El 14 de septiembre de 2013, Amy Winehouse hubiera cumplido 30 años. Pero hace dos que falleció en Londres y fue incinerada. Demasiado breve su paso por la vida, con esa voz que tenía. No supo valorarse a sí misma y como otros artistas talentosos, murió joven. Ojalá ningún otro intérprete, compositor o músico caiga en el infierno del alcohol y las drogas. Desgraciadamente, parece inevitable: la música no solo se ha convertido en un gran negocio, donde se manejan cifras de cientos o miles de millones de dólares o euros, también en una máquina destructora de seres humanos, cada vez en edades más tempranas. Al no poder seguir el ritmo acelerado de ensayos, actuaciones, viajes, campañas publicitarias, tratan de superar el stress refugiándose en el alcohol y las drogas. La fama a ese precio no vale. Lástima que Amy Winehouse, su familia, sus amigos, la gente que supuestamente la quería, no fueron capaces de haberla sacado de un entorno monstruoso que la devoró a los 27 años, Ojalá lo logren con el futbolista Paul Gascoigne. La serie de seis posts la iniciamos reproduciendo Amy Winehouse Killing Me Softly, de Paul Elliot, publicado en febrero de 2008 en Rockdelux, un año y medio antes de su muerte (Tania Quintero).
Es el 14 de noviembre 2007. En el escenario del National Indoor Arena de Birmingham, Amy Winehouse se ve perdida. Al cantar Wake Up Alone, un tema que escribió para su marido en 2005 después de que éste la dejara por otra mujer, se interrumpe a mitad de una palabra y se aleja del micrófono llorando por el hombre del que está locamente enamorada, un hombre que se encuentra recluido en una prisión. Winehouse se escuda tras una mano y da varios pasos inseguros hacia atrás, sobrecogida por la emoción y mostrando signos evidentes de ebriedad. La música sigue sonando, con ella aferrada al pie del micro como si fuera su único punto de apoyo. La ilumina un solo foco que la desnuda ante el público en un instante de intensidad trascendental.
La imagen evoca la de Billie Holiday, ídolo de Winehouse y una cantante que desplegaba su vida en canciones y actuaciones, exorcizando sus demonios personales en el escenario, a la vista de todo el mundo. A pesar de las lujosas cortinas drapeadas y las lámparas de pie antiguas que decoran el escenario rememorando el tipo de clubes de jazz repletos de humo donde Holiday solía cantar, el local del concierto de esta noche es un hangar inmenso, con capacidad para 10 mil personas, y la ausencia de pantallas de vídeo significa que solo aquellos que están más cerca del escenario pueden ver cómo se desprende la máscara del rostro de la cantante. Entre el público predominan las mujeres jóvenes, y son precisamente las adolescentes comprimidas contra las barreras de seguridad las que chillan con desesperación ante las lágrimas de Winehouse, gritando su nombre y ofreciéndole su apoyo. Al fondo de la sala, el silencio reina en una atmósfera que empieza a adquirir un aire hostil.
Shane O’Neill, agente de prensa de Amy, lo contempla todo con preocupación creciente. Han sido él y Ted Cummings, otro empleado de Island Records, quienes nos han traído hasta Birmingham para asistir al espectáculo y, confiamos, poder entrevistarla. Pero, al parecer, en la vida de Amy Winehouse no hay nada sencillo. En esta primera velada de la mayor gira de su carrera, debería de estar celebrando el final de un buen año, en el que su álbum Back To Black (Island-Universal, 2006) ha vendido más que ningún otro en el Reino Unido e incluso ha batido un récord situándose en lo alto de las listas en Estados Unidos, todo un logro para una cantante británica.
Sin embargo, hace apenas una semana, su marido, Blake Fielder-Civil, fue arrestado por agresión y por obstaculizar la justicia. A esto siguió la mención en el Daily Mirror de una supuesta artimaña para comprar por 260 mil euros el silencio del camarero James King, a quien supuestamente agredieron Fielder-Civil y su amigo Michael Brown en junio de 2007, en el pub Macbeth de Hoxton, al norte de Londres. Según algunos periódicos, si se le encuentra culpable, Fielder-Civil podría enfrentarse a una sentencia de cadena perpetua.
