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lunes, 13 de febrero de 2023

PM: El principio del fin


Tarde en la tarde del miércoles 10 de mayo de 1961, llegué a la redacción del periódico Revolución con la intención de escribir mi crítica de cine. Camino de mi escritorio, Guillermo Cabrera Infante me salió al paso y me dijo: “Ven, vamos a ver PM”.

—¿Y qué cosa es PM?

—Es la película de Orlando y Sabá.

—Es que todavía no he escrito mi crítica, le dije.

—Ya la escribirás más tarde, me respondió. Es sólo un corto.

Guillermo agarró su chaqueta y salimos del salón en el que se encontraban la redacción de Lunes de Revolución y de la página de Espectáculos del periódico, con su colección de fotos cubriendo toda una pared. Nos dirigimos a los ascensores.

Sabía que Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante trabajaban en una película sobre la noche habanera. Sabía también que el corto era producido por el programa Lunes en Televisión con la intención de mostrarlo en su emisión semanal, como antes habíamos hecho con El Congo 1960, un montaje de materiales de archivo editados por mí sobre un texto de Pablo Armando Fernández. Pero no sabía que el trabajo de Orlando y Sabá estuviese terminado. Y mucho menos que tuviese título: PM.

Ya en la calle, montamos en el Nash Metropolitan. Era una agradable tarde de mayo sin aguacero y Guillermo bajó la capota. Tomamos por la calzada de Ayestarán hasta la avenida 26, donde doblamos a la derecha. El cine Acapulco pasó raudo a nuestro lado y ya en la esquina de la calle 23 esperamos a que el semáforo cambiase para doblar a la izquierda, en dirección al puente Almendares.

Cruzamos la intersección de la calle 25, donde miré de reojo el anodino edificio del ya desaparecido BRAC, Buró de Represión de Actividades Comunistas. Enseguida llegamos al puente que conecta el Vedado con el reparto Kohly. Del otro lado del río y entre los árboles, un enorme letrero anunciaba: “Marianao, ciudad que progresa”. Cruzamos el río con las ruedas del Metropolitan sonando diferentes sobre el asfalto del puente.

Pasamos por sobre el parque Almendares y manteniendo su izquierda, siempre izquierda, Guillermo detuvo el automóvil antes de llegar a la bifurcación de las calles 47 y la 41. No había señal de parada ni instrucciones para doblar hacia el río, y la maniobra era evidentemente riesgosa con el caudal de automóviles que se nos venía encima. Un pequeño error de cálculo y hubiésemos terminado con “La guillermita” de sombrero. Pero se hizo un claro en el tráfico y Guillermo dio un golpe rápido de timón, haciendo penetrar el autito por una calle angosta.

La vía fue girando a la derecha hasta llegar a una imponente casa de dos plantas que aparecía de repente en pleno Bosque de La Habana, al borde mismo del río. Al fondo, había un área de parqueos y Guillermo condujo hasta allí. Dos siluetas surgieron de un automóvil ya aparcado y enseguida reconocimos a Orlando y a Sabá que se nos acercaban impacientes. “Todo está listo”, dijo Orlando. Sabá, mucho más tímido, se mantuvo en silencio. Por la puerta posterior, penetramos en el edificio.

Telecolor era una empresa de revelado y edición de materiales en 16 mm, montada por el magnate de la televisión cubana, Gaspar Pumarejo. Dos años antes, en el verano de 1959, Néstor Almendros y yo habíamos revelado y editado en aquella casa nuestros documentales didácticos para el ICAIC. Pumarejo había procesado allí la programación filmada de su canal 12, una empresa que había convertido a Cuba en la segunda nación en el mundo en tener televisión en color. Pero ya para entonces, el empresario había abandonado el país después de que su canal, como todos los otros, fue nacionalizado sin indemnización por el gobierno revolucionario. La sombra del ICAIC comenzaba a planear sobre la empresa.

