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lunes, 13 de enero de 2025

Aldana, un Gorbachov de usar y tirar

El nombre de Carlos Aldana, "ideólogo" del castrismo durante la caída del Muro de Berlín, está relacionado con el teatro, y no solamente por la posible dotación histriónica del considerado "tercer hombre" de la cúpula del régimen en esa época, sino además por actuar como eje de la reunión de los estudiantes de Periodismo con Fidel Castro, a partir del estreno de La opinión pública en La Habana, donde al comandante le dijeron en la cara hasta del mal que iba a morir.

Aldana falleció el miércoles 27 de noviembre, según informó el medio independiente Café Fuerte, el hombre que en aquellos años fue jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) murió en La Habana a los 82 años, afectado por neumonía y otras complicaciones derivadas del padecimiento de Parkinson.

Su deceso no importó nada a los medios oficiales, aun cuando a finales de la década de los 80 desempeñó un papel clave, el de hacernos creer que había una transición en marcha, o al menos una Perestroika, algo que nunca ocurrió.

"Orientación Revolucionaria" es una aberración, al igual que decir que una persona es "ideólogo" en un país, pero eso ocurrió en Cuba, donde el realismo socialista se convirtió en un surrealismo tropical totalitario.

En 1987, los estudiantes de Periodismo de la Universidad de La Habana fuimos convocados extrañamente a ver una obra de teatro en una de las salas más importantes de la capital, la Hubert de Blanck, sede de Teatro Estudio, donde importantes directores como Berta Martínez y los hermanos Raquel y Vicente Revuelta hacían sus montajes.

Era raro que una "orientación del Partido" (Partido Comunista de Cuba, por su condición de único) nos llevara a Teatro Estudio. El verdadero objetivo de la convocatoria se supo después. Fuimos meros conejillos de Indias. Se trató de un experimento de Fidel Castro que casi se le va de las manos.

Europa oriental comenzaba sus cambios definitivos y ya se estaba preparando la caída del Muro del Berlín, pero Castro no tenía bien claro hacia dónde dirigir sus pasos. De lo que sí estaba convencido era de que no soltaría prenda. Una obra teatral como La opinión pública, escrita por el dramaturgo y poeta rumano Aurel Baranga y publicada en 1967, no debía pasar de largo sin precisamente la "opinión" de los estudiantes de Periodismo.

Sobre todo porque la acción se desarrollaba en la redacción de un periódico donde se decidían objetivos editoriales, algo que Castro, como debe suponerse, asumió con profundo celo. La idea fue llevar a los estudiantes a un deliberado experimento para el que se prestó el entonces jefe del DOR.

El zorro Carlos Aldana, un personaje en quien de cierta manera depositamos —quizá por ilusión necesaria— el rol de un Mijail Gorbachov caribeño, fue el intermediario. Al final de la función hubo un intenso debate sobre el papel de la prensa, mientras los enviados de Aldana tomaban notas que luego fueron enviadas a una de las antiguas mansiones del Vedado, donde radicaba un siniestro aparato de espionaje denominado Oficina de Opinión del Pueblo (no me consta que este organismo llevara siglas).

Pocos días después del debate, Aldana envió un memorando a la Facultad de Periodismo en el que se nos invitaba a redactar cientos de preguntas sobre el presente, pasado y futuro del país, que debían enviarse a su oficina para él mismo dar las respuestas en persona. Así fue como llegamos a la famosa Plaza de la Revolución, donde ya los servicios secretos del castrismo nos esperaban para revisarnos los bolsos: no se podía entrar cámaras fotográficas ni grabadoras, solo lápiz y papel.

Aunque la tensión generada por las fuerzas de seguridad nos indicaba algo, para nuestra sorpresa apareció el mismísimo Fidel Castro, quien supuestamente iba de oyente, pero todos sabíamos que su presencia nos impediría llevar a Aldana contra la pared. Y así fue. A Castro no le gustaron las preguntas y mucho menos las improvisaciones de ciertos estudiantes que, por primera vez en la historia de la denominada Revolución, se enfrentaron cara a cara y le dijeron en sus propias narices y en pocas palabras que estaba equivocado.

Se le cuestionó el culto a su personalidad en la prensa nacional, el desastroso movimiento de microbrigadas (construcciones de viviendas) que emprendía la Isla y, entre otros temas candentes, se le reprochó la tristemente célebre guerra de Angola, en la que murieron miles de cubanos sin que todavía se disponga de verdaderas cifras más allá de las oficiales.

Castro dio un puñetazo sobre la mesa y, teatralmente, se retiró del plenario, para luego volver. En ese interín, nuestros profesores aprovecharon para pedirnos que bajáramos el tono sobre lo que los estudiantes de quinto año le habían dicho al comandante. El resultado fue una cacería de brujas. Aldana ordenó asambleas año por año en las que se pedía declaraciones de "principios revolucionarios", una especie de retractación a lo Galileo Galilei.

Los líderes de la "revuelta" no fueron expulsados de la Facultad, pero sí estigmatizados. Al graduarse, los de quinto año, cabecillas de un estado de cambio que no solo nos merecíamos los cubanos, sino que era lo más apropiado según el espejo de Europa oriental, fueron enviados a trabajar a estaciones de radio comarcales de todo el país, para dispersarlos. Fue un castigo ejemplarizante que zanjaba un "doloroso" asunto y que, por fin, dejaba claro hacia dónde íbamos. Castro seguiría ahí, a su manera.

Dos años más tarde, la "Revolución" cancelaba definitivamente dos publicaciones soviéticas que nos habían acompañado durante muchos años, la científico-técnica Sputnik, y la costumbrista Novedades de Moscú. El 4 de agosto de 1989, el periódico Granma publicó un artículo sin firma titulado "Una decisión inaplazable, consecuente con nuestros principios". En ese texto se pudo percibir el futuro de la Isla:

"En estas publicaciones se niega la historia anterior y se caotiza el presente. Escudándose en la imprescindible diversidad de opiniones, se divulgan fórmulas que propician la anarquía. El análisis de la forma de actuar y utilizar los principios rectores del marxismo-leninismo acorde con las nuevas condiciones históricas, introduce elementos que conducen a su negación. En sus páginas se descubre la apología de la democracia burguesa como forma suprema de participación popular, así como la fascinación con el modo de vida norteamericano", desgranó el editorial.

Un poco antes, en abril de ese mismo año, Gorbachov había sido recibido en Cuba con honores de Estado. No obstante, el gran líder comunista al que se le debe el cambio histórico y geopolítico más grande del siglo XX, no cumplía con las expectativas de Castro para "cuadrar la caja". "Hemos visto cosas tristes en otros países socialistas, cosas muy tristes", afirmó Castro en noviembre de 1989, en referencia a las reformas que se estaban aplicando en varios países aliados, como la URSS, Alemania del este, Hungría o Polonia.

Durante la visita de Gorbachov a Cuba, Castro dijo que un proceso como la Perestroika no era posible en un país situado a 150 kilómetros de las costas de Estados Unidos y con diez millones de habitantes, frente a los 200 millones de la URSS. "Cuba está más amenazada por el capitalismo que los demás países socialistas", zanjó Castro.

Hoy en día, uno de los líderes de la histórica reunión en la que los estudiantes emplazaron al dictador, Alexis Triana, quien se atrevió a tutearlo con total valentía, es un funcionario del Estado, un comisario cultural. Muchos de los demás estudiantes estamos desperdigados por el mundo.

La caída del Muro del Muro de Berlín fue una magnífica oportunidad para colgar los guantes del castrismo, entregar el país a unas elecciones libres. De haberlo hecho, hubiera quedado incluso con nostalgia en el recuerdo, como mismo la Alemania del Este ha demostrado no poder desprenderse de su recuerdo desgarrador. Pero no, Castro prefirió seguir, y la opción que tuvo a mano fue el turismo occidental.

Han pasado casi 40 años. El país está más destruido que nunca y enfrenta un éxodo masivo sin precedentes. Aldana fue defenestrado en 1992. Murió sin una esquela oficial, aun cuando fue clave su papel en ese escenario de dudas que podía haber cambiado el destino de la isla caribeña.

Jorge Ignacio Pérez
Texto y foto: Diario de Cuba, 29 de noviembre de 2024.
Leer también
la primera y segunda parte, de la entrevista que el 28 de septiembre de 1992, el mexicano Mario Vázquez Raña, le hizo a Carlos Aldana cinco días después de haber sido defenestrado.

lunes, 6 de enero de 2025

Mis recuerdos de Carlos Aldana

Hubiera querido poner una foto de Carlos Aldana Escalante (Camagüey 1942-La Habana 2024) de 1970, que fue cuando lo conocí, pero no la encontré en internet.

La que más se parecía a aquel Aldana de 28 años, la edad que yo tenía en el 70, fue esa foto de la entrevista que el 28 de septiembre de 1992, ya defenestrado, le hizo el mexicano Mario Vázquez Raña y que en dos partes publicó NeoKaxtrizmo & Chaos en mayo de 2014.