Para la prensa amarilla, no hay nada mejor que las malas noticias, y aun más si tienen algo que ver con Amy Winehouse: no ha dejado de aparecer en los periódicos desde finales de 2006, cuando consiguió su primer éxito con Rehab. Sus problemas con la bebida, las drogas y la bulimia le han ganado el sobrenombre de la “diva atormentada”, y la turbulenta relación con Fielder-Civil los ha coronado como los Sid y Nancy modernos, consumidos por una obsesión destructiva mutua alimentada por las drogas. Así que cuando se retuvo a Fielder-Civil en la prisión londinense de Pentonville, muchos esperaban que Winehouse se desmoronara, que se perdiera en la bebida y en las drogas, que no estuviera en condiciones para salir de gira.
Su aparición en el escenario en Birmingham, precedida por una breve visita a su marido aquella misma tarde, hace pensar que quizás algo de cierto haya. Arrastra las palabras, se la ve desorientada y sola, incluso arropada por el grupo. Se percibe también, no obstante, una sensación de catarsis, la sensación de que necesita estar en el escenario en un momento como éste. Interpretar temas de Back To Black, canciones escritas para el hombre que ama cuando se separaron por primera vez, es su manera de tenerlo cerca. No hablamos de arte que imita la vida. Es el arte como vida, y la vida como arte. Ahí radica la fuerza de Amy, lo que la convierte en la más grande cantante de soul de su generación.
1 de mayo 2004. Acaban de dar las 10 de la noche y el taxi avanza por el paseo marítimo de Brighton. Reclinada en el asiento trasero, Amy Winehouse charla animadamente con un tosco acento del norte de Londres. Le encantan los taxistas, dice: su padre es taxista. Y le encanta Brighton, ha pasado muy buenos ratos aquí con sus colegas. Hace solo treinta minutos que terminó su concierto en el club Concorde 2 entre aplausos ensordecedores y aún va vestida con su ropa de escenario: un ajustado minivestido rojo Adidas y tacones dorados de diez centímetros. Está también un poco achispada.
Cuando el taxi para delante del hotel Hilton Metropole, le manda un sonoro beso al conductor y atraviesa el recibidor hasta el bar, con el largo pelo ondeante, cimbreando las caderas y repiqueteando los tacones. Varios hombres de edad madura se quedan en silencio a su paso para luego girarse a echar un vistazo. No es todavía muy famosa, su álbum de debut, Frank (Island-Universal, 2003), es un éxito menor, pero no cabe duda de que sabe hacer una buena entrada al hotel.
Esa noche en Brighton fue mi primer encuentro con Amy Winehouse. Le precedía una reputación de ser el talento joven más prometedor de la música británica y su actuación fue extraordinaria. Acompañada por un conjunto de seis músicos e interpretando canciones que mezclaban jazz, soul y hip hop, su voz adquiría una profundidad y un alcance que recordaba a las grandes leyendas del jazz que idolatraba.
Algunos temas delataban su edad, como Fuck Me Pumps, una sátira alegremente maliciosa sobre la emergente cultura de las WAGs, las mujeres y novias de futbolistas. Otras dejaban entrever una gran artista en bruto. Con You Sent Me Flying, una versión moderna de las clásicas canciones de amor, salieron a flote emociones dolorosas con elegancia y sutileza. El tema que le dedicó a “todo aquel que alguna vez haya amado a alguien que no le correspondiera” es otra historia real más.
En el bar del hotel, Amy sorbía vodka con grosella mientras hablaba de su vida y su música, que, incluso en aquel entonces, contemplaba ya como una única cosa. “La música me permite ser completamente sincera, hasta el punto de que hay algunas canciones que a veces me niego a cantar porque me resultan muy crudas. You Sent Me Flying es profunda, estaba enamorada... y ciertas letras me duelen al cantarlas”.
