Por Tania Quintero
En los primeros años de los barbudos, la gente iba al trabajo restregándose los ojos. De sueño, por la mala noche pasada frente al televisor o al lado de el radio. Fue uno de las "modas" de la época. Otra fue la de los cartelitos "Gracias, Fidel" en las puertas de las casas. Algunos eran calcomanías que se pegaban, otros, pequeños letreros metálicos que se clavaban.
Mi padre, José Manuel Quintero Suárez, falleció el 7 de octubre de 1966 y lo enterramos al día siguiente, en el Cementerio de Colón. Cayó tremendo aguacero y Blas Roca, bajo la lluvia, hizo la despedida de duelo. Si algo le agradezco a mi padre fue que, al ser hija única, me educó para que siempre pensara con mi propia cabeza y no me dejara arrastrar por ningún fanatismo.
Tenía una forma muy peculiar de ver la vida y la muerte. Gustaba decir: "No voy a los velorios de quienes no me han invitado a sus fiestas". También pensaba que guardar luto era una tradición tan hipócrita como ésa de hablar bien de los muertos, cuando algunos en vida habían sido malas personas. "La mujer del César no sólo tiene que serlo, sino también parecerlo" era uno de sus refranes preferidos. Siempre fustigó lo que él llamaba la política del cura: "Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago".
No recuerdo que hubiera venerado la figura de Stalin, un Dios para determinados sectores del comunismo cubano. Cuando la II Guerra Mundial, consideró que había salvado a la URSS, pero cuando años después se supo lo que en realidad hizo lo bajó del altar y no quiso saber más de Stalin.
Mi padre no creía en casi nada y decía que algún día habría que revisara la cifra de los 20 mil mártires que Fidel Castro y sus seguidores decían que habían muerto por la revolución. Al asalto del cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, le llamaba "putsch". Cuando la repercusión de la polémica entre chinos y rusos llegó a Cuba, ya mi padre no estaba en condiciones de tomar partido por los seguidores de Mao o de Kruschov.
De tal palo, tal astilla. Por ello siempre fui inconforme, indócil y alérgica a las cofradías políticas. Nunca fui militante de la UJC o del PCC ni participé en actos de repudio. Décadas después, agotada la verborrea castrista y fracasadas las metas, quedan los sueños. Propios, independientes, supervivientes de la pesadilla. (Fin)
(Publicado en Cubafreepress en enero de 1999)
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