En 1970, la tercera Brigada Venceremos laboró en planes citrícolas de Isla de Pinos, y entre el personal cubano que trabajó con aquel contingente de jóvenes estadounidenses me encontraba yo, entonces mecanógrafa de Manuel Torrres Muñiz, primer secretario de la UJC municipal. A fines de septiembre, luego de unos días de descanso en La Habana, la UJC nacional me trasladó al departamento de relaciones exteriores, en 17 y J, Vedado. Me ubicaron en la oficina del jefe del departamento, Javier Ardizones, para ayudar a Carmita, su secretaria.

Creo que fue en octubre de 1970 cuando Javier me dijo si podía 'tirarle un cabo' a un compañero llamado Carlos Aldana, que no tenía quien le mecanografiara. Le dije que sí. A cada rato, cuando a las 5 de la tarde terminaba mi horario laboral, me quedaba un par de horas pasando en limpio textos que Aldana me traía.

Entre 1970 y 1974 le mecanografié a Aldana cientos de cuartillas, de variados contenidos, algunos secretos: en esa época él se desempeñaba como jefe del departamento de propaganda de la Dirección Política de las FAR. Más que mi destreza mecanógrafia y mi experiencia laboral (de agosto de 1959 a febrero de 1961 había sido la única mecanógrafa en el comité nacional del Partido Socialista Popular), lo que Aldana valoraba era mi discreción.

Como la mayoría de los camagüeyanos, Aldana hablaba correctamente y tenía facilidad de palabra. Le gustaba escribir y lo mismo redactaba un informe, una conferencia, un discurso o el guión de un documental, de un acto o desfile militar. En esos cuatro años, y posteriormente, cuando por mi cuenta me inicié en el periodismo, primero en la revista Bohemia y después en el ICRT, las relaciones entre él y yo siempre fueron muy respetuosas.

De lo ocurrido en 1987 con Aldana y estudiantes de periodismo, narrado por Jorge Ignacio Pérez en Diario de Cuba y por Ted Henken en Rialta, me enteré por los comentarios que circularon en corrillos periodísticos. Para esa fecha, hacía más de un año que Fidel Castro me había recibido en su despacho, algo que cuento en mi libro Periodista, nada más, publicado en mi blog. También en mi blog se pueden leer dos posts dedicados a Aldana: Comentarios y respuestas a propósito de Carlos Aldana y El capítulo que no pude escribir.

Aunque conocía a Aldana desde 1970, nunca lo llamé para pedirle un favor o una recomendación. Pero el 8 de marzo de 1991, un operativo de la Seguridad del Estado, pistola en mano, entró a nuestro apartamento de La Víbora y se llevó detenido a mi hijo, el hoy periodista independiente Iván García Quintero.

A Iván y a tres jóvenes más del barrio los acusaban de 'propaganda enemiga', por supuestamente pintar carteles antigubernamentales. Estuvieron dos semanas en los calabozos de Villa Marista. Si no llegaron a ser enjuiciados y fueron liberados fue gracias a las gestiones de Carlos Aldana Escalante, quien en 1991 era jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR), del comité central del PCC.

Diez años antes, en 1981, Aldana y otros funcionarios del DOR se enteraron que yo estaba de divulgadora en la Oficina Nacional de Diseño Industrial (ONDI), dirigida por Iván Espín. El segundo de Aldana, Víctor Manuel González, me localizó y me propuso reincorporarme al periodismo. En julio de 1982 comencé en el ICRT, un medio nuevo para mí. Allí permanecí hasta que en abril de 1996 me expulsaron, no por ser periodista independiente, si no por "hablar por Radio Martí".

En la casa donde Aldana vivía con su familia, en Nuevo Vedado, estuve en septiembre de 1994. Me acompañaba Alberto Sotillo, periodista español de ABC, interesado en entrevistarlo. Uno de sus hijos nos dijo que había estado de pase y ya había vuelto a Topes de Collantes. Le dejé un papel diciéndole que me hubiera gustado saludarle. No sé si lo leyó Aldana. O el G-2.

Tania Quintero

Leer también: Yo le llamaba Charles.


lunes, 23 de diciembre de 2024

Villancicos cubanos


Con los tres villancicos que aparecen en ese video, queremos desearle unos felices días de Navidad y Año Nuevo a los lectores del blog.

Ojalá que 2025 sea el inicio del fin de todos los regímenes totalitarios existentes en el mundo, empezando por el de Cuba, que ya lleva más de seis décadas destrozando una isla y su gente.

Son los deseos de Tania Quintero Antúnez y Marco Antonio Pérez López.

lunes, 16 de diciembre de 2024

Tropicana, la fantasía de la arquitectura moderna

Tropicana es, desde hace 85 años, el sitio emblemático de la vida nocturna habanera. Música, danza, comida, bebida y mucho dinero han estado asociados a su fama como espacio de recreo.

Así quedó reflejada en películas como Chico y Rita (Fernando Trueba-Javier Mariscal-Tono Errando, 2010), contextualizada en la primera década de este cabaret, cuando aún no existían sus magníficos salones modernos; en Our Man in Havana (Carol Reed, 1959), que ofrece la imagen selecta de su etapa prerrevolucionaria; y en Un paraíso bajo las estrellas (Gerardo Chijona, 1999) donde se convierte en locación protagónica y aspiración máxima de la bailarina de cabaret. Tropicana ha sido, a pesar de la competencia, "el cabaret" cubano.

Y, junto a su magnífica trayectoria artística como escenario de grandes músicos y talentosos coreógrafos y bailarines, es también una de las más importantes obras de la arquitectura moderna cubana. Digamos que es de las imprescindibles dentro del extenso catálogo del Movimiento Moderno en la Isla en la década del 50. En ella se conjugó la excelencia del uso del hormigón armado, empleado con inmensa creatividad y no poco alarde tecnológico, en un diseño espacial y escenográfico que fusiona arte y naturaleza con total organicidad.

La naturaleza fue el primer punto esencial en la concepción de este espacio. Condicionó su diseño arquitectónico y también le ha servido como complemento, en un maridaje que hace de esta obra un ejemplo excepcional de la arquitectura orgánica. Fue por tanto la clave que sustentó la idea fundacional de este sitio como espacio de recreo.

A inicios del siglo XX, era la residencia de Regino du Repaire du Truffin y Nieves (Mina) Pérez Chaumont. Con una superficie de 36.000 metros cuadrados, Villa Mina se definía por una mansión residencial con extensos jardines muy arbolados. Al enviudar, Mina decidió rentar el espacio y establecer allí un cabaret-casino que ofreciera un entorno paradisíaco. Con este objetivo se inauguró en 1939 con el nombre Beau Site Club. Se cuenta que la propuesta de nombrarle Tropicana llegó en 1941, por la canción homónima que Alfredo Brito interpretaba allí y que conectaba con aquella suerte de edén tropical.

En esta primera etapa, el cabaret contó con un escenario a cielo abierto, abrazado por la profusa vegetación, similar al actual Salón Bajo las Estrellas. En la casa radicaba el casino que, según se registra, era la verdadera fuente de ingresos del conjunto recreativo. Tal fue su éxito que, junto a otros famosos cabaret-casinos de La Habana, provocó el cierre y demolición en 1953 del Gran Casino Nacional (1922), situado donde luego estuvo el Country Club y más tarde las Escuelas Nacionales de Arte.

Hacia 1950, Martín Fox compró la finca de Mina, quedando como único propietario del cabaret-casino. Inmediatamente acometió las reformas que hasta hoy distinguen el espacio como un conjunto arquitectónico excepcional. Para ello contrató a Max Borges Recio, joven arquitecto que había diseñado en 1941 su vivienda de Calle 18, entre 1ra y 3ra, Miramar; y que también había ejecutado obras relevantes como el Centro Médico Quirúrgico (1948, hoy Hospital Neurológico), que le valió su primera Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos; y el edificio Someillán (1950), el más esbelto de Cuba.

La primera obra diseñada para Tropicana por Max Borges Recio, y a su vez el recinto más significativo, fue el Salón Arcos de Cristal (1951). Su objetivo era crear una sala de espectáculos techada que no prescindiera del disfrute del entorno arbolado. La solución no pudo ser más certera y más acorde a su tiempo. Haciendo uso de las facilidades que le confería el hormigón armado, creó cinco estructuras laminares con forma de arco de distintos tamaños situados excéntricamente. Esto le daba un dinamismo al espacio arquitectónico que conectaba con la vibrante capacidad de la música para provocar sensaciones, a la par que creaba un recinto amplio y despejado de pilares intermedios, y que visualmente atraía hacia el escenario.

Esta especie de caracola tiene una apertura máxima de 26 metros de ancho y decrece hasta el escenario de 12 metros, con una altura que va entre diez y cinco metros en sus diferentes puntos. Los espacios intermedios entre los arcos se cerraron con paneles de vidrio, posibilitando una continuidad visual con el exterior y aligerando aún más esa pared-cubierta de unos siete centímetros de grosor, pintada de oscuro para hacerla desaparecer en la bóveda celeste. Con una capacidad de 450-500 asientos, favorecía la visualidad hacia el escenario con el escalonamiento del suelo, y el cierre acristalado del salón permitía el confort del aire acondicionado. Para mantener este conjunto, el cabaret tenía un departamento de mantenimiento que prestaba esmerada atención a las instalaciones, y a la jardinería.

