Pa’l carajo
Por Tania Quintero.
A la moneda fraccionaria (5, 10 y 20 céntimos) en Suiza le llaman “rappen”. Hace unos días leí que iban a eliminar de la circulación la monedita de 5 rappen, doradita y más pequeña que el quilo o centavo cubano.
Como mi hija y mi nieta habían empezado a echar en una alcancía moneditas de 5 rappen, el sábado decidimos abrirla, contar los rappen y cambiarlos. En total había 320, pero decidimos cambiar 300=15 francos. Mi hija me ayudó a verificar que en cada sobre, de los tres que preparamos, había cien monedillas de 5 rappen en cada uno. Hasta ahí todo bien, pero dónde cambiarlas?
-Iré al estanquillo de periódicos, porque hoy está trabajando la señora que sabe español y los domingos me guarda El País. Ella me conoce y no va dudar de que en cada sobre hay el equivalente a 5 francos en monedas de cinco rappen, expliqué a mi hija.
Primer problema: la señora, muy circunspecta, me dijo que ella no podía hacerme ese cambio, porque no estaban autorizados a hacer “operaciones con dinero”.
Sin darme tiempo a preguntarle dónde tendría que ir, me respondió:
-Tiene que ir al Post (oficina de correos), ellos son los que hacen ese tipo de operaciones.
-Gracias, le respondí.
Regresé a la casa, cogí el abonamiento de la guagua (carné que mensualmente renuevo y pago) y me fuí con los 300 rappen al Post más cercano.
Allí, a la entrada, hay un aparato donde se aprieta un botón y sale el número del turno que corresponde en la cola. Apreté y me salio el 68. Uno tiene que esperar hasta que en una pantalla lumínica aparece tu número y la letra de la ventanilla a la que tienes que dirigirte. Era la quinta en la cola y unos tres minutos después me dirigí a la ventanilla señalada, la D.
-Grüssi (hola), me dice la empleada, bajita y gordita. En mi macarrónico alemán le dije que mi nieta habia abierto su alcancía y, mostrándole los tres sobres, quería cambiar esas 300 moneditas de cinco rappen por 15 francos.
-Nein, nein, nein, me responde. Y se dirige a un extremo de su local de trabajo y viene con seis papelitos morados y me dice que en cada uno tengo que poner 50 moneditas (2,50 francos) y me señala el lugar, diminuto, donde tengo que escribir mi nombre, dirección y teléfono.
Para mis adentros pensé: “Coño, yo que creía que la burocracia la habiamos heredado de los españoles y reforzado posteriormente con los soviéticos, de madre!”.
Eran las nueve de la mañana, los sábados las oficinas de correos cierran a las once. Decidí dejar la “operación” para el lunes. Antes de ponerme a contar, puse mis datos en los papelitos moraditos. Después intenté envolver en ese pedacito de papel 50 moneditas. Imposible.
Finalmente se me prendió la chispa: cogi 25 rappen, logré mantenerlos unidos y en fila y los “inmovilicé” con scotch tape. Puse dos tonguitas en cada papelito y con scotch tape cerré por fuera fuera los paqueticos, no se fueran a salir los dichosos rappen.
Cuando el lunes llegué al correo vi que la empleada bajita y gordita estaba detrás de la ventanilla C. Traté de evitarla, pero tuve la mala suerte de que me tocara con ella de nuevo. En la pesa donde se pesa la correspondencia, empezó a pesar cada montoncito (en el papelito, en alemán, francés e italiano, los tres idiomas oficiales de Suiza, se aclara que debe pesar 90 gramos) y por la cara que puso pensé que me los iba a rechazar.
Muy seria, como si fuera una directora de escuela, en suizoaleman (dialecto) me dijo que no se podía ponerle scotch tape. Pero yo, haciéndome la sueca, me quedé mirándola inexpresivamente, para que se diera cuenta que no había entendido ni pitoche.
Entonces, un poquitín molesta, la empleada señaló para el scotch tape y dijo “Nein” y con la misma me mostró un tubito de goma de pegar.
-Oh, Bitte, Entschuldigen (discúlpeme, por favor).
Y di media vuelta con los 15 francos en el monedero. Si hubieran puesto nuevas trabas para cambiar las malditas 300 moneditas de cinco rappen, no sé como hubiera reaccionado.
Lo más seguro es que en voz alta hubiera dicho “esto es de pinga” y a continuación hubiera caminado los doscientos metros que separan el Post del río y hubiera tirado allí el nailito con la calderilla. ¿No se le hacen ofrendas a Yemayá tirando quilos prietos al mar?
Lo único que... no eran quilos prietos, en Suiza no hay mar y si un policía me hubiera visto, al segurete me hubiera puesto una multa. Por contaminación del medio ambiente. ¡Pa’l carajo!
