Era la víspera del retorno triunfal a los escenarios cubanos del cantante Ibrahím Ferrer*. Ocurrió un día antes de que una vida volviera a su cauce. El sol poniente vertía un río de lava ardiente sobre los tejados de La Habana. En la azotea del hotel Lido, en la calle Consulado, varios hombres veían un partido de béisbol. Un turista americano pidió una botella de ron para sus dos jóvenes amigas. En una casa vecina, una mujer negra de la tendedera recogía una ropa interior gris y agujereada.
-Ya sabes -dijo aquel hombre alto y flaco sin apartar la mirada de su lata de cerveza-, si mencionas mi nombre, estoy perdido. Si lo haces ya puedo olvidarme de mi empleo. Estaría acabado, sonrió dolorosamente. ¿Qué quieres saber?
Nos habíamos encontrado por casualidad aquella mañana en la proyección a la prensa de la película de Wim Wenders sobre el Buena Vista Social Club, un documental acerca de viejos músicos en torno a Omara Portuondo, Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y el pianista Rubén González, una orquesta que celebra un renacimiento clamoroso en todo el mundo con sus canciones cubanas clásicas. La película es una vistosa orgía de imágenes, un único largo viaje con la cámara, una oda que rompe el corazón, dedicada a una ciudad tras cuyos muros derruidos parecen seguir viviendo antiguos misterios del amor y de la amistad. Más de cincuenta periodistas extranjeros, invitados por la compañía discográfica inglesa World Circuit Productions y más del doble de cubanos, entusiasmados, se habían puesto en pie. Los ancianos músicos habían vertido lágrimas de emoción.
Allí, en el cine Charlie Chaplin, había trabado conversación con aquel hombre alto y flaco, de edad indefinida, una enciclopedia viviente de la rica tradición musical cubana -me habían dicho- del mambo al son cubano, precursor de la salsa, pasando por el chachachá, sin olvidar los boleros, que parten el alma y las canciones de la Nueva Trova Cubana. Me lo había recomendado un amigo.
-¿Quieres hablar conmigo?, me había dicho, desconfiado y con ironía mordaz. Sabes que en Cuba nada está tan desarrollado como el arte de hablar mucho y no decir nada.
De acuerdo, dijo. Sea por una amistad.
Habíamos llegado al hotel por caminos diferentes, atravesando una ciudad en estado de sitio. En los últimos meses, el gobierno cubano había contratado 12 mil nuevos policías, en cada esquina había dos de ellos para impedir a los isleños saltar al cuello de los turistas o echarse en sus brazos. Después de un discurso incendiario de Fidel Castro, se habían incrementado considerablemente las penas por prostitución, a los taxistas privados y a aquéllos que alquilaban viviendas sin disponer de una costosa licencia estatal. De repente les había quedado prohibido hacer negocios con los turistas. Pero también la apertura política que se había insinuado después de la visita del Papa Juan Pablo II, en enero de 1998, fue estrangulada con más rapidez que una de aquellas palomas blancas que son inmoladas en grandes cantidades por los seguidores de la santería a misteriosos dioses africanos, en busca de dinero o suerte en el amor.
El 15 de marzo de 1999 un juzgado había hecho pública la sentencia contra cuatro disidentes: entre tres años y medio y cinco años de cárcel. El mismo día entró en vigor la ley No. 88, dirigida contra los periodistas independientes bajo el nombre de "protección de la independencia y de la economía nacional". En ella se define la colaboración con medios de comunicación extranjeros como "colaboracionismo" y "propaganda enemiga" y se castiga con una pena máxima de 20 años de cárcel. El flaco, solo en voz baja crítico del régimen, se arriesgaba bastante, sentado en la azotea del Lido. Se apretaba en su silla oxidada y bebía su cerveza sin levantar la cabeza.
-Al cantante Ibrahim Ferrer le dicen 'el Nat King Cole' cubano. Una clásica voz de hombre, que llega directa al corazón. Si le ves en la calle es un cualquiera. En el escenario es un gigante.
-¿Cómo es que Ibrahim Ferrer llena cualquier sala de conciertos por grande que sea en Europa y los Estados Unidos y en su propia tierra no le conoce nadie?
-Cuba ha olvidado a los viejos músicos que tocaban en los bailes antes de la revolución. Es cierto que sobrevivieron algunas orquestas, los músicos tenían su sueldo, a veces incluso les dejaban hacer un viaje por el extranjero. Pero sólo había una única productora estatal. Y ésta según razones políticas, decidía qué música y qué grupos se grababan en discos y cassettes. Pero los representantes de la música folclórica cubana no estaban entre los elegidos.