La concepción del Salón Arcos de Cristal resume lo mejor de la arquitectura de su tiempo en la belleza plástica de su estructura, la economía y sencillez de los recursos empleados que apuntan hacia la elegancia de las formas, todo sustentado con materiales modernos y resistentes. En este caso, la comunión con el entorno es total, lo que lo convierte en un sitio único y atractivo, su mejor estrategia comercial.

Por otra parte, el uso de la curva es muy compatible con el entorno natural y también a nivel sugestivo, sensitivo, con las funciones para las que el espacio fue dedicado. Sobre las curvas en la arquitectura decía Oscar Niemeyer, el gran maestro del Movimiento Moderno brasileño: "No es el ángulo recto el que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas está hecho todo el universo".

Entre todas las obras diseñadas por Max Borges, los arcos han sido trascendentales en Tropicana, que le ganó su segunda Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos en 1953, y el Club Náutico (1952-53), donde sus arcos juegan con la proximidad al mar.

Las curvas también definieron la bella instalación metálica que decora el escenario del segundo salón construido en Tropicana en 1952. Con el Salón Bajo las Estrellas se modernizó el salón original a cielo abierto, ahora con capacidad para 1.200 asientos. La dinámica composición de esta instalación se fusiona con los efectos de luz, la música y las coreografías que aprovechan las diversas plataformas del escenario, embebido en un entorno verde que soporta toda la fantasía. Por ello también se incluye entre los símbolos de este cabaret.

Como fue habitual en su época, también lo ambientaron obras de arte. En particular, la escultura Ballerina (1949) de Rita Longa, y La Fuente de las Musas (1920) de Aldo Gamba. Esta última había presidido la entrada del Gran Casino Nacional, por lo que constituyó un símbolo trasladado al que se consideraba el nuevo Montecarlo de América. Ambas esculturas figuraban en las fichas del Casino Tropicana, cuyo inmueble se construyó en 1954 (hoy restaurante Los Jardines). Ballerina también se reprodujo en toda la publicidad y en elementos del cabaret como las lámparas y los removedores de bebida.

La última construcción de Tropicana fue la conversión en 1956 de la antigua casona en cafetería (hoy Café Rodney). Para ello Max Borges sustituyó los muros de carga por diez paraboloides hiperbólicos de estructura laminar de hormigón armado, posibilitando el cierre con paredes de vidrio y creando marquesinas y cubiertas de aspecto escultórico.

El prestigio alcanzado por Tropicana llevó a Max Borges a diseñar cabarets similares en México y Puerto Rico, donde colaboró con el arquitecto Félix Candela, quien en 1941 había creado una empresa para la fabricación de estructuras laminares (de tres centímetros de espesor). Juntos hicieron el Club Jacaranda (1954) en Ciudad de México, destruido por un terremoto en 1985; y el Cabaret-Casino Tropicoro (1956-57) del hotel San Juan en Puerto Rico, demolido en la década del 70. Ambos llevaron la impronta del Cabaret Tropicana, que por fortuna hasta hoy les ha sobrevivido.

Convertido desde su nacimiento en ícono de la arquitectura moderna cubana, Tropicana fue incluido en la exposición Latin American Architecture since 1945, celebrada en 1955 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Desde 2002, es Monumento Nacional de Cuba.

Yaneli Leal
Diario de Cuba, 10 de noviembre de 2024.
Foto: Salón Arcos de Cristal, Cabaret Tropicana, La Habana, 1952. Tomada de Diario de Cuba.

lunes, 9 de diciembre de 2024

Lionel Soto, prohibido en Cuba

A cuatro minutos no llega el video titulado Secretos del libro de un comunista secuestrado por Fidel Castro. Se trata De la historia y la memoria (1949-1961), tres tomos escritos por Lionel Soto Prieto (La Habana 1927-2008) que fue presentado en febrero de 2007 en la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Por suerte ha quedado el testimonio de Juan González Díaz, uno de los asistentes a esa presentación. Antes de esos tres tomos, en 1995, en Si-Mar, editorial creada y dirigida por Soto, se publicó La revolución precursora de 1933, libro aquí.

Cuando Lionel Soto fue embajador de Cuba en la Unión Soviética, condecoró a Alexander Alexeev, el primer embajador de la URSS en Cuba y a quien conocí el día de la boda de mi primo Vladimiro Roca Antúnez con una rusa que le decían Viva. La boda se celebró en 1961, en la sede de la embajada soviética, que entonces quedaba en una espléndida mansión del Vedado habanero.

En 1996, en el Museo de la Ciudad, Lionel Soto presentó Décimas para Antonio Maceo. A Lionel, como a casi toda la plana mayor del Partido Socialista Popular (PSP) lo conocí de niña y en 1959-1961, cuando trabajé como mecanógrafa en el Comité Nacional del PSP, le pasé en limpio algunos textos. Alto y corpulento, vestía con elegancia y usaba espejuelos. Al igual que Salvador García Agüero y Juan Marinello, Lionel hablaba en voz baja, era amable y educado.

Lionel Soto Prieto, según EcuRed y Cubanos famosos. En este registro no aparece el libro De la historia y la memoria, tampoco La vieja molienda, dedicado a Jesús Menéndez.

En el 1er. Congreso del PCC, en 1975, Lionel Soto no fue elegido miembro del Secretariado . En el 2do. Congreso del PCC, en 1980, forma parte del Secretariado, cargo que mantiene en el 3er. Congreso, en 1986.

En este post de 2010, el periodista santiaguero Osviel Castro menciona a Lionel Soto. Probablemente no sabía que ya ese nombre debía ser borrado de la historia que a partir de 1959 empezó a escribir, a su conveniencia, el castrismo.

De las pocas imágenes que en internet se localizan de Lionel Soto, encontré esa foto de Raúl Castro en un homenaje que le hizo a fundadores de la Juventud Socialista, entre ellos Lionel Soto y Jorge Risquet, a la izquierda con barba y guayabera blanca.

La mujer es Geisha Borroto, la esposa de Lionel. Eso debe haber sido antes de que Lionel en 2007 presentara el libro De la historia y la memoria (1949-1961). Por cierto, César Reynel Aguilera, el tipo que más sabe sobre los viejos comunistas, dentro y fuera de la isla, y que además de excelente memoria tiene gran sentido del humor, en un correo comentaba: "Tania, parece ser que los viejos comunistas cubanos tenían cierta tendencia al reciclaje amoroso. Edith García Buchaca pasó de Carlos Rafael Rodríguez a Joaquín Ordoqui; Geisha Borroto pasó de Flavio Bravo a Lionel Soto; y Justina Álvarez pasó de Aníbal Escalante a Blas Roca".

En este texto, Geisha Borroto es mencionada: "Algunas mujeres, sin embargo, también fueron detenidas por participar en estas actividades. Geisha Borroto, integrante de las MOU, estaba casada con Lionel Soto, militante del PSP, así como periodista del periódico Noticias de Hoy y el rotativo clandestino Mella. Cuando Lionel fue detenido por el BRAC, Geisha fue a visitarle siendo retenida durante 24 horas como forma de coacción para que Lionel Soto confesase información que la policía le estaba requiriendo. Días más tarde, Lionel fue trasladado de la Isla de Pinos al Castillo del Príncipe. Durante su breve estancia en prisión, la misma Geisha fue quien negoció sin éxito con las autoridades del presidio para que lo dejasen en libertad, algo que no sucedió hasta el derrocamiento de la dictadura: “¡Adelante con la acción en favor de Leonel Soto y de sus compañeros”, Carta Semanal, 3 de septiembre de 1958, “¡No hay que olvidar a Leonel Soto y a sus compañeros de prisión!”, Carta Semanal, 10 de septiembre de 1958, y “Faget informaba siempre a sus jefes de EU”, Noticias de Hoy, 14 de enero de 1959.

Tania Quintero
Foto: Lionel Soto (derecha) y Eusebio Leal, La Habana, 6 de diciembre de 1996.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Foro por los 15 años de Diario de Cuba

A propósito de la celebración del Foro por los 15 años de Diario de Cuba (Madrid, 24 y 25 de octubre de 2024), tal vez muchos no sepan que varios periodistas independientes de Cuba Press, entre ellos Raúl Rivero, Iván García y yo, figuramos entre los primeros colaboradores que tuvo en La Habana el medio digital Encuentro en la Red, como al principio se llamaba lo que 15 años más tarde se convertiría en Diario de Cuba.

No recuerdo si fue en 1999 o en el 2000, cuando empezamos a enviarle trabajos a Pablo Díaz Espí, hijo del escritor y cineasta Jesús Díaz, fundador de Encuentro de la Cultura Cubana, una de las mejores revistas realizadas en el exilio y donde tanto Raúl como yo tuvimos la suerte de ver publicados textos nuestros.

En noviembre de 2003 viajé a Suiza como refugiada política y desde Lucerna seguí colaborando con Encuentro en la Red. Luego, esporádicamente, he publicado en Diario de Cuba. Iván sí estuvo más tiempo escribiendo para DDC. Hoy sigo en contacto con Pablo, uno de los destinatarios de mis Taniapress.

