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martes, 5 de junio de 2007

DOS DESTINOS: TANIA QUINTERO E IBRAHIM FERRER
Ruedi Leuthold

Era la víspera del retorno triunfal a los escenarios cubanos del cantante Ibrahím Ferrer, ocurrió un día antes de que una vida volviera a su cauce. El sol poniente vertía un río de lava ardiente sobre los tejados de La Habana. En la azotea del hotel Lido, en la calle Consulado, algunos hombres veían un partido de béisbol. Un turista americano pidió una botella de ron para sus dos jóvenes amigas. En una casa vecina una mujer negra recogía de la cuerda ropa interior, gris y agujereada.

-Ya sabes -dijo aquel hombre alto y flaco sin apartar la mirada de su lata de cerveza-, si mencionas mi nombre, estoy perdido.


Asentí.

-Si lo haces ya puedo olvidarme de mi empleo. Estaría acabado -sonrió dolorosamente-. ¿Qué quieres saber?


Nos habíamos encontrado como por casualidad aquella mañana en el pase de prensa de la película de Wim Wenders sobre el Buena Vista Social Club, un documental acerca de la orquesta de los viejos músicos en torno a Omara Portuondo, Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y el pianista Rubén González, una orquesta que celebra un renacimiento clamoroso en todo el mundo con sus canciones cubanas clásicas. La película es una vistosa orgía de imágenes, un único largo viaje con la cámara hacia los anhelos de nuestra juventud, una oda que rompe el corazón dedicada a una ciudad tras cuyos muros derruidos parecen seguir viviendo antiguos misterios del amor y de la amistad. Más de cincuenta periodistas extranjeros, invitados por la compañía discográfica inglesa World Circuit Productions y más del doble de cubanos, se habían puesto en pie entusiasmados; los ancianos músicos habían vertido lágrimas de emoción.


Allí, en el cine Charlie Chaplin, había trabado conversación con aquel hombre alto y flaco, de edad indefinida, una enciclopedia viviente de la rica tradición musical cubana -me habían dicho- del mambo al son cubano, precursor de la salsa, pasando por el cha-cha-chá, sin olvidar los boleros, que parten el alma y las canciones de la Nueva Trova Cubana, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Los isleños conocen la voz del flaco de la radio, a mí me lo había recomendado un amigo.


-¿Quieres hablar conmigo? -me había dicho, desconfiado y con ironía mordaz-. Sabes que en Cuba nada está tan desarrollado como el arte de hablar mucho y no decir nada.


Yo me había reído y murmurado algo acerca de nuestro conocido común.


-De acuerdo -dijo él-. Sea por una amistad.


Habíamos llegado al hotel por caminos diferentes, atravesando una ciudad en estado de sitio. En los últimos meses el gobierno cubano había contratado 12,000 nuevos policías, en cada esquina había dos de ellos para impedir a los isleños saltar al cuello a los turistas o echarse en sus brazos. Después de un discurso incendiario de Fidel Castro se había incrementado considerablemente la pena por prostitución y a los taxistas privados y a aquellos que alquilaban viviendas sin disponer de una costosa licencia estatal, de repente les había quedado prohibido hacer negocios con los turistas. Pero también la apertura política que se había insinuado después de la visita del Papa, fue estrangulada con más rapidez que una de aquellas palomas blancas que son inmoladas en grandes cantidades por los seguidores de la santería a misteriosos dioses africanos para pedir dinero o suerte en el amor. El 15 de marzo de 1999 un juzgado había hecho pública la sentencia contra cuatro disidentes políticos: entre tres años y medio y cinco años de cárcel. El mismo día entró en vigor la ley No. 88, dirigida contra los periodistas independientes bajo el nombre de "protección de la independencia y de la economía nacional". En ella se define la colaboración con medios de comunicación extranjeros como "colaboracionismo" y "propaganda enemiga" y se castiga con una pena máxima de 20 años de cárcel: el flaco, colaborador de una radio estatal y crítico del régimen sólo en voz baja, se arriesgaba bastante, aquí sentado, en la azotea del Lido. Se apretaba en su silla oxidada y bebía su cerveza sin levantar la cabeza.


