Encontrar por azar en YouTube su asombrosa versión de Round Midnight, del gran Thelonius Monk, fue más que un regalo a los sentidos, un llamado de conciencia. Dónde estuvo esta mujer de nombre inasible y asombroso desempeño, dónde estuvimos nosotros que no la encontramos antes???!!!
El nombre de Numidia Vaillant Villalón suena lejano, poco conocido; llega unido para siempre en un haz de luz, a París, a Santiago de Cuba, al jazz y a cuanta buena música haya de ser tocada sobre las teclas de un piano. Es evidente que el sonido acrisolado de su piano le debe a Duke Ellington, a Frederic Chopin lo mismo que a Ignacio Cervantes, César Portillo de la Luz, a Marta Valdés, a José Antonio Méndez y hasta a la conga de Los Hoyos. Su refinamiento estilístico y su personalidad se anclan en París, Oslo, Tel Aviv, Japón... lo mismo que en La Habana y Santiago de Cuba. Sobrevienen entonces las interrogantes.
¿Quién es Numidia Vaillant? ¿Qué motivó el silencio –o su posible autosilencio? ¿Por qué la ausencia de noticias acerca de sus éxitos, de su vida, de su excelencia? ¿En qué circunstancias de vida se fraguó ese pianismo increíble y esa personalidad que se anuncia extraordinaria, y quizás precursora como exponente primigenio y raro del pianismo femenino en el jazz en Cuba?
Quien vea y escuche a Numidia Vaillant moviéndose a su antojo por la intrincada selva donde la tientan lo mismo Ellington, Gershwin, que Tom Jobim con su Insensatez, y Kozma con Les feuilles mortes, quedará sin aliento ante Lullaby in Birland (G. Shearing-B. Y. Forster) o frente a uno de los grandes estudios de Chopin. Quien sea capaz de estremecerse ante su magia; quien pueda intuír las marcas de su identidad en el abordaje rítmico de un mundo sonoro que podría parecerle ajeno, sabrá que tras esa mujer y su piano, o más bien desde su interior, late una riqueza musical y cultural en el sentido más amplio, una devota concentración y dedicación al piano y su circunstancia, y una capacidad para llevar de la mano la puridad de la academia, un creativo virtuosismo y un estilo personalísimo para expandirlo a través de un lenguaje de rampante universalidad.
Tocó de manera habitual en la meca parisina del jazz: el Blue Note y en famosas y olvidadas boites de jazz de Saint Germain-de-Pres; se codeó de tú a tú con Bud Powell y Stan Getz; fue reverenciada en escenarios tan disímiles como Israel, Finlandia, Italia o México. Pero pocos saben que era santiaguera; que se marchó de Cuba hacia París en noviembre de 1958, para nunca más regresar, tras el sueño y el mito de la Ciudad Luz, dejando atrás una carrera ya iniciada y en curso, pero que ella sabía insuficiente. Poco, por no decir nada, se ha sabido de ella en este lado del Océano Atlántico, aunque por fortuna YouTube nos la devuelve en los últimos tiempos de su larga vida y asistimos asombrados a la magia de un pianismo que da fe de profundos estudios académicos, pero también de lo que surge y se aprende tras una búsqueda incesante y la inigualable experiencia de revelarse noche a noche como piano woman, centro de la energía en un club de jazz, en una boite de jazz, en cualquier ciudad del mundo.
La opacidad signó la presencia y el recuerdo de Numidia Vaillant en su propio país: las noticias acerca de sus éxitos y su vida dejaron de aparecer en los medios de prensa, a pesar de su probada cercanía, en etapas, incluso posteriores a 1959, en que en cierto momento frecuenta los círculos diplomáticos cubanos en París y según sus propias palabras, llega a colaborar con Alejo Carpentier en algunos proyectos musicales cuando el gran escritor era también el consejero cultural cubano en Francia. Su nombre no se menciona cuando se habla de pianistas en Cuba, a pesar de que su vida, la vivida en Cuba y París, la hace notable y vinculada a momentos significativos de la historia musical cubana.
