Google
 

lunes, 18 de noviembre de 2024

Mi experiencia con la ozonoterapia

A propósito de este reportaje, quiero contar que hace 35 años, en 1989, debido a mi miopía avanzada, glaucoma, vista cansada y principio de cataratas, de la consulta de oftalmología en el policlínico Asclepios, en Paseo y 17, Vedado, me remitieron a la antigua clínica Covadonga, en El Cerro, para recibir un tratamiento que allí llevaba un tiempo funcionando, a partir de la majomía que cogió con la ozonoterapia Fidel Castro, 'doctor en todo y especialista en nada'.

A las 8 de la mañana, dos veces a la semana, en ayunas, tenía que estar en un laboratorio especial que abrieron en la Covadonga, hoy hospital Salvador Allende. Primero me sacaban una jeringuilla de sangre, le echaban el ozono, que es un gas y luego me la ponían en vena. No me daba ninguna reacción. En total fueron 20 sesiones de ozonoterapia, que no mejoraron mis problemas visuales.

A Suiza llegué en 2003 con un 40 por ciento de visión. En 2008 me operaron de cataratas en la clínica oftalmólogica del hospital cantonal de Lucerna y me insertaron lentes fijos. Ahora mi visión es de más de un 90 por ciento y la glaucoma la tengo controlada por las gotas de Azopt y Travatan que me echo a diario y las revisiones cada seis meses.

Según el artículo La ozonoterapia en Cuba, publicado en 2019 por Orfilio Peláez hijo, fue su padre, el doctor y profesor Orfilio Peláez Molina quien en 1986 lo introdujo "en el servicio de oftalmología del capitalino hospital Salvador Allende, dentro del esquema terapéutico diseñado bajo su guía para tratar la retinosis pigmentaria, enfermedad degenerativa de la visión que figura entre las principales causas de ceguera en el mundo".

Sobre el agua con ozono, que se ha puesto de moda, no puedo opinar, pero a raíz del lanzamiento de una marca de agua mineral ozonizada que hizo en Madrid el futbolista Cristiano Ronaldo, en un programa televisivo en España, un experto dijo que no están comprobados los beneficios que a la salud humana pueda tener ese tipo de agua, ni en general, los tratamientos con ozono.

Lo que sí es cierto es que el régimen castrista se ha encargado de mantener a los cubanos desinformados durante más de 60 años.

Tania Quintero
Foto: Entrada actual de la otrora clínica Covadonga. Tomada de internet.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Prats Sariol: "Estoy en la lista negra del régimen"

A fines de 2007, cuando José Prats Sariol llevaba unos cuatro años de exilio en México, le escribí desde París, tal vez por consejo de José Triana, tal vez porque Manuel Díaz Martínez me lo sugirió, o quién sabe si por insistencia de Carlos M. Luis –los tres ya fallecidos, y tal vez por idea de los tres a la vez– para que lo invitara a participar en un libro en homenaje a José Lezama Lima, junto a otros 32 autores cubanos, todos en el exilio, excepto la bloguera Yoani Sánchez, quien por aquel entonces despuntaba con su blog independiente, la única a la que desde La Habana le tocaba el difícil papel de cuidar las tumbas de nuestros muertos.

El caso es que Prats Sariol, sin conocerme personalmente, accedió de inmediato a colaborar y nos envió por correos a Regina Ávila Al-Sowayel (mi coautora, cómplice y brazo derecho en esta y muchas otras empresas) y a mí, un ensayo titulado “Tristezas en Trocadero” que resumía muy bien los oprobios y humillaciones que, por cobardía u oportunismo, le hicieron vivir a José Lezama Lima los esbirros culturales de la revolución castrista desde que la censura se apoderó del ámbito cultural y de todos los demás ámbitos.

El ensayo de Prats Sariol fue publicado en aquel libro que titulamos Aldabonazo en Trocadero 162 (Valencia, España, 2008) y en el que también aparecieron otros trabajos de autores que ya han fallecido, muchos de ellos amigos de Lezama, como José Triana, Manuel Díaz Martínez, Reinaldo García Ramos, Emilio Ichikawa, David Lago, Carlos M. Luis, Regina Maestri, Nicolás Quintana, Raúl Rivero, Raúl Tápanes y Nivaria Tejera, así como las colaboraciones de los restantes que aún viven.