Era ya de noche cuando entramos en la sala de proyección de Telecolor a presenciar el primer pase de la primera copia de aquella pequeña película de apenas 14 minutos. En seguida sospechamos -es más, supimos- que el estilo libre y lo independiente de la producción de PM (pasado meridiano), su filmación sin guión previo, provocarían una reacción no necesariamente favorable entre los dirigentes de un ICAIC celoso de mantener totalmente controlado, a través de los guiones obligatorios, el monopolio y contenido de la producción de películas y documentales. Pero por nuestras mentes no pasó ni por asomo la idea de que la peliculita pudiese provocar la más mínima conmoción política. Tierno y sincero, el pequeño filme mostraba al pueblo habanero divirtiéndose en los clubes y bares de la playa de Mariano y del puerto. Nada más -y nada menos. Pero el “nada menos”, ni imaginárnoslo podíamos.

El lunes 22 de mayo, la edición impresa de Lunes, suplemento gratuito del periódico Revolución, se distribuyó como cada mañana de lunes por todo el país. Por la noche, el Canal 2 de CMBF-TV trasmitió el programa Lunes en televisión. En esa edición se exhibió PM, y los que lo vieron tuvieron la misma impresión nuestra. Atmósfera conseguida. Edición precisa. Poesía visual. Un excelente documento.

Luego Orlando y Sabá quisieron pasarla en el Rex Cinema, una sala especializada en cortometrajes, y ya para entonces todo lo que fuese exhibición en los cines tenía que ser autorizado y clasificado por la Comisión de Estudio y Revisión de Películas, en manos del ICAIC. Desde mucho antes ya se había hecho evidente que, no contento con ser el presidente del ICAIC, Alfredo Guevara quería ser ministro de cultura del castrismo. Pero no había llegado la ocasión y, además, el hombre tenía competidores. Por un lado, los viejos comunistas del PSP (Partido Socialista Popular), estalinistas atrincherados en el periódico Hoy y en el Consejo Nacional de Cultura, dirigido por Edith García Buchaca, Mirta Aguirre y Vicentina Antuña. Por otro lado, Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante.

Franqui había sido hasta ese momento el hombre clave de la propaganda del castrismo. Antiguo comunista que abandonó el partido cuando las denuncias por Jrushchov de Iósif Stalin, Franqui se hizo castrista y fue luchador en la clandestinidad, dónde fundó el periódico Revolución, y luego, combatiente en la Sierra Maestra, donde continuó publicando el periódico y creó Radio Rebelde. Cabrera Infante, escritor y crítico de cine conocido internacionalmente, era el director del semanario Lunes, publicado cada semana por el periódico Revolución. Como amigo y confidente de Franqui, ambos representaban el ala liberal, social demócrata, del Movimiento 26 de Julio.

Alfredo Guevara era muy amigo de Fidel Castro desde que, en su época de estudiantes, le ganara las elecciones en la Federación Estudiantil Universitaria. El amigo que le había prestado sus primeros libros de marxismo leninismo en una época en que Fidel no leía más que a Primo de Rivera y a Benito Mussolini.

Guevara había sido, con Lionel Soto, el hombre que llevó a Raúl Castro a la Unión Soviética, por petición del hermano mayor. El hombre que había sido testigo del primer contacto de la KGB con Raúl en el viaje en barco de regreso a la isla. El hombre que Fidel, inmediatamente después del triunfo, había pedido a su hermana Lidia que localizara en Matanzas para que organizase el grupo que, durante meses, se reuniría en la casa del Che, en Tarará, a escribir leyes socialistas que el gabinete del primer ministro, José Miró Cardona, ni siquiera sabía que se estaban preparando –un hecho divulgado por primera vez en 1986 por el periodista estadounidense Ted Szulc en su libro Fidel.

Un gobierno paralelo y secreto al que ni los viejos comunistas, ni tampoco Franqui, fueron invitados -y que ni idea tenían de que aquel grupo existía. Pero Alfredo Guevara había sido el coordinador de aquellas reuniones. Además, Castro necesitaba del cine para llevar al mundo la mística de sus barbudos. Sabiéndole ahora fiel castrista (aunque hubiese sido operativo de los comunistas en los años 40 y 50), es a Alfredo a quien confía ese proyecto.