Si alguna vez hacen un recuento histórico, no importa si a Iván y a mí no nos mencionan. Pero sí me gustaría que no faltara el nombre de Raúl Rivero, porque ya se nos fue y porque fui testigo de la buena sintonía que tuvo con Jesús Díaz, con su hijo Pablo, y con los proyectos culturales y periodísticos por ellos creados.

Tania Quintero

lunes, 25 de noviembre de 2024

Santa María del Mar, playa y reparto de La Habana

Si algo sobrevive casi ileso la hecatombe económica cubana son las playas. Ese tesoro natural del que siempre ha presumido Cuba y que sigue siendo oasis de nacionales y extranjeros. Para estos últimos ha sido, desde hace un siglo, el principal atractivo turístico del país, no obstante el afán por fomentar un turismo cultural que en las últimas décadas ha permitido visibilizar una parte de su vastísimo y heterogéneo patrimonio.

Por su parte, para los cubanos, la playa suele ser el sitio preferido de descanso y recreo, y uno de los espacios con los que se ha perdido menos apego. Para muchos es incluso motivo de orgullo nacional.

Las urbanizaciones de playa, en cambio, no comparten esa imagen positiva. Han sufrido el mismo abandono, falta de mantenimiento y mala gestión urbana y económica que el resto de las poblaciones. Eso dificulta apreciar los valores arquitectónicos de repartos que muchas veces acompañan con singular distinción la belleza de amplios tramos de playa.

Santa María del Mar, por ejemplo, debería ser un lugar a visitar tanto por el encanto de sus aguas cristalinas y finísima arena, como por el de su trazado urbano moderno donde destacan no pocas viviendas de excepcional diseño arquitectónico. A solo 20 kilómetros del centro histórico de La Habana Vieja, modela el potencial de la arquitectura cubana de la década de 1950, cuando el Movimiento Moderno estaba en su etapa de más alto desarrollo.

Con la construcción de la Vía Blanca se favoreció el vínculo con el este de la ciudad y el disfrute de su excepcional litoral costero. Más tarde, el Túnel de la Bahía lo hizo de manera expedita. Santa María del Mar surgió como reparto en 1952, una vez que definido su trazado según plano del ingeniero Gustavo Bécquer, comenzaron a venderse los lotes para viviendas. El terreno pertenecía a los descendientes de Dionisio Velazco, quien lo había adquirido en 1919.

Concebido como barrio residencial, tiene un trazado regular con manzanas de 150 por 80 metros aproximadamente, divididas por calles primarias y secundarias, donde destaca la Vía Blanca que atraviesa la urbanización. También incorporó calles de servicio para un mejor tratamiento de los residuos y de las instalaciones eléctricas y telefónicas, entre otras.

Santa María se situó sobre un terreno inclinado que desciende hacia el mar, posibilitando excelentes vistas de la costa incluso para los inmuebles más distantes. La simbiosis con el paisaje natural es absoluta. La naturaleza mantiene su protagonismo gracias al bajo perfil de las edificaciones y a la profusión de áreas verdes e impuso retos a la construcción, requiriendo un sistema de balsas para los cimientos de las viviendas próximas al litoral; y en las que están en la loma, adecuaciones de la composición volumétrica para acoplar el inmueble a las irregularidades topográficas. En estos casos, una solución recurrente fue el uso de pilotes para una planta baja libre, por lo general destinada a terraza o aparcamiento.

Las amplias parcelas dedicaron un 40 por ciento a áreas libres, que junto a los parterres, los parques y las anchas vías, conformaron un paisaje verde y despejado, pincelado por los volúmenes ortogonales de las construcciones modernas. Algunas fueron diseñadas por arquitectos reconocidos del momento, como la de 17 entre 3ra y Paseo, de Nicolás Quintana; la de 10 entre 3ra y Vía Blanca, de Manuel Tapia Ruano; y la de 5ta entre 1ra y 3ra, de Nicolás Arroyo y Gabriela Menéndez. Nombres de otros arquitectos cubanos como Frank Martínez, Raúl Álvarez, Enrique Gutiérrez, María Elena Cabarrocas y Virgilio Chacón están asociados a este reparto.

Inicialmente toda la urbanización tenía carácter privado, lo que incluía su tramo de playa, protegida por cercas y garitas. Como era habitual, se constituyó una Asociación de Propietarios y Vecinos que velaban por el progreso del barrio y su mantenimiento. La mayoría eran médicos y abogados. En enero de 1959 aún quedaban muchas parcelas sin construir, aunque estaban vendidas, y así permanecieron al emigrar sus propietarios.

A partir de 1959, la playa se abrió al uso público y las casas decomisadas por el Gobierno se destinaron al recreo de militares y trabajadores . En las décadas siguientes se construyeron nuevas instalaciones turísticas como el balneario Mégano, los hoteles Marazul, Iabo y Tropicoco y el condominio Vista al Mar, al tiempo que se mantuvieron en explotación las existentes, como el Hotel Atlántico, antiguo Club Bancario Nacional.

En un inventario realizado por la gestora del patrimonio Yadira Ramírez, se constató que el 70 por ciento de las edificaciones de Santa María actualmente pertenecen al Estado. De conjunto con las áreas públicas, padecen el abandono y la falta de mantenimiento acumulado por años, que se agrava por la proximidad del mar.

Las calles y la luminaria se encuentran en mal estado, y la vegetación descuidada en ocasiones inhabilita el tránsito y uso de áreas libres. Está prohibido construir obras nuevas o ampliar las existentes en tanto no se establezca una planta de tratamiento de residuales, ya que el alcantarillado y el sistema de acueducto actuales son deficientes. Sin embargo, se han hecho transformaciones en algunas viviendas para su explotación turística, lo que ha afectado el diseño original. Las más importantes son la eliminación de la carpintería y las celosías originales, el tosco cercado y el cierre de garajes, porches, portales y terrazas para crear más habitaciones. El resultado, con un fin más práctico que estético, elimina el atractivo diseño original y, por tanto, su valor arquitectónico. En cambio, las pocas viviendas privadas que quedan se encuentran en mejor estado de conservación y mantienen un alto nivel de autenticidad e integridad.

El 20 por ciento de las edificaciones del reparto se encuentra completamente abandonadas o en ruinas. Caso especial y lamentable son el Anfiteatro y la Capilla de los Padres Franciscanos, en la calle 3ra entre 16 y 17, que en su interior conserva un mural pictórico de Rolando López Dirube.

Santa María del Mar es una de las mejores playas de La Habana, pero es también un valioso conjunto residencial construido en la década de 1950. Hijo del Movimiento Moderno cubano, el reparto ha sido de los menos transformados, pero como ha sido dejado a su suerte y debido a la mala gestión pública, deslucido se pierde entre el salitre y la desidia.

Yaneli Leal
Texto y foto: Diario de Cuba, 15 de septiembre de 2024.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Mi experiencia con la ozonoterapia

A propósito de este reportaje, quiero contar que hace 35 años, en 1989, debido a mi miopía avanzada, glaucoma, vista cansada y principio de cataratas, de la consulta de oftalmología en el policlínico Asclepios, en Paseo y 17, Vedado, me remitieron a la antigua clínica Covadonga, en El Cerro, para recibir un tratamiento que allí llevaba un tiempo funcionando, a partir de la majomía que cogió con la ozonoterapia Fidel Castro, 'doctor en todo y especialista en nada'.

A las 8 de la mañana, dos veces a la semana, en ayunas, tenía que estar en un laboratorio especial que abrieron en la Covadonga, hoy hospital Salvador Allende. Primero me sacaban una jeringuilla de sangre, le echaban el ozono, que es un gas y luego me la ponían en vena. No me daba ninguna reacción. En total fueron 20 sesiones de ozonoterapia, que no mejoraron mis problemas visuales.

A Suiza llegué en 2003 con un 40 por ciento de visión. En 2008 me operaron de cataratas en la clínica oftalmólogica del hospital cantonal de Lucerna y me insertaron lentes fijos. Ahora mi visión es de más de un 90 por ciento y la glaucoma la tengo controlada por las gotas de Azopt y Travatan que me echo a diario y las revisiones cada seis meses.

Según el artículo La ozonoterapia en Cuba, publicado en 2019 por Orfilio Peláez hijo, fue su padre, el doctor y profesor Orfilio Peláez Molina quien en 1986 lo introdujo "en el servicio de oftalmología del capitalino hospital Salvador Allende, dentro del esquema terapéutico diseñado bajo su guía para tratar la retinosis pigmentaria, enfermedad degenerativa de la visión que figura entre las principales causas de ceguera en el mundo".

Sobre el agua con ozono, que se ha puesto de moda, no puedo opinar, pero a raíz del lanzamiento de una marca de agua mineral ozonizada que hizo en Madrid el futbolista Cristiano Ronaldo, en un programa televisivo en España, un experto dijo que no están comprobados los beneficios que a la salud humana pueda tener ese tipo de agua, ni en general, los tratamientos con ozono.

Lo que sí es cierto es que el régimen castrista se ha encargado de mantener a los cubanos desinformados durante más de 60 años.

