Al comenzar la Segunda Guerra Mundial la afluencia de turistas disminuyó considerablemente en La Habana. Para nuestras presentaciones usábamos unas guaracheras que combinábamos con un pañuelo rojo y pantalón oscuro. Las propinas eran tan pocas que nos resultaba difícil pagar el vestuario que alquilábamos en La Casa Fincy por el módico precio de un peso semanal.
El cierre de La Campana y la ausencia de turistas inició el peregrinaje del dúo. Una noche al entrar al bar El Baturro, coincidimos con Nazario López, magnífco guitarrista que aceptó formar un trío con nosotros. Allí nos escuchó Julio Lanier, dueño del bar-restaurante El Chico. Nos ofreció buenas propinas y comida. Ni lo pensamos. En este bar tuvimos la oportunidad de acompañar a Rita Montaner que interpretó Siboney y El manicero.
Conseguimos un contrato en el Hotel Nacional, de mayor categoría, establecía cantar música mexicana en el bar por la tarde y en el comedor de 8 a 10 de la noche, no pedir propinas, cumplir el horario y comer en la cafetería. Salario: 120 pesos para los tres. Terminamos el contrato en el Hotel.
El Chico, prácticamente sin clientela, se había convertido en un negocio de segunda categoría.
Estaba ubicado en el barrio de San Isidro, donde funcionaban los cabarets Miami y el Kursal, que ofrecían tres shows nocturnos. Visitamos uno de estos dos centros, para tantear el terreno y el trío fue invitado al Bodegón de Ramón, un español, gordo y mujeriego que cerraba su negocio para compartir con sus amigos preferidos: cantantes, guitarristas y poetas a quienes ofrecía saladitos y bebidas gratis. Allí conocí, viejo y alcoholizado al famoso Manuel Corona, autor de la popular Longina, quien con un pedacito de voz cantó Yo tuve un sueño feliz......
En 1938, la precaria situación de los músicos ambulantes recibió el puntillazo final con la llegada de los traganíqueles americanos. Estos artefactos disponían de cincuenta discos con las mejores grabaciones de orquestas y solistas nacionales y extranjeros. Por cinco centavos, se podían escuchar a cualquier hora, y cuantas veces se quisiera. Habían sido situados precisamente en los centros públicos donde los músicos se buscaban el sustento. Muchos de los artistas ambulantes terminaron cantando en los ómnibus y tranvías para recoger algunas pesetas.
El Teatro Shangai tenía una amplia clientela, aunque afectado también por la situación del país, fue el único teatro que se arriesgó a presentar mi último intento de vivir de la música: el grupo The Melody’s Boys, formado por los guitarristas Nazario López y Tony Tejeda y los imitadores musicales Armando (trompeta) y yo en el saxofón. Teníamos un repertorio de música esencialmente norteamericana, sobre todo blues.
El Shangai presentaba obras de teatro donde los actores empleaban un vocabulario obsceno y de doble intención, además de variedades con mujeres medio desnudas que atraían mucho público. Finalmente eliminaron las obras de teatro y agregaron a las variedades la proyección de películas pornográficas.
Tuvimos que irnos del Shangai. Tejeda, que vivió en Güines y conocido como guitarrista popular, logró una sola presentación del grupo en el mejor restaurante de su pueblo. Un balance de los gastos del viaje y el vestuario liquidaron la integración del grupo y mi montón de ilusiones. Comprendí que había vivido como esos jóvenes románticos y sentimentales que avanzan mirando la luna que desean alcanzar sin medir la inmensa distancia que los separa.
Tuve un breve período de frustración. Sin embargo, pronto comprendí que mi voluntad y optimismo debían ser superiores a los obstáculos si quería abrirme paso en la vida. Tenía que comenzar de nuevo, y era preciso sentirme fuerte y listo para emprender un nuevo camino. Nos fuimos a New York.
Entre los millones de newyorkinos, encontré a mi antiguo compañero Rafael Reynaldo con el que compartía propinas en La Habana, en el Floridita y la Zaragozana, Ramiro Rivero, cubano, natural de Puerto Padre y excelente guitarrista. Seis meses, con la asesoría del venezolano Pablo Briceño, profesor de canto y guitarra, nos permitieron montar las voces y el repertorio. Previa evaluación, ingresamos en la Unión de Músicos de New York que nos autorizaba a trabajar profesionalmente en Estados Unidos.