El flaco bebía su cerveza a pequeños tragos. Dos hombres se habían levantado de las sillas colocadas delante del televisor. Uno se apoyó en la balaustrada de la terraza detrás de nuestra mesa y se puso a observar el cielo del anochecer, el otro se sentó en una mesa vecina y pidió pollo asado. El flaco empezó a tararear una canción que hacía poco había dado la vuelta al mundo con el Buena Vista Social Club, transportada por la cálida voz de Compay Segundo, de Nueva York a Miami, de Buenos Aires a París, de Amsterdam a Berlín: "De Alto Cedro voy para Marcané, llego a Cueto voy para Mayarí".
-Esta canción fue grabada en los estudios estatales en torno a 1989. Pero nunca se editó. ¿Y sabes qué hacía Ibrahim Ferrer después de dejar el canto? Vendía maní y limpiaba zapatos a los vecinos. Por 10 pesos (0.50 centavos de dólar) el par.
"El cariño que te tengo, no te lo puedo negar, se me sale la babita, yo no lo puedo evitar". Volvió a tararear la canción. Después, sin levantar la vista, dijo "soplones".
-¿Dónde?
-El hombre en la balaustrada. Y el otro, el que está comiéndose el pollo.
Nos callamos. Luego el flaco continuó en voz baja.
-El guitarrista americano Ry Cooder, que llevó a los viejos músicos al estudio y su discográfica inglesa, escarbaron en la mina de los recuerdos nostálgicos y se llevaron un tesoro precioso. Sólo que -añadió después de dudar un poco- en Cuba lo que anhelamos no son las cadencias dulzonas de los años 50, sino otra cosa.
-Habla más alto, no te entiendo.
-Estas viejas canciones se escribían y cantaban en los bares a los que podía entrar todo el mundo. El concierto que darán mañana Ibrahim Ferrer y el Buena Vista Social Club sólo será para un pequeño grupo de personas selectas.
-¿Qué quieres decir con eso?
Por fin levantó la vista y me miró a la cara. Sólo ahora advertí que llevaba unas gafas viejísimas con cristales fuertemente pulidos. Detrás, sus ojos parecían grandes, pálidos y asustados. Seguía hablando en voz baja y lentamente, acentuando cada sílaba.
-Hoy todos los periodistas cubanos que se dedican a la cultura vieron la película de Wim Wenders. Todos estuvieron allí, menos una. Antes, ella estaba siempre. Hoy faltaba. Su nombre es Tania Quintero.
-¿Quién es Tania Quintero?
-Es la voz de la Cuba de hoy.
Escribió rápidamente un número de teléfono en un pedazo de papel, después se levantó y se alejó sigilosamente con la cabeza gacha y sin mirar ni a derecha ni a izquierda. El hombre en la balaustrada volvió a sentarse en su silla frente al televisor.
El día en que su vida volvió a su cauce, Ibrahim Ferrer se levantó hacia las ocho, desayunó poco, el estómago ya no aguantaba mucho. Su mujer le había contado las píldoras para los nervios. Los días anteriores habían sido agotadores, incluso de Taiwan había llegado una reportera, todo organizado por la compañía discográfica. En mayo saldrá su álbum en solitario, Ibrahim con amigos, y hoy esperaban a un francés y un americano. Ibrahim -de buen humor como siempre, aunque ya le estaban hartando- por enésima vez contaba su vida, cómo había crecido junto a su madre y cómo ya con 12 años había tenido su primer empleo y después, cuando no cantaba, había sido sirviente, ayudante de albañil, cargador de sacos, pintor de brocha gorda y carpintero.
En 1957, Ferrer llegó a La Habana desde Santiago de Cuba, trabajó en la construcción del hotel Habana Libre, después de la revolución empezó a actuar con Pacho Alonso, era la segunda voz en el coro. Durante la crisis de octubre de 1962, estaban de gira por la Unión Soviética y les alistaron en el Ejército Rojo, menos mal que la sangre no llegó al río. Y cuenta que se les derrumbó la casa en la parte vieja y ruinosa de la ciudad y él y su familia tuvieron que buscar otra vivienda, en la que tampoco había sitio. "Pero ahora es diferente, miren a su alrededor, los sillones, el televisor, el equipo estereofónico de Sony, todo nuevo y me gusta decirlo y lo repito lo que haga falta: para mí el mundo ha nacido de nuevo. Ahora quiero empezar a vivir. Y le pido a Él, al de allá arriba, sí, a ése, le pido todos los días: déjame disfrutarlo un poquito más".