Ahora viene al caso hablar de esto porque ha llegado el momento de compartir el testimonio, en esta serie que ya pasa de 70 entrevistados –nacidos antes de 1959 y exiliados todos–, de quien tan generosamente, sin conocerme entonces y con tanto caudal de intimidad, amistad y solidaridad con Lezama me ofreciera entonces, desinteresadamente, aquel entrañable relato de los años en que frecuentaba asiduamente (y hasta su muerte) al gran escritor del grupo fundador de Orígenes en La Habana de la década de 1940.

Háblanos de tu nacimiento y entorno familiar

-Nací en El Vedado, el 21 de julio de 1946, en una clínica llamada Nuestra Señora del Pilar que estaba en la calle 15 esquina a F. En realidad, debía haber nacido en Oriente porque toda mi familia, por ambas partes, provenía de Las Tunas y Manzanillo. Viví en Manzanillo desde alrededor de los dos hasta los cuatro años. Quizás me siento ligeramente orgulloso, a veces, de que mis ancestros catalanes también se vinculen, presumiblemente, a familias sefardíes, luego emigrantes a Cuba. Según he podido indagar, tanto los Prats como los Sariol son apellidos que se remontan a la Edad Media, en la frontera con La Rioja. Parece que fueron conversos, porque los emigrantes a Cuba y a México (detecté apellido Prats en Villahermosa, Tabasco), se producen en el siglo XIX.

-Crecí con tres mujeres como eje de mi vida: mi madre, mi abuela materna y mi madrina, Dolores Álvarez Bello, sobrina de mi abuela. Y la razón por la que mi infancia y adolescencia fue en El Vedado es que Rafaela había rentado en un edificio en la calle 25 entre D y E, No. 716, 2º. piso, con el objetivo de habilitar una casa de huéspedes para que los jóvenes bachilleres de Manzanillo pudieran hospedarse y cursar estudios en la Universidad de La Habana. De ese modo, en mi entorno hogareño, fui como una especie de mascota para aquellos jóvenes que vivían en casa como una gran familia. Ello influyó enormemente en mi formación pues, entre otras razones, me propiciaban muchas lecturas. Tuve el privilegio de estar rodeado de estudiantes de Medicina y de Arquitectura que a la vez eran lectores, melómanos, deportistas y sobre todo muy cariñosos con el único niño de la casa, centro afectivo de mi abuela, la severa dueña…

¿Qué recuerdos tienes del Vedado de tu infancia?

-Muchos y muy gratos. En el parque Mariana Grajales, el del antiguo Instituto del Vedado (luego Preuniversitario Saúl Delgado) había unos montículos de tierra por los que me deslizaba de niño hasta la peligrosa calle 23 esquina a C. Con los muchachos del barrio, cuando oíamos decir que iba a entrar un frente frío, también llamado “norte”, salíamos disparados para el Malecón, hacia la zona de la calle G que era donde rompía con más fuerza el oleaje para “cazar olas”. Apostábamos a que la ola no nos mojara y a que nos diera tiempo a tocar el muro antes de que nos cayera encima. Me encantaba escaparme y andar en bicicleta. Mi segunda bicicleta fue una Super Rex de carrera muy buena. Una vez pedaleé como tres horas hasta llegar al Mariel y regresé seis horas después. Tenía apenas 10 años de edad.

-En la planta baja del edificio vivía María Cabrera, una de las mejores reposteras de la ciudad. Lo era también de Fulgencio Batista, de modo que siempre venía gente adinerada o sus choferes a buscar los encargos. Era un privilegio tenerla en los bajos, tan cerca; que me cogiera cariño y me colmara de pastelitos y dulces. Por eso me gustan tanto los dulces, las golosinas y los saladitos. Y no sólo los que vendían en El Carmelo de 23, al lado del cine Riviera.