Tania Quintero
Foto: Entrada actual de la otrora clínica Covadonga. Tomada de internet.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Prats Sariol: "Estoy en la lista negra del régimen"

A fines de 2007, cuando José Prats Sariol llevaba unos cuatro años de exilio en México, le escribí desde París, tal vez por consejo de José Triana, tal vez porque Manuel Díaz Martínez me lo sugirió, o quién sabe si por insistencia de Carlos M. Luis –los tres ya fallecidos, y tal vez por idea de los tres a la vez– para que lo invitara a participar en un libro en homenaje a José Lezama Lima, junto a otros 32 autores cubanos, todos en el exilio, excepto la bloguera Yoani Sánchez, quien por aquel entonces despuntaba con su blog independiente, la única a la que desde La Habana le tocaba el difícil papel de cuidar las tumbas de nuestros muertos.

El caso es que Prats Sariol, sin conocerme personalmente, accedió de inmediato a colaborar y nos envió por correos a Regina Ávila Al-Sowayel (mi coautora, cómplice y brazo derecho en esta y muchas otras empresas) y a mí, un ensayo titulado “Tristezas en Trocadero” que resumía muy bien los oprobios y humillaciones que, por cobardía u oportunismo, le hicieron vivir a José Lezama Lima los esbirros culturales de la revolución castrista desde que la censura se apoderó del ámbito cultural y de todos los demás ámbitos.

El ensayo de Prats Sariol fue publicado en aquel libro que titulamos Aldabonazo en Trocadero 162 (Valencia, España, 2008) y en el que también aparecieron otros trabajos de autores que ya han fallecido, muchos de ellos amigos de Lezama, como José Triana, Manuel Díaz Martínez, Reinaldo García Ramos, Emilio Ichikawa, David Lago, Carlos M. Luis, Regina Maestri, Nicolás Quintana, Raúl Rivero, Raúl Tápanes y Nivaria Tejera, así como las colaboraciones de los restantes que aún viven.

Ahora viene al caso hablar de esto porque ha llegado el momento de compartir el testimonio, en esta serie que ya pasa de 70 entrevistados –nacidos antes de 1959 y exiliados todos–, de quien tan generosamente, sin conocerme entonces y con tanto caudal de intimidad, amistad y solidaridad con Lezama me ofreciera entonces, desinteresadamente, aquel entrañable relato de los años en que frecuentaba asiduamente (y hasta su muerte) al gran escritor del grupo fundador de Orígenes en La Habana de la década de 1940.

Háblanos de tu nacimiento y entorno familiar

-Nací en El Vedado, el 21 de julio de 1946, en una clínica llamada Nuestra Señora del Pilar que estaba en la calle 15 esquina a F. En realidad, debía haber nacido en Oriente porque toda mi familia, por ambas partes, provenía de Las Tunas y Manzanillo. Viví en Manzanillo desde alrededor de los dos hasta los cuatro años. Quizás me siento ligeramente orgulloso, a veces, de que mis ancestros catalanes también se vinculen, presumiblemente, a familias sefardíes, luego emigrantes a Cuba. Según he podido indagar, tanto los Prats como los Sariol son apellidos que se remontan a la Edad Media, en la frontera con La Rioja. Parece que fueron conversos, porque los emigrantes a Cuba y a México (detecté apellido Prats en Villahermosa, Tabasco), se producen en el siglo XIX.

-Crecí con tres mujeres como eje de mi vida: mi madre, mi abuela materna y mi madrina, Dolores Álvarez Bello, sobrina de mi abuela. Y la razón por la que mi infancia y adolescencia fue en El Vedado es que Rafaela había rentado en un edificio en la calle 25 entre D y E, No. 716, 2º. piso, con el objetivo de habilitar una casa de huéspedes para que los jóvenes bachilleres de Manzanillo pudieran hospedarse y cursar estudios en la Universidad de La Habana. De ese modo, en mi entorno hogareño, fui como una especie de mascota para aquellos jóvenes que vivían en casa como una gran familia. Ello influyó enormemente en mi formación pues, entre otras razones, me propiciaban muchas lecturas. Tuve el privilegio de estar rodeado de estudiantes de Medicina y de Arquitectura que a la vez eran lectores, melómanos, deportistas y sobre todo muy cariñosos con el único niño de la casa, centro afectivo de mi abuela, la severa dueña…

¿Qué recuerdos tienes del Vedado de tu infancia?

-Muchos y muy gratos. En el parque Mariana Grajales, el del antiguo Instituto del Vedado (luego Preuniversitario Saúl Delgado) había unos montículos de tierra por los que me deslizaba de niño hasta la peligrosa calle 23 esquina a C. Con los muchachos del barrio, cuando oíamos decir que iba a entrar un frente frío, también llamado “norte”, salíamos disparados para el Malecón, hacia la zona de la calle G que era donde rompía con más fuerza el oleaje para “cazar olas”. Apostábamos a que la ola no nos mojara y a que nos diera tiempo a tocar el muro antes de que nos cayera encima. Me encantaba escaparme y andar en bicicleta. Mi segunda bicicleta fue una Super Rex de carrera muy buena. Una vez pedaleé como tres horas hasta llegar al Mariel y regresé seis horas después. Tenía apenas 10 años de edad.

-En la planta baja del edificio vivía María Cabrera, una de las mejores reposteras de la ciudad. Lo era también de Fulgencio Batista, de modo que siempre venía gente adinerada o sus choferes a buscar los encargos. Era un privilegio tenerla en los bajos, tan cerca; que me cogiera cariño y me colmara de pastelitos y dulces. Por eso me gustan tanto los dulces, las golosinas y los saladitos. Y no sólo los que vendían en El Carmelo de 23, al lado del cine Riviera.

-También iba mucho a las funciones en el Auditorium porque un primo llamado Amado Luis Muñiz León era melómano nato y me llevaba a cuanta función había en ese teatro, que era uno de los mejores del continente. Hoy en día está completamente destruido después de una malograda restauración que hicieron los alemanes de la antigua República Democrática Alemana en épocas del comunismo, cuando ya lo llamaron Amadeo Roldán.

-Hubo también acontecimientos que no olvido, como el multitudinario entierro en 1951 de Eduardo Chibás, el líder el Partido Ortodoxo. Por la calle 23 avanzaron miles y miles de personas hasta el Cementerio de Colón, a rendirle un último homenaje. Diez años después presencié desde el mismo parque, ya rota la frágil democracia republicana, otro entierro decisivo en la historia de Cuba. Por la ancha avenida 23, en abril de 1961, desfiló una masa de milicianos hacia el cementerio de Colón, a despedir los muertos en los bombardeos aéreos que precedieron al desembarco por Playa Girón.

¿Y tus estudios?

-Estudié en el Colegio de La Salle, también en El Vedado, hasta que fue nacionalizado en junio de 1961. Es decir, que allí pude cursar toda la enseñanza primaria hasta el primer año de bachillerato. El colegio tenía un nivel excelente y uno de los primeros recuerdos que tengo es haber cantado en público, a los 6 años de edad, con barba pintada y traje de gala, delante de todos los alumnos La donna è mobile, el aria de la ópera Rigoletto de Verdi, que mi primo me hizo ensayar muchas veces. Eso fue durante la fiesta de cumpleaños del director de La Salle, al que le habían puesto el apodo de “Bola de billar” porque era completamente calvo, y tanto era así que no recuerdo su nombre ni que lo hubiéramos llamado, entre los alumnos, de otra manera. Desde muy temprano mi primo Amado Luis, tenor de ducha y sala, me llevaba a las funciones de la sociedad Pro-Arte Musical. No salí cantante porque nunca pude ser afinado. Ni bailador: la música por un lado y yo por el otro.

-Con el cierre de La Salle pasé al Instituto de La Víbora, en donde terminé el bachillerato pues inventaron una especie de plan de liquidación para equilibrar los cambios en el sistema de enseñanza, cuando se pasa al sistema aún vigente de Secundaria Básica de tres años y luego tres de Preuniversitario o Tecnológico, mucho más acorde con la pedagogía moderna.

Justamente sobre esto quería preguntarte. ¿Pudiste presentir la tensión política antes del triunfo de la insurrección el 1° de enero de 1959?

-En dos ocasiones la policía de Esteban Ventura vino a hacer registros en la casa de huéspedes porque al menos dos de los estudiantes que vivían en ella estaban implicados con el movimiento estudiantil universitario antibatistiano. Uno de ellos, Carlos Bertot Contreras, que estudiaba Arquitectura, también de Manzanillo, pertenecía al grupo de Fructuoso Rodríguez, y pudo salvarse de milagro porque escapó por la azotea brincando hasta la del edificio aledaño al nuestro y escondiéndose detrás de los tanques de agua. Otro estudiante de mi casa, esta vez de Medicina, René García Fonseca, participó en los clandestinos centros de atención a posibles heridos, cuando el fallido asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957. Los dos revolucionarios se graduaron y fueron destacados profesionales. Los dos, como otros, murieron aquí en el exilio.

¿En qué momento te das cuenta de que lo que te interesaba era la literatura?

