El pasado mes de abril se cumplieron 50 años de la creación, en 1967, de la Orquesta Cubana de Música Moderna.
Pareció insólita la orientación de los comisarios comunistas que regían la cultura de crear aquella big band con permiso para tocar jazz. Desde hacía más de siete años, el rock and roll, el jazz y toda la música norteamericana y anglosajona en general, habían sido proscritas en Cuba.
Como sus mentores soviéticos, los comisarios consideraban que era la música del enemigo, decadente, enajenante y que servía “vehículos de penetración ideológica para socavar el socialismo”.
Pero luego de varios años de ridículas prohibiciones, que llegaron al extremo de considerar la guitarra eléctrica y el saxofón como “instrumentos imperialistas” y a sus intérpretes como “colonizados y penetrados culturales”, los comisarios parecían haber cambiado de opinión respecto al jazz y permitían tocarlo, siempre que estuviera mezclado con la música cubana.
A los directores Rafael Somavilla y Armando Romeu les encargaron reunir a los mejores músicos del país para conformar lo que sería la Orquesta Cubana de Música Moderna. Somavilla y Romeu, que dejó la orquesta del cabaret Tropicana, fueron a buscar al pianista Chucho Valdés y al guitarrista Carlos Emilio Morales al Teatro Musical de La Habana, a Pucho Escalante, el percusionista Oscar Valdés y el baterista Guillermo Barreto a la orquesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión, al bajista Cachaíto y a Luis Escalante, a la Orquesta Sinfónica Nacional, y al saxofonista Paquito D’ Rivera lo rescataron de la banda de música de las FAR donde cumplía el Servicio Militar Obligatorio.
La primera presentación de la Orquesta de Música Moderna fue en junio de 1967, en un campamento de trabajo agrícola en Guane, Pinar del Río. Unos días después actuarían en un abarrotado teatro Amadeo Roldán. Luego, grabaron un disco de larga duración en la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM). Entre otras piezas, el disco contenía Misa Negra, la más emblemática composición de Chucho Valdés, y Pastilla de menta, una versión de One Mint Julep, de Ray Charles, que tuvo enorme éxito entre un público que ya estaba hastiado de tanto Pello El Afrokán con su Mozambique y su María Caracoles.
La orquesta ensayó febrilmente para presentarse en el pabellón cubano de la Expo 67 en Montreal, pero finalmente, a varios de los mejores músicos de la orquesta no les permitieron viajar a Canadá. Temían que “desertaran”.
Con Chucho Valdés, Paquito D’ Rivera, Cachaíto, Carlos Emilio Morales y Enrique Plá utilizaron el pretexto de que eran necesarios para integrar el Quinteto Cubano de Jazz y que “tuvieran tiempo para prepararse adecuadamente para representar a Cuba” en el Festival Jazz Jamboree que se celebraría en 1970 en Varsovia.
A los trompetistas Lara y Varona y al trombonista Modesto Echarte, a quienes no les encargaron ninguna tarea en particular, nunca les explicaron las razones por las cuales -según se dice, a petición de Manuel Duchesne Cuzán, director de la Orquesta Sinfónica Nacional- no los dejaron ir a Montreal.
Los festivales de Varadero de 1967 y 1970 fueron las últimas oportunidades de lucimiento de la Orquesta Cubana de Música Moderna. Luego del Congreso de Educación y Cultura de 1971, con el advenimiento del nefasto Decenio Gris, a los músicos de la orquesta les orientaron que tenían que “tocar de todo, y no tanto jazz”. Aquella imposición se vio reflejada en el segundo disco de la orquesta, titulado Cuba, que linda es Cuba, donde todas las piezas eran cubanas y del corte de la homónima de Eduardo Saborit.
La orquesta se vio forzada a tocar un repertorio cada vez más ligero, con poco o ningún margen para los solos y la improvisación jazzística, hasta convertirse en una orquesta de variedades que acompañaba a cantantes de segunda o tercera categoría.
La decadencia de la orquesta era imparable. La Dirección de Música del Consejo Nacional de Cultura despidió por protestón a Paquito D Rivera, las FAR se llevaron para su banda musical al trompetista Arturo Sandoval, el baterista Enrique Plá y el contrabajista Carlos del Puerto, y Romeu y Somavilla se apartaron de la orquesta, que quedó bajo la dirección de Germán Piferrer.
En 1973, Chucho Valdés creó Irakere y “sacó del bache” a Paquito D’ Rivera y a varios de aquellos músicos. Con una profusión de instrumentos de percusión afrocubana, en números como Bacalao con pan y Valle de Picadura, se mezclaban el jazz y el dodecafonismo con la música cubana, Irakere causó sensación en su momento, y junto con Los Van Van, revolucionaron la música nacional.
Pero Irakere acabó tocando una música bailable, que para los bailadores resultaba demasiado rápida y elaborada. Sus integrantes, incluido el director, Chucho Valdés, se sintieron incómodos y ansiosos de nuevos horizontes musicales: lo que les interesaba era el jazz. Paquito D’ Rivera se iría de Cuba en mayo de 1980. Arturo Sandoval se fue en 1989. Les seguirían Carlos Averhoff, Carlos del Puerto y otros.
El 23 de junio de 2007 en el teatro Amadeo Roldán se celebró el 40 aniversario del primer concierto en dicho auditorio de la Orquesta Cubana de Música Moderna, y de los integrantes originales sólo estuvieron tres: Chucho Valdés, Carlos Emilio Morales y Enrique Plá. Los demás músicos estaban muertos (Romeu, Somavilla, Barreto y Varona) o se habían ido del país, en busca de libertad y de mejores oportunidades de tocar, sin imposiciones, la música de su preferencia.
En 2017, cuando se cumple el medio siglo de la Orquesta Cubana de Música Moderna, parece que la efemérides redonda pasará sin celebraciones.
Luis Cino Álvarez
Cubanet, 4 de mayo de 2017.Leer también: Haciendo historia en el Amadeo, por Pedraza Ginori.
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