Al decir esto, Ibrahim se reía y las arrugas bailaban en su rostro negro, de manera que todo el que le escuchaba, suplicante levantaba a su vez, las manos al cielo y rogaba 'por favor, déjale permanecer un poco más entre nosotros'. Y si alguien hacía una pregunta política, sobre Fidel Castro, el socialismo o el embargo americano, entonces Ibrahim tosía y decía "¿Qué? ¿Qué ha dicho?" y llamaba a su sobrino. El sobrino venía, se reía y suspiraba "ay, el viejo, ya no las tiene todas consigo, con sus 72 añitos, ni siquiera oye bien", con lo que la cosa quedaba resuelta. Pero ahora la historia era cómo Juan de Marcos llegó y dijo 'está aquí ese americano, Ry Cooder'. "Yo no tenía ni idea de quién era ése que 'quiere grabar un poquito con algunos músicos viejos', porque unos africanos que tenían que haber venido a La Habana se han quedado colgados en París y ya estaba alquilado el estudio. Yo digo, 'no, no quiero, ya hace mucho que estoy fuera', y Juan de Marcos me dice 'hay cincuenta fulas, de los grandes, cincuenta dólares'. Y yo presto atención y digo '¿por qué no lo has dicho antes? ¡vamos!'. Chico, eso era mi pensión de seis meses. Así que voy al estudio, tarareo una cosita, también está allí Rubén González, el pianista, Compay Segundo y Omara Portuondo. Lo que cantamos gusta, y al parecer gente desconocida en continentes lejanos compra como loca la música, y unos meses después llega uno y dice, 'oye, necesito tu firma porque vamos a hacerte un pasaporte'. Y desde entonces he viajado a 57 países con la orquesta, he cantado en el -¿cómo se llamaba aquello?- ve y llama a mi mujer, sí, el Carnegie Hall en Nueva York y el Olympia de París y ahora tu mismo dí ¿no es un cuento de hadas?".
Ese mismo día, 26 de marzo de 1999, después de haber escuchado las más importantes emisoras de onda corta, desde la BBC a la Deutsche Welle, Tania Quintero, de 57 años, se dispuso a preparar un café. Se dio cuenta de que las cuatro onzas, unos cien gramos, de café mezclado con chícharos que cada quince días recibe por la cartilla de racionamiento, se habían gastado. Por medio dólar (10 pesos) quizá consiguiera un sobre de cuatro onzas en el mercado negro. Durante un breve instante soñó con el excelente café Cubita, que se vendía en las tiendas de divisas a 6.10 dólares la libra (454 gramos). Pero el poco dinero que tenía lo necesitaba para comprar arroz en el mercado negro. Así que renunció al café y a cambio hizo algunas llamadas telefónicas, luego se sentó frente a la máquina de escribir -Olivetti Lettera 25- y escribió un texto sobre el café, la bebida preferida de los cubanos. El día anterior habían repartido los huevos, seis al mes por persona, además en la casa tenía seis latas de jurel, importadas de Chile, de manera que no tenía que preocuparse por el almuerzo de ese día para su madre de 84 años, sus dos hijos de 33 y 34 años y la nieta de cinco.
Escribió que Cuba ocupa el lugar 36 entre los países exportadores de café, esbozó brevemente la historia de su cultivo y apuntó que la emigración a la ciudad de 10 mil familias de la Sierra Maestra como causa principal del retroceso de la producción doméstica de este producto. Todas estas informaciones acompañaban el verdadero tema del artículo: los miles de obstáculos que tienen que superar las amas de casa cubanas para poder tomar diariamente una tacita de café. Ya cuando trabajaba para los medios estatales y también cuando tenía su propio programa, Puntos de Vista, donde gente de la calle y expertos opinaban sobre problemas de la vida cotidiana -celos, convivencia, servicio militar- Tania Quintero había estado convencida de que las mujeres, madres y trabajadoras en su mayoría, eran las grandes heroínas de la revolución cubana.
