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jueves, 24 de agosto de 2017

El muro desde otro muro



El 10 de noviembre de 1989, al día siguiente de la caída del Muro de Berlín, yo cumplía 47 años. Entonces no tenía radio de onda corta y no pude seguir pormenores de los acontecimientos por la BBC y otras emisoras que trasmitían en español.

Pero me las arreglé para estar más o menos al tanto de lo que ocurría en la República Democrática Alemana, país al que había viajado, diez años antes, en junio de 1979 (leer Adiós, RDA).

La caída del Muro se produjo unos meses después de la primera y más trágica purga llevada a cabo por los hermanos Castro, quienes en 1989 cumplían tres décadas en el poder.

Hombres de la mayor confianza del régimen, entre ellos el general Arnaldo Ochoa y los coroneles y hermanos mellizos Tony y Patricio La Guardia, fueron apresados y juzgados en un juicio sólo comparable con los acontecidos en la Unión Soviética de la época de Stalin. La acusación principal: estar involucrados en tráfico de drogas y contrabando de mercancías. Supuestos delitos que en ningún Estado de Derecho conllevan pena de muerte.

Durante varios días, la televisión cubana trasmitió las sesiones, al mejor estilo de los culebrones mexicanos. Poco faltó para que también trasmitieran en vivo las ejecuciones, cinco en total. Dos muy traumáticas, la del general Ochoa, uno de los militares más querido por los cubanos, y la del coronel Tony La Guardia -su hermano Patricio fue condenado a 30 años de privación de libertad.

Aún con aquellas terroríficas noticias en nuestros cuerpos, empezamos a enterarnos de que la RDA tenía sus días contados. A principios de 1990, en mi domicilio habanero, el cartero me entregó un sobre, sin remitente, con un sello cubano y despachado desde Santiago de Cuba.

Al no tener conocidos en esa ciudad, intrigada lo abrí. En ella, un amigo alemán con quien mantenía correspondencia desde 1961, cronológica y minuciosamente me relataba los hechos que desembocarían en la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989 -y once meses más tarde, en la reunificación de Alemania, el 3 de octubre de 1990.

Es una lástima que esa carta no la tenga hoy conmigo. La tuve que ocultar debido a la siempre latente posibilidad de un registro en mi casa por parte del Departamento de Seguridad del Estado (DSE), sobre todo a partir de 1991 cuando mi hijo, Iván García, permaneciera dos semanas arrestado en Villa Marista, sede del DSE, y cuando en 1995 Iván y yo nos hiciéramos periodistas independientes de la agencia Cuba Press, dirigida por Raúl Rivero.

No la pude conservar, pero mayor uso no le pude dar. Al percatarme de que era un testimonio de primera mano, de una persona que lo vio y vivió todo, mecanografié la carta. Varias veces, porque el papel carbón estaba gastado y para que se pudiera leer bien no podía sacar más de tres copias de una vez. La misiva la circulé entre mis amigos y también una copia se la envié a Carlos Aldana, secretario ideológico del partido comunista y entonces el tercer hombre fuerte de Cuba.

Poco después, otro tipo de materiales estaría circulando en la Isla: ejemplares del semanario Novedades de Moscú y de la revista Sputnik. No cualquier número, si no aquéllos que traían artículos sobre la perestroika y la glásnost.

A la isla de los Castro habían comenzado a llegar rayos de luz y esperanza. Se había abierto una caja de pandora que todavía no se ha cerrado, pese a los cíclicos y variables métodos represivos de la Seguridad del Estado, que ahora tiene que lidiar con disidentes de nuevo tipo, pertenecientes a una generación sin apego a la revolución cubana ni a sus líderes históricos. Una policía política, por cierto, que desde su creación, en 1960-61, siguió lecciones de la KGB soviética y la STASI alemana.

La huella que en los cubanos de diferentes edades, oficios, profesiones y pensamientos, dejó la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS, aún está por ser contada por una pluma serena y objetiva.

De lo que sí se ha hablado y escrito bastante es de la mayor consecuencia directa que tuvo en Cuba la desaparición del campo socialista: la implantación del "período especial en tiempos de paz".

Si en 1989, más o menos, los cubanos habíamos resuelto con el mercado paralelo -productos ofertados a precios más caros por moneda nacional, sin necesidad de la libreta de racionamiento- a partir de 1990, con la llegada del "período especial" fue cuando de verdad supimos lo que era pedir el agua por señas.

Tania Quintero
Foto: Tomada de El Nuevo Herald.
Publicado el 12 de junio de 2013 en El blog de Iván García y sus amigos.

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