Hasta ese momento, el equilibrio entre Guevara y Franqui había sido la regla. Pero, a mediados de 1961, Alfredo cree que ha llegado su momento, el momento perfecto para atacar a Carlos Franqui, debilitado ahora en esta nueva etapa que ha comenzado con Playa Girón y la proclamación por Castro, apenas un mes antes, del carácter socialista de la Revolución. Orlando y Sabá han presentado PM al ICAIC, para su aprobación en los cines, y Guevara aprovecha para prohibirla.

“La película ofrece una pintura parcial de la vida nocturna habanera, que empobrece, desfigura y desvirtúa la actitud que mantiene el pueblo cubano contra los ataques arteros de la contrarrevolución a las órdenes del imperialismo yanqui.” ¡Wow! Gruesos cañonazos en el acta de prohibición para tan pequeña película. Y es que detrás de la retórica había un ajuste de cuentas por los ataques que Cabrera Infante y Franqui le habían hecho a Guevara cuando la muerte de Ricardo Vigón, uno de los hombres clave del mundo cinéfilo de los años 50, y fundador, junto a Germán Puig, del Cine Club de La Habana, que luego, gracias a las gestiones de Puig en Francia, se convertiría en la primera Cinemateca de Cuba.

Vigón se había hecho amigo de Gerard Philipe, hombre de izquierda y estrella del cine francés, durante el rodaje de La fiebre sube a El Pao, una película mexicana de Luis Buñuel en la que Ricardo había sido uno de los asistentes. Cuando triunfa la Revolución, Vigón regresa a La Habana, manteniendo contacto con Philipe por carta. Un día, se acerca a Guillermo y a Franqui y les dice que el actor le ha expresado su interés por visitar Cuba. Como las relaciones entre los dos grupos son todavía cordiales, Franqui le pasa la información a Alfredo para que sea el ICAIC el que haga la invitación, ya que Lunes de Revolución se está ocupando de traer a Jean-Paul Sartre. Cuestión de ir tendiendo juntos los puentes que luego serán esenciales para la propaganda castrista en Francia, todavía capital cultural de Europa.

Gerard Philipe vino a Cuba y fue agasajado tanto por el ICAIC como por el periódico Revolución. Todo un éxito. Y como su gestión fue apreciada, Vigón creyó que había llegado el momento de pedir trabajo en el Instituto del Cine. Pero Alfredo Guevara se lo negó. La leyenda cuenta de una discusión en la que Vigón le da una bofetada a Alfredo cuando le visita en su oficina. En otra versión, la bofetada es al revés. Pero los puentes ya están rotos.

En realidad, los puentes entre Ricardo y Alfredo estaban rotos desde que Vigón y Puig, en 1951, decidieron independizar el Cine Club de La Habana de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, alegando que la sociedad se había convertido, subrepticiamente, en un frente encubierto de los comunistas. Y las recaudaciones del Cine Club eran una fuente importante de financiación del organismo, lo cual hizo muy doloroso el divorcio.

Cuando a principios de abril de 1960 Ricardo Vigón muere, Guillermo Cabrera Infante escribe el 4 de ese mes en el periódico Revolución:

"Ya sé que Ricardo no era un santo. Si hubiera sido un santo no estaría escribiendo yo esto, ni su muerte me hubiera dolido tanto, porque, simplemente, detesto a los 'santos'. No quiero acusar a nadie, porque tendría que acusarme a mí mismo (acusarme por ejemplo de no haber reunido el dinero necesario para que Ricardo hiciera un film en la Ciénaga, que había proyectado junto con el poeta Fayad Jamis, y creo que también con el poeta Escardó, hace casi un año); Carlos Franqui me decía que él se sentía también responsable que de Ricardo sólo se pueda decir ahora “el talento que tenía”, y me recordaba una discusión de una noche en que le decía a Ricardo que concretara sus ideas, que en el Instituto del Cine tenían derecho a pedirle un guión sobre sus ideas del film y la Ciénaga; pero se reprochaba él, no haberle conseguido la cámara y la película, como le prometiera, para que fuera a la Ciénaga con Jesse Fernández a hacer la película que Ricardo deseaba, me decía Franqui.

