La obra de Arsenio Rodríguez ha inspirado durante varias décadas a melómanos, bailadores y músicos de todas partes del mundo. Su influencia, aunque enorme y persistente en la música popular de la actualidad, no ha sido suficientemente reconocida. Centenares de sus sones, guaguancós y boleros circulan aún de mano en mano entre los coleccionistas de los cinco continentes, pero también con frecuencia reaparecen nuevamente versionados por orquestas y cantantes de última hora, como si no quisieran pasar de moda.
Las claves del son y del guaguancó así como también la estructura del conjunto que Arsenio consolidó en la década de 1940 en Cuba se expandieron por toda Latinoamérica en un explosivo reguero de sabrosura a través de las orquestas de salsa de los años 60 y 70 que relanzaron sus pimentosos montunos mediante una escalada de sandunga sin precedentes en la historia de la música latina, convirtiendo al Brujo de Macurijes en la figura central del nacimiento de la salsa como la expresión más viva y tangible del nuevo barroco latinoamericano.
Los salseros originales, surgidos en las barriadas latinas de Nueva York, en el Bronx y en el Spanish Harlem, aupados por las florecientes industrias del disco y del espectáculo, no solamente retomaron de Arsenio Rodríguez los hallazgos más evidentes de su ritmo y de su estilo (además del formato orquestal del conjunto, devenido en orquesta estándar de salsa) sino que echaron mano de sus composiciones, utilizando al menos dos centenares de ellas para darle contenido a las grabaciones de salsa, un nuevo género musical que para entonces (hablamos de la década de 1960), salvo contadas excepciones, carecía de repertorio propio.
Sobre la verdadera importancia de este músico magistral, hasta no hace muchos años se sabía poco, pero de su vida no conocíamos prácticamente nada, a no ser las anécdotas (unas verdaderas y otras falsas) que han circulado de generación en generación hasta convertir a Arsenio en un personaje mítico y legendario.
En Cuba, su país natal, Arsenio es prácticamente desconocido para las actuales generaciones, y solamente a comienzos de los años 90, mucho tiempo después de su muerte, se escribió un libro en el cual sus autores, Alina Méndez Bravet y Jorge Ignacio Pérez González, dos estudiantes de la escuela de periodismo de la Universidad de La Habana, buscaron consignar para la posteridad la importancia de su legado y el valor de su obra. Sin embargo, el libro Arsenio Rodríguez, del mito a las sombras, escrito en 1991, nunca fue publicado. Sin contar que su música permaneció en el olvido por decisión gubernamental.
En el resto del continente conocemos ampliamente la música de Arsenio Rodríguez, la hemos bailado y degustado a lo largo de los años, pero del hombre, del creador de temas como El reloj de Pastora, Hachero pa’ un palo, Me boté de guaño, Sáquele brillo al piso Teresa, No me llores más, Se va el caramelero, El divorcio, Mulence, Yo soy el terror y La yuca o Dile a Catalina que te compre un guayo, entre otras muchas canciones, no teníamos ninguna certeza, que no fueran los borrosos y superficiales retratos que nos hicieron los productores discográficos para rellenar las contra-carátulas de sus elepés, plagados de imprecisiones y lugares comunes.
En este libro, intencionalmente titulado El Ciego Maravilloso, cuento aspectos de las grabaciones de Arsenio Rodríguez realizadas en Nueva York y en La Habana en las décadas de 1950 y 1960, hablo del contexto en el que surgió su obra y de las circunstancias en las que esta fue hecha, explicando las razones de su poderosa influencia en la música popular bailable de la segunda mitad del siglo XX. Pero también me ocupo de contarle al mundo quién fue Arsenio Rodríguez, el hombre escondido detrás del mito y de la leyenda, en un esfuerzo por develar los aspectos determinantes de su personalidad, las grandes corrientes del pensamiento social que motivaron su gesta creativa y las pequeñas y sutiles situaciones humanas que alimentaron su vocación como compositor y artista.
