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domingo, 10 de junio de 2007

BAILE PELIGROSO

Por Iván García

La Habana de noche definitivamente es peligrosa. Por ello habaneros como Armando Pino, 66, con nostalgia recuerdan la época bohemia, allá por la década de los 50, cuando los noctámbulos y amantes de la vida disipada asistían a bares como el del restaurante Monseñor, donde Bola de Nieve tocaba el piano y cantaba.

Antes de 1959 en la capital cubana había la tradición de asistir los fines de semana a los Jardines de La Tropical u otros salones, a bailar con orquestas como las de Enrique Jorrín, Arcaño y sus Maravillas o la Banda Gigante de Benny Moré, el bárbaro del ritmo.

Entonces se podía bailar en un ladrillito, con aquellos danzones suaves interpretados por las mejores agrupaciones en distintos casinos y clubes de la ciudad. Para Armando esos momentos pasaron a la historia. Sólo son recuerdos.

Las opciones nocturnas en La Habana se circunscriben a tener dólares para pasar momentos con cierto confort o tener valor y asistir a un bailable público donde las fiestas suelen tener finales de película, con reyertas, tiros, detenciones y decenas de policías prestos a “neutralizar” a los alborotadores.

Desde hace tiempo la diversión en Cuba se ha tornado cara. Frente al malecón habanero, en el Palacio de la Salsa del hotel Riviera, la entrada cuesta 15 dólares (300 pesos). Pero si por casualidad esa noche toca alguna orquesta que está en su apogeo, como Paulito FG o la Charanga Habanera, los precios se disparan hasta los 25 dólares (500 pesos). Nada más para bailar con la orquesta de moda.

Por las nubes

En un país donde el salario promedio es de 200 pesos al mes hay que tener una sólida entrada en divisas para escuchar la timba cubana, como ahora le dicen a la música popular criolla. Si en el Palacio de la Salsa te decides a comer o beber, la estancia puede salirte en 100 dólares: 2 mil pesos, el salario de diez meses de un empleado. Es el valor dictado por la circunstancia.

Los grupos cubanos de música y su fiebre por los “verdes” cada vez encarecen más sus actuaciones. Es una rareza –por no decir un lujo- que un cubano pueda asistir a presentaciones en vivo de ídolos como Los Van Van o Isaac Delgado. Pero lo peor es que a la salida de cualquier discoteca una de las tantas pandillas violentas que pululan por la ciudad pueden descargar sobre ti sus “curdas” (borracheras), te quiten el dinero que te haya quedado y despojen de algún objeto de valor, sea un reloj Seiko, una camisa italiana Fariani o un calzado deportivo Nike.

Así que no es extraño que a la salida de una discoteca, algunos lleguen a su casa o a la estación de policía a hacer la denuncia, en calzoncillos, si éstos no son de marca.

Pero realmente es minoritario el por ciento de la población que puede ir a “vacilar” en lugares donde se disfruta con moneda dura. A divertirse en la calle, en los bailes populares, solamente van los más audaces, a no ser que éstos sean amenizados por orquestas de primera. Entonces hacia allí se desplazan cientos, miles, procedentes de todas las barriadas. Apiñados tras una cerca consumen un brebaje de unos tanques-termos vendido bajo el rótulo de “cerveza a granel”. Invariablemente permanecen bajo la atenta mirada de la Brigada Especial, la cual al menor disturbio propina sus ya conocidas golpizas.

Entre la población se rumorea que estos bailables son redadas policiales para detener a los delincuentes que en masa suelen ir a “tirar un pasillo” (bailar). Los bucólicos Jardines de La Tropical o de La Polar, rodeados de una exhuberante vegetación, donde los domingos acudían familias enteras de romería, ya no existen. En uno de aquellos Jardines, Armando Pino conoció a su esposa, al compás la Banda Gigante de Benny Moré.

O no, existen, pero ahora rodeados de peligrosidad. El mismo peligro que significa ir a bailar en plazas públicas. Lejos de encontrar el amor, la persona puede terminar involucrada en un riña tumultuaria.

La Habana, es cierto, no es tan violenta como Medellín o Río de Janeiro, pero va en ese camino.

(Publicado en http://www.cubafreepress.org/ el 31 de diciembre de 1998)

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