-También iba mucho a las funciones en el Auditorium porque un primo llamado Amado Luis Muñiz León era melómano nato y me llevaba a cuanta función había en ese teatro, que era uno de los mejores del continente. Hoy en día está completamente destruido después de una malograda restauración que hicieron los alemanes de la antigua República Democrática Alemana en épocas del comunismo, cuando ya lo llamaron Amadeo Roldán.

-Hubo también acontecimientos que no olvido, como el multitudinario entierro en 1951 de Eduardo Chibás, el líder el Partido Ortodoxo. Por la calle 23 avanzaron miles y miles de personas hasta el Cementerio de Colón, a rendirle un último homenaje. Diez años después presencié desde el mismo parque, ya rota la frágil democracia republicana, otro entierro decisivo en la historia de Cuba. Por la ancha avenida 23, en abril de 1961, desfiló una masa de milicianos hacia el cementerio de Colón, a despedir los muertos en los bombardeos aéreos que precedieron al desembarco por Playa Girón.

¿Y tus estudios?

-Estudié en el Colegio de La Salle, también en El Vedado, hasta que fue nacionalizado en junio de 1961. Es decir, que allí pude cursar toda la enseñanza primaria hasta el primer año de bachillerato. El colegio tenía un nivel excelente y uno de los primeros recuerdos que tengo es haber cantado en público, a los 6 años de edad, con barba pintada y traje de gala, delante de todos los alumnos La donna è mobile, el aria de la ópera Rigoletto de Verdi, que mi primo me hizo ensayar muchas veces. Eso fue durante la fiesta de cumpleaños del director de La Salle, al que le habían puesto el apodo de “Bola de billar” porque era completamente calvo, y tanto era así que no recuerdo su nombre ni que lo hubiéramos llamado, entre los alumnos, de otra manera. Desde muy temprano mi primo Amado Luis, tenor de ducha y sala, me llevaba a las funciones de la sociedad Pro-Arte Musical. No salí cantante porque nunca pude ser afinado. Ni bailador: la música por un lado y yo por el otro.

-Con el cierre de La Salle pasé al Instituto de La Víbora, en donde terminé el bachillerato pues inventaron una especie de plan de liquidación para equilibrar los cambios en el sistema de enseñanza, cuando se pasa al sistema aún vigente de Secundaria Básica de tres años y luego tres de Preuniversitario o Tecnológico, mucho más acorde con la pedagogía moderna.

Justamente sobre esto quería preguntarte. ¿Pudiste presentir la tensión política antes del triunfo de la insurrección el 1° de enero de 1959?

-En dos ocasiones la policía de Esteban Ventura vino a hacer registros en la casa de huéspedes porque al menos dos de los estudiantes que vivían en ella estaban implicados con el movimiento estudiantil universitario antibatistiano. Uno de ellos, Carlos Bertot Contreras, que estudiaba Arquitectura, también de Manzanillo, pertenecía al grupo de Fructuoso Rodríguez, y pudo salvarse de milagro porque escapó por la azotea brincando hasta la del edificio aledaño al nuestro y escondiéndose detrás de los tanques de agua. Otro estudiante de mi casa, esta vez de Medicina, René García Fonseca, participó en los clandestinos centros de atención a posibles heridos, cuando el fallido asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957. Los dos revolucionarios se graduaron y fueron destacados profesionales. Los dos, como otros, murieron aquí en el exilio.

¿En qué momento te das cuenta de que lo que te interesaba era la literatura?

-Tuve cierta precocidad literaria, lo que como sabes no otorga ni una gota de talento. De niño me gustaba coleccionar los cómics (muñequitos) que venían de México. Ya en mi adolescencia, había dos grandes dibujantes de historietas: Mauricio Morales y Newton Estapé Vila. Ambos dibujaban para la revista Mella, y como mi madrina había sido socia del Miramar Yacht Club, solía ir a nadar allí, incluso después de nacionalizado y transformado en círculo social Patricio Lumumba. Newton iba también a ese club y de esa época nos conocíamos y, en ocasiones, les puse textos a los globitos de sus historietas. Nos reuníamos en su casa, en 31 y 30, Almendares, como parte de un delicioso grupo de fiestas, bailes y novias. Globitos y primeros cuentos.

