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martes, 3 de abril de 2007

CUBA PRESS EN MI MEMORIA IIIPor Tania Quintero.

Benditas fuentes


Los periodistas extranjeros con los cuales me entrevisté entre 1996 y 2003 siempre querían saber de donde obtenía la información. Y a todos respondía: de la universidad de la calle.

Los colegas foráneos no lo tenían claro: si los periodistas independientes eran considerados ilegales por el gobierno de Fidel Castro y vivían bajo el contínuo riesgo de ir a la cárcel, ¿cómo obenían las informaciones si les estaba vedado el acceso a bibliotecas y centros de documentacion estatales? Menos aún podíamos obtenerla directamente de organismos y funcionarios políticos y administrativos.

Esa realidad impuso los géneros. Descartados los reportajes, los periodistas de Cuba Press nos concentramos en informaciones, crónicas y artículos. Con un denominador común: objetividad. Excepcionalmente podiamos realizar una entrevista.

Una fuente natural, inmediata, la teníamos en las agrupaciones opositoras. Pero no podíamos limitarnos a reportar la disidencia. Había que tratar de reflejar al cubano de a pie y a la Cuba real.

Sexto sentido

Durante veinte años como periodista oficial nunca la obtención de informaciones había sido una preocupación. Con más o menos dificultades se podía conseguir. Pero a partir de 1995, convertida en periodista independiente de la agencia Cuba Press, tuve que crear un mecanismo para que las imprescindibles fuentes no me faltaran.

Lo primero que hice fue asegurarme de poder comprar los principales periódicos y revistas nacionales. Como tenía que combinar el periodismo con los quehaceres hogareños y no podía pasarme horas en una cola, esperando a que llegara la prensa al estanquillo, cada mañana tenía que salir a cazar a alguno de los revendedores que por la Calzada de 10 de Octubre se dedican a revender a peso el periódico y a tres pesos la revista Bohemia. Una vez por semana me dedicaba a revisar y recortar las informaciones más interesantes.

La papelada la clasificaba y guardaban en nailons y sobres usados a los que identificaba con el tema y fecha. Y los iba guardando en una caja de cartón, en mi cuarto, en el suelo. Había “archivos” de corta duración, como los recortes relacionados con las Cumbres Iberoamericanas o la visita del Papa a Cuba en enero de 1998. Otros, dedicados a los ciclones, ciudad de La Habana, violencia callejera y doméstica, alcoholismo, drogadicción, Sida y accidentes de tránsito, a medida que pasaba el tiempo cobraban mas valor.

A falta de computadoras, ese rústico método se ha generalizdo en científicos, economistas y otros profesionales cubanos con afán investigativo. Un método en desuso en la era de Internet, más util en sociedades atrasadas. A mí me “especializó” en la lectura entrelíneas y me ayudó a contrastar las “bolas” o rumores con las versiones oficiales.

Pero durante ocho años mi principal fuente de información fue la gente común y corriente. Personas tremendamente miedosas que, sin embargo, no vacilaban en hacerme llegar toda clase de informaciones, para que las divulgara sin revelar el origen.

El sigiloso modo de obtener información contribuyó a desarrollar un sexto sentido: el de la intuición. Había que discernir quién te hacía llegar una noticia cierta, quién se hacia eco de un rumor o especulación y quién era un vulgar provocador.
Han pasado diez años desde que comencé a escribir como periodista independiente y todavía no puedo revelar mis fuentes. A esos cubanos anónimos, gracias. Y gracias también a Raúl Rivero. Por haberme dado la oportunidad de escribir con total libertad viviendo donde vivíamos: en uno de los regímenes más antidemocráticos del planeta.

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