Luego Guillermo denuncia: “Creo que el Instituto del Cine pudo –y debió– darle una oportunidad a Ricardo Vigón, como se la ha dado a los demás que trabajan allí”. Esta andanada pública no la olvidaría Alfredo Guevara jamás. Como tampoco –y sobre todo– el final de aquel texto: “Nosotros aquí en la página de Espectáculos y en Lunes de Revolución no queremos que se olvide su gran talento frustrado tan temprano. Así Humberto Arenal ha ideado el mejor homenaje para Ricardo. Desde ahora anunciamos los auspicios de un concurso al mejor corto experimental que se realice en Cuba y en América Latina cada año. Este premio se llamará Ricardo Vigón.”

Cabrera Infante –y Franqui, claro– anunciaba un premio independiente con vistas a distinguir cortos nacionales y latinoamericanos que nada tendrían que ver con Alfredo Guevara. Pura declaración de guerra contra el monopolio del ICAIC. No hay que olvidar que además del periódico Revolución, Franqui controlaba el Canal 2 de CMBF-TV, donde se transmitía el programa de Lunes. Era un medio de difusión visual donde se podrían exhibir estos cortos fuera del control de Guevara. Y donde Cabrera Infante exhibió PM.

Estos son los antecedentes que explican el caso: denuncias, guerra de grupos, lucha de influencias en una revolución que se define socialista. Guarda celosa del área cultural controlado por cada cual. Turf. Sin encomendarse ni a dios ni al diablo, improvisando y –lo más riesgoso– sin consultar con el Comandante en Jefe, Alfredo Guevara respondió con el zarpazo no sólo de prohibir el corto en los cines (su territorio), sino que, además, confiscó la copia. Y allí mismo se formó el titingó.

Cabrera Infante y Franqui tratan de razonar con Guevara por teléfono. Sin resultados. El presidente del ICAIC toma la iniciativa de hablar con el presidente de la República, Osvaldo Dorticós, y consigue su apoyo sin que tenga siquiera que enseñarle la película. Más tarde, Dorticós comentará en las reuniones de la Biblioteca Nacional: “Aquí nadie, por ejemplo, diría que era limitar la expresión formal artística impedir que en los principales cines de La Habana se exhiba una película pornográfica”.

La Comisión de Estudio y Clasificación de Películas, adscrita al ICAIC, tenía por objeto, según la Ley 259 del 7 de octubre de 1959: “estudiar y clasificar las películas que deban exhibirse en nuestro país, rechazando las de carácter pornográfico y los films que sin análisis crítico ni intención artística alguna, se conviertan en apología del vicio y del crimen; autorizando el resto de la producción según una escala de exhibición por edades, en atención a principios educacionales perfectamente claros y razonados”.

Es decir, los derechos de la Comisión se limitaban a clasificar por edades, y, en algún caso muy extremo, prohibir. ¿Era PM pornográfica, o una apología del vicio y del crimen? Por supuesto que no. Por lo tanto, la Comisión no tenía la justificación legal para prohibir el corto. Pero ya la Revolución era “socialista” y las leyes habían perdido su intención primera. “Ante la actitud intransigente de Alfredo”, cuenta Emmanuel Vincenot en su texto “Censura y cine en Cuba: el caso PM”, “Cabrera Infante hace circular una petición entre los artistas, que recoge rápidamente 50 firmas”.