-El cantante Ibrahim Ferrer, también denominado el Nat King Cole de Cuba.


-Una clásica voz de hombre, que llega directa al corazón. Si le ves en la calle es un cualquiera. En el escenario es un gigante.


-¿Cómo es que Ibrahim Ferrer llena cualquier sala de conciertos por grande que sea en Europa y los Estados Unidos y aquí, en su propia tierra, no le conoce nadie?


-Cuba ha olvidado a todos los viejos músicos que tocaban en los bailes antes de la Revolución. Es cierto que sobrevivieron algunas orquestas, los músicos tenían su sueldo, a veces incluso les dejaban hacer un viaje por el extranjero. Pero sólo había una única productora estatal. Y ésta decidía exclusivamente según razones políticas, qué música y qué grupos se grababan en discos y casetes. Pero los representantes de la música folclórica clásica cubana no estaban entre los elegidos.


El flaco bebía su cerveza a pequeños tragos. Dos hombres se habían levantado de las sillas colocadas delante del televisor. Uno se apoyó en la balaustrada de la terraza detrás de nuestra mesa y se puso a observar el cielo del anochecer, el otro se sentó en una mesa vecina y pidió pollo asado. el flaco empezó a tararear una cancioncilla, una canción que hacía poco había dado la vuelta al mundo con el Buena Vista Social Club, transportada por la cálida voz de Compay Segundo, de Nueva York a Miami, de Buenos Aires a París, de Amsterdam a Berlín: "de Alto Cedro voy para Marcané, llego a Cueto voy para Mayarí".


-Esta canción fue grabada en los estudios estatales en torno a 1989. Pero nunca se editó.


-¿Y sabes qué hizo Ibrahim Ferrer después de dejar el canto? Vendía maní y limpiaba los zapatos a los vecinos. Por medio dólar el par.


"El cariño que te tengo, no te lo puedo negar; se me sale la babita, yo no lo puedo evitar".


Volvió a tararear la cancioncilla, después, sin levantar la vista, dijo "soplones".


-¿Dónde?


-El hombre en la balaustrada. El otro, el que está comiéndose el pollo.


Callamos, luego el flaco continuó en voz baja.


-El guitarrista americano Ry Cooder, que trajo a los viejos músicos al estudio, y su discográfica inglesa escarbaron en la mina de los recuerdos nostálgicos y se llevaron un tesoro precioso. sólo que -añadió después de dudar un poco- en Cuba lo que anhelamos no son las cadencias dulzonas de los años 50, sino otra cosa.


-Habla más alto, no te entiendo.


Siguió murmurando para su vaso.


-Estas viejas canciones se escribían y cantaban en los bares a los que podía entrar todo el mundo. El concierto que darán mañana Ibrahim Ferrer y el Buena Vista Social Club sólo será para un pequeño grupo de personas selectas.


-¿Qué quieres decir con eso?


Por fin levantó la vista y me miró a la cara. Sólo ahora advertí que llevaba unas gafas viejísimas con cristales fuertemente pulidos. Detrás, sus ojos parecían grandes, pálidos y asustados. Seguía hablando en voz baja y lentamente, acentuando cada sílaba.


-Hoy todos los periodistas cubanos que se dedican a la cultura vieron la película de ese alemán. Todos estuvieron allí menos una. Antes, ella estaba siempre. Hoy faltaba. Su nombre es Tania Quintero.


-¿Quién es Tania Quintero?


-Es la voz de la Cuba de hoy.


Escribió rápidamente un número de teléfono en un pedazo de papel, después se levantó y se alejó sigilosamente con la cabeza gacha y sin mirar ni a derecha ni a izquierda.


El hombre de la balaustrada volvió a sentarse en su silla frente al televisor.