-Tuve cierta precocidad literaria, lo que como sabes no otorga ni una gota de talento. De niño me gustaba coleccionar los cómics (muñequitos) que venían de México. Ya en mi adolescencia, había dos grandes dibujantes de historietas: Mauricio Morales y Newton Estapé Vila. Ambos dibujaban para la revista Mella, y como mi madrina había sido socia del Miramar Yacht Club, solía ir a nadar allí, incluso después de nacionalizado y transformado en círculo social Patricio Lumumba. Newton iba también a ese club y de esa época nos conocíamos y, en ocasiones, les puse textos a los globitos de sus historietas. Nos reuníamos en su casa, en 31 y 30, Almendares, como parte de un delicioso grupo de fiestas, bailes y novias. Globitos y primeros cuentos.

-Por otra parte, mi cuento “La mosca” iba a ser publicado en la Segunda Novísima de la editorial del grupo El Puente, fundado por el poeta José Mario y la escritora Ana María Simo. Pero cerraron la editorial, en turbia maniobra de la incipiente censura. Ya había decidido, desde los 16 o 17 años, que matricularía Letras en la facultad de Zapata y G, en la Universidad de La Habana, en 1964. Por esos años, cuando se incubaba El Caimán Barbudo, conocí a Mario Parajón, destacado intelectual quien había fundado un grupo de teatro juvenil, en el que participé y actué incluso en comedias muy ligeras. Gracias a Parajón tuve acceso a su estupenda biblioteca en su casa del reparto Kohly, pues él siempre fue, hasta su muerte en España, un intelectual muy generoso, atento con los jóvenes. Tuve el privilegio de ser su amigo, gracias a mi primo Amado, su psiquiatra en Cuba.

Tengo entendido que José Lezama Lima entró también muy tempranamente en tu vida…

-En efecto, a Lezama lo conocí porque la madrina de mi madre, Carmen de Céspedes, había sido su secretaria cuando ambos trabajaban en la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, sita en la avenida Carlos III. Fue Carmen quien me llevó a la casa de Lezama, en Trocadero 162, con apenas 17 años de edad. Recuerdo que aquel primer encuentro con el escritor me sobrecogió mucho, a pesar de que yo no era para nada tímido. Ese efecto nunca me lo provocó otra persona, ni ninguno de los excelentes escritores que he conocido a lo largo de mi vida. Haber sido testigo de las conversaciones de Lezama, en su propia casa, sobre Paul Claudel, por ejemplo, ha sido uno de los mayores placeres de mi vida. Decisivo en mi formación intelectual, hasta hoy y hasta mañana, cuando me toque llevarle un heliotropo a Proserpina, como él decía sonriente, burlándose de la Muerte.

-Esta amistad se convirtió en relación profesional pues me convertí en el autor de la primera tesis en el mundo sobre la revista Orígenes (1944-1956). La presenté en 1971, bajo las borrascas derivadas del estalinista Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (cometido por Fidel Castro a fines de abril de ese espantoso año). Y mi director fue el propio Lezama Lima, fundador de la revista y del grupo. Tuve el placer de tratar a cada uno de los integrantes de aquel grupo literario clave para la cultura cubana, desde Fina García Marruz y Cintio Vitier hasta Eliseo Diego, Gastón Baquero y Ángel Gaztelu; desde José Rodríguez Feo hasta el entonces antagonista genial, Virgilio Piñera…

-De hecho, el padre Ángel Gaztelu fue quien bautizó a mi hija menor Ariadna, en su iglesia del Espíritu Santo, en La Habana Vieja, en marzo de 1976, en una época en que bautizar a un hijo era un sacrilegio contra la ortodoxia comunista en Cuba. Lezama y su esposa María Luisa, que habían sido los testigos de boda, fueron los padrinos. Ocurrió que el padre Gaztelu, de ascendencia vasca, no quería que le pusiéramos Ariadna porque era nombre pagano. Entonces, para convencerlo, Lezama propuso que la llamáramos Ariadna de la Caridad, de modo que debe ser la única persona que llevaba tal mezcla de nombres en aquella época. Ariadna de la Caridad ejemplifica el supersincretismo caribeño, diría Antonio Benítez Rojo.

¿Conociste también a José Rodríguez Feo, el mecenas de Orígenes? ¿Qué puedes contarnos de él?

-José Rodríguez Feo no era solo el mecenas de la revista y de muchos libros de Ediciones Orígenes. Era un hombre de una cultura despampanante, traductor del inglés y el francés y un gran conocedor de muchos de los textos que se publicaron en la revista. Había estudiado en las universidades de Harvard y Princeton, descendía de una familia acaudalada, propietaria del central azucarero América.

-Por razones que ignoro, Rodríguez Feo le tenía una enorme aversión al capitalismo norteamericano y desde el principio de la revolución decidió apoyarla. Era dueño del edificio de apartamentos dúplex en la esquina de las calles 23 y 26, en El Nuevo Vedado, que él mismo mandó a construir en 1952 al arquitecto Antonio Quintana, a partir de su idea de crear una edificación etérea que flotara apoyada sobre unos pocos pilares. Vivía en el penthouse de ese mismo edificio que fue en su momento uno de los más modernos de La Habana. En los primeros años de la década de 1960, cuando empezaron las leyes de Reforma Urbana, él mismo se lo entregó al gobierno, con penthouse y todo, y entonces le dieron dos apartamentos en un modesto edificio de la calle N entre 25 y 27, de los cuales le proporcionó uno a Virgilio Piñera y se quedó viviendo en el otro, donde falleció en 1993.

¿Alguna anécdota sobre Virgilio Piñera?

-Una mañana bajaba por la calle San Lázaro hacia Infanta, en cuya esquina había un puesto de café. Allí, en la cola, con su pomito ambarino, solía ir Virgilio, empedernido fumador y bebedor de café, tanto que la exigua cuota semanal por la libreta de racionamiento, no le alcanzaba ni para dos días. Era por el año 1974 o 75, en pleno ostracismo de intelectuales disidentes del régimen, entre ellos nuestro primer dramaturgo. Lo saludo, me pongo a su lado en la larga fila, conversamos… De pronto me mira a los ojos, detrás de aquellos espantosos espejuelos de aros negros que llevaba, y me dice: “Nunca debí regresar de Buenos Aires”. Estuve y estoy de acuerdo con lo que me dijo: No debió regresar, a equivocarse. Murió sin que le permitieran publicar en su país. Murió sin que sus obras de teatro pudieran exhibirse. Lo asqueroso es que algunos que hoy lo elogian pretenden que la historia de la cultura cubana perdone a Fidel Castro y a sus secuaces.

Fuiste uno de los alumnos del Grupo Délfico de Lezama desde 1963. ¿Podrías contarnos en qué consistía ese curso?

-Lezama no solo era un escritor excepcional, sino un maestro. A ciertos jóvenes con intereses literarios que él seleccionaba, les prestaba dos veces al mes uno o varios libros. Anotaba meticulosamente a quién se lo había prestado para exigir su devolución en caso de olvido. Los libros o el libro en cuestión por lo general era(n) prestado(s) a la medida de la persona. Quiere decir que no prestaba los mismos libros a cada joven. Entonces uno tenía que leerse el libro y cuando se lo devolvías entablaba un diálogo, a la manera de la mayéutica socrática de Platón, acerca de lo leído. Como era muy suspicaz se daba cuenta enseguida de si no habías leído correctamente el libro, de modo que muchas veces te obligaba a releerlo, a poner más atención.

-Yo fui uno de aquellos escasos jóvenes que tuvo el privilegio de ser parte del Curso Délfico, de aquel azar concurrente, frase clave, título que bautiza mi libro: Lezama Lima o el azar concurrente. Hubo otros alumnos. Recuerdo al arquitecto Armando Bilbao, el pintor Umberto Peña, el escritor Reinaldo Arenas, el historiador Ciro Bianchi, María del Rosario García Estrada (mi segunda esposa), entre otros. Otra de las características del curso era que los alumnos raramente coincidíamos en el momento de los encuentros.

¿Cómo transcurre tu vida de estudiante y profesional en aquella convulsa década de 1960?

-Tras un riguroso examen de gramática y otro de literatura, más una larga entrevista ante un jurado verdaderamente profesional, a los 17 años, dada la escasez de docentes, me convertí en el profesor de español más joven de la Isla. Empecé a impartir clases en el colegio José Miguel Gómez, sito en Acosta y Porvenir, barrio de Lawton, que inmediatamente rebautizaron Juan Gualberto Gómez, para quitarle el nombre del segundo presidente de la República.

-Más tarde, siendo aún estudiante de la Escuela de Letras, pasé a ser profesor de Literatura General, gracias a la gestión de Pío Serrano, en la Escuela Nacional de Arte (ENA) que dirigía entonces Bertha Serguera. Esto fue en 1968 y resultó que a Bertha la echaron de la escuela después del Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971 pues era una mujer muy permisiva y se había enamorado de uno de los estudiantes de Música durante un viaje en que todos partimos a realizar trabajos agrícolas en la Isla de la Juventud. En ese momento echaron también a todos los homosexuales, a pintores como Antonia Eiriz y Servando Cabrera Moreno, e incluso a alumnos como Tomás Sánchez. La escuela empezó a ser dirigida por un tal Mario Hidalgo, una especie de sabueso puesto por Fidel Castro, de corte estalinista e intolerancia absoluta. Aquello fue el acabóse y me di cuenta de que no podía seguir trabajando en aquel lugar. Fue entonces que, a partir de 1971, entré en el Ministerio de Educación donde redacté algunos manuales de educación y empecé a dirigir una revistica titulada El placer de leer y allí permanecí hasta 1974.