El primero en reaccionar dentro del ICAIC es Tomás Gutiérrez Alea, el más importante de los directores de cine. En un memorándum a Alfredo Guevara, Alea condena la censura de obras problemáticas y le reprocha ser un autócrata. Pero Gutiérrez Alea, que era abogado, no menciona que la ley misma ha sido violada. Sin tocar ese tema, el cineasta denuncia que, si bien la película muestra “solo una parte de la realidad de la noche habanera” –y que por lo tanto es efectivamente “criticable” y “discutible”–, prohibirla, sin siquiera escuchar a sus autores, “es inaceptable”.

Guevara reacciona escribiendo un comunicado oficial donde expone sus razones. Saca copia de la película, sin informar a sus dueños, y se la muestra a los miembros del comité organizador del Primer Congreso de Intelectuales y Artistas, evento que lleva semanas gestándose y que se espera ocurra varios días más tarde. Dicho comité decide convocar a una reunión en la Casa de las Américas para discutir el caso, una reunión en la que el ICAIC es representado por Eduardo Manet y Julio García Espinosa, no por Alfredo, que no se presenta.

Que sean las organizaciones de masa las que decidan, se avanza desde la presidencia del acto. Pero la moción no prospera. Los intelectuales no confían en las correas de transmisión de un poder ya camino de ser totalmente centralizado, y la mayoría de los allí presentes consideran que la prohibición es una barrabasada que hay que levantar. Al ver que la moción ha sido presentada en nombre del Consejo Directivo del ICAIC, instancia a la que pertenece, Gutiérrez Alea renunciará a dicho consejo en carta del 3 de junio, alegando “que había sido excluido de las discusiones donde se trató el […] comunicado y se definió la política a seguir”.

La reunión en la Casa de las Américas terminó como una olla de grillos y el escándalo fue tan grande que el propio Comandante en Jefe tuvo que tomar cartas en el asunto. El inoportuno libretazo de Guevara le había creado un problema prematuro e innecesario justo después de la invasión de Playa Girón y ya discutiendo con Moscú la instalación de los cohetes soviéticos que desatarían la crisis del Caribe. Además, la reestructuración –con guante blanco– del campo de la cultura ya había sido programada para el citado Congreso de Intelectuales y Artistas, a ocurrir varios días más tarde –un congreso que ahora a Castro no le queda más remedio que suspender.

Fue entonces que convocó a las conversaciones en la Biblioteca Nacional. Tres tardes de viernes (perdidas, desde su punto de vista) oyendo a intelectuales quejarse de miedo, cuando tenía otros graves y urgentes problemas que afrontar, dijo. Pero Castro había visto que la polémica sobre una breve película (que alegó no haber visto) le daba la oportunidad de reconvertir la crisis y adelantar sus planes, saltando etapas.

¡Qué Congreso ni Congreso! ¡Ya era hora de que se supiese de una vez que las reglas del juego habían cambiado y que el régimen sí se iba a abrogar el derecho de dirigir la cultura y de prohibir lo que no fuese utilizable en su beneficio!

Con un golpe de retórica jesuita de resonancia mussoliniana ("dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho"), y con la funda con su pistola sobre la mesa, Castro hizo desaparecer de un tajo los grupos, las publicaciones culturales independientes, y exigió que todos los intelectuales, sin excepción, entrásemos por el aro.

Desaparecieron los programas culturales del Canal 2 de CMBF-TV, controlado por Franqui, y desapareció Lunes de Revolución, así como también Lunes en televisión, además dirigido por Cabrera Infante. Al mismo tiempo, se dejó de publicar el magazín literario del periódico Hoy, órgano de los comunistas prosoviéticos.

En lugar de estas publicaciones independientes, Castro ordenó crear La Gaceta de Cuba, una revista centralizada donde todos colaboraríamos bajo la pupila insomne de los nuevos censores. Todos, excepto Cabrera Infante, que en señal de protesta se negó a aceptar la vicepresidencia de la recién creada Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), ahora gremio oficialista único, para retirarse en su apartamento del edificio Retiro Médico a escribir la primera versión de Ella cantaba boleros, la novela que terminará titulándose Tres tristes tigres, y que ganará el premio Biblioteca Breve en España.