---


El día en que su vida volvió a su cauce, Ibrahim Ferrer se levantó hacia las ocho, desayunó poco, el estómago ya no aguantaba mucho. Su mujer le había contado las píldoras, algo para los nervios. Los días anteriores habían sido agotadores, incluso de Taiwan había llegado una reportera, todo organizado por la compañía discográfica, en mayo saldrá su álbum en solitario, Ibrahim con amigos, y hoy esperaban un francés y un americano. E Ibrahim contaba -de buen humor como siempre aunque ya le estaban hartando- por enésima vez su vida, cómo había crecido junto a su madre y cómo ya con 12 años había tenido su primer empleo y después, cuando no cantaba, había sido sirviente, ayudante de albañil, cantero, cargador de sacos, pintor y carpintero. En 1957 Ferrer llegó a La Habana desde Santiago de Cuba, trabajó en la construcción del hotel Habana Libre, después de la Revolución empezó a actuar con Pacho Alonso, segunda voz, era el pequeño coro de Pacho, y en la crisis de octubre de 1962, estaban de gira en la Unión Soviética y enseguida les alistaron en el Ejército Rojo, menos mal que la sangre no llegó al río. Y así sigue hasta cuando se le derrumbó la casa en el centro viejo y ruinoso de la ciudad y él y su familia tuvieron que buscar otra vivienda, en la que tampoco había sitio, pero ahora todo es diferente, miren a su alrededor, los sillones, el televisor, el equipo estereofónico de Sony, todo nuevo y me gusta decirlo y lo repito lo que haga falta: para mí el mundo ha nacido de nuevo. Ahora quiero empezar a vivir. y le pido a Él, al de allí arriba, sí, a ése me refiero, le pido todos los días, "déjame disfrutarlo un poquito más". Al decir esto, Ibrahim se reía y las arrugas y arruguitas bailaban en su rostro negro, de manera que todo el que le escuchaba levantaba a su vez, suplicante, las manos al cielo y rogaba "por favor, déjale permanecer un poco más entre nosotros". Y si entonces alguien hacía una pregunta política, sobre Fidel Castro, el socialismo o el embargo americano, entonces Ibrahim tosía y decía "¿Qué? ¿Qué ha dicho?" y llamaba a su sobrino, y el sobrino venía, se reía y suspiraba "ay, el viejo, ya no las tiene todas consigo, con sus 72 añitos, ni siquiera oye bien", con lo que aquello también quedaba resuelto. Pero ahora, por supuesto,
(en español en el original), la historia, cómo Juan de Marcos, llegó y dijo "está aquí ese americano, Ry Cooder", yo no tenía ni idea de quién era "quiere grabar un poquito con algunos músicos viejos, porque unos africanos del África oriental que tenían que haber venido a La Habana se han quedado colgados en París y ya estaba alquilado el estudio", yo digo, "no, no quiero, ya hace mucho que estoy fuera", y él me dice "pero hay cincuenta "fulas", ya sabes, cincuenta de los grandes, quiero decir cincuenta dólares" ¿y yo?, yo presto atención, "¿por qué no lo has dicho antes?, ¡vamos!" Chico, eso era mi pensión de medio año. Así que voy al estudio, tarareo alguna cosita, también está allí Rubén, el pianista y Compay Segundo y Omara Portuondo. Lo que cantamos gusta, y al parecer gente desconocida en continentes lejanos compra la música como loca, y unos meses después llega uno y dice, "oye, necesito tu firma porque vamos a procurarte un pasaporte" y desde entonces ya habré viajado a 57 países con la orquesta, he cantado en el -¿cómo se llamaba aquello?- ve y llama a mi mujer, sí, el Carnegie-Hall en Nueva York y el Olympia de París y ahora dí tu mismo ¿no es un cuento de hadas?



