El público cubano no ha preferido nunca a los crooners. Un Frank Sinatra criollo no hubiera hecho posiblemente una muy brillante carrera en La Habana.
En cambio, las cancioneras de estilo sentimental y lento, que más que cantar 'dicen' a voluntad la letra de la canción, han formado legión en la Isla. Para los hombres se reserva el llamado bolero rítmico, con el tiempo musical muy bien marcado por la percusión, tal como lo interpretaban -cada quien a su manera- Roberto Faz; el inmenso Benny Moré, que sí era capaz de deslizar expresiones de filin en algunos de sus boleros, o Miguelito Cuní.
No es que no hubiera cancioneros estupendos, Fernando Álvarez, Pepe Reyes, Luis García o Miguel D'Gonzalo son ejemplos excelentes, aunque Álvarez logra su mayor popularidad cantando boleros.
El bolero rítmico (que por cierto es un término absurdo, ya que todo bolero es rítmico y melódico) también fue cultivado por éxito por mujeres como Blanca Rosa Gil y Amelita Frades, entre muchas otras.
En ocasiones el adjetivo rítimico tiene que ver con ciertos compases que aluden al mambo o al son, dotando a la pieza de una guía o estribillo que acentúa su carácter bailable. Amelita encontró con su versión de Aquel rosario blanco su canción de la suerte, al punto que la interpretó a lo largo de toda su carrera.
El bolero admite ser permeado, a la vez que puede traducir en su estructura géneros musicales de muy variada procedencia. Un bolero, por ejemplo, cantado por Celeste Mendoza, va a poseer siempre un inequívoco aliento a guaguancó, la forma por excelencia cantabile de la rumba. Celeste formó parte del cuerpo de baile del cabaret Tropicana hasta que en 1957 fue 'descubierta' y llevada a un estudio de radio para grabar su primer disco.
Las rancheras mexicanas, metidas en el ambiente criollo de la rumba, con una pizca de mambo, fueron sus cartas credenciales, sus primeros y más recordados aciertos. A la ranchera le sucedió la tonadilla y luego el tango, como el tema musical de una película de Libertad Lamarque que hizo llorar a nuestros abuelos: Besos brujos, entonado por Celeste en franco desafío, no en tono de lacrimoso reproche.
El cuplé La violetera, popularizado por esos años por la película de Sara Montiel, cantado por la veterana Paulina Álvarez en tiempo de guaguancó fue otra de las locuras de aquellas mujeres que veían cómo se esfumaba la quinta década del siglo veinte.
Paulina fue llamada La emperatriz del danzonete, por la manera majestuosa que encontró para hacer famoso el género musical creado por Aniceto Díaz en 1929. Hay algo de pícaro y burlón en esta violetera mulata, entrada en carnes y respaldada por una charanga -flautas, violines, piano- y nos tambores zumbones.
Celia Cuz declaró en varias ocasiones su admiración hacia Paulina Álvarez, famosa desde inicios de la década de 1930. Graciela, voz femenina de Machito y sus afrocubans de New York, también manifestó que La emperatriz inspiró su peculiar estilo desde los tiempos en que se iniciaba con la jazz band Anacaona (fundada en 1932), la más famosa orquesta cubana de las integradas exclusivamente por mujeres.
Paulina Álvarez había tenido el coraje necesario para fundar su propia orquesta en 1938, agrupación que contó con Rubén González en el piano.
Sigfredo Ariel
Video: Celeste Mendoza interpreta Canto a Benny Moré, en un programa que la televisión cubana le dedicara al Bárbaro del Ritmo a raíz de su muerte, el 19 de febrero de 1963.
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