Se dice que el dolor agudiza la creatividad, por lo que no extraña que su vida fuera una obra de arte constante y entera. Y es que más que en el dolor, ella vivió en una herida abierta que supuró talento, crueldad y humillaciones a borbotones.
Billie Holiday (Philadelphia, 7 de abril de 1915 - Nueva York, 17 de julio de 1959), la cantante más definitiva de toda la historia del jazz, no fue un juguete roto, sino una chica con una sombra permanente de mala suerte, tanto por la época y la sociedad en la que hubo de sobrevivir como los amores errados a los que se abrazó.
Ella misma dijo en su autobiografía Lady sings the blues (Editorial Tusquets): "Puedes ir vestida de raso, con gardenias en el pelo y no ver una sola caña de azúcar en varios kilómetros a la redonda y, aun así, seguir trabajando en una plantación". Lady Day hubiera cumplido 100 años el martes 7 de abril de 2015.
Jose James y Cassandra Wilson han sido los dos primeros artistas que han entregado nuevo disco conmemorando el centenario del nacimiento de Billie Holiday, Yesterday I had the blues y Coming forth by Day, respectivamente. La también cantante Cecile McLorin actuó en su homenaje en el Licoln Center de Nueva York y ya se avecina una nueva biografía, Billie Holiday: The musician and the myth, que se sumará a publicaciones como la mencionada Lady sings the blues o la magnífica Con Billie (Global & Rhythms), escrita por Julia Blackburn e inspirada en el prolijo y amplio material que acaparara en su día la periodista Linda Kuehl.
En este siglo han aparecido voces maestras en el jazz, incluso voces que bien pueden rivalizar en audacia y emoción con el lamento vocal de la Holiday. Y, sin embargo, todavía está por descubrirse una cantante que concite tanta unanimidad en torno a una canción tan arrebatada como arrebatadora. Y tan herida, porque no se entiende cómo esta mujer fue capaz de vivir en la cima del jazz golpeada por tanta desgracia. Se insiste: Billie Holiday, a pesar de sus excesos, no fue lo que llamamos un juguete roto, sino una mujer que caminó por la vida sin desaliento, a pesar de las muchas piedras que se encontró -y le colocaron- a cada paso.
Sabida es esa infancia fracasada, que pronto la colocó, no ya en la adolescencia, sino en la madurez de una cría que descubrió en su voz y en el jazz la única posibilidad de ser feliz. Un rato, un ratito, porque profesionalmente también tuvo que aguantar lo suyo, como mujer y como negra.
Fue violada cuando tenía 10 años y tuvo de cambiar la bicicleta o el balón por el cepillo y la fregona, limpiando en un burdel que -cosas del destino- le permitió escuchar a Bessie Smith y Louis Armstrong a través de una jukebox que entretenía a la clientela mientras esperaban turno. Puede decirse que el blues y el jazz salvaron a aquella niña de entregarse plenamente a la prostitución.
En ese tiempo, claro, Billie Holiday era Eleanora Fagan, hija de Sadie Fagan y un músico de jazz, Clarence Holiday, que pronto abandonó a su suerte a sus dos mujeres: "Mamá y papá eran un par de críos cuando se casaron, él tenía 18 años, ella 16 y yo 3. Fue un milagro que mamá, Sadie Fagan, no fuera a parar al correccional y yo al reformatorio. Pero ella me quiso desde el mismo instante en que notó en su vientre un suave puntapié mientras fregaba suelos".
Así pues, la niña huyó de aquellas malas sombras buscando un futuro todavía incierto en Nueva York. Tenía 13 años y su primer intento como artista tuvo lugar en el Pod's and Jerry's de la calle 133, primero como bailarina, luego como cantante; en la prueba que le hizo el dueño del local interpretó 'Travellin' all alone, conmoviendo a todos los asistentes.
Ella lo recordó en sus memorias: "Si a alguien se le hubiera caído un alfiler, habría sonado como una bomba. Cuando finalicé, todos aullaban y levantaban sus vasos de cerveza". En aquel momento nació Billie Holiday, nombre que Eleanora tomó de Billie Dove, la gran estrella del cine mudo y el espejo de todos los sueños que la cantante tenía. Su segundo apodo, Lady Day, se lo puso el gran amor de su vida, mal correspondido, el saxofonista Lester Young, con el que compartió escenarios y grabaciones.