Arsenio Rodríguez, pese a su ceguera, era presumido y cuidaba su apariencia física y su proyección escénica con esmero, se hacía cortar el pelo con regularidad (en La Habana con Joseíto el mago del cabello y en Nueva York con Luis Cora, conocido peluquero boricua del Bronx que el Brujo de Macurijes inmortalizó en un son montuno). También se arreglaba las uñas, aprovechando la ocasión para enamorar a la manicure, dada la cercanía corporal de su oficio. Le tomaba la mano y le hablaba bajito al oído. El genial músico cubano tuvo fama de mujeriego y en numerosas ocasiones, los líos de faldas afloraron en su música. De hecho, al menos treinta de sus composiciones llevan nombre de mujer, las letras son anecdóticas, casi todas autobiográficas y en ellas desgrana con un lenguaje desenfadado y picaresco los pormenores de sus amoríos.
Volviendo a la apariencia física y al modo de ser de Arsenio. Era de mediana estatura y regordete, rozando la obesidad, de fuerte vozarrón y genio volado. Hombre de pocos amigos, su trato era árido y distante. Pese a su dilatada carrera musical y a su enorme popularidad, fue bastante hostil con los medios de comunicación y en medio siglo de ajetreo con el público, concedió solamente cuatro entrevistas. Atildado en el vestir, iba casi siempre de traje y corbata, zapatos Florsheim, negros bien lustrados y un ostentoso anillo de oro y diamantes en el dedo anular de la mano izquierda, que a donde iba le daba la apariencia de un hombre adinerado.
En algunas ocasiones (por razones del oficio) se presentaba de blanco hasta los pies vestido, luciendo el traje inmaculado de lino, camisa y corbata del mismo color y zapatos de dos tonos (negro con blanco) a la usanza cubana, tal y como puede observarse en las fotografías que testimonian su retorno triunfal a La Habana en 1956 luego de haber permanecido durante más de un lustro viviendo en Nueva York.
El trompetista Agustín Caraballoso, quien era músico de su conjunto y uno de sus más cercanos amigos en el Bronx, dijo al referirse a Arsenio: «Fue el negro más bien presentado y presumido que yo me he echado a la cara».
Raúl Manuel Travieso Scull (su hermano menor) trabajaba como bongosero de la agrupación del Ciego Maravilloso en Nueva York y a lo largo de un buen tiempo jugó igualmente los papeles de guardaespaldas, secretario, chofer y camarero del Mago del Tres. Contaba Raúl que Arsenio solicitaba varios trajes al momento de vestirse. Su hermano se dirigía hasta el ropero para escogerle el más vistoso, pero Arsenio le pedía que le trajera unos cuantos y se vestía frente a un enorme espejo con marco de caoba que tenía en la alcoba. Lucía los trajes uno tras otro hasta elegir el mejor, plantándose frente al espejo sin poder verse, pero siguiendo detalladamente las descripciones que Quiqui (su lazarillo) y Raúl le daban. Las indicaciones de sus hermanos le servían para formarse su propio criterio. Después él mismo a tientas (a veces con la ayuda de Emma su mujer) se anudaba la corbata Ferragamo que solía escoger con el tacto, acariciando con la yema de los dedos toscos, hinchados y callosos la suave textura de la seda. Le gustaban las corbatas italianas, las lociones caras y los trajes bien cortados, muchos de ellos hechos por su sastre de cabecera, Kiko Medina, cuyo nombre dejó escrito para la posteridad en una de sus últimas grabaciones.
La compostura que se imponía a sí mismo en el vestuario se las exigía a sus músicos a los que revisaba personalmente antes de salir al escenario para cerciorarse que llevaran el cabello bien recortado y la barba rasurada. Era puntilloso y hasta tirano en la dirección de su agrupación musical, requiriendo cumplimiento y puntualidad en el horario de los ensayos y de las presentaciones, y echó del conjunto a unos cuantos músicos y cantantes por impuntuales y borrachones.
Lo de los trajes y los zapatos lo ironizaba permanentemente, tanto en privado como en público, incluso dejó plasmado su punto de vista jocoso y satírico en la guaracha Me estoy comiendo un cable, una composición autobiográfica escrita en la Gran Manzana en 1955 en la que describe sus propias circunstancias existenciales aprovechando la ocasión para criticar a los cubanos que llegaban a la metrópoli estadounidense argumentado que estaban con una mano atrás y la otra adelante (como se dice coloquialmente) para aprovecharse de su generosidad y cogerle dinero.