Ese mismo día, 26 de marzo de 1999, después de haber escuchado las más importantes emisoras de onda corta, desde la BBC a la Deutsche Welle, Tania Quintero, de 57 años, se dispuso a preparar un café. Se dio cuenta de que las cuatro onzas, unos cien gramos, de café mezclado con chícharos que recibe cada mes con la cartilla de racionamiento, se habían gastado. Por medio dólar quizá consiguiera un saquito de cuatro onzas en el mercado negro. Durante un breve instante soñó con el excelente café Cubita, que se vendía en las tiendas de divisas a 6.10 dólares la libra (410 gr.). Pero el poco dinero que tenía lo necesitaría pronto para comprar algo de arroz en el mercado negro. Así que renunció al café y a cambio hizo algunas llamadas telefónicas, luego se sentó frente a la máquina de escribir -Olivetti, Lettera 25- y escribió un informe sobre la bebida preferida de los cubanos: el café. Podía permitírselo porque el día anterior habían repartido los huevos, seis huevos al mes por persona, además había seis latas de pescado en la casa, importadas de Chile, de manera que no tenía que preocuparse por el almuerzo para su madre, de 84 años, para sus dos hijos de 33 y 34 y para la nieta de cinco.

Por tanto escribió que Cuba ocupa el lugar 36 entre los países exportadores de café, esbozó brevemente la historia de su cultivo, apuntó la emigración a la ciudad de 10,000 familias de los montes de la Sierra Maestra como causa principal del retroceso de la producción doméstica de este producto y todas estas informaciones acompañaban y variaban el verdadero tema del artículo: los miles de obstáculos que tiene que superar el ama de casa cubana para conseguir su tacita diaria de café. Ya cuando trabajaba para los medios estatales -"Verde Olivo", la revista de las fuerzas armadas, "Bohemia"- y también cuando tenía su propio programa en la televisión, "Puntos de Vista", donde gente de la calle y expertos opinaban sobre problemas de la vida cotidiana -celos, convivencia, servicio militar- desde siempre Tania Quintero había estado convencida de que las mujeres, madres y trabajadoras en la mayoría de los casos, eran las grandes heroínas de la revolución cubana. Y éste seguro que era ya su milésimo artículo, en el que describía las penas y alegrías cotidianas de las mujeres bajo el régimen de Fidel Castro. Cada uno de ellos estaba animado por el aliento de la verdad, aunque sólo fuera por razones de autoprotección. Porque por la difusión de noticias falsas existe en Cuba una pena de tres años de cárcel. Y por eso, quizá porque todo lo que relata corresponde a una realidad vivida y experimentada, hacía unos días habían aparecido extraños delante de su casa que habían gritado "novia del imperialismo, traidora a la patria, mercenaria del capitalismo, lárgate, no queremos verte más". Y quizá por eso el 1 de marzo había sido encarcelada durante 29 horas por los servicios de Seguridad del Estado. y quizá por eso ahora que la nueva ley había entrado en vigor, la amenazaban con hasta veinte años de cárcel si seguía publicando sus artículos en el extranjero.

Al mediodía, por tanto, hubo para comer huevos con patatas, condimentados con soya y algo de ajo que le había regalado una amiga. El orégano hacía bastante tiempo que había desaparecido de La Habana, no se podía comprar ni por pesos ni por dólares y también había desaparecido del mercado negro -pronto sería tema de otro artículo. A las dos llamaron desde Miami, empezó a leerles su artículo: "El café es para los cubanos lo que el té para los ingleses. Sólo que para los cubanos esta bebida pertenece a los productos racionados: cada uno recibe cada quince días dos onzas de café (alargado con guisantes)..."

Ocurrió en el año 1991 -en Berlín hacía tiempo que había caído el muro- cuando detuvieron a su hijo Iván porque había protestado en la calle pidiendo una apertura política de Cuba. Tania, que conocía a las más altas autoridades del estado, consiguió sacar a su retoño de la cárcel. A partir de ese momento cada vez le dieron menos trabajo. Seguía recibiendo su salario, pero perdió su programa en la televisión. En 1996 se afilió a Cubapress, una agencia de prensa que tiene como objetivo hacer periodismo al margen del control estatal. Desde entonces tratan a Tania Quintero como a una enemiga nacional.