Por aquel entonces, Blake Fielder-Civil aún no había entrado en escena. Frank, el ex novio que le rompió el corazón a Amy y se convirtió en objeto de muchas de sus canciones, era un periodista cuyo nombre se niega a dar porque “en el fondo le encantaría encontrarse a los de The Sun en el portal”. Sin embargo, la fórmula quedaba ya afianzada: las canciones de Amy eran las páginas más íntimas de su diario y revelaban una mezcla volátil de dureza y vulnerabilidad. Eran tan audazmente autobiográficas que ningún detalle de su vida personal era intocable, ni siquiera la ruptura del matrimonio de sus padres en que se basa What Is It About Men.
Al preguntarle por qué desvelaba detalles de ese tipo en una canción pop, respondió en voz baja: “No sé qué piensa mi madre acerca de este tema, pero me pareció que era importante escribir esa canción. Tenía 9 o 10 años cuando mi padre nos abandonó. Mi madre lloraba desconsolada cada noche. Entonces pensaba que ella era débil, hasta que me di cuenta de que el débil era mi padre porque no fue capaz de conseguir que algo funcionara. Ella era la fuerte”.
Amy se refiere a su abuela Cynthia como otro modelo de “persona fuerte” a seguir. Cynthia estuvo una vez comprometida con el empresario de jazz Ronnie Scott, pero rompieron, dice Amy, “porque mi abuela no quería acostarse con él antes del matrimonio”. Amy sonríe ante esta pintoresca idea, aunque a pesar de toda su seguridad posfeminista siga buscando valores tradicionales en sus propias relaciones: “Cuando estoy con un hombre, hago que se sienta como un rey. No espero que me trate como a una reina si yo no le doy lo que necesita. Pero si lo doy todo, espero que también me lo dé todo a cambio. Y punto. Soy muy tradicional. Cocinaré y limpiaré para él, le plancharé las camisas. Pero eso significa que cuando quiera que se porte como un hombre deberá hacerlo. Si alguien se pasa conmigo, será él quien se presente en su casa con un bate de béisbol”.
A sus 20 años, aunque cantara con la fuerza y el saber hacer de un veterano, todavía estaba desarrollándose. Fumaba droga, bebía como una esponja y maldecía como un entrenador de fútbol, pero en el fondo seguía siendo tan solo una niña poco sofisticada. Al haber sido alumna de la escuela de teatro de Sylvia Young y cliente de 19 Entertainment, la empresa de Simon Fuller (mánager manipulador de las Spice Girls), Amy ya presagiaba un viaje movido en lo referente a la prensa musical.
Cuando hablamos en Brighton, se esforzaba por distanciarse de otras estrellas femeninas emergentes a las que considera pesos ligeros, como Joss Stone, y también de Jamie Cullum, el convencional crooner de jazz con cara de niño con quien había ido de gira. Citaba a Stevie Wonder como ejemplo de un artista que realizó su visión artística al cien por cien. Amy aspiraba a convertirse en una gran estrella y creía que la “sinceridad”, otra vez esa palabra, era vital en su propio proceso creativo.
Esa noche, durante el concierto, interpretó la preciosa October Song. Se oyeron risas entre el público cuando comentó que la había escrito en memoria de su canario. Amy rió también y luego contó una breve y enternecedora historia sobre el porqué. Había bautizado al canario Ava en honor a Ava Gardner “porque ella había jodido bien a Frank Sinatra”. Explicó cómo el canario la despertaba por las mañanas “con sus gorjeos mientras se balanceaba en su pequeño columpio”. Cuando murió, a Amy se le partió el corazón. Enterró a Ava en los bosques de cerezos de East Finchley, uno de sus lugares preferidos, donde había pasado muchos días de verano mientras cantaba el estándar de jazz Lullaby Of Birdland. “Amaba a ese pájaro. Fue muy triste, pero ha dado pie a una buena canción”.
Han transcurrido cuarenta y cinco minutos de su concierto del 14 de noviembre de 2007 en Birmingham cuando Amy canta Back To Black. Sostiene un vaso alto en la mano del que engulle a rápidos sorbos la mitad de un cóctel anaranjado. Una adolescente le grita: ¡De un trago!. La chica está con tres amigas, bailando como solo bailan las chicas borrachas. Una de ellas cae al suelo con estrépito. Una Amy Winehouse fuera de control es símbolo de esa Gran Bretaña donde las borracheras de fin de semana y sus subsiguientes consecuencias se debaten en el Parlamento. En este sentido, es la quintaesencia de la estrella de pop británica. Pero lo que esas chicas ven reflejado de ellas en Amy va más allá de la camaradería de borrachas. La empatía con que cantan el estribillo de Back To Black es verdadera.