Como mi hija y mi nieta habían empezado a echar en una alcancía moneditas de 5 rappen, el sábado decidimos abrirla, contar los rappen y cambiarlos. En total había 320, pero decidimos cambiar 300=15 francos. Mi hija me ayudó a verificar que en cada sobre, de los tres que preparamos, había cien monedillas de 5 rappen en cada uno. Hasta ahí todo bien, pero dónde cambiarlas?
-Iré al estanquillo de periódicos, porque hoy está trabajando la señora que sabe español y los domingos me guarda El País. Ella me conoce y no va dudar de que en cada sobre hay el equivalente a 5 francos en monedas de cinco rappen, expliqué a mi hija.
Primer problema: la señora, muy circunspecta, me dijo que ella no podía hacerme ese cambio, porque no estaban autorizados a hacer “operaciones con dinero”.
Sin darme tiempo a preguntarle dónde tendría que ir, me respondió:
-Tiene que ir al Post (oficina de correos), ellos son los que hacen ese tipo de operaciones.
-Gracias, le respondí.
Regresé a la casa, cogí el abonamiento de la guagua (carné que mensualmente renuevo y pago) y me fuí con los 300 rappen al Post más cercano.
Allí, a la entrada, hay un aparato donde se aprieta un botón y sale el número del turno que corresponde en la cola. Apreté y me salio el 68. Uno tiene que esperar hasta que en una pantalla lumínica aparece tu número y la letra de la ventanilla a la que tienes que dirigirte. Era la quinta en la cola y unos tres minutos después me dirigí a la ventanilla señalada, la D.
-Grüssi (hola), me dice la empleada, bajita y gordita. En mi macarrónico alemán le dije que mi nieta habia abierto su alcancía y, mostrándole los tres sobres, quería cambiar esas 300 moneditas de cinco rappen por 15 francos.
-Nein, nein, nein, me responde. Y se dirige a un extremo de su local de trabajo y viene con seis papelitos morados y me dice que en cada uno tengo que poner 50 moneditas (2,50 francos) y me señala el lugar, diminuto, donde tengo que escribir mi nombre, dirección y teléfono.
Para mis adentros pensé: “Coño, yo que creía que la burocracia la habiamos heredado de los españoles y reforzado posteriormente con los soviéticos, de madre!”.
Eran las nueve de la mañana, los sábados las oficinas de correos cierran a las once. Decidí dejar la “operación” para el lunes. Antes de ponerme a contar, puse mis datos en los papelitos moraditos. Después intenté envolver en ese pedacito de papel 50 moneditas. Imposible.
Finalmente se me prendió la chispa: cogi 25 rappen, logré mantenerlos unidos y en fila y los “inmovilicé” con scotch tape. Puse dos tonguitas en cada papelito y con scotch tape cerré por fuera fuera los paqueticos, no se fueran a salir los dichosos rappen.
Cuando el lunes llegué al correo vi que la empleada bajita y gordita estaba detrás de la ventanilla C. Traté de evitarla, pero tuve la mala suerte de que me tocara con ella de nuevo. En la pesa donde se pesa la correspondencia, empezó a pesar cada montoncito (en el papelito, en alemán, francés e italiano, los tres idiomas oficiales de Suiza, se aclara que debe pesar 90 gramos) y por la cara que puso pensé que me los iba a rechazar.
Muy seria, como si fuera una directora de escuela, en suizoaleman (dialecto) me dijo que no se podía ponerle scotch tape. Pero yo, haciéndome la sueca, me quedé mirándola inexpresivamente, para que se diera cuenta que no había entendido ni pitoche.
Entonces, un poquitín molesta, la empleada señaló para el scotch tape y dijo “Nein” y con la misma me mostró un tubito de goma de pegar.
-Oh, Bitte, Entschuldigen (discúlpeme, por favor).
Y di media vuelta con los 15 francos en el monedero. Si hubieran puesto nuevas trabas para cambiar las malditas 300 moneditas de cinco rappen, no sé como hubiera reaccionado.
Lo más seguro es que en voz alta hubiera dicho “esto es de pinga” y a continuación hubiera caminado los doscientos metros que separan el Post del río y hubiera tirado allí el nailito con la calderilla. ¿No se le hacen ofrendas a Yemayá tirando quilos prietos al mar?
Lo único que... no eran quilos prietos, en Suiza no hay mar y si un policía me hubiera visto, al segurete me hubiera puesto una multa. Por contaminación del medio ambiente. ¡Pa’l carajo!
Te felicito amiga por el blog, esperocolaborar contigo en cuanto llegue a Canarias.
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