El informe sobre el café fue grabado en cinta en Miami por un amigo exiliado, pasado a máquina y metido en Internet (www.cubafreepress.org). Hasta ahora Tania solo ha podido copiar y leer sus historias una vez, en el ordenador de la embajada checa. A veces emite sus textos Radio Martí, la emisora oficial americana de infiltración; entonces se reciben en toda la isla. Por razones de su extraña legislación, los americanos no pueden pagar honorarios con destino a Cuba. Tania tampoco querría ese dinero; no como revolucionaria, pues sigue considerándose como tal. Periódicos privados que reproducen de vez en cuando sus artículos especialmente en Estados Unidos, le pagan entre 50 y 100 dólares al mes; con eso se mantienen ella y su familia.



Ven para acá, chico. ¿Has traído la botella? Te lo he dicho: antes del concierto necesito un ron, si no, no puedo cantar, está claro. Me pongo esa bata roja, no la blanca. Las mujeres siguen discutiendo, roja o blanca, pero yo tomo la roja. Y la camisa que me cosió mi suegra. Los zapatos que me traje de España. Y ahora, ven aquí, chico, y mírame. Tranquilamente, de arriba abajo. ¿Qué ves? Dime lo que ves. Ves a un hombre que ha triunfado. Eso es lo que ves. ¿Y quíén es ese hombre que ha triunfado? Te lo voy a decir. Es el mismo hombre al que le decían aquí en Cuba que no sabía cantar un bolero de mierda. Ven, mi niño, ahora te voy a contar cómo fue exactamente.

Sabes, no puedo dar entrevistas. No sé cómo se hace. Soy simplemente como soy. No soy de ésos que se ponen delante del espejo y ensayan muecas grandilocuentes. El secreto está en la música. Sencillamente salgo al escenario y canto. Ése es el único secreto que conozco. Si hubiera otro más, no quiero ni saberlo. Si no, pierde su poder y eso no lo queremos ¿verdad?

Mi problema es que soy demasiado bueno. Y se aprovechan de mí. Así ocurrió con el director de nuestra orquesta. Los Bocucos. Sencillamente me tenía envidia ¿comprendes? Yo era el que cantaba y la gente se creía que era mi grupo. Como venganza mi nombre no aparecía en ningún cartel ni en la portada de ningún disco. Pero agárrate, ¿sabes lo que hace ahora ese director? Ha sacado un compacto al mercado: Ibrahim Ferrer y los Bocucos. Con grabaciones que hemos hecho hace veinte años. El mismo hombre que me dijo que no sabía cantar un bolero, gana ahora dinero con mi nombre.

Si no hubiera estado mi hijo pequeño, te digo que ahora no estaría yo aquí. Porque hubiera matado a ese hombre. Sólo mi hijo me lo impidió. Porque ¿sabes lo que pasó? Yo tenía un amigo que era un Don Juan, se largaba con el palo de una escoba con tal de tener una mujer. Había abandonado a su buena esposa para huir con una zorra estúpida. Le leí la cartilla "óigame, compay, no deje el camino recto por coger la vereda" y más tarde se me ocurrió una bonita melodía para esa frasecita, y llego al ensayo y digo "vengan acá, muchachos, vamos a oír cómo suena" y mi director escucha un poco y dice "anda, cállate, Ibrahim, es una miserable canción de mierda".

Entonces presenté mi dimisión. Más tarde me fui a la administración, porque había compuesto otras canciones y quería saber qué había conseguido reunir de derechos de autor, después de todo llevaba doce años sin aparecer por ahí. Chico, ahora haz tus cálculos y dime lo que era después de doce años, di una cifra cualquiera, bueno, te lo voy a decir. Eran dos pesos. Le dije a la secretaria "quédatelos y cómprate un cigarrillo". Y eso que ya entonces había ganado sin saberlo miles de pesos en Europa porque en todas las emisoras se tocaba mi canción "no dejes el camino por coger la vereda". Ven, mi niño, y hoy, cuatro años después de mi última actuación, el hombre que no sabía cantar un bolero, ese hombre está de nuevo en el escenario y canta su propia canción de mierda y eso es algo, entiendes, que nunca, nunca me podrá quitar nadie.