Uno de los cientos de artículos donde describía las penas y alegrías cotidianas de las mujeres bajo el régimen de Fidel Castro. Cada uno de ellos estaba animado por el aliento de la verdad, aunque sólo fuera por razones de autoprotección. Porque por la difusión de noticias falsas, en Cuba se puede ir tres años de cárcel. Y por eso, todo lo que relata corresponde a una realidad vivida. En febrero de 1997, decenas de extraños delante de su casa le habían gritado "novia del imperialismo, traidora a la patria, mercenaria del capitalismo, lárgate, no queremos verte más". Y el 1 de marzo de 1999, había sido encarcelada durante 29 horas por los servicios de Seguridad del Estado. Ahora que la nueva ley había entrado en vigor, estaba amenazaba con hasta veinte años de cárcel si seguía publicando sus artículos en el extranjero.
Al mediodía para almorzar hubo huevos y papas hervidas con una cebolla que le había regalado una amiga. Los condimentos hacía bastante tiempo que habían desaparecido, no se podía comprar por pesos o por dólares, ni siquiera en el mercado negro -pronto sería tema de otro artículo. A las 2 de la tarde llamaron desde Miami, Tania empezó a leer su artículo: "El café es para los cubanos lo que el té para los ingleses. Sólo que para los cubanos esta bebida pertenece a los productos racionados: cada uno recibe cada quince días dos onzas de café mezclado con chícharos..."
Ocurrió en el año 1991 -en Berlín hacía tiempo que había caído el muro- cuando detuvieron a su hijo Iván porque había protestado en la calle pidiendo una apertura política en Cuba. Tania conocía a las más altas autoridades del estado y consiguió sacar a su retoño de la cárcel. A partir de ese momento le dieron menos trabajo. Seguía recibiendo su salario, pero perdió su programa en la televisión. En 1995 se afilió a Cuba Press, una agencia de prensa que tiene como objetivo hacer periodismo al margen del control estatal. Desde entonces tratan a Tania Quintero como a una 'enemiga nacional'.
El artículo sobre el café fue grabado en cinta en Miami por un amigo exiliado, pasado a máquina y metido en internet. A veces sus textos son trasmitidos por Radio Martí, emisora oficial americana, que es escuchada en toda la isla. Por razones de su extraña legislación, los americanos no pueden pagar honorarios a los periodistas en Cuba. Tania tampoco querría ese dinero. Publicaciones privadas que reproducen de vez en cuando sus artículos, especialmente en Estados Unidos, le pagan entre 50 y 100 dólares al mes. Con eso se mantienen ella y su familia.
"Ven para acá, chico. ¿Has traído la botella? Te lo he dicho: antes del concierto necesito ron, si no, no puedo cantar. Me pongo la camisa que me cosió mi suegra y los zapatos que traje de España. Y ahora, ven aquí, chico, y mírame. ¿Qué ves? Ves a un hombre que ha triunfado. Eso es lo que ves. ¿Y quíén es ese hombre que ha triunfado? Te lo voy a decir. Es el mismo hombre al que le decían que no sabía cantar ni un bolero de mierda. Te voy a contar cómo fue exactamente. Soy como soy. No soy de ésos que se ponen delante del espejo y ensayan muecas. El secreto está en la música. Sencillamente salgo al escenario y canto. Ése es el único secreto que conozco. Si hubiera otro más, no quiero ni saberlo. Si no, pierde su poder y eso no lo queremos ¿verdad?
"Mi problema es que soy demasiado bueno. Y se aprovechan de mí. Así ocurrió con el director de la orquesta Los Bocucos. Me tenía envidia ¿comprendes? Yo era el que cantaba y la gente se creía que era mi grupo. Como venganza, mi nombre no aparecía en ningún cartel ni en la portada de ningún disco. Pero agárrate, ¿sabes lo que hace ahora ese director? Ha sacado un compacto al mercado: Ibrahim Ferrer y Los Bocucos. Con grabaciones hechas hace veinte años. El mismo hombre que me dijo que no sabía cantar un bolero, gana ahora dinero con mi nombre. Si no hubiera estado mi hijo pequeño, ahora no estaría aquí. Porque hubiera matado a ese hombre. Sólo mi hijo me lo impidió. Porque ¿sabes lo que pasó? Yo tenía un amigo que era un don juan, se largaba con el palo de una escoba con tal de tener una mujer. Había abandonado a su buena esposa para huir con una zorra estúpida. Le leí la cartilla: 'óigame, compay, no deje el camino recto por coger la vereda' y más tarde se me ocurrió una melodía para esa frasecita. Llego al ensayo y digo 'vengan acá, muchachos, vamos a oír cómo suena' y mi director escucha un poco y dice 'anda, cállate, Ibrahim, es una canción de mierda'.