La canción y, de hecho, el álbum entero provienen de un lugar muy oscuro. En 2005, tras un breve pero intenso romance, Fielder-Civil abandonó a Amy para volver con su ex novia, dejándola destrozada e incapaz de odiarlo porque aún lo amaba. Así que, una vez más, ella volcó todas sus emociones en su música, aunque esta vez era distinto. Sus sentimientos por Fielder-Civil eran más fuertes que nada que hubiera experimentado hasta entonces, por lo que las canciones que escribió, como Love Is A Losing Game, cargaban con un gran peso emocional. No había escogido sufrir por su arte, pero tuvo el coraje de utilizar el dolor como materia prima: “A mí no me asusta parecer vulnerable. Escribo sobre lo que me cuesta superarme emocionalmente y luego me siento mejor”.
Mark Ronson, coproductor de Back To Black, explica que “Amy ha pasado por situaciones personales bastante intensas, y todo eso fue a parar a sus canciones. Para mí fue un disco bastante fácil de grabar, pero, claro, yo no tuve que pasar por lo mismo que Amy para lograr esas canciones”. Ronson y su compañero en la producción, Salaam Remi, confirieron mayor profundidad a la música empleando al colectivo de la Costa Este The Dap-Kings (la banda de Sharon Jones) para recrear el sonido del soul clásico.
Back To Black se publicó el 30 de octubre de 2006, tres años después de Frank. Aunque el primer álbum en 2004 alcanzó el puesto número 13 en las listas británicas, Amy cree que debería haberse vendido más. “Se sentía decepcionada. Ella no escribió nada en dieciocho meses, pero para nosotros estaba claro como el agua que tenía un gran talento, así que permitimos que se tomara el tiempo que fuera necesario”, dice Darcus Beese, ejecutivo de Island.
A su regreso a la vida pública, la apariencia física de Amy había sufrido un cambio radical. La chica que había conocido en Brighton tres años atrás apenas era reconocible. Había perdido tanto peso que las revistas de mujeres la usaban para ilustrar artículos sobre el tema de las famosas de 'talla cero'. Tenía una nueva imagen, claramente definida. Llevaba muchos tatuajes (en el brazo derecho, uno de su abuela Cynthia de joven) y el pelo recogido en una especie de colmena enorme que recordaba la imagen de los grupos de chicas de los 60, y lucía el maquillaje como si fuera pintura de guerra. “Muestro mis cartas”, dice Amy. Y para una artista que se enorgullece de sacarlo todo, la imagen es su único escudo: “Dedico mucho tiempo a mi pelo si estoy pasando una mala racha. Cuanto peor me siento, ¡más grande es mi pelo!”.
Dice Mitch Winehouse de su hija que “le resulta más fácil escribir sobre cosas dolorosas. ¿Tiene que pasar por relaciones horribles o fantásticos romances para poder escribir un álbum? No lo ha decidido así. Es su vida. Y la vida es jodida”. Amy ha declarado: “La vida es corta y yo he cometido muchos errores, pero en la vida todo ocurre por alguna razón”.
En una entrevista con la revista Mojo, en noviembre de 2006, Amy dijo de Back To Black que “solo pretendía poner todo lo que me rondaba por la cabeza en un CD, y lo hice elevado a la centésima potencia; me siento orgullosa. Si cualquier otro hubiera sacado este disco, me moriría de celos. Todo lo que he escrito va sobre mi vida; mis canciones son autobiográficas. Vivo para esto”.
Es de imaginar que el gran salto artístico que supone Back To Black podría no haber ocurrido si Fielder-Civil no le hubiera roto el corazón. El dolor alimenta el mejor trabajo de Amy Winehouse como seguramente ocurrió con muchos de sus artistas favoritos, de Billie Holiday a Donny Hathaway pasando por The Shangri-Las. No hace mucho, Amy declaraba: “The Shangri-Las tienen un tema para cada estado de una relación. Cuando te atrae un chico, pero no sabes ni su nombre. Cuando empiezas a hablar con él. Cuando empiezas a salir con él. Cuando te enamoras. Y luego cuando el cabrón te deja y solo piensas en suicidarte”.