El profesor Briceño, admirador de la música cubana, nos presentó el día de su cumpleaños en una fiesta que dio en su apartamento. Había dos cubanos, Osvaldo Salas, fotógrafo, y Antonio Rivas, periodista, quedaron impresionados con el trío y decidieron lanzarnos de inmediato al mercado del disco, la radio y los teatros.
Se acordó el nombre de América porque el repertorio era del norte y del sur del continente, incluyendo Cuba, por supuesto. Además, era un nombre conocido y de fácil pronunciación. El Trío América recibió desde sus inicios el sostenido respaldo de una propaganda sistemática en el diario La Prensa y las revistas Teatral y Ecos de New York, las tres publicaciones de mayor circulación en la comunidad hispana.
Los impulsores de esta propaganda, Salas y Rivas lograron que el trío grabara discos en las compañías Margo Records, Landia, Rumba, Bolero y RCA Víctor, que ganaron buen dinero con nuestras grabaciones. Prueba de ello es que el primer disco lo pagaron al precio de $300 y los últimos a $ 1200, debido a la popularidad que ya habíamos alcanzado.
Un día, bajo una intensa nevada, busqué refugio en la Biblioteca de la Quinta Avenida. Una diligente empleada me invitó a entrar en el edificio. En su interior había cubículos llenos de estantes con libros y mesas de lectura. En una simetría perfecta, cuadros de pintores famosos adornaban las paredes.
Me detuve a contemplar una reproducción de la Mona Lisa, de Da Vinci, que me sorprendió por su extraordinaria belleza. De regreso a casa, tomé mi guitarra y fue surgiendo poco a poco la línea melódica de la canción. Utilicé varios compases de un popular número del cubano Arsenio Rodríguez, también radicado en New York. Después de terminada, inscribí la canción Mona Lisa en el Registro de la Propiedad Intelectual, en la Jefferson Music Inc.
Pero ignorando el valor que podía tener esta pieza, vendí mis derechos de autor, junto a otra composición, por el módico precio de $200. Estaba presionado económicamente por los gastos más recientes y atravesaba un período critico que me hacía casi imposible responder a las necesidades familiares. Nunca pensé que mi composición tuviera tanta suerte.
Dos años después el número se hizo famoso gracias a la excelente interpretación de Nat King Cole y al maravilloso arreglo orquestal de que fue objeto. Este tema ha sido empleado como banda sonora en varias películas norteamericanas para enmarcar la época de los primeros años de la década del 50.
Mi decepción fue mayor cuando tuve que solicitar un permiso para grabar con el Trío América la versión original en español. Había perdido las posibilidades de ganar buen dinero como compositor. Tuve en mis manos una fortuna. Al menos sirvió para conocer que mi trabajo como compositor tenía valor.
A petición de mis padres, hicimos un viaje a Cuba con la finalidad de que conocieran a mis hijos nacidos en New York. Traía el deseo expreso de mis compañeros de conseguir un contrato para que el Trío actuara en nuestro país. Fui recibido por el programador de CMQ-TV, Sr. Vaillant.
En la entrevista le mostré el aval de los éxitos obtenidos, fotos en teatros y cabarets y opiniones de la prensa. Luego de escuchar uno de nuestros discos, me propuso un contrato de una semana por 300 pesos. El viaje y la estancia lo pagaríamos nosotros. Serían dos presentaciones en CMQ Radio, dos en cabaret y dos en TV.
-Ustedes son desconocidos en Cuba y con esa propaganda de una semana tendrán mucho trabajo en La Habana. Como son cubanos pueden recorrer el país. De los contratos nos ocuparemos nosotros, me dijo.
Este señor pretendía vendernos a alguna firma comercial o gerente de cabaret. Concluyó aclarándome que la transportación dentro del país debía correr por nuestra cuenta. Le argumenté, con un contrato, en la mano, que cobrábamos 300 dólares por cada presentación.
Su respuesta fue: "Bueno, eso es allá, en Estados Unidos, aquí somos un país pobre". Recogí las fotos y los documentos que le había mostrado y le dije: "Su proposición es inaceptable". Me marché sin darle la mano y a mis espaldas escuché su voz cuando decía: "Si cambia de opinión, avíseme y escojan la fecha para este año".
