las ideas corren tan de prisa como los adelantos tecnológicos, Cuba se vanagloria de su inmovilismo ideológico. Pero en ocasiones las circunstancias obligan a los gobernantes cubanos a ponerse un antifaz reversible, cambiante de acuerdo a la marea.
(Publicado el 1 de junio de 1998 en Cubafreepress)
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