lunes, 11 de abril de 2022

De mi padre y los viejos comunistas


Leo en Cubadebate que falleció Manuel Hevia. Murió en La Habana, a los 75 años.

Por esa nota me entero que Hevia fue director del Centro de Investigaciones Históricas del Departamento de Seguridad del Estado del Ministerio del Interior.

Hevia fue militante del Partido Socialista Popular (PSP) y fue un activo luchador durante la clandestinidad, igual que mi padre, José Manuel Quintero Suárez,

igual que Candia, el padre de Teresita Candia, que creo sigue siendo la esposa del general retirado Fabián Escalante. Desde los años 30 y hasta 1953, cuando

Por el asalto al cuartel Moncada el PSP pasó a la clandestinidad, mi padre fue el único escolta que tuvo Blas Roca, secretario general del PSP.

Mi padre nació el 21 de diciembre de 1909 en Palmira, Cienfuegos, solo cursó la escuela primaria y pronto comenzó a trabajar en una panadería, oficio al que su madre, mi abuela Matilde, una mulata blanconaza alta y corpulenta, se opuso: no quería que su hijo Manolito se pasara la madrugada haciendo pan mientras la gente dormía. No conocí a Manuel mi abuelo paterno (tampoco a Luis, mi abuelo materno, hijo de español y negra esclava), pero cuentan que mi abuelo Manuel era una buenazo, y la que siempre llevó los pantalones en la casa era Matilde, quien además de mi padre tuvo cinco hijos más: Máximo, Agustín, Adelaida (Lala), Victoria y Cuca.

Mis tres tías paternas eran costureras, pero Cuca era modista de alta costura y sus clientas eran mujeres ricas. En la salita de su reducido apartamento, en el Edificio Arcos, mi tía Cuca daba clases de corte y costura por el método de María Teresa Bello. Cuando en 1958 me sumé a la huelga estudiantil general y dejé de asistir a la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, donde estudiaba la carrera de contador, mi padre habló con ella para que me enseñara a coser. Tres veces a la semana, lunes, miércoles y viernes, de 2 a 4 de la tarde, iba a su casa. Cuca tuvo un solo hijo de su primer matrimonio, mi primo Wilfredo que fue jefe de tránsito de la policía provincial. Cirilo, el segundo marido de mi tía Cuca, era oficial del ejército de Batista, veía su traje colgado en el cuarto, pero nunca lo vi vestido de militar. Era un hombre callado, amable y risueño.

Los 24 y 31 de diciembre íbamos a casa de mi abuela Matilde en Luyanó, toda la familia confraternizaba, aunque unos fueran comunistas y otros batistianos. Matilde (muy distinta a Pancha, mi abuela materna, que tenía santos en su cuarto, rezaba a diario y no se metía en nada), en su casa nunca permitió discusiones políticas. Si había algún desacuerdo familiar, era obligado hablarlo con ella o entre hermanos. Tampoco permitía discusiones de ningún tipo, que se dijeran malas palabras, se hablara en voz alta o se escuchara la radio con el volumen alto. Todos los domingos iba con mis padres a Luyanó, a visitar a la abuela Matilde, mi madre se llevaba muy bien con ella y con sus cuñados. La ruta 10 o la 5 la cogíamos en la parada que había en la Esquina de Tejas, en la misma acera de la valla de gallos y el cine Valentino (hoy ahí hay dos edificios prefabricados). Nos bajábamos en la parada siguiente a la de Hijas de Galicia, entonces una clínica materno-infantil de los gallegos.

Como Matilde no quiso un panadero en la familia, le dijo a mi padre que tenía que aprender otro oficio. Mi padre se hizo barbero ambulante. Pelaba a los hombres en sus casas y en hospitales si estaban ingresados. Desde los años 40 y hasta 1959, compartimos el segundo piso del edificio situado en Romay 67 entre Monte y Zequeira, con dos familias más del PSP la del habanero Dubuchet y la del camagüeyano Gilberto del Pino. Pero en lo que era la antesala, un pequeño cuarto con una puerta independiente que daba a la escalera, Dubuchet y Gilberto aceptaron que mi padre pusiera allí una rústica barbería, con una banqueta alta, un espejo, una mesita donde tenía el maletín de barbero y otros útiles necesarios para pelar. Lo que no sé por qué en vez de decirle "la barbería", le decíamos "la oficinita".

El caso es que a partir de 1953, cuando el PSP pasa a la clandestinidad, "la oficinita" se convirtió en un centro conspirativo. Militantes que supuestamente iban a pelarse con el gordo Quintero, en realidad iban a dejar o recoger documentos, fuera la Carta Semanal o mensajes para que mi padre le hiciera llegar a Blas Roca, quien logró mantenerse escondido en La Habana desde 1953 hasta el 1 de enero de 1959. Una vez, estando uno de esos mensajeros en la sala de la casa, de pronto sentimos el chirriar de las gomas de tres autos que se detenían frente a nuestro edificio. Enseguida me asomo al balcón y veo que por el color beige son del SIM (Servicio de Inteligencia Militar), mi padre me da el papel que el hombre traía, me lo meto dentro del blumer, y apresuradamente lo sienta en la banqueta y empieza a pelarlo. El que toca en la puerta es Castaño, el jefe del SIM, quien a cada rato nos "visitaba". Venía con dos tipos, también uniformados, con sus pistolas en la cintura.