Como disco sobre una ruptura, Back To Black tiene una resonancia emocional especialmente poderosa; incluso una canción tan ostentosamente descarada como Rehab, el éxito sin discusión del álbum, se nutre de la tristeza. En el verano de 2005 Amy bebía mucho, tanto que el equipo de dirección le pidió que se desintoxicara. Como ella ha admitido con posterioridad, “estaba deprimida. No soy alcohólica. Si bebo, es un síntoma de depresión o aburrimiento, pero la gente no lo ve del mismo modo. Solo ven la superficie y creen que la rehabilitación es la clave”.
La prensa amarilla británica no leyó entre líneas. Recién famosa y siempre dispuesta a tomarse un par de copas, Amy fue proclamada la nueva chica mala del pop, la Pete Doherty femenina. Todo cambió. De repente, su vida era aireada no solo en sus canciones, sino también en la prensa. No ayudó mucho que siempre fuera accesible: para cualquier reportero era fácil dar con ella con tal que supiera cuál era su pub preferido de Camden. Un blanco fácil para los tabloides. A finales de 2006, la prensa descubrió que había vuelto con Fielder-Civil. Su relación sería tan perseguida como la de Pete Doherty y Kate Moss. Y, como en el caso de Doherty, Fielder-Civil se convirtió en el villano de la obra.
“Todos los que me abuchean -Amy sonríe desdeñosa al público de Birmingham-, esperad a que mi marido salga de la cárcel. ¡En serio!”. Los abucheos continúan y Amy parece divertida. En su estado de ebriedad, no entiende la reacción. Podría haber cancelado el concierto, al fin y al cabo, su marido está en la cárcel. Sin embargo, ahí está, dándolo todo, y el público se lo echa todo en cara. Aguanta desafiante: “Si habéis pagado la entrada y me estáis abucheando, ¡sois unos gilipollas!”. La mayoría de estas personas se sienten estafadas por haber pagado 32 euros para ver a Amy tambaleándose en el escenario, entrando a destiempo, fallando notas y volcando el micrófono. Se trata de un público estándar, del tipo que espera un espectáculo elegante y no tiene tiempo para artistas torturados. Como consecuencia, la empatía hacia Amy o su marido encarcelado brilla por su ausencia. En el caso de él, no es de extrañar.
Mucho se ha escrito sobre Blake Fielder-Civil, pero muy poco es lo que de él se conoce con certeza. Como máximo, en la prensa se le describe como “ayudante de vídeos musicales”, todo es muy vago. Quienes afirman conocerlo dicen de él que es “todo un personaje”, y bastante inofensivo. Sin embargo, en agosto de 2007, su propio padre, Giles Fielder-Civil, decidió intervenir a través de los medios declarando para la BBC que Blake y Amy eran “drogadictos”, e incluso animando a la gente a que dejara de comprar sus discos hasta que la pareja solucionara lo que denominó “un problema grave”. Mitch Winehouse está de acuerdo: “Sabemos que toma drogas duras, cocaína y heroína. Por eso hemos estado intentando que vaya a rehabilitación. Me preocupa que acabe haciéndose daño de verdad, pero por suerte eso no ha sucedido todavía”.
Incluso antes de su arresto, Blake Fielder-Civil contaba ya con una mala prensa. En el último año los columnistas han escrito innumerables variaciones de lo que el periódico The Independent tituló “Amy & Blake: una historia de amor moderna”, en la cual Fielder-Civil invariablemente era calificado de influencia negativa, e incluso peligrosa, para su mujer. Si Amy y Blake son los nuevos Sid y Nancy, es Fielder-Civil, la mitad menos famosa de la pareja, como lo fue Nancy Spungen, quien parece llevar el control. Tras la boda en una ceremonia íntima y rápida en Miami el 18 de mayo de 2007, Amy confesaba a la revista Rolling Stone el deseo de “servir” a su marido. La devoción de Amy Winehouse hacia su marido queda patente en las canciones de Back To Black. Cuando a alguien le rompen el corazón, como le ha ocurrido a Amy, no puede evitar creer que solo esa misma persona puede recomponer los pedazos.