Guillermo sobrevivió gracias al breve sueldo que su compañera, la actriz Miriam Gómez, ganaba en el Conjunto Dramático Nacional. Finalmente lo sacaron a Bélgica como agregado cultural. A Sabá y a Orlando les ofrecieron becas para estudiar cine en Polonia, que nunca aceptaron. A Sabá terminan enviándolo a España como agregado comercial, y Orlando, que desde antes de la Revolución tenía visa de entradas múltiples a Estados Unidos, se fue al “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como un viajero más. Al año siguiente, por orden de Fidel, Franqui perderá la dirección del periódico que había fundado y dirigido desde la clandestinidad.

En la Biblioteca Nacional el mundo de la cultura dejó de ser autónomo para adquirir las rígidas estructuras verticales que ya controlaban el nuevo régimen. Los miedos de los intelectuales se hacían realidad. En su intervención en la Biblioteca Nacional, Alfredo Guevara confesó: “Es cierto que nosotros no tuvimos lucidez suficiente para prever las consecuencias y complicaciones que podía traer la prohibición de PM”. Y es que el poder corrompe, ya se ha dicho, y el poder absoluto –aunque no sea más que sobre un sector de la sociedad, en este caso, el cine– le hizo perder el sentido de la realidad.

En una entrevista con Leandro Estupiñán en 2007, Guevara afirmó: “Por eso te lo digo de una vez: [con la prohibición de PM] no me enfrenté a Lunes, sino a Franqui”. Y Franqui y Lunes, ¿no eran la misma cosa?

En la misma entrevista, Guevara siguió diciendo: "Franqui le teme mucho a la influencia creciente del [antiguo] Partido [Comunista]. Franqui tenía suficientes redes para no ignorar que por todas partes el PSP estaba diciendo que le estaban pasando el poder. Y, si además de eso, se iba produciendo un acercamiento a la Unión Soviética, entiendo su terror […]. Puedo decirte que el PSP, en mi convicción, no fue leal… No disolvió sus Comisiones… Entre ellas, no disolvió la […] Comisión de Cultura, manejada por Edith [García Buchaca].

¿Y si Guevara entendía el “terror” de Franqui y pensaba que los “viejos comunistas” (estalinistas) no habían sido leales, por qué se ensañó con Franqui? Agregó Guevara: "Un día, en una reunión convocada por el PSP, y presidida por Edith García Buchaca […] —esto estaba pasando en el mismo momento de PM, lo que pasa es que la gente no lo supo—, se intentó ponerme un comisario. Y todos lo aceptaron, porque Edith les informó que Fidel le estaba pasando el poder al Partido. […] Yo no acepté, y cuando salí de ahí, me fui directo a ver a Fidel… No estaba Fidel y se lo conté a Celia —Fidel y Celia vivían a unas cuadras del ICAIC… Celia se indignó: “Está pasando en todo el país. Nos tienen tomado el teléfono”, me dijo. ¡A Fidel! ¡Fidel vivía ahí!

Alfredo Guevara se pone truculento cuando le asegura a Estupiñán: “Lo que pasa es que Sabá y el otro muchacho [Jiménez Leal] se presentan en el quinto piso […] y me llaman fascista. Entonces, les entré a piñazos. A lo que Jiménez Leal respondió en un texto titulado Conversaciones en la Biblioteca: "La realidad fue mucho más patética y cómica. Mientras yo, furioso, increpaba al funcionario del ICAIC [Rodríguez Alemán] que me había dado la noticia de la prohibición […], Alfredo, que había aparecido sigiloso detrás de nosotros con cara de estar al borde de un ataque de histeria, pero sin atreverse a acercarse demasiado, daba pataditas y portazos a derecha e izquierda de las diferentes oficinas que estaban en un pasillo cercano, con la idea, creo yo, de mostrar su disgusto".