Un paréntesis. Antes de 1959, los militares, fueran de la policía, del SIM, el BRAC o del ejército, no me atemorizaban. Tampoco sus operativos ni sus registros, o tener que ir a casa del abogado Aramís Taboada, en Luyanó, a decirle que mi padre no había ido a dormir, que había ido a la estación de policía de Infanta y Manglar y me habían dicho que allí no estaba detenido, y que presentara un Habeas Corpus. Volviendo a aquel día. Le digo a Castaño y los dos uniformados que le voy a avisar a mi padre, que está pelando a un señor. Mi padre viene, los manda a pasar, Castaño le dice que llame al señor que está pelando, cuando viene, los dos uniformados registran a mi padre y al señor. No les encuentran nada. Da la orden que registren la casa. Un registro rápido, por el estante de los libros, debajo del colchón y la cama y dentro del escaparate, donde mi padre tenía su Colt 45 y debajo, la licencia que durante todo su vida tuvo para portar armas (después que mi padre murió, el 7 de octubre de 1966, entregamos la pistola y la licencia).

Hevia, fallecido en La Habana en enero de 2022, fue uno de los militantes del PSP que se pelaba con mi padre. Después del 59, a mi padre le ofrecieron ser jefe de la policía en Marianao, pero lo rechazó. Lo que sí aceptó fue trabajar en el recién creado Departamento de Reeducación de Menores del Ministerio del Interior (MININT), que dirigía uno de los hermanos Quintela. Uno de ellos, Carlos se casó con Rosa Berre y emigraron a Estados Unidos por el Mariel en 1980. Quintela tuvo un programa campesino en Radio Martí y Rosa fue una de las fundadoras de CubaNet, web donde publicarían los primeros textos de los periodistas independientes de Cuba Press, creada por Raúl Rivero el 23 de septiembre de 1995.

Numerosos miembros de la Juventud Socialista (JS) como Fabián Escalante y mi primo Paquito (Francisco Roca Antúnez), desde su fundación en 1961, ingresaron en el MININT. De otros, como Fabio Grobart y Osvaldo Sánchez, se cuentan historias tenebrosas, vinculadas a la KGB. Pero de los viejos comunistas que formaron parte de los aparatos represivos del MININT, más nunca supe, a no ser de mi primo Paquito, de quien a fines de los 90, cuando mandó pa'l carajo al MININT y entregó su carnet del partido y sus medallas, fue que me enteré que había sido coronel de la inteligencia y uno sus subordinados fue Florentino Azpillaga. O de Fabián, que conocía desde niña y de sus altos cargos en el MININT sabía por la prensa oficial. Pero el destino de la inmensa mayoría de los militantes de la JS y el PSP fue muy distinto.

Ya a fines de los 60, muchos viejos comunistas se habían desencantado de Fidel Castro y su revolución, en voz baja lo comentaban entre personas de mucha confianza, pues los que se atrevieron a hacer algo más, como algunos de la llamada Microfracción, fueron a parar a la cárcel, incluido el cabecilla, Aníbal Escalante, quien hasta su muerte vivió bajo arresto domiciliario. Cuando en 1964 mi padre se enferma y no puede seguir trabajando, por nuestra casa en Romay pasaron ex compañeros, casi todos muy descontentos con Fidel Castro, el rumbo de su socialismo verde olivo y de su "revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes".

Mi padre, que siempre fue una tumba, nunca dijo lo que en su lecho de enfermo le comentaban sus ex compañeros, a favor o en contra. También lo visitó Blas Roca, para agradecerle su fidelidad y los años que él y su chofer, el negro Fiallo, y su secretario, el mulato René López, le dedicaron a cuidarlo a él y su familia. Y le preguntó que era lo que más le preocupaba. Mi padre le dijo que su hija Tania y su esposa Carmen, pudieran vivir en una casa en buenas condiciones (el edificio de Romay por la explosión del vapor La Coubre, en 1964, sufrió graves daños y fue declarado inhabitable y con peligro de derrumbe, hará diez años finalmente fue demolido). Blas le dijo que ninguna de las dos íbamos a quedar desamparadas. La pensión de viuda de mi madre era de 100 pesos, le escribí a Raúl Castro para que se la aumentaran, argumentando que mi padre fue un viejo luchador comunista y combatiente de la clandestinidad. De su oficina respondieron que no procedía. Un apartamento en buen estado nos lo dieron en la barriada de La Víbora, Diez de Octubre, en 1979, después de vivir quince años con el miedo de que en cualquier momento se podía desplomar una parte o todo el viejo edificio del barrio de El Pilar, Cerro.

Tania Quintero

Foto: Mi padre, José Manuel Quintero, en el centro de reeducación de menores del cual era director y que por lo menos hasta 1964 funcionó en Pino del Agua, Bayamo, actualmente capital de la provincia Granma, a unos 740 kilómetros al sureste de La Habana. Fue su último trabajo. Falleció en el Centro Benéfico Juridico, Cerro, el 6 de octubre de 1966 y fue velado en la funeraría Rivero, en Calzada y K, Vedado. Le mandaron tantas coronas que un carro de bomberos tuvo que llevarlas al Cementerio de Colón, donde fue enterrado, en la misma tumba donde reposaban los restos de Josefa Calderío, madre de Blas Roca, quien bajo un fuerte aguacero despidió el duelo.

Leer también: Carta de un cubano a la izquierda mundial y las tres partes de Memorias al rojo vivo: 1ra., 2da. y 3ra. parte y final.

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