Fueron años muy difíciles…

-Más que difíciles. Imagínate que cuando planteé en la Facultad que quería hacer una tesis sobre Orígenes el profesor José Antonio Portuondo trató de convencerme para que cambiara de tema y recuerdo que mientras trataba de hacerlo Roberto Fernández Retamar, que había publicado poemas en Orígenes, y que tanto le debía a Lezama, miraba para el techo. En todos los puestos clave de Educación nombraron a militares, entre ellos a José Ramón Fernández, alias “el Gallego Fernández” como ministro, sustituto de otro militar, que enloqueció: Belarmino Castilla. Cuando llamabas a su oficina del Ministerio salía siempre una voz que decía: “Ordene”. Logré eclipsarme y pasar a trabajar a la ENIA (Escuela Nacional de Instructores de Arte), en la que entré gracias a mi amigo José Catalán Sánchez, a quien habían nombrado como director. El ambiente estaba muy viciado, la simulación se imponía para sobrevivir sin afanes suicidas.

-Después escribí mi primera y mejor novela: Mariel, como paradoja a raíz de los acontecimientos relacionados con este puente migratorio, ya que sus personajes no emigran, permanecen como insiliados. Por supuesto, no me la quisieron publicar. La Seguridad del Estado me convocó varias veces y entendieron que debía salir también de la ENIA. Fue entonces que empecé a trabajar en una institución llamada Centro Nacional de Superación de la Enseñanza Artística (CNSEA), que quedaba en Miramar. En ese sitio permanecí unos años como profesor y fue estando allí que empecé a viajar, fundamentalmente a la República Federal de Alemania, Noruega, Francia, España, México y Venezuela. Y a Berlín desde el lado occidental, antes de la caída del muro en 1989. Todos aquellos viajes eran para impartir conferencias, cursos o participar en eventos. Ninguno fue pagado, obviamente, por el gobierno cubano. También entonces es que comienzo a publicar en revistas extranjeras y a obtener premios y reconocimientos internacionales, lo que favoreció cierta permisibilidad por parte de las autoridades.

Decides quedarte en Cuba después de la caída del muro y a pesar del Periodo Especial…

-Gracias a Tomás Tápanes Bello que era amigo mío y el jefe de cuadros del Ministerio de Cultura había empezado a trabajar a la escuela de superación del personal de ese Ministerio. En aquel momento acababa de ganar un premio en México, que luego me abriría muchas puertas, por mi ensayo sobre el poeta Carlos Pellicer, cuyos poemas había publicado en una edición en 1982 en Casa de las Américas. Había prologado varios libros y cuidado las ediciones de varios poemarios de autores como Aquiles Nazoa, León Felipe y, en 1992, en las ediciones Verbum que Pío Serrano había fundado en Madrid, publiqué un libro de Lezama Lima titulado La Habana. Cuatro años después, preparé la crítica de arte escrita por Lezama Lima y la reuní en un libro para las ediciones Tecnos, en España. Había cierta flexibilidad con respecto a décadas anteriores y gracias a eso pude hacer para las ediciones Betania que dirigía Felipe Lázaro en Madrid el poemario de Raúl Rivero Herejías elegidas. Durante ese tiempo salía del país con frecuencia, impartía conferencias en el extranjero y pensaba que, al fin y al cabo, las cosas terminarían por cambiar.

Pero nada cambió y llegó la Primavera Negra…

-En efecto, llegó la Primavera Negra de 2003, cuando arrestaron y condenaron a largas penas de prisión a 75 periodistas independientes, escritores, poetas, amigos. Peligró mucho mi relativa autonomía, atenazado por mis publicaciones y declaraciones disidentes… Encarcelan a Raúl Rivero, me vigilan ostensiblemente, en julio hablo en Pinar del Río, en el décimo aniversario de la revista Vitral. El auto del Obispado, mis anfitriones, es seguido por otro de la Seguridad del Estado.

-Varios amigos, mi familia y yo mismo, nos dimos cuenta de que era imposible quedarme en Cuba, de que podía terminar en la cárcel. Entonces, con absoluta discreción, preparé mi salida del país. Aproveché un viaje a Ciudad de México, en el contexto de mis estudios, amistades y publicaciones sobre Carlos Pellicer y por haber sido fundador de las jornadas literarias dedicadas a su obra, que se efectuaban cada febrero en su natal Villahermosa, Tabasco. Hice gestiones secretas con el PEN Internacional de Escritores para convertirme en huésped de la hermosa y barroca “Casa Refugio” en Puebla, México, algo que me permitió salir de Cuba y poder mantenerme allí durante dos años, a partir del 17 de octubre de 2003.

-Poco después, en 2004, logro un contrato como profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana de Puebla y también, en 2006, simultanear con otro en la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanas, en la Universidad de Las Américas, ambos trabajos docentes hasta 2009. Allí en la UDLA fundé y dirigí la revista Instantes, con un grupo de escritores poblanos, de otras zonas de México y de otros países. También tuve la alegría de que editoriales mexicanas como Aldus y LunArena publicaran algunos de mis libros, además de las colaboraciones en semanarios y revistas. Mi gratitud a México es enorme, allí tengo valiosos amigos, de allí atesoro recuerdos inolvidables.

¿Por qué decides establecerte en Estados Unidos?

-Hubo varias razones, y entre ellas el hecho de que mi hija mayor estaba ya radicada en Carolina del Norte donde todavía ejerce como bioquímica para los laboratorios Pfizer. Ella insistía en que viniera para Estados Unidos donde todavía podía aspirar a una jubilación digna. No sé si sabes que en México la jubilación de los profesores es tan pobre que los llaman “pobresores” cuando se retiran. Sin embargo, en Estados Unidos, con diez años de trabajo puedes tener una jubilación. Y, en mi caso, como los años que estuve impartiendo clases en la Universidad de Las Américas eran válidos para el sistema de jubilación norteamericano, me dije que todavía tenía una oportunidad. Me faltaban tres años y encontré un puesto en la Universidad de Phoenix, donde di cursos de doctorado en Lengua y Literatura Hispánicas hasta que me jubilé en 2014.

Una de tus novelas, Guanabo Gay, me ha llamado la atención por el título y también por el contenido. ¿Podrías hablarnos de cómo se te ocurrió escribirla?

-Ciro Pérez, un amigo de la infancia y padrino de mi hija mayor cuando yo noviaba con quien iba a ser mi primera esposa, empezó a salir con la hermana de ésta. Ciro era homosexual, pero ambos se enamoraron perdidamente. El caso es que, a la hora de tener una relación más íntima, la cosa no funcionó, a pesar de los intentos… Y vino a mi casa llorando y desilusionado porque se dio cuenta de que no sería posible seguir mintiéndose. El triste incidente sucedió en la playa de Guanabo y digamos que es el leitmotiv de esa novela. Y al mismo tiempo un homenaje indirecto a José Rodríguez Feo, porque él tenía en esa misma playa al este de La Habana lo que se suele llamar una garçonnière, es decir, una casita en donde se daba citas discretas con los hombres con quien tenía relaciones. También el nombre Guanabo gay me resulta eufónico, de cadencia gutural. La novela trata de ser un canto a la diversidad y a la permisibilidad, a la libertad sexual, al respeto al otro, entre intrigas y chismes, citas y guiños a conocidos artistas y escritores.

¿Has regresado a Cuba después de tu salida definitiva?

-Ni he regresado ni creo que pueda regresar. Hace unos años el actor Orlando Casín averiguó para ver si lo dejaban regresar a Cuba. La respuesta fue negativa. Entonces, como era amigo mío y conocía a alguien con acceso a la listica del Ministerio de Cultura (dictada por la Seguridad del Estado) con los nombres de artistas, escritores e intelectuales a quienes se les vetaba el derecho de regresar a la Isla, pudo verificar que yo también aparecía en ella.

-No puedo regresar a Cuba porque tengo el honor de estar en la lista negra del régimen. De todas formas, ni quiero ni tengo necesidad (familia cercana) de regresar mientras la dictadura exista. Suelo sentirme feliz en Aventura, al noreste de Hialeah. Camino cada amanecer al lado del oleaje, leo los libros que me da la gana, participo en disímiles eventos culturales, sobrellevo la vejez entre proyectos. Nunca he parado de escribir y de investigar. Los que tienen el problema son ellos. El gran Miami, los dos condados, forma la segunda ciudad de Cuba por el número de cubanos y la primera, de lejos, por su floreciente economía. Aquí no estoy desterrado sino transterrado.