Dos años más tarde, en 1963, un siempre impaciente Alfredo Guevara cree que ha llegado el momento de recuperar su prestigio y convertirse en el paladín del “dentro de la Revolución todo”. Trae buenas películas para resolver el gran problema de las salas vaciadas por la avalancha de filmes didácticos y aburridos que nos llegaban de la URSS y de los nuevos “hermanos del Este”, y comienza a permitir que se rueden películas críticas del “proceso”. Su táctica consistía en enviar el filme a un festival europeo y si ganaba premio, estrenarlo entonces con el aval de la opinión internacional. El prestigio de la “Revolución Cubana” se acrecentaba gracias a la imagen que del régimen daban en el extranjero las películas del ICAIC. Y Guevara sabía que Castro lo sabía.

Pero las pugnas por el Ministerio de Cultura estaban todavía en el aire y los tiburones prosoviéticos esperaban el momento oportuno. Como nuevos (o mejor, viejos) ventrílocuos, los PSP estalinistas decidieron activar un muñeco, el actor Severino Puente, para comenzar un ataque en forma contra un Alfredo Guevara que todavía consideraban débil por su torpe manejo del caso PM. En una carta al periódico prosoviético Hoy, el actor se quejó de lo inapropiado de la programación del ICAIC, es decir, las películas que Alfredo importaba de Europa. Y allí mismo comenzó una nueva trifulca. En un editorial en Hoy, Blas Roca atacó a Guevara, convoyándose una y otra vez con artículos de Mirtha Aguirre y Edith García Buchaca.

Los directores de cine se quejaron y apoyaron a la dirección del ICAIC. Y Guevara respondió a Blas Roca: “No hay madurez sin herejía”. Y en una carta que exigió se publicase en el propio Hoy, el periódico del 'enemigo', atacó: “Para gentes como ustedes, el público está compuesto de bebés necesitados de manejadoras que los alimenten con papilla ideológica, altamente esterilizada y cocinada de acuerdo con las recetas del realismo socialista”.

Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, y cuando la polémica se encontraba en su mejor punto, el Comandante mandó a parar. De nuevo. El momento era ahora de unidad, dijo Castro, e invitó a “una cena que duró hasta el amanecer del día siguiente”. Así comenzó la organización del Congreso Cultural de La Habana, un evento que –según Rafael Acosta, en su artículo El Congreso olvidado (La Gaceta de Cuba, enero-febrero, 2013),“formó parte de un grupo de acciones en el plano internacional para darle cobertura a la guerrilla del Che llevada a cabo en algún lugar del continente latinoamericano”. Entonces, con el propósito de anunciar a bombo y platillo este congreso —un canto de sirenas con el que arrobar de nuevo a las izquierdas europea y latinoamericanas chamuscadas por el caso PM—, Castro mandó llamar a Carlos Franqui para que le organizase en La Habana una “enorme” feria cultural internacional.

Franqui vivía un retiro discreto, casi un exilio de baja intensidad en Montecatini, Italia, después de presentar en Argel una muestra completa de lo que había sido el periódico Revolución –desde los ejemplares correspondientes a los años heroicos de la clandestinidad y de la Sierra Maestra, hasta los números publicados después del triunfo, incluyendo Lunes y los libros de su Editorial R. Una exposición que Castro había pedido a su embajador en Argelia, Papito Serguera, que le organizase a Franqui como desagravio por el cierre del periódico.

Fiel al llamado de su Comandante en Jefe, Carlos Franqui aceptó “con la esperanza de colocar un granito de arena en el mecanismo aparentemente imparable de los prosoviéticos en la cultura cubana”. Un gesto que fue la reivindicación de un hombre que lo había dado todo por una causa, incluido el silencio. Y una declaración, una más, de su posición antiestalinista y antirealismo socialista.

Con la presencia de artistas tan importantes como Calder y Joan Miró, el Salón de Mayo se inauguró con éxito espectacular en agosto de 1967, en una Habana en la que también se celebraba la Conferencia Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) y en la que por todas partes se veían vallas anunciadoras con el llamado del Che a crear “muchos Vietnam”.