-Por otra parte, mi cuento “La mosca” iba a ser publicado en la Segunda Novísima de la editorial del grupo El Puente, fundado por el poeta José Mario y la escritora Ana María Simo. Pero cerraron la editorial, en turbia maniobra de la incipiente censura. Ya había decidido, desde los 16 o 17 años, que matricularía Letras en la facultad de Zapata y G, en la Universidad de La Habana, en 1964. Por esos años, cuando se incubaba El Caimán Barbudo, conocí a Mario Parajón, destacado intelectual quien había fundado un grupo de teatro juvenil, en el que participé y actué incluso en comedias muy ligeras. Gracias a Parajón tuve acceso a su estupenda biblioteca en su casa del reparto Kohly, pues él siempre fue, hasta su muerte en España, un intelectual muy generoso, atento con los jóvenes. Tuve el privilegio de ser su amigo, gracias a mi primo Amado, su psiquiatra en Cuba.

Tengo entendido que José Lezama Lima entró también muy tempranamente en tu vida…

-En efecto, a Lezama lo conocí porque la madrina de mi madre, Carmen de Céspedes, había sido su secretaria cuando ambos trabajaban en la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, sita en la avenida Carlos III. Fue Carmen quien me llevó a la casa de Lezama, en Trocadero 162, con apenas 17 años de edad. Recuerdo que aquel primer encuentro con el escritor me sobrecogió mucho, a pesar de que yo no era para nada tímido. Ese efecto nunca me lo provocó otra persona, ni ninguno de los excelentes escritores que he conocido a lo largo de mi vida. Haber sido testigo de las conversaciones de Lezama, en su propia casa, sobre Paul Claudel, por ejemplo, ha sido uno de los mayores placeres de mi vida. Decisivo en mi formación intelectual, hasta hoy y hasta mañana, cuando me toque llevarle un heliotropo a Proserpina, como él decía sonriente, burlándose de la Muerte.

-Esta amistad se convirtió en relación profesional pues me convertí en el autor de la primera tesis en el mundo sobre la revista Orígenes (1944-1956). La presenté en 1971, bajo las borrascas derivadas del estalinista Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (cometido por Fidel Castro a fines de abril de ese espantoso año). Y mi director fue el propio Lezama Lima, fundador de la revista y del grupo. Tuve el placer de tratar a cada uno de los integrantes de aquel grupo literario clave para la cultura cubana, desde Fina García Marruz y Cintio Vitier hasta Eliseo Diego, Gastón Baquero y Ángel Gaztelu; desde José Rodríguez Feo hasta el entonces antagonista genial, Virgilio Piñera…

-De hecho, el padre Ángel Gaztelu fue quien bautizó a mi hija menor Ariadna, en su iglesia del Espíritu Santo, en La Habana Vieja, en marzo de 1976, en una época en que bautizar a un hijo era un sacrilegio contra la ortodoxia comunista en Cuba. Lezama y su esposa María Luisa, que habían sido los testigos de boda, fueron los padrinos. Ocurrió que el padre Gaztelu, de ascendencia vasca, no quería que le pusiéramos Ariadna porque era nombre pagano. Entonces, para convencerlo, Lezama propuso que la llamáramos Ariadna de la Caridad, de modo que debe ser la única persona que llevaba tal mezcla de nombres en aquella época. Ariadna de la Caridad ejemplifica el supersincretismo caribeño, diría Antonio Benítez Rojo.

¿Conociste también a José Rodríguez Feo, el mecenas de Orígenes? ¿Qué puedes contarnos de él?

-José Rodríguez Feo no era solo el mecenas de la revista y de muchos libros de Ediciones Orígenes. Era un hombre de una cultura despampanante, traductor del inglés y el francés y un gran conocedor de muchos de los textos que se publicaron en la revista. Había estudiado en las universidades de Harvard y Princeton, descendía de una familia acaudalada, propietaria del central azucarero América.