Cuando Amy canta Rehab, la mitad del público ya ha abandonado el recinto. Es su mayor éxito, su firma como cantante, normalmente el punto culminante de su espectáculo, excepto esta noche. Se oyen abucheos mientras Amy fatigosamente abandona el escenario. Parece que no hay lugar para un bis, pero al cabo de cinco minutos regresa para cantar Love Is A Losing Game y acalla a la multitud. La última canción, una versión de Valerie de The Zutons, es recibida con más protestas. Amy suelta el micrófono y se queda de pie, mirando desafiante al público. Entonces, da media vuelta y, sin decir una palabra, sale del escenario, tambaleándose a cada paso.
Su padre la espera en el camerino. Shane O’Neill, su agente de prensa, acude al backstage para ofrecerle palabras de apoyo. Siguiendo las instrucciones del mánager de Amy, solo la ve O’Neill. Queda claro que no va a haber entrevista. O’Neill explica luego: “Amy está muy alterada. Desde que se casó con Blake, esta ha sido la primera actuación en la que él no ha podido estar a su lado. Blake suele sentarse en un lateral del escenario durante el concierto y ella tiene la costumbre de acercarse alguna vez a darle un beso. Pero no se trata solo de que él no esté a su lado, está en la cárcel. Es un momento muy difícil para ella”.
Tres años atrás -con todo lo ocurrido parece mucho más tiempo-, Amy opinaba que “cuando tienes una mala actuación es como si se fuera a acabar el mundo”. The Sun calificó su concierto en Birmingham de “caótico”. La sección de cartas del Birmingham Mail se llenó de quejas. Una de las pocas voces de apoyo provino de una fuente inesperada. Andrew Lloyd Webber, quien asistió al concierto de Birmingham con el presentador de televisión David Frost, la comparó con Ella Fitzgerald y Edith Piaf. “Hubo momentos realmente magníficos”, dijo Lloyd.
En los días posteriores siguió la mala prensa. Dimitió el manager de la gira, Thom Shone, tras asegurar que había inhalado cocaína de forma pasiva mientras la droga se fumaba en el autocar de gira de Amy. El 16 de noviembre, mientras Amy volaba a Glasgow para actuar en Barrowlands, en algunos medios empezó a circular el rumor de que se la había encontrado muerta. “Era una locura. No creo que ninguno de los que decían eso, ni siquiera los tabloides, deseara de verdad que fuera cierto”, dice Darcus Beese, quien se puso en contacto con la revista Mojo la mañana después de ese concierto en Glasgow.
Beese se muestra receloso de hablar sobre ella en público, no porque crea que tenga algo que esconder, sino porque es reticente a hablar como portavoz de uno de sus artistas, y más aún de alguien con una independencia tan feroz como Amy Winehouse. Llevan mucho tiempo juntos. Tenía solo tenía 16 años cuando la contrató para Island. Poca gente hay que la conozca mejor. “Podría haber cancelado el concierto de Birmingham, pero no quiere decepcionar a la gente. Nunca piensa que no podrá actuar en un concierto. Pero, a veces, es tanto el esfuerzo que hace que obtiene el efecto contrario”, dice Beese.
La gira por el Reino Unido de Amy Winehouse seguía según el calendario previsto, pero el 27 de noviembre se anunció la cancelación del resto de fechas. “No puedo darlo todo sobre el escenario sin Blake. Lo siento mucho. Mi esposo lo es todo para mí y sin él no es lo mismo”, dijo Amy. Beese afirmó: “Pase lo que pase, siempre contará con nuestro amor y nuestro apoyo incondicional y duradero. Amy necesita descansar, recuperarse y respaldar a Blake cualesquiera que sean las consecuencias. Nadie tiene pretensiones más allá de eso”.
Video: Amy Winehouse interpreta Back to Black en un concierto en vivo, probablemente en 2007.
Foto: Tomada del blog Art graphic.Ver también: Museo Judío de Londres dedica exposición a Amy Winehouse.
Una cantante como pocas Tania, la droga la consumió... saludos
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