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martes, 24 de abril de 2012

La ilusión de los paladares cubanos


Por Juan Juan Almeida

Conozco algunos interesados en escribir la famosa Guía Michelín de La Habana. Y para ello nombran nuevos restaurantes y hasta dan sus mejores recomendaciones. San Cristóbal, y su comida creole-cubana; Vista al Mar y sus atardeceres; La Guarida, La Fontana, Le Chansonnier

Percibo cierto sensacionalismo, en este resurgir de la iniciativa privada, donde además se intenta obviar o minimizar la omnipotente opción estatal. Y no es que me parezca injusto, al contrario, este renacer es un paliativo, y el dinero con que se paga va directo a quienes lo trabajan, pero se me hace morboso o, cuando menos, fantasioso.

De los paladares recientes, Doña Eutimia es de los más visitados, casi oculto a un costado de la Plaza de la Catedral, en el Callejón del Chorro, uno de los lugares más curiosos de La Habana colonial. En ese pedazo de calle, una cabeza antropomorfa -cuya boca es un surtidor- es cuanto queda del antiguo boquerón que servía de desagüe hacia la antigua Zanja Real.

Justo allí, en el número 60, se encuentra el paladar donde puede degustar un delicioso tamal, cerdo asado, filete miñón, pescado grillé, pulpo al ajillo, o su plato especial, la insuperable ropa vieja. Sus dueños son Leticia e Iván. Él es ingeniero y trabajó en el grupo de restauración de La Habana Vieja. Quizás por ello, como recuerdo, marca de calidad, trofeo, atractivo o agradecimiento, mantiene colgada en la entrada una camisa del doctor Eusebio Leal.

Pero con camisa y todo, no se puede comparar con el restaurante estatal El Aljibe, que en plena ciudad, en el corazón de Miramar, en 7ma y 26, logra un ambiente campestre y con la receta del difunto Sergio, dueño del otrora Rancho Luna, el pollo que lleva su nombre es aparatoso, excesivo, y exageradamente sabroso.

Como regla general, los paladares más famosos son casas de antiguos dirigentes, familiares de dirigentes, tolerados ex militares, o algunos “neodiplogentes” que, para sobrevivir, no pueden hacer otra cosa que mostrar sus labios sonrientes, aferrarse al silencio, o brindar su paranoico aplauso al discurso gubernamental.

Durante las visitas, en ocasiones diferentes a La Habana, Jimmy Carter y la Reina doña Sofía, consumieron los manjares de dos famosos paladares que no voy a mencionar, porque se dice que en ambos, tanto el célebre ex presidente, como la distinguida soberana, atraparon el “anti deleite” de un malestar estomacal.

Los restaurantes-paladares son bonitos, se han puesto de moda, y nada más. Ninguno de ellos podría, no hablemos ya de competir, sino simplemente acercarse a la exquisitez de, por ejemplo, el Café París, en el casco histórico, Habana Vieja.

Quienes se inventan esas loas efectistas y desatinadas, o nada saben de comer, o desconocen que el 'chino vaquero geriátrico' (entiéndase Presidente) supervisa su cría de búfalos, avestruces y ganado charolé para únicamente surtir los restaurantes que pertenecen a la cadena “Palco” del Consejo de Estado, y/o la casa de algún agraciado.

Tan ilusos trasnochados tampoco saben que en La Habana aterriza a diario un avión con carne americana fresca (USDA Choice) destinada, entre otras mesas, a las del restaurante La Finca (Calle 140 y 19, Playa, rodeado de exuberante vegetación), que regentea el más mimado, capacitado y despiadado de los chefs cubanos, el señor Erasmo, ex soldado de la columna del Che.

La iniciativa privada sin recursos y sin “La mano invisible” de Adam Smith, es un nudista motivado que atado a una bomba de tiempo sigue siendo una ilusión.

Martí Noticias, 21 de febrero de 2012
Foto: EFE. Un grupo de amigos en el restaurante privado Los amigos, en La Habana.

1 comentario:

  1. Por este artículo me entero que la negra Eurtimia, a quien conocí, y de quien fui amiga, y de quien he escrito en mis novelas, ha servido para nombrar un paladar. Eso debe de ser cosa de Eusebio Leal. Me parece tan descarado que esa pobre mujer que murió en la miseria, y que pasó más hambre que un forro de catre, pero que siempre tenía el buchito de café listo para cualquiera de nosotros ahora su nombre sirva para hacer dinero a otros. Bien le pudieron haber puesto Eurtimia al taller de grabados, por ejemplo. ¡Qué barbaridad!

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