Santiago de Cuba le dio la bienvenida a este mundo el 29 de octubre de 1927. Sin esta ciudad y sin conocer el entorno socio-cultural y familiar en que Numidia creció y vivó su niñez y adolescencia es imposible comprender las raíces de su sensibilidad, el ansia del conocimiento, su apego a la música y la personal aprehensión del jazz desde el piano. De inestimable valor resulta la entrevista que la Vaillant concediera a la escritora nicaragüense Milagros Palma y al hispanista francés Claude Couffon, el 5 de marzo de 1998, cuarenta años después de haber salido de Cuba, y que bajo el tíulo Yo tenía la ilusión de París fue incluida en el libro El mito de París: veinte entrevistas con escritores latinoamericanos en París. Fragmentos de lo que Numidia contara en esa entrevista:
-Yo vengo de una familia de músicos de tres o cuatro generaciones. En casa se tocaba piano, pero mi abuela tocaba guitarra clásica. Papá era decorador, él tocaba todos los instrumentos de cuerda, el violoncelo, el contrabajo. Entre los jóvenes de mi generación había por lo menos cuatro pianistas. Mi prima, Ana Luisa, que fue alumna de mi mamá, tocaba piano clásico. Mi prima Nereida tocaba piano popular para bailar. Sólo dos no tocaban nada. Un primo abogado que trabajaba en la Base Naval de Guantánamo, tocaba jazz. El me enseñó la música americana. Allá él tuvo la ocasión de oír todos esos músicos de jazz de la época, que venían de Estados Unidos, como Louis Armstrong. Otro de los primos hermanos que era arquitecto tocaba flauta. Pepecito que era médico tocaba algunos motivos, pero no era profesional. Mi mamá y mi tía Anitica eran profesoras de piano; antes de que yo naciera tocaban piano en las películas mudas. Mi abuelo enseñaba música. Mi tía Anitica me enseñó el piano. Ella tocó hasta que se murió, casi hasta la edad de cien años.
El músico y compositor santiaguero Rodulfo Vaillant (sin parentesto familiar con Numidia)–quien afirma que el padre de la pianista, Concepción Vaillant, más conocido por Conchito, era pintor y decorador de muebles cuando vivían en las calles Santo Tomás y San Mateo en la barriada de Los Hoyos y era muy apreciado por su talento y educación. Según William Navarrete, cubano residente en Francia, el abuelo de Numidia, Maximiliano Villalón fue maestro de solfeo de grandes músicos de la vieja trova, como Miguel Matamoros. Siganos con el relato de la Vaillant:
-Desde que me acuerdo, toco piano. Toda mi infancia fue música. Todo el mundo tocaba, todo el mundo hacía música. Mi abuelo murió cuando yo tenía dos años y ya yo tocaba. Mis tías nunca supieron cuando empecé. Todos los chicos del barrio jugábamos en casa a tocar piano. A los dos años aprendí a leer música, antes de aprender a leer y escribir. Cuando mi tía daba clases yo oía todo lo que pasaba. Mi mamá era profesora de cuarto grado y me llevaba a la escuela donde trabajaba. Cuando entré en el kindergarten, a los seis años más o menos, yo tocaba una marcha para que marcharan los niños.
Decisiva sería para ella la influencia familiar y también la de aquella sociedad negra y culta que aunó a ciertos sectores de maestros, empleados, músicos, profesionales afrodescendientes en la ciudad de Santiago de Cuba en las décadas 1920-1930 del pasado siglo. Así lo rememoraba Numidia:
-Los amigos de la familia también eran músicos. Teníamos un círculo social de la alta sociedad negra de aquella época. En mi casa, cuando yo tenía 10-11 años, se hacía una vez por semana, en la tarde, las llamadas tertulias literarias de poesía y teatro. Mi mamá escribía teatro, se tocaba música clásica europea y cubana. Esa sociedad era alta en el sentido de la cultura. No teníamos dinero. Había algunos familiares que estaban muy bien. Mi familia había estado muy bien antes de que se hundieran los bancos en Estados Unidos. Muchas familias, como la mía que tenía dinero allá, lo perdieron todo. Era la época de Machado y las personas como mi mamá que trabajaban en la escuela pública, pasaban a veces ocho meses sin que les pagaran un centavo, pero tenían que seguir trabajando, no podían decir: me paro. Probablemente cuando nací había cierto nivel económico, pero la cosa empezó a descomponerse.