-Por razones que ignoro, Rodríguez Feo le tenía una enorme aversión al capitalismo norteamericano y desde el principio de la revolución decidió apoyarla. Era dueño del edificio de apartamentos dúplex en la esquina de las calles 23 y 26, en El Nuevo Vedado, que él mismo mandó a construir en 1952 al arquitecto Antonio Quintana, a partir de su idea de crear una edificación etérea que flotara apoyada sobre unos pocos pilares. Vivía en el penthouse de ese mismo edificio que fue en su momento uno de los más modernos de La Habana. En los primeros años de la década de 1960, cuando empezaron las leyes de Reforma Urbana, él mismo se lo entregó al gobierno, con penthouse y todo, y entonces le dieron dos apartamentos en un modesto edificio de la calle N entre 25 y 27, de los cuales le proporcionó uno a Virgilio Piñera y se quedó viviendo en el otro, donde falleció en 1993.

¿Alguna anécdota sobre Virgilio Piñera?

-Una mañana bajaba por la calle San Lázaro hacia Infanta, en cuya esquina había un puesto de café. Allí, en la cola, con su pomito ambarino, solía ir Virgilio, empedernido fumador y bebedor de café, tanto que la exigua cuota semanal por la libreta de racionamiento, no le alcanzaba ni para dos días. Era por el año 1974 o 75, en pleno ostracismo de intelectuales disidentes del régimen, entre ellos nuestro primer dramaturgo. Lo saludo, me pongo a su lado en la larga fila, conversamos… De pronto me mira a los ojos, detrás de aquellos espantosos espejuelos de aros negros que llevaba, y me dice: “Nunca debí regresar de Buenos Aires”. Estuve y estoy de acuerdo con lo que me dijo: No debió regresar, a equivocarse. Murió sin que le permitieran publicar en su país. Murió sin que sus obras de teatro pudieran exhibirse. Lo asqueroso es que algunos que hoy lo elogian pretenden que la historia de la cultura cubana perdone a Fidel Castro y a sus secuaces.

Fuiste uno de los alumnos del Grupo Délfico de Lezama desde 1963. ¿Podrías contarnos en qué consistía ese curso?

-Lezama no solo era un escritor excepcional, sino un maestro. A ciertos jóvenes con intereses literarios que él seleccionaba, les prestaba dos veces al mes uno o varios libros. Anotaba meticulosamente a quién se lo había prestado para exigir su devolución en caso de olvido. Los libros o el libro en cuestión por lo general era(n) prestado(s) a la medida de la persona. Quiere decir que no prestaba los mismos libros a cada joven. Entonces uno tenía que leerse el libro y cuando se lo devolvías entablaba un diálogo, a la manera de la mayéutica socrática de Platón, acerca de lo leído. Como era muy suspicaz se daba cuenta enseguida de si no habías leído correctamente el libro, de modo que muchas veces te obligaba a releerlo, a poner más atención.

-Yo fui uno de aquellos escasos jóvenes que tuvo el privilegio de ser parte del Curso Délfico, de aquel azar concurrente, frase clave, título que bautiza mi libro: Lezama Lima o el azar concurrente. Hubo otros alumnos. Recuerdo al arquitecto Armando Bilbao, el pintor Umberto Peña, el escritor Reinaldo Arenas, el historiador Ciro Bianchi, María del Rosario García Estrada (mi segunda esposa), entre otros. Otra de las características del curso era que los alumnos raramente coincidíamos en el momento de los encuentros.

¿Cómo transcurre tu vida de estudiante y profesional en aquella convulsa década de 1960?

-Tras un riguroso examen de gramática y otro de literatura, más una larga entrevista ante un jurado verdaderamente profesional, a los 17 años, dada la escasez de docentes, me convertí en el profesor de español más joven de la Isla. Empecé a impartir clases en el colegio José Miguel Gómez, sito en Acosta y Porvenir, barrio de Lawton, que inmediatamente rebautizaron Juan Gualberto Gómez, para quitarle el nombre del segundo presidente de la República.