Era sumamente medido, cuidadoso y hasta tacaño con el dinero, solía remunerar irrisoriamente a sus músicos, aunque también tuvo mala fama por cobrar muy poco por su trabajo y hay quienes dicen que no se sabía vender. No obstante que el conjunto regentado por el Mago del Tres fue popular tanto en La Habana como en Nueva York, Hoboken, San Juan, Willemstad, Chicago, Miami, San Francisco, Pasadena, Oakland y Los Ángeles, Arsenio cobraba tarifas realmente bajas por su espectáculo y les pagaba a sus músicos salarios ínfimos por sus servicios, situación que le generó toda suerte de inconvenientes con los integrantes de la agrupación, no solamente en la etapa habanera sino durante el desarrollo de la segunda parte de su carrera en los Estados Unidos. En 1964 Alfredito Valdés Junior, su pianista por cinco años en Nueva York, lo dejó porque cada toque con el conjunto de Arsenio no representaba más de diez o quince dólares por noche y con ese dinero no podía sostenerse en una ciudad cara.
En La Habana, a finales de 1943, Pepesito Reyes Núñez, el pianista que contrató para sustituir al insustituible Ezequiel Lino Frías Gómez, lo abandonó antes de cumplir un año de trabajo porque le pagaba un peso (máximo dos pesos) por cada actuación. También Adolfo O’ Reilly se fue de la agrupación, tras sustituir a Pepesito durante algunos meses, por similares razones. Después de Adolfito otros grandes del pentagrama ocuparon la silla del piano, entre ellos, René Alejandro Hernández Junco, quien no duró mucho al lado de Arsenio puesto que fue contratado para trabajar en Nueva York con la orquesta de Machito, y Rubén González, quien se fue del grupo para emprender una gira por América latina con el conjunto Estrellas Negras en asocio con el bajista Nilo Alfonso y el trompetista Benitín Bustillo. Esta desbandada ocurrida en 1946 a la postre le vendría bien al Mago del Tres debido a que lo obligó a hacerse con los servicios del legendario pianista y arreglista guantanamero Lilí Martínez, quien interactuó con el profeta de la música afrocubana durante seis años.
En el decenio de 1940 a 1950 el dinero corría a chorros por las manos de Arsenio gracias al enorme éxito que alcanzó su música en La Habana. Trataba de no dejarse estafar por los empresarios y no permitía que sus músicos lo timaran, distinguiendo al tacto y con un olfato único, la diferencia entre un billete de un peso y uno de dos pesos, los cuales conocía por su textura. Algo parecido le ocurriría después de 1950 en Estados Unidos, cuando fijó su residencia en Nueva York. Podía determinar sin equivocarse si tenía en la mano un billete de un dólar, de cinco o de diez dólares y en más de una ocasión, gracias a la sagacidad y el olfato, evitó que sus propios músicos le tumbaran.
Con la orientación parece no haber tenido problemas. En Güines, en Marianao y en La Habana reconocía las calles por su olor particular (obviamente también por su bullicio) y las casas por su cercanía o lejanía de la esquina más próxima, caminando sin bastón, acompañado por Quiqui, su lazarillo. En el antiguo municipio de Marianao, donde pasó su juventud, el compositor matancero vivió en los barrios de Arroyo Arenas, La Serafina, Pogolotti y Reparto de Hornos, en casas de inquilinato, en precarias condiciones materiales, como casi todas las viviendas habitadas por la clase obrera, pero en las que primaba la rica herencia cultural procedente del Congo. Cuando recorría las calles habaneras en plan de dejar pasar el tiempo, confraternizando con los amigos para tomarse un café, usaba las gafas de sol con las que aparece en las fotografías. En Nueva York se orientaba con facilidad, incluso en algunas ocasiones se vio obligado a convertirse en lazarillo de Quiqui su propio lazarillo quien habitualmente se perdía en la selva de cemento y no sabía cómo regresar a casa y Arsenio lo sacaba del atolladero.
La Habana en los años 40 había barberías frecuentadas por negros y mulatos, me contaba Orlando Collazo, quien fue el cantante de la charanga de Neno González. La enorme clientela en estas barberías, según Orlando, no se movía de los locales entre las cuatro y media y las seis de la tarde para escuchar por Radio Salas el espectáculo de Los Tres Grandes, sintonizado por todos los receptores de radio de la ciudad. El show, presentado en directo desde la emisora, actuaban diariamente la orquesta Melodías del 40 dirigida por Regino Frontela Fraga, desde las cuatro y media hasta las cinco; Arsenio Rodríguez y su Conjunto Todos Estrellas, desde las cinco hasta las cinco y media, y la orquesta de Arcaño y sus Maravillas, desde las cinco y media hasta las seis.