-Recuerdo que todo era muy difícil hasta que terminé mis estudios en la Escuela Normal para Maestros. No se comía todos los días, pero no era sólo en mi familia, en las otras también. Pero de esas cosas no se hablaba. Había familias que estaban mejor, otras peor. Todas trataban de mantener un alto nivel cultural. Nos habían enseñado que lo más importante, lo que no se podía perder, era la cultura. El dinero se podía perder, pero la cultura no. Es decir, que pasara lo que pasara nosotros teníamos que seguir estudiando. En Santiago de Cuba se recibía a las grandes compañías de teatro, de ópera, que venían de Europa y que entraban por el puerto de Santiago. Así recibimos a Enrico Caruso, al Teatro Japonés. La vida en Santiago de Cuba era muy rica desde el punto de vista cultural. Los cabarets no eran bien vistos, se veía un turista, una o dos veces al año.
A Milagros Palma y Claude Couffon, Numidia contó que en Santiago realizó estudios de bellas artes con su tía y durante 8 años se formó en el conservatorio de la profesora Dulce María Serret en la misma ciudad. Después tomó clases con el maestro Benvenutti. Y en paralelo se hace maestra normalista, como se les llamaba a los egresados de la Escuela Normal para Maestros, existentes en las principales ciudades cubanas. Pero su vida era absorbida por la música y los sueños:
-Yo tocaba ocho horas de piano al día. Mis primas pensaban en novios a los nueve años y yo no, yo pensaba en Beethoven. Para soñar tenía el cine y los libros. En casa tenía muchos libros. Muy cerca de la escuela superior estaba la gran biblioteca del Museo Bacardí. Yo la conocía mejor que los bibliotecarios. Salía de la escuela y allí me metía. Me gustaba leer sobre las grandes obras del mundo, cómo se habían construido las pirámides, los grandes puentes, me gustaba leer cosas de historia y sobre todo de pintura, me encantaban también las plantas y la astronomía.
Inquieta, dispuesta a beber de todas las fuentes de saberes y excelencias, en la segunda mitad de la década de los 40, Numidia Vaillant se vincula a Luis Carbonell, quien aún no había alcanzado fama bien ganada como El Acuarelista de la Poesía Antillana ni como el gran músico que llegó a ser, y fungía como repertorista y director de programas musicales en la radioemisora santiaguera CMKC, donde Carbonell organiza un programa estelar para cantantes, que se transmitía todos los sábados a las 8 de la noche. De su propio sueldo como profesor de inglés -su ocupación alternativa- decide pagar 20 pesos mensuales a Numidia para que actuara como pianista acompañante de los cantantes, además de Nené Velarde, quien era pianista oficial de la emisora. Escucha a Carbonell, pero pronto enfilará sus pasos hacia La Habana.
Resulta difícil precisar la fecha exacta en que Numidia Vaillant se establece en la capital, ni ella misma dejó constancia del dato, aunque parece ser que ocurrió a fines de la década de 1940. De lo que sí dio fe fue de su percepción de aquel momento, de lo duro que resultó para ella la inserción en un medio que, a priori, le resultaba del todo extraño y ajeno: “Como mujer, para mí era una catástrofe porque no era bella, no sabía bailar, no tenía costumbre de arreglarme, de maquillarme, de nada. En Santiago siempre había brillado porque tocaba bien. En La Habana eso no bastaba. En Santiago nunca pensé en el aspecto mujer, porque era una niña. En La Habana las otras chicas se reían de mí porque no tenía conversaciones de cosas de mujer. Las tías que me criaron eran solteronas. En casa no se hablaba de ciertas cosas. El lenguaje era muy purificado. Como mujer, en La Habana me sentí muy mal, llena de complejos. Naturalmente, las experiencias eran desastrosas. Yo no estaba preparada para el ambiente de La Habana y digamos que fue ahí donde verdaderamente adquirí la madurez que me permitió después ver mejor a Europa".