William Navarrete
Cubanet, 5 de septiembre de 2024.
Foto: Prats Sariol en su casa de La Habana en 1982. Tomada de CubaNet.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Marta Valdés, tras la neblina del puente


Acaba de sorprenderme la noticia de su muerte, y para poder escribir sobre ella, he tenido que hacer silencio en toda la casa. Y así, sus canciones son las que resuenan ahora en mi mente, trayéndome los recuerdos que en mi biografía las hilvanan una y otra vez, en el rostro, los abrazos y las despedidas de amigas y amigos a los que ahora todos esos temas dan una nueva dimensión. La música, que es otra forma de la memoria, tiene ese poder, me digo siempre. Y en el caso de lo creado por Marta Valdés, ese don resulta innegable e irrebatible.

Poseedora de un repertorio extraordinario, capaz de ubicarla en un mundo propio, Marta Valdés acaba de fallecer en La Habana, a sus 90 años. No llegó con vida al homenaje que se le dedicaría en el próximo enero, anunciado por los organizadores del evento Longina, en Santa Clara; y ello hace pensar en el tributo que debió habérsele ofrecido en vida, cuando alcanzó esa edad con la cual hoy se ha despedido. Porque no se trata solo de cumplir con fechas formales, sino de reconocer en ella a una de las figuras más insólitas de nuestro panorama musical, una mujer que creó, de alguna manera, a sus propios fieles, y que tras pasar por no pocos momentos amargos, estaba ya en ese momento en el cual se le devolvía con creces lo que nos legó.

Sus canciones, preferidas por un público que reconocía en ellas una calidad singular, reaparecen en los discos de notables intérpretes, y ella, que nunca alardeó de nada, podía considerarse un clásico vivo, una de las grandes exponentes de la mejor tradición de nuestra cultura, corroborada en esas grabaciones recientes de sus piezas más celebradas.

Nacida en La Habana el 6 de julio de 1934, Marta Emilia Valdés González fue discípula de Leopoldina Núñez y Francisqueta Villalta, y continuó estudios bajo la guía de Vicente González Rubiera (Guyún) y Harold Gramatges, entre otras figuras. A los 20 años, ya tenía consigo algunas de esas canciones "difíciles" que siempre compuso, a contrapelo de quienes le pedían temas más comerciales, o de las burlas, como la de aquel empresario mexicano que se echó a reír tras oírle interpretar "En la imaginación".

Nada de eso la detuvo, y la certeza en sí misma fue una de sus mejores aliadas a lo largo de una carrera en la que se fueron dando a conocer esas composiciones en la voz de Elena Burke, Vicentico Valdés, Fernando Álvarez, Doris de la Torre, Reneé Barrios, Bola de Nieve… El bolero, la canción, la trova, se funden en su quehacer, ligado según muchas cronologías al filin y a sus principales compositores (José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Ñico Rojas…), pero poco a poco ella logró un tono genuino e inconfundible, a medio camino entre la poesía, lo conversacional y lo íntimo, que si bien sintonizaba con esos referentes, se aislaba al tiempo que se expandía.

Musicalmente, Marta Valdés es un gusto adquirido. Y su obra, a partir de los años 60 y 70, al tiempo que dejaba de escucharse con frecuencia, ahondó en esa suerte de confesiones, de monólogos donde lo autobiográfico podía ser compartido entre quienes, como ella, vivimos en esta isla "donde a veces/ el año dura tantos meses".

Tratando de encontrar refugio en esa época donde la música del filin, cargada de acentos nocturnos y de una voluntad bohemia que no iba bien con las consignas del momento, fue repudiada por las emisoras oficiales, Marta Valdés se integró a Teatro Estudio. Ya había colaborado con los hermanos Camejo y Pepe Carril, creando la música de Pinocho, para el Teatro Nacional de Guiñol. Fiel a su severo sentido autocrítico, no quedó conforme con ese empeño, aunque siempre recordó con afecto a los directores de aquel grupo, luego también caídos en desgracia.

En la compañía que dirigía Raquel Revuelta, trabajó por años como asesora musical, y de su labor junto a directores como Berta Martínez —una importante presencia en su vida—, Armando Suárez del Villar, Abelardo Estorino, Raquel y su hermano Vicente, surgieron también nuevas canciones. También, en el patio de la Casona de Línea que el grupo mantuvo como sede de ensayos, animó una peña por la que pasaron artistas noveles y consagrados. No grababa discos, ni se le programaba en la radio, pero allí su obra pudo continuar en su línea cada vez más personal y creciente.

En 1978, cuando gana el Concurso Adolfo Guzmán con "Canción eterna de la juventud", en la primera edición del evento, comienza una rehabilitación progresiva, que se confirmó con la aparición de nuevos discos y grabaciones. Elena Burke y Miriam Ramos le dedicarían cada una un álbum: Elena Burke canta a Marta Valdés, con acompañamiento al piano de Frank Emilio y Enriqueta Almanza; y Canción desde otro mundo, respectivamente: imprescindibles en cualquier repaso a su catálogo.

En 1987 viaja a México, junto a Elena (acaso su más plena intérprete), César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez y Consuelo Vidal como parte de un espectáculo de título elocuente: "Toda una época". En España, Venezuela, Colombia, también sería reconocida, ganando nuevos intérpretes para esas canciones que no se limitan a responder a una moda, que son intemporales en sí mismas, que se siguen escuchando hoy con la frescura y la emoción que su sensibilidad supo otorgarles. Valga oír su disco junto a Chano Domínguez, o las grabaciones de Silvia Pérez y Martirio para comprobar que, desde cualquier latitud, esas obras regresan con aliento renovado.

Respetada no solo por los músicos, sino además por poetas, pintores y artistas de todas las expresiones, Marta Valdés añadió a su quehacer como compositora una importante labor como cronista, de la cual han surgido varios libros. Gema Corredera y Haydée Milanés dos de sus mejores discípulas, también le han dedicado discos recientes, entre los cuales el de fecha más cercana, publicado en este mismo 2024 por Dayron Ortiz, que se entregaba a sus canciones desde los rejuegos del jazz, nada ajeno a los gustos de la propia Marta.

Lo que nos regalan esas nuevas aproximaciones es esa sensación de frescura y novedad que siempre retornaba a nosotros cuando escuchábamos, por enésima vez "Tú no sospechas", "Y con tus palabras", "Canción fácil", "Llora", "Tú dominas", "Aves de madera", "Hay mil formas", "Como un río"… En mi película cubana preferida (Lucía, de Humberto Solás, 1968), se le puede ver y oír junto a las actrices de Teatro Estudio en una breve secuencia del primer cuento, interpretando junto a ellas "Aunque no te vi llegar". Un mundo sonoro intenso y concentrado, donde las emociones y las palabras nos transportan a una realidad que es la de un pensamiento que lo traspasa todo, asume y sobrepasa todas las influencias, para devolvernos un retrato de la autora y de nosotros mismos. También nos legó un catálogo de sus preferencias, y en discos como Nuestra canción y Doce boleros míos rindió merecido tributo a sus compositores más gustados.

Quienes nos atrevimos a entrevistarla, comprobamos su fama de difícil para regalarnos ciertas confesiones, y de su rigor a la hora de dejar una imagen de su persona y de su obra. Nada de eso opaca lo que sus canciones nos han concedido. Nada de eso, ni siquiera el Premio Nacional de la Música que pudo haber recibido mucho antes de 2007, cuando ya tenía 73 años. Acudí a esa ceremonia en el Teatro Amadeo Roldán, para darme el gusto de ser uno de los testigos, de su cara de alegría cuando le regalaron una nueva guitarra, y ver por última vez, quién lo hubiera sabido, a Luis Carbonell en escena, y a Cintio Vitier entre los espectadores. Prueba acaso de cómo podía ella unir a figuras tan distantes o distantes, respetada, como también lo fuera Teresita Fernández, por creadores que sabían distinguir en ellas mucho más que oficio y talento.

En el silencio, me siguen acompañando sus canciones. Durante estos últimos días, el joven periodista Raúl Nogués, uno de sus grandes devotos, subía a Facebook algunas de las letras de sus canciones más conocidas, que sobreviven a la ausencia de música para pervivir como poemas humildes y memorables. Eso, y la última foto que apareció de ella en las redes, hace algunas semanas ya, debieron haberme servido de alerta, para prepararme mejor ante la noticia que recibo en Ciudad de México, irónicamente en un día de sol radiante.

Como en una de sus canciones, Marta Valdés "aprovechó la neblina del puente", y se fue. "Voy a morir sin ver la nieve", citaba ese verso una y otra vez Sigfredo Ariel, que me enseñó a respetarla y a reconocerla a través de su propia poesía. Su reino fue el de lo inefable, su música corresponde a esa otra manera de expresar sin dudas lo cubano. Una cubanía que no necesita de la estridencia para ser auténtica, y que apela a muy pequeñas cosas, a la sorpresa de un detalle, para revelarnos todo lo que tras ello se oculta. Que en ese silencio resuenen sus canciones, una y otra vez, ahora que ella no está. Parafraseando otra de sus estrofas: por habernos dejado estar en su mundo, no la despido, sino que la felicito. Sobre ese silencio que es esta noticia, vuelvo a oír su voz, en su canción.

Norge Espinosa
Diario de Cuba, 3 de octubre de 2024.