Acaban de preguntarme, por enésima vez, por qué el pueblo cubano ha decidido soportar los horrores de la peor dictadura de su historia. Así que resuelvo ponerme a pensar mejor en el asunto porque, cada vez más, es una cuestión de dificilísima respuesta.
El “hay que vivir allí para entender las razones por las que casi nadie mueve un dedo para enfrentarse al castrismo” escuchado hasta el cansancio, tiene una explicación que no solo está relacionada con la fuerte opresión que el régimen de La Habana despliega con tal de que a nadie se le ocurra enfrentársele.
Al miedo que ese avasallamiento induce se le suma otra razón de peso que provoca la inercia en que se encuentra el pueblo de Cuba, aun privado como está de sus derechos más elementales. Ese temor es la justificación de muchos, pero encuentra su contrapartida en el valor de los pueblos que en este mismo instante se enfrentan a situaciones de totalitarismo al precio de la vida misma en múltiples latitudes del mundo.
Cuba no fue un país que se caracterizara por soportar situaciones de opresión, más bien todo lo contrario. ¿Qué pasa ahora, entonces, para que en el momento de su historia en que más privaciones de toda índole tiene ese pueblo, haya decidido aguantar?
Otros dan como argumento la desinformación. Si bien internet nos permite estar al tanto de cuanto ocurre en el mundo, nadie como el que está en Cuba sabe lo que allí está pasando y lo que allí se está sufriendo. Así que las razones fundamentales para pararle los pies a la dictadura se encuentran dentro de Cuba y los cubanos las tienen cada día delante de los ojos.
Si bien las redes sociales han servido últimamente para la organización de manifestaciones y otros actos de enfrentamiento al oprobio, sigo pensando que hay otras causas de fondo que impiden un levantamiento popular y no solo la privación de internet. Digo que hay otras, sin dejar de considerar que el acceso a internet es cardinal.
Una de esas razones es que en Cuba se ha normalizado el horror. Las situaciones más espantosas y menos llevaderas se fueron volviendo habituales y están ya en el terreno de lo natural.
Cuando un hecho tan devastador como que un tiburón se zampe a un hombre que intenta escapar de su país se pone a la orden del día y se soporta con inexplicable estoicismo, deja de ser extraordinario y pasa a ser normal. La lista de horrores que en Cuba se han allanado y se han asumido como lo justo es extensa y lo más grave es que así ha sido no para la minoría que a ello se enfrenta, sino para la gran mayoría de los cubanos que tienen conciencia de que todo va muy mal, pero aún siguen viendo en la infamia algo tan normal como tomarse un vaso de agua.
La prioridad para esa mayoría que ha visto pisoteada su autoestima está en la subsistencia y no en conseguir un estado democrático.
Se nos volvió normal, habiendo nacido en Cuba, que se adoctrine a un niño desde los cinco años o antes, hacerle gritar consignas que no entiende, contra personas que no conoce y a favor de “héroes” cuyas oscuras biografías también desconoce, así como que, siendo aún menor de edad reciba como asignatura preparación militar y aprenda a usar armas: cómo se desarma un fusil, cómo se apunta y cómo se dispara con él. Y también se volvió normal que su plan de estudios incluya clases de contenido político, que sea evaluado políticamente al final del curso y que esto tenga repercusión en su evaluación final.
Para un cubano de a pie es normal que tenga que dedicar el día a buscar la comida que esa misma noche se va a poner en el plato. Es normal que le paguen en una moneda y le cobren en otra veinticinco veces más poderosa. Es normal que su vecino lo vigile, que haya un solo partido y que desde sus filas se determine todo. Es normal que la policía responda a los intereses de ese partido y no del pueblo. Todo ello es natural.
Lo antinatural en Cuba es que fuera sencillo encontrar comida, pagarla con la moneda en la que se cobra y que no se vaya en ello todo el salario, que su vecino viva su vida propia y no la ajena, que haya pluripartidismo, que la policía defienda a todos por igual.
Pero no. Lamentablemente, lo natural es que se golpeen a mujeres que se oponen pacíficamente, que en las cárceles no quepa un preso político más, que sea ilegal pensar diferente a lo que el gobierno determina. Que los opositores mueran en raras circunstancias no aclaradas. Es natural que haya elecciones que persigan una embustera unanimidad para que el mismo gobierno lleve entronizado, con el mismo apellido, como en las más sonadas dinastías, más de medio siglo.
Lo inusual es el respeto a la opinión del otro, la caballerosidad por encima de las ideas políticas, unas elecciones libres, Cuba sin Castro.
Lamentablemente, para la mayoría que aún no ha cruzado la frontera del miedo, todos estos oprobios se han normalizado y no forman parte de situaciones absurdas a las que hay que enfrentarse.
Lo natural es que un cubano tenga que pasar por una odisea indecible y por un maremoto de gestiones para salir de su país, que haya un porciento altísimo de la población en el exilio, que la familia esté fragmentada, distanciada, rota… Y se ha hecho más normal aún que los cubanos no puedan viajar libremente dentro de su propio país, ir de una provincia a otra y permanecer en ella sin un permiso especial al estilo de los salvoconductos, más propios de monarquías antiguas que de un país del siglo XXI. Lo normal es que el transporte público sea un desastre.
Hace mucho que a eso se está acostumbrado y otra cosa sería antinatural.
Lo normal es que una gran cantidad de personas se prostituyan, sin importar la edad de quien lo hace ni de quien va en busca del servicio. A veces sin importar el sexo. Es normal que la prostitución ya no sea tanto por dinero como por libertad. La meta de la mayoría de los que se prostituyen es conseguir que un extranjero los saque del país.
Es normal que el sistema de salud sea una catástrofe, que no haya medicinas ni instrumental, que los hospitales estén en condiciones infrahumanas y que para ser atendido con prioridad haya que aparecerse al menos con una merienda en la mano.
Lo antinatural es que un hospital sea como un hotel, como corresponde.
Los cubanos han asumido que no les toca dentro de su propio país tener autodeterminación, exigir sus derechos, acceder a lo que se merecen por lo que son capaces de hacer. No cabe otra razón para explicar que un pueblo inteligente se haya dejado avasallar de esta manera y que haya asumido un mundo al revés. Llevan razón ésos que dentro y fuera han abierto los ojos y están de pie.
Lo que más me preocupa de todo, no es que se estén cayendo los edificios, ni que estén destartaladas las aceras, ni que a La Habana, por ejemplo, hace más de medio siglo que no se le lava la cara. Porque esos temas se arreglan en un tiempo relativamente corto.
Me preocupa la escasísima preparación de los cubanos para el cambio. Y es comprensible pues la dictadura se ha ocupado de usar todas las estrategias posibles para normalizar el horror y lo ha conseguido mucho.
Me desvela ese estar sentados en el Malecón, tranquilos ante el nefasto perjuicio de la espera… la espera de quien no espera nada.
Y me impacienta constatar que eso es lo que más normal se ha vuelto: no esperar que algo bueno va a pasar y no saber que falta muy poco.
Luis E. Valdés Duarte
Dramaturgo y poeta cubano residente en España
Café Fuerte, 30 de junio de 2013
Foto: Tomada de MSN Latino.
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