Numidia, sin embargo, vence obstáculos y estereotipos y comienza a insertarse, paso a paso y no sin dificultades, en el mundo musical habanero. No deja de crecer: matricula en el Conservatorio Municipal de La Habana y recibe clases de Joaquín Nin Culmell. Se hace notar, hace nuevas amistades, es valorada entre los músicos por su innegable talento y, como siempre ocurre, el talento atrae: por ese camino, Numidia conoce y se relaciona con quienes llegarían a ser verdaderos portadores del vanguardismo en la composición musical dentro de la canción y el bolero -el grupo del feeling- reconociendo la valía de sus obras recién nacidas y anticipando un entusiasmo irrefrenable por lo que se gestaba. Se relaciona con algunos de los que serían las cabezas de ese grupo creativo; realiza transcripciones para César Portillo de la Luz y según algunos testimonios, la pianista se ufanaba de haber realizado una de las primeras transcripciones de Contigo en la distancia.
Diligente, Numidia promueve amistades, crea alianzas y difunde creaciones de colegas aún desconocidos, pero que considera notorias, hechos que, vistos desde la distancia del tiempo, la convertirán en hacedora de encuentros que repercutirán en la historia de la canción cubana.
El email que la compositora Ela O’Farrill escribe a su colega y amiga Marta Valdés varias décadas después, no puede ser más elocuente: “Como ya sabes, mi primera canción fue Ven mi amor que compuse en 1943, a los 13 años (soy del 30). Esa canción la estrenó Pepe Reyes en un programa radial de los domingos en la tarde en CMQ. Se la enseñó Numidia, sería como en 1948. En 1953, también Numidia le dio al Conjunto Casino el bolero “Son cosas que pasan”, lo estrenaron en el programa del mediodía en CMQ TV con Germán Pinelli. En 1954 en una 'descarga' solitaria en el portal de mi casa en Varadero, Numidia y yo compusimos una canción que titulamos Milagro del cielo. Nada más la cantó ella. Marta Valdés resume a la autora de este trabajo, sus recuerdos sobre el testimonio que, en entrevista con el realizador audiovisual villaclareño Raúl Marchena, legara Ela O’Farrill durante su viaje a La Habana en 2012:
“Siendo una adolescente menor de 15 años aficionada a cantar acompañándose a la guitarra, Ela comenzó a componer canciones y conoció a otra joven vecina admirablemente dotada para el canto y conocedora de un vasto repertorio de canciones de moda cubanas y norteamericana, Doris de la Torre, con quien comenzó a reunirse para escuchar música y cantar en sus ratos libres. Doris viajaba con frecuencia a La Habana, donde permanecía por temporadas. Un amigo de la familia O’Farrill llamado Guzmán Estrada, al conocer la vocación de Ela por la música, le contó de su admiración por una joven y muy talentosa pianista santiaguera: Numidia Vaillant que estaba viviendo en La Habana, y le propuso propiciar un encuentro entre ambas, seguro de que el resultado sería enriquecedor. El padre de Ela, persona muy amante de la música (incluso aficionado a tocar el violín) e interesada en favorecer la vocación de su hija, le ofreció invitar a la joven a que se pasara unos días compartiendo con su familia en Santa Clara.
"Ela relata con verdadera emoción aquel encuentro con la artista que, poco después de haber tocado algunas piezas breves en el piano de su casa interpretó, completamente de memoria, la Rhapsody in blue de Gershwin. Numidia también apreció el valor de las canciones que Ela comenzaba a componer y el intercambio fluyó y se convirtió en una gran amistad y una relación de familia con viajes de ida y vuelta, incluso en los que los O’Farrill planeaban temporadas en La Habana y Ela llevaba su guitarra para continuar aquellos intercambios. En uno de los viajes de Numidia a Santa Clara, coincidió con Doris y se quedó admirada de su talento, a tal extremo que le ofreció apoyarla en La Habana relacionándola con compositores como Orlando de la Rosa e Isolina Carrillo, entre otros, lo cual fue aceptado e influyó notablemente en el curso futuro de la carrera artística de quien llegaría a ser una de las más grandes intérpretes en la historia de la canción cubana.
