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miércoles, 7 de enero de 2009

Sueños por cuenta propia (III)

Por Tania Quintero

Muy pronto la "revolución más verde que las palmas" resultó tan roja como un mamey. El 16 de abril de 1961 fue el día escogido. En la céntrica esquina de 12 y 23, ante miles de habaneros armados y vestidos de milicianos -pantalón verde olivo y camisa de mezclilla azul-, Fidel Castro puso las cartas al descubierto y declaró su filiación al comunismo.
En medio del frenesí revolucionario, el máximo líder revistió de humildad a la revolución comunista. Los pobres, los de abajo, marcharon al combate convencidos de que esa era su revolución, "la de los humildes, por los humildes y para los humildes".

Ese día, 16 de abril, ya se había puesto en marcha una invasión fraguada en Estados Unidos y que como punto de desembarco escogió una bahía estrecha y profunda, situada al sur de Matanzas y Cienfuegos y que mundialmente se hizo famosa: Bahía de Cochinos.


Cuando fue derrotada la invasión, cuya resistencia duró 72 horas, yo estaba en la Sierra Maestra, pasando el tercer y último curso convocado por el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) para formar maestros voluntarios dispuestos a abrir aulas rurales en llanos y montañas. Todo lo que por esos días pasó en la capital así como las movilizaciones y combates en el suroeste de la isla lo sé por referencias ulteriores.

En el campamento La Magdalena, lomerío a una hora de camino de Minas del Frío, zona montañosa cercana al Golfo de Guacanayabo, en el oriente de Cuba, apenas llegaban noticias de lo que pasaba en el resto del país. En ese momento no lo podía imaginar. Pero en aquel grupo de adolescentes y jóvenes de los dos sexos que nos fuimos a la Sierra Maestra -una especie de campismo revolucionario- estaba el germen de un experimento castrista: la combinación del estudio con el trabajo. Tan es así que en 1960, cuando se creó la Asociación de Jóvenes Rebeldes su lema fue Estudio, Trabajo y Fusil.

El ambiente serrano trataba de reproducir el modo de vida de los rebeldes: se dormía en hamacas, amarradas a los horcones que sostenían largos barracones abiertos, techados con guano. Allí la información no era una asignatura priorizada: no había luz ni radios de baterías. Por los campesinos del lugar y algún que otro periódico viejo nos enterábamos de la "actualidad". Pero nada de dramatismos extremos. Pese a su rusticidad, aquella aventura montañera tuvo su encanto: la oportunidad de convivir con la belleza de una selva que permanecía casi intacta y la proeza de ascender tres veces a la elevación mayor de Cuba: el Pico Real del Turquino, con 1, 974 metros de altura sobre el nivel del mar.


Cuando en junio de 1961 bajé con mi título de maestra voluntaria en la mochila, no sólo mi cuerpo había cambiado: de 100 libras que pesaba al llegar, regresé a mi casa con 130 libras. Había sido la primera vez que salía de La Habana, mi ciudad natal, y llegaba hasta Oriente, la indómita provincia, tan atrasada o más, que Pinar del Río. Con el agravante de que los orientales padecían las heridas causadas por dos años de lucha guerrillera, desde diciembre de 1956 hasta diciembre de 1958.

La ideología comunista que recién había adoptado la revolución, en el futuro no ejercería demasiada influencia en mí. Provenía de una familia que era roja por dentro y por fuera y el melón no era nuestra fruta preferida. (Continuará)

(Publicado en Cubafreepress en enero de 1999)

2 comentarios:

  1. Tania, me ha encantado tu blog y me siento muy feliz de saber de ti y que te encuentres activa y haciendo tan buenos comentarios, un abrazo.

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  2. Gracias, Pedro Pablo, me dio mucha alegría tu liberación y la de los otros tres amigos, salúdalos si los ves. Cada día reviso las noticias a ver si han excarcelado a alguien. En marzo muchos van a cumplir seis años. Qué bueno que El País te publicó El otro Guantánamo, porque se le da mucha publicad a la cárcel de los terroristas, pero se olvida las otras, donde hay más de 200 presos políticos. Siempre te recuerdo con Carmelo, en casa de Raúl. Un fuerte abrazo, Tania

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