Dos días después regresé a New York. El sueño de presentarnos en nuestro país, se había esfumado.
En 1951 se celebró la Fiesta Panamericana en honor a las repúblicas que integraban la Organización de Estados Americanos (OEA). Acompañados por el mexicano Chucho Martínez Gil, llegamos al Hotel Park Sheraton para entrevistarnos con María Grever quien tenía una proposición de trabajo para el trío. En su apartamento en un quinto piso, Doña María nos recibió sentada en silla de ruedas junto a un gran piano.
Había sufrido un accidente que impedía su locomoción y había inutilizado su mano izquierda, pero con la derecha tocaba magistralmente el piano. Estreché, emocionado, la mano de aquella mujer, autora de tantas composiones famosas (Júrame, Muñequita linda,Tipitipitín). Sus ojos verdes, de intensa mirada, y su cabello castaño, peinado según la época, complementaban un bello rostro en el que se ocultaban muy bien sus 50 años.
-Estamos a su disposición, Doña María. Ella nos explicó que el programa incluía una representación de cada uno de los países participantes. Nosotros debíamos cantar el Pregón de las Dores que era el número que cerraba la presentación de México.
-Deben presentarse con trajes típicos mexicanos, se trata de una sola actuación y solo dispongo de $300 para ustedes, el pasaje por tren y una cena al final, nos dijo.
La idea de trabajar a las órdenes de la famosa compositora en el teatro más antiguo de Washington, el Constitution Hall, durante la Fiesta Panamericana, nos entusiasmó inmediatamente. Pero comprobamos que la música cubana no estaba representada, a pesar de que nuestro país era miembro de la OEA.
Le pregunté: ¿Qué posibilidades existen de que nos presentemos como cubanos en ese programa?
-Pero esa actuación no puedo pagarla, solo dispongo de $300, nos respondió.
-La haremos sin cobrarla, Doña María, solo para que Cuba también esté representada y como propaganda para nuestro grupo, ¿qué le parece? Ella, más aliviada, dijo:
-Magnífico, dígame el título de los números que van a interpretar para incluirlos en el programa.
Decidimos cantar No, corazón y Sensemayá, dos temas populares de nuestro repertorio.
Sin tener en cuenta los acuerdos tomados por el colectivo en el momento de su fundación, Reynaldo registró a su nombre la propiedad del trío, argumentando que había sido suya la idea de formarlo y nos mostró un contrato firmado por él para actuar en un cafetín en el barrio de Brooklyn.
Las relaciones con músicos con los que grabé discos para grupos fantasmas me permitieron formar un conjunto dedicado a tocar en bailables, sábados y domingos, con la música más conocida y popular del ambiente latino. Le pusimos Casablanca para aprovechar el éxito de la película del mismo nombre, recién estrenada en el año 1942. Exploté los vínculos que tenía con los medios de propaganda y pronto surgieron los contratos, muchos de ellos económicamente ventajosos.
Como director, pasé muchos sustos al llegar la hora de iniciar la presentación y faltarme algunos músicos. Mientras llegaban los ausentes, entreteníamos al público interpretando boleros y sones con los que habían sido puntuales. Aquellos contratos establecían recibir el 50 % adelantado y el resto al terminar el trabajo. Este conjunto se mantuvo año y medio respaldado por la popularidad que aún mantenían .
Mi última actuación en New York fue el 31 de diciembre de 1956 en el Cabaret La Rumba.
Video: La versión que Dámaso Pérez Prado hizo de Mona Lisa, aparece en el disco Más Mambo con Pérez Prado, 20 Grandes Éxitos, de 1951. En Spotify se pueden escuchar gratis todos los números: The Syncopated Clock Mambo, Mambo universitario, Beautiful Margarita, Broadway mambo, Mambo Jambo, La chula linda, Caballo negro, Kuba mambo, Cerezo rosa, Timba timba, Rico mambo, La cocaleca, Mona Lisa, Kon toma, Gateando, Skokiaan, Ni hablar y Latino.
Leer también: La historia de un cubano y la canción Mona Lisa y Trío América.
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