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sábado, 19 de abril de 2008

Magia negra

Por Rául Rivero.


Cuando Elías Canetti lo sabía todo y la muerte le dejaba recados en lengua búlgara en el fondo de las tazas de té y detrás de los nudos de las corbatas, escribió esta oración: «Todo se nos puede perdonar, menos no atrevernos a ser felices».
El lo comprendió. Le dio vueltas en la cabeza. Lo pensaría durante horas y, después, lo dejó escrito en una hoja blanca para que quienes lo leyeran algún día vieran una traducción clara de ideas, intuiciones y sospechas que los habían acorralado muchas veces en otros momentos de la vida.

Porque parece que es así. Los hombres, aún en momentos trágicos, complejos y duros, encuentran recursos y salidas para que mañana sea otro día y el amanecer los sorprenda con valor de levantarse a trabajar por unos minutos de felicidad para él, los amigos y la familia.

Eso sí, nadie puede erigirse como interprete del concepto de la felicidad ajena. Cada uno debe hacer una lectura privada de su GPS rumbo al paraíso y no evaluar la escala de la alegría del prójimo. Y eso es lo que pasa ahora, todos los días, desde que el régimen cubano comenzó a poner en practica una serie de medidas económicas.

La disposición de que los ciudadanos de ese país puedan comprar unos cuantos chirimbolos ha desatado ataques de euforia de algunos propios y de muchos extraños. Los interesados cantautores de la apertura celebran dos meses (60 días) en los que unas personas, que reciben como salario promedio alrededor de 15 euros, puedan tratar de adquirir lo que antes eran consideradas prótesis del capitalismo y que aparecen ahora en las vidrieras a precios inalcanzables.

En las cuerdas de esas guitarras hay música para el amago de condescendencia y ni un acorde para medio siglo de cierre y prohibiciones. Cantan la limosna anunciada. Lo que se dice que podrán tener y ocultan todo lo no que tuvieron.

Hay, en todos esos conciertos, otros ocultamientos más comprometidos, discriminatorios y humillantes. Ni en esos cantos, ni en las postales del turismo, ni en las alusiones triviales y folcloristas al realismo mágico del Caribe -incluida la bondad y el humor de aquellos very tipicals habitantes-, pueden verse las sombras de los miles de activistas democráticos que, desde hace dos décadas, trabajan pacíficamente por los derechos humanos.

La devoción por los aparatos y la disposición de permitir que los nativos alquilen por una noche una habitación de hotel por lo que ganan en seis meses de trabajo, no permite tampoco una referencia a mas de 200 presos políticos que viven sin pan donde comienzan a vender tostadoras.

Ellos y los representantes de la oposición interna no pueden salir en las fotografías porque afean el ornato y molestan a los orfebres de los afeites.
A lo mejor no han leído esa oración de Canetti, pero se atrevieron a ser felices. A tener la inmensa felicidad de ser libres.

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