"Numidia había conocido de cerca, en aquellos años 40, a autores noveles como César Portillo de la Luz, cuya canción recién compuesta Contigo en la distancia, dio a conocer a Ela y determinó que ésta le pidiera ponerse en contacto con el autor, a quien quería llegar a tener como maestro de guitarra. Temporadas enteras de la joven compositora en La Habana, siempre en contacto con Numidia, dieron como resultado, a partir del enriquecimiento de Ela en el dominio de la guitarra, la llegada al mundo de varias de sus más hermosas canciones que tuvieron en la santiaguera el fiel apoyo para que creciera y se diera a conocer la obra de esa otra santaclareña que se cuenta entre los creadores más relevantes de la canción cubana en la segunda mitad del siglo XX.”
Luis Carbonell, amigo y coterráneo de Numidia, la llama para un proyecto que acaricia concretar y que deviene al final una de las proezas técnicas más notables en la discografía cubana: la grabación en 1955 del disco Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces, donde Esther Borja canta haciendo todas las voces acompañada al piano indistintamente por los dos pianistas santiagueros. Fue un proyecto de Carbonell, inspirado y realizado por él con la decisiva participación del ingeniero Medardo Montero, al que trajo a su coterránea y amiga, seguro de que haría valer su excelencia ante el piano. Carbonell elige para la Borja un repertorio del cancionero clásico cubano: Te odio y me odias, En el sendero de mi vida, Noche azul, Es el amor la mitad de la vida, Ausencia, La tarde, Ojos brujos y Longina.
Numidia destaca, entre otros momentos, en uno de los dos instrumentales: La hija de Oriente, de José Marín Varona, y en la danza Los tres golpes, de Ignacio Cervantes, montada para dos pianos, donde Carbonell toca el piano junto ella. Casi de inmediato, Numidia escoltaría de nuevo a su amigo en otro proyecto discográfico: Luis Carbonell en la poesía afro-americana, encargándose del acompañamiento musical al piano, junto al llamado Trío Antillano (Nelia Núñez, Isaura Mendoza y Francis Nápoles), a partir de arreglos del propio Carbonell. Este disco se grabaría en Cuba, aunque se fabricaría en Nueva York. Serían, a todas luces, las primeras huellas que hemos encontrado como legado fonográfico de Numidia Vaillant en Cuba y que se asocian, sin dudas, a dos momentos relevantes de la discografía cubana.
Se le ve en diferentes escenarios desdoblada en una especie de show-woman, lo que habla de su ductilidad y capacidad para abarcar diferentes estilos y de su decisión de no detenerse en la búsqueda del espacio que creía merecer…, y merecía! Con una formación clásica, entrenada además como pianista acompañante, arreglista y repertorista, la búsqueda de trabajo la apremia a sumar sus condiciones vocales y un inesperado histrionismo, que le permiten mayores posibilidades de inserción en espacios radiales, televisivos y de cabarets. Ya en mayo de 1954, la revista Show llama la atención sobre Numidia cuando afirma: “La gran pianista y comediante es un hit en televisión”. En efecto, a inicios de la década de los 50, Numidia es contratada por la CMQ, participa de manera regular en varios espacios televisivos y, en su faceta eminentemente pianística, se convierte en esos momentos en la única mujer frente al instrumento en la orquesta de conciertos de esa radioemisora, dirigida por Enrique González Mantici.
El reconocido cineasta cubano Enrique Pineda Barnet atesora amables recuerdos sobre la Vaillant: en 1953 dirigía en CMQ Televisión un programa de televisión que, puntualmente, dedicaba una edición a la ciudad de París. En el set la Vaillant brilla como pianista y cantante de temas icónicos franceses. Recuerda Pineda Barnet: “Numidia era una mujer que nació músico. No era una hembra, no era una modelo, no era sofisticada, era una muchacha muy común, pero absolutamente imposible de repetir. Era un alma, tocando de una manera maravillosa y como ser humano, era muy amiga, era ese tipo de mujeres que se da en el arte: mujer confidente. Con ella logré esa compenetración a nivel de confidencia. Numidia fue importante en esos años, moviéndose, a diferencia de otras mujeres pianistas, en la cuerda del jazz y de la bohemia.”
Rosa Marquetti
Desmemoriados. Historias de la Música Cubana, noviembre de 2016.
Foto de Numidia Vaillant tomada de Musicuba, blog de Roberto García Cepeda.
Más fotos de Numidia Vaillant en Desmemoriados.
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