Pero en octubre, Che Guevara muere en Bolivia y con él perece la guerra de guerrillas como táctica de lucha en Latinoamérica. Castro continuará, sin embargo, con su plan del Congreso Cultural de La Habana, que se llevará a cabo en enero de 1968. Pero ya es demasiado tarde. Al darse cuenta de que no le va quedando otra, Castro comienza a dar un giro de 180 grados y a aceptar la construcción del “socialismo en un solo país”: la tesis estalinista soviética.

Alfredo Guevara recogerá vela tanto en su política de importación de filmes de calidad como en la producción de películas críticas. Era evidente que, en el contexto de los nuevos tiempos, tanto el escándalo PM como su polémica con los estalinistas seguían planeando peligrosamente sobre su carrera. Por si fuera poco, uno tras otro se acumulan los acontecimientos internacionales. Luther King, Kent, Chicago, París, Bobby Kennedy, Tres Culturas, Praga… 1968 es el año en que los jóvenes de todo el mundo se rebelan contra sus gobiernos.

Castro había apoyado a los jóvenes inconformes en Estados Unidos desde que llegó al poder. Pero ya para 1968, la rebelión estudiantil se les había escapado de las manos a los demagogos de izquierda, y el Comandante en Jefe comprende que hay que tomar medidas drásticas si se quiere evitar que en Cuba ocurran brotes de rebelión semejantes. Reveladora contradicción de una Revolución que nueve años antes había sido ejemplo de rebeldía, e inclusive de imagen, con las barbas y los pelos largos, para esos mismos jóvenes que ahora se batían con las policías de todo el mundo.

Y se acaban los pequeños comercios y los timbiriches en las calles, operados por cuentapropistas que le sacaban las castañas del fuego a un régimen cuyo centralismo burocrático es ya incapaz de alimentar a su pueblo. A los cubanos no les va a quedar más remedio que “aceptar” el “llamado de la patria” a trabajar gratis en la Zafra de los Diez Millones. Una decisión dirigida a neutralizar una población joven, frustrada e independiente, dispersarla y alejarla de sus ciudades, de sus amigos, de sus familias, y así evitar los conflictos que afectaban a otras partes del mundo en aquel año definitivo.

Con la Ofensiva Revolucionaria de 1968 llegó el futuro. Un país de economía considerablemente urbana se apaga para que se intenten producir diez millones de toneladas de azúcar, que ni el ministro del ramo creía posible. El resto no es solo historia, sino la triste historia del endiosamiento de un hombre y del fracaso profundo de sus ideas y de su régimen.

Con la ayuda de la URSS, ya funcionando como única tabla de salvación posible, el apoyo de Castro a la invasión soviética de Checoslovaquia no hará más que confirmar la crisis de un país sin futuro independiente. A la población, el apoyo a la invasión no gusta. Va contra la identidad antiimperialista sobre la que se ha creado el régimen. En ese año clave de 1968, obras de teatro capciosas, libros de poemas y novelas sin “mensaje optimista” ganan todavía primeros premios, pero ahora se publican con un prólogo-advertencia del índice censor.

Y llega el Quinquenio Gris. ¡Que nadie se mueva! Parámetros por doquier. El Ministerio de Cultura se crea finalmente, y Alfredo Guevara no será el ministro. Para mayor humillación, al ICAIC, su feudo, le quitan la condición de ente independiente y lo reconvierten en dependencia de ese nuevo Ministerio. A principios de la década de 1980, a Guevara le terminan por quitar la presidencia del ICAIC. Castro lo envía a un exilio dorado en un París donde su prohibición de PM sigue siendo citada como el detonador de la censura en la cultura cubana.

En la entrevista con Estupiñán, Alfredo se queja de que siempre le pregunten por este corto. “Estoy harto”, dijo, “de que la historia de la cultura cubana sean PM, la UMAP y el Caso Padilla”. ¿Por qué será? Y agregó: “Por eso es que digo que hubiera actuado posiblemente distinto”. Troppo tardi.

Fausto Canel
Rialta, 19 de diciembre de 2022.

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