Estando en Nueva York, y siendo ya la figura que fue, el Profeta de la Música Afrocubana no desperdiciaba oportunidad para hacer vida social. Cuando no trabajaba, iba a los clubs del Bronx, Harlem y el centro de Manhattan para almorzar o tomar un cortadito. El Liborio y La Barraca eran dos de sus sitios preferidos. Departiendo con sus amigos y con las mujeres del mundo de la farándula se tomaba dos copas de Martini seco en cuya preparación el cantinero empleaba un trago de ginebra con un chorro de vermú y una aceituna cruzada. Arsenio no tuvo fama de bebedor, pero su ex esposa Emma Lucía Martínez decía que "era de muy buen comer", y aunque prefería la comida casera, en especial la boricua, dominicana y cubana, a veces se aparecía en buena compañía por los mejores restaurantes de la ciudad trajeado de bon vivant para probar la comida internacional de la cual fue un gran aficionado, en especial de la pastelería francesa.
Otra de sus actividades recreativas favoritas era presenciar el espectáculo de las orquestas de baile en los centros nocturnos de La Habana y Nueva York. En Cuba su cantante predilecto fue siempre Miguelito Valdés, quien le estrenara Bruca maniguá y en Nueva York el bolerista puertorriqueño Joe Valle. La orquesta de su preferencia en Cuba fue la de Arcaño y en Nueva York la de Tito Rodríguez, de quien fue buen amigo. Aprovechaba sus incursiones en la vida nocturna para escuchar a los mejores cantantes y a los músicos más versátiles sumándolos a su conjunto. Después de incorporados al redil se pasaba con ellos días enteros ensayando, componiendo el nuevo repertorio y preparando al alimón presentaciones y grabaciones.
En Nueva York (con la ayuda del pianista borincano Ray Dávila, quien transcribía los arreglos que él le dictaba) escribió unas cuantas composiciones tomando como punto de referencia la extensión y la tesitura de la voz de algunos de sus cantantes de cabecera como Cándido Antommattei, Guillermo Capó, Güito Kortright, Juan Olano, Israel Berríos, Domingo Scull, Anita Delgado, Marcelino Guerra, Frank Souffront, Manolo el Bombero, Sarah Martínez Baró, Chegüi Rivera, Rosalía Montalvo, Miguel Matamoros Junior, Pedrito Caballero, Raffy Martínez y Santiago Cerón. Arsenio Rodríguez vivía por y para la música. Fue su razón de ser a lo largo de la existencia.
Junto a sus hermanos menores Quiqui y Raúl, Arsenio vivió principalmente en el Bronx, al que le dedicó una canción. En dicho condado tuvieron el restaurante El Dorado, especializado en comida típica cubana, gerenciado por Raúl. El establecimiento estaba situado en la Avenida Intervale. El famoso músico vivió con su esposa Emma en distintos lugares del Bronx, al igual que sus hermanos con sus respectivas familias, pero también vivió en el Spanish Harlem y ocasionalmente en el centro de Manhattan, en el 23 west de la Calle 65, en un edificio donde ocurrió el conato de incendio que el Ciego Maravilloso narró para la posteridad en la letra del guaguancó Hay fuego en el 23.
En el apartamento de Harlem solía dar fiestas de santo, con orquestas y comida típica cubana, recibiendo a selectos invitados del cotarro musical latino, tal y como lo han testimoniado sus cercanos amigos, el puertorriqueño Israel Berrios Castro y el cubano Marcelino Guerra Abreu, más conocido por Rapindey.
Jairo Grijalba Ruiz*
Cubaencuentro, 14 de julio de 2017.
*Antropólogo y escritor colombiano. Desde 1978 ha estado dedicado a la radio, como director y presentador de varios espacios musicales especializados en jazz, blues y música latina. Entre sus obras se encuentra el libro Edy Martínez el hombre del piano (2009) y Benny Moré Sin Fronteras (2013), del cual es coautor. El libro Arsenio Rodríguez, El Ciego Maravilloso se puede adquirir en Amazon.
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