-Más tarde, siendo aún estudiante de la Escuela de Letras, pasé a ser profesor de Literatura General, gracias a la gestión de Pío Serrano, en la Escuela Nacional de Arte (ENA) que dirigía entonces Bertha Serguera. Esto fue en 1968 y resultó que a Bertha la echaron de la escuela después del Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971 pues era una mujer muy permisiva y se había enamorado de uno de los estudiantes de Música durante un viaje en que todos partimos a realizar trabajos agrícolas en la Isla de la Juventud. En ese momento echaron también a todos los homosexuales, a pintores como Antonia Eiriz y Servando Cabrera Moreno, e incluso a alumnos como Tomás Sánchez. La escuela empezó a ser dirigida por un tal Mario Hidalgo, una especie de sabueso puesto por Fidel Castro, de corte estalinista e intolerancia absoluta. Aquello fue el acabóse y me di cuenta de que no podía seguir trabajando en aquel lugar. Fue entonces que, a partir de 1971, entré en el Ministerio de Educación donde redacté algunos manuales de educación y empecé a dirigir una revistica titulada El placer de leer y allí permanecí hasta 1974.

Fueron años muy difíciles…

-Más que difíciles. Imagínate que cuando planteé en la Facultad que quería hacer una tesis sobre Orígenes el profesor José Antonio Portuondo trató de convencerme para que cambiara de tema y recuerdo que mientras trataba de hacerlo Roberto Fernández Retamar, que había publicado poemas en Orígenes, y que tanto le debía a Lezama, miraba para el techo. En todos los puestos clave de Educación nombraron a militares, entre ellos a José Ramón Fernández, alias “el Gallego Fernández” como ministro, sustituto de otro militar, que enloqueció: Belarmino Castilla. Cuando llamabas a su oficina del Ministerio salía siempre una voz que decía: “Ordene”. Logré eclipsarme y pasar a trabajar a la ENIA (Escuela Nacional de Instructores de Arte), en la que entré gracias a mi amigo José Catalán Sánchez, a quien habían nombrado como director. El ambiente estaba muy viciado, la simulación se imponía para sobrevivir sin afanes suicidas.

-Después escribí mi primera y mejor novela: Mariel, como paradoja a raíz de los acontecimientos relacionados con este puente migratorio, ya que sus personajes no emigran, permanecen como insiliados. Por supuesto, no me la quisieron publicar. La Seguridad del Estado me convocó varias veces y entendieron que debía salir también de la ENIA. Fue entonces que empecé a trabajar en una institución llamada Centro Nacional de Superación de la Enseñanza Artística (CNSEA), que quedaba en Miramar. En ese sitio permanecí unos años como profesor y fue estando allí que empecé a viajar, fundamentalmente a la República Federal de Alemania, Noruega, Francia, España, México y Venezuela. Y a Berlín desde el lado occidental, antes de la caída del muro en 1989. Todos aquellos viajes eran para impartir conferencias, cursos o participar en eventos. Ninguno fue pagado, obviamente, por el gobierno cubano. También entonces es que comienzo a publicar en revistas extranjeras y a obtener premios y reconocimientos internacionales, lo que favoreció cierta permisibilidad por parte de las autoridades.

Decides quedarte en Cuba después de la caída del muro y a pesar del Periodo Especial…

-Gracias a Tomás Tápanes Bello que era amigo mío y el jefe de cuadros del Ministerio de Cultura había empezado a trabajar a la escuela de superación del personal de ese Ministerio. En aquel momento acababa de ganar un premio en México, que luego me abriría muchas puertas, por mi ensayo sobre el poeta Carlos Pellicer, cuyos poemas había publicado en una edición en 1982 en Casa de las Américas. Había prologado varios libros y cuidado las ediciones de varios poemarios de autores como Aquiles Nazoa, León Felipe y, en 1992, en las ediciones Verbum que Pío Serrano había fundado en Madrid, publiqué un libro de Lezama Lima titulado La Habana. Cuatro años después, preparé la crítica de arte escrita por Lezama Lima y la reuní en un libro para las ediciones Tecnos, en España. Había cierta flexibilidad con respecto a décadas anteriores y gracias a eso pude hacer para las ediciones Betania que dirigía Felipe Lázaro en Madrid el poemario de Raúl Rivero Herejías elegidas. Durante ese tiempo salía del país con frecuencia, impartía conferencias en el extranjero y pensaba que, al fin y al cabo, las cosas terminarían por cambiar.