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Soy una periodista, nada más. No soy una periodista disidente, tampoco una periodista independiente, sólo una periodista. No tengo un estilo ni un nombre pero tengo mi honor profesional; pueden quitármelo todo pero eso no. Estoy dentro de la realidad y comprometida con la verdad; así era cuando trabajaba para la prensa estatal y es así ahora. Antes quizá era más polémica, ahora en cambio soy más exacta, también más personal. Claro, con treinta me importaban el reconocimiento y el prestigio; ahora que la vida camina hacia la muerte puedo renunciar a eso. Me excluyen y marginan. Lo que me duele es el hecho de que ya no me inviten a los conciertos, que ya no pueda visitar el festival de cine. Conocía a todos los cineastas, a todos los músicos. También a Ibrahim Ferrer, también a Compay Segundo, Rubén González, los que fueron sacados del museo y ahora tienen grandes éxitos. No, no los envidio. Sólo me gustaría que fuéramos tan libres que nosotros, las cubanas y los cubanos, también pudiéramos escuchar esa música si quisiéramos.

¿Ese coche que espera allí abajo, delante de mi casa, es suyo? Sí, claro que me espían. El vecindario está lleno de soplones. A mis amigas las visito después del anochecer para no ponerlas en peligro. Protejo a mis fuentes cambiando sus nombres, su sexo y su profesión. Pero la información más importante la saco de los medios oficiales. Hay que saber leerlos entre líneas. Como puedo comparar con emisoras extranjeras, me doy cuenta en qué dirección quiere el partido "orientar" a la población y saco mis conclusiones.

La acusación más absurda y más dolorosa de los servicios estatales de seguridad es que vendo mi país por avaricia. Si quieren, me pueden echar por eso hasta veinte años de cárcel. Probablemente serían entre tres y ocho, si es que el gobierno realmente quiere aplicar la nueva ley. Pero yo no abandono el país. Prefiero ir a la cárcel. En Cuba hay demasiada gente que se deja intimidar. Yo no quiero unirme al sindicato del miedo.

Mi último perfume lo recibí hace ocho años, junto con tres pares de pantalones, hasta hoy, los únicos que tengo. Además, tengo cinco blusas, cuatro vestidos, de los que dos son sin mangas, para el verano, y tres pares de zapatos. Las zapatillas de tenis me están grandísimas, con ellas parezco un payaso, pero las necesito para cuando llueve. Como bolsa de la compra utilizo la funda de mi máquina de escribir. En la próxima visita del servicio de seguridad supongo que me quitarán la máquina de escribir y la radio. La última vez que estuvieron aquí, no pude mostrarles el certificado de compra.

Si tuviera la posibilidad, me gustaría hacerle una entrevista a Nelson Mandela. Admiro a ese hombre. Pero también me gustaría entrevistar a Margaret Thatcher y a Hillary Clinton. Me gustan las mujeres fuertes. Y naturalmente también me gustaría hablar con Fidel Castro y preguntarle "por qué, Fidel Castro, no se da usted cuenta de que el mundo ha cambiado y que la manera de hacer política también debe cambiar".

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Y entonces Ibrahim Ferrer cantó en la sala del cine Charlie Chaplin en La Habana ante un grupo entusiasmado de invitados seleccionados; su voz era fuerte y dulce como una tacita de café cubano, del de la tienda de dólares. Cantó su bolero cubano, triste y misterioso, compás de 2/4, más antiguo que cualquier revolución, la gente se puso en pie y el flaco alto no fue el único que se secó una lágrima, mientras que Tania Quintero estaba sentada en su casa resolviendo el concurso de la edición española del prospecto sobre Alemania, que se puede conseguir en la embajada: "¿Cuándo se firmó el Tratado de Roma: 1954, 55 o 57? Gane un viaje a Bruselas, Berlín o Bonn".

Ruedi Leuthold es un periodista suizo. Publicado en el #14 de Encuentro, Madrid, otoño 1999. Traducción del alemán por Julia García Lenberg).

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