"Entonces presenté mi dimisión. Más tarde me fui a la administración, porque había compuesto otras canciones y quería saber qué había conseguido reunir por derechos de autor, llevaba doce años sin aparecer por ahí. Chico, ahora haz tus cálculos y dime lo que era después de doce años, di una cifra cualquiera, bueno, te lo voy a decir. Eran dos pesos. Le dije a la secretaria 'quédate con los dos pesos y cómprate una caja de cigarros'. Ya entonces, sin saberlo, había ganado miles de pesos en Europa, porque en todas las emisoras se tocaba mi canción No dejes camino por vereda. Hoy, cuatro años después de mi última actuación, el hombre que no sabía cantar un bolero, ese hombre está de nuevo en el escenario y canta su propia canción de mierda y eso es algo que nunca, nunca me podrá quitar nadie".
-Soy una periodista, nada más. No soy una periodista disidente, tampoco una periodista independiente, sólo una periodista. No tengo un estilo ni un nombre, pero tengo mi honor profesional. Pueden quitármelo todo, pero eso no. Estoy dentro de la realidad y comprometida con la verdad, así era cuando trabajaba para la prensa estatal y es así ahora. Antes quizá era más polémica, ahora en cambio soy más exacta, también más personal. Claro, con treinta años me importaban el reconocimiento y el prestigio. Ahora que la vida camina hacia la muerte puedo renunciar a eso. Me excluyen y marginan. Lo que me duele es el hecho de que ya no me inviten a los conciertos, que ya no pueda cubrir los Festivales de cine. Conocía a muchos cineastas y músicos. También a Ibrahim Ferrer, Compay Segundo, Rubén González y los otros que fueron sacados del museo y ahora tienen grandes éxitos. No los envidio. Sólo me gustaría que nosotros, los cubanos, también pudiéramos escuchar esa música en vivo si quisiéramos.
-¿Ese coche que hay allí abajo, delante de mi casa, es suyo? Sí, claro que me espían. El vecindario está lleno de chivatos. A mis amigas las visito después del anochecer para no ponerlas en peligro. Protejo a mis fuentes cambiando sus nombres, su sexo y su profesión. Pero la información más importante la saco de los medios oficiales. Hay que saber leer entre líneas. Como puedo comparar con emisoras extranjeras, me doy cuenta en qué dirección quiere el partido "orientar" a la población y saco mis conclusiones. La acusación más absurda y más dolorosa de los servicios secretos es que 'vendo' mi país por avaricia. Si quieren, me pueden echar por eso hasta veinte años de cárcel. En Cuba hay demasiada gente que se deja intimidar. Yo no quiero unirme al sindicato del miedo.
-Mi último perfume me lo regalaron hace ocho años. Tengo tres pantalones, cinco blusas, cuatro vestidos y tres pares de zapatos, entre ellos un par de tenis, me quedan grandísimos, parezco un payaso, pero los necesito para cuando llueve. Como bolsa de la compra utilizo la funda de mi máquina de escribir. En la próxima 'visita', supongo que la Seguridad me quitará la máquina de escribir y el radio.
Y entonces Ibrahim Ferrer cantó en la sala del cine Charlie Chaplin en La Habana ante un grupo entusiasmado de invitados seleccionados. Su voz era fuerte y dulce como una tacita de café cubano, del de la tienda por dólares. Cantó su bolero cubano, triste y misterioso, compás de 2/4, más antiguo que cualquier revolución. La gente se puso en pie y el flaco alto no fue el único que se secó una lágrima. Mientras, Tania Quintero estaba en su casa, respondiendo preguntas en español sobre Alemania: ¿Cuándo se firmó el Tratado de Roma, en 1954, 55 o 57? Gane un viaje a Bruselas, Berlín o Bonn.
Ruedi Leuthold
Encuentro de la Cultura Cubana, No. 14, Otoño de 1999. Traducción del alemán por Julia García Lenberg.
Foto: 1999. A la entrada de la casa del escritor y ensayista José Prats Sariol, en la barriada habanera de Santos Súarez.
*Ibrahim Ferrer nació el 20 de febrero de 1927 en Santiago de Cuba y falleció en La Habana el 6 de agosto de 2005.
Leer también: La lista de Tania.
Muy buena, excelente.
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