Sobre el escenario Billie Holiday era toda luminosidad, volviendo a la cruda realidad cuando se bajaba de él. No se le permitía ningún contacto en el público blanco, tenía que acceder a los locales por la puerta de atrás, cobraba menos que sus compañeros... A ello se le sumaba su adicción a la heroína, que le granjeó numerosos problemas y un paso por la cárcel de cruel recuerdo, por no hablar de las parejas que tuvo, maltratadores de profesión, tipos mafiosos, crueles, a los que retrató en canciones como My man o 'Ain't nobodys business.
Pronto captó la atención de una de las orquestas de swing de mayor éxito en aquel Estados Unidos de 1933, la de Benny Goodman -por mediación del productor John Hammond-, para encontrarse cuatro años después integrada en esa maquinaria mucho más jazzística y fogosa que fue la de su admirado Count Basie, donde conoció al mencionado Lester Young.
Llegado ese momento, Billie Holiday ya había hecho de su voz un lamento vocal con una hondura emocional mágica, con una sensibilidad en el fraseo realmente única e irrepetible. Se dice que nadie como ella pronunciaba con tanta emoción desgarrada las palabras love o baby. "Trato de improvisar como Louis Armstrong o Lester Young. Lo que sale es lo que siento. Odio las canciones en línea recta. Tengo que cambiar los tonos y ajustarlos a mi propia forma de entender la música. Esto es todo lo que sé".
Entre 1935 y 1942, Lady Day registró más de cien grabaciones. Luego estuvo incrustada en el conjunto de Artie Shaw y en 1939, su primera presentación como líder, en el Cafe Society del Greenwich Village neoyorquino, que incluyó un tema que le acompañaría hasta el final de sus días, Strange Fruit. "De los árboles del sur cuelga una fruta extraña / sangre en las hojas y sangre en la raíz / cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña". En 1999, Strange Fruit fue elegida por la revista Time como la mejor canción del siglo XX.
En 1954 realizó una gira por Europa que acentuó esas luces y sombras que marcaba la línea del escenario, firmando en 1957 una sesión antológica para un programa televisivo de la CBS, The sound of Jazz (junto a sus queridos Ben Webster, Lester Young y Coleman Hawkins, entre otros) y registrando al año siguiente un colosal álbum, Lady in Satin, antes de su muerte y ya cansada -que no derrotada- de la vida.
En ese tiempo postrero las penurias no dejaron de abrazarla y las humillaciones racistas y persecuciones policiales tuvieron lugar incluso hasta cuando daba su último aliento en el Metropolitan Hospital de Nueva York el 17 de julio de 1959, donde recibía una denuncia a los pies de su cama.
Dejó registradas cerca de 300 canciones inmortales, hoy interpretaciones con muchos futuros, como Night and Day, Lover man, Satin Doll, Blue Moon, All of me, Body and Soul o Embraceable you, así como composiciones propias como I love you porgy, Fine and mellow, God bless the child o Everything Happens To Me.
Billie Holiday tocó con toda la nobleza de músicos en la época más dorada del jazz, la de mediado el siglo pasado. Muchos de ellos acudieron a su funeral junto a tres mil personas más. En su cuenta bancaria sólo había 70 centavos, en el cielo, toda la admiración de una familia, la del jazz, que quizás se sentía culpable por no haber hecho más por una de los suyos.
Hoy nos queda su legado discográfico y sus apariciones televisivas. También documentales como Lady Day: The many faces of Billie Holiday, de 1990, del realizador Matthew Seig o el (prescindible) 'biopic' Lady sings the blues (1972) de Sidney J. Furie y con Diana Ross en el papel de la cantante. El título, resulta evidente, tomaba su nombre de la autobiografía que Billie Holiday había escrito en 1956, con la ayuda de William Dufty, hoy de obligada lectura.
La cantante también realizó sus pinitos en el cine, aunque con desiguales resultados, o hirientes, como aquella incursión cinematográfica el filme New Orleans, de 1947, junto a Louis Armstrong, en la que, adivinen sus papeles... Sí, efectivamente, haciendo de criados.
Billie Holiday se abrazó al jazz para sobrevivir y nosotros, a menudo, demasiado a menudo últimamente, a ella.
Pablo Sanz
El Mundo, 6 de abril de 2015.
Video inicial: Con su voz herida, Billie Holiday hizo una de las mejores versiones de Blue Moon, un clásico de la música popular de Estados Unidos. Fue compuesta en 1934 por Richard Rodgers y Lorenz Hart, pero no se internacionalizó hasta que en 1961 fuera interpretada por The Marcels.
Leer también: Billie Holiday, mito y realidad. Y escuchar: Billie Holiday, The Best of Jazz Forever.
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