Pero nada cambió y llegó la Primavera Negra…

-En efecto, llegó la Primavera Negra de 2003, cuando arrestaron y condenaron a largas penas de prisión a 75 periodistas independientes, escritores, poetas, amigos. Peligró mucho mi relativa autonomía, atenazado por mis publicaciones y declaraciones disidentes… Encarcelan a Raúl Rivero, me vigilan ostensiblemente, en julio hablo en Pinar del Río, en el décimo aniversario de la revista Vitral. El auto del Obispado, mis anfitriones, es seguido por otro de la Seguridad del Estado.

-Varios amigos, mi familia y yo mismo, nos dimos cuenta de que era imposible quedarme en Cuba, de que podía terminar en la cárcel. Entonces, con absoluta discreción, preparé mi salida del país. Aproveché un viaje a Ciudad de México, en el contexto de mis estudios, amistades y publicaciones sobre Carlos Pellicer y por haber sido fundador de las jornadas literarias dedicadas a su obra, que se efectuaban cada febrero en su natal Villahermosa, Tabasco. Hice gestiones secretas con el PEN Internacional de Escritores para convertirme en huésped de la hermosa y barroca “Casa Refugio” en Puebla, México, algo que me permitió salir de Cuba y poder mantenerme allí durante dos años, a partir del 17 de octubre de 2003.

-Poco después, en 2004, logro un contrato como profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana de Puebla y también, en 2006, simultanear con otro en la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanas, en la Universidad de Las Américas, ambos trabajos docentes hasta 2009. Allí en la UDLA fundé y dirigí la revista Instantes, con un grupo de escritores poblanos, de otras zonas de México y de otros países. También tuve la alegría de que editoriales mexicanas como Aldus y LunArena publicaran algunos de mis libros, además de las colaboraciones en semanarios y revistas. Mi gratitud a México es enorme, allí tengo valiosos amigos, de allí atesoro recuerdos inolvidables.

¿Por qué decides establecerte en Estados Unidos?

-Hubo varias razones, y entre ellas el hecho de que mi hija mayor estaba ya radicada en Carolina del Norte donde todavía ejerce como bioquímica para los laboratorios Pfizer. Ella insistía en que viniera para Estados Unidos donde todavía podía aspirar a una jubilación digna. No sé si sabes que en México la jubilación de los profesores es tan pobre que los llaman “pobresores” cuando se retiran. Sin embargo, en Estados Unidos, con diez años de trabajo puedes tener una jubilación. Y, en mi caso, como los años que estuve impartiendo clases en la Universidad de Las Américas eran válidos para el sistema de jubilación norteamericano, me dije que todavía tenía una oportunidad. Me faltaban tres años y encontré un puesto en la Universidad de Phoenix, donde di cursos de doctorado en Lengua y Literatura Hispánicas hasta que me jubilé en 2014.

Una de tus novelas, Guanabo Gay, me ha llamado la atención por el título y también por el contenido. ¿Podrías hablarnos de cómo se te ocurrió escribirla?

-Ciro Pérez, un amigo de la infancia y padrino de mi hija mayor cuando yo noviaba con quien iba a ser mi primera esposa, empezó a salir con la hermana de ésta. Ciro era homosexual, pero ambos se enamoraron perdidamente. El caso es que, a la hora de tener una relación más íntima, la cosa no funcionó, a pesar de los intentos… Y vino a mi casa llorando y desilusionado porque se dio cuenta de que no sería posible seguir mintiéndose. El triste incidente sucedió en la playa de Guanabo y digamos que es el leitmotiv de esa novela. Y al mismo tiempo un homenaje indirecto a José Rodríguez Feo, porque él tenía en esa misma playa al este de La Habana lo que se suele llamar una garçonnière, es decir, una casita en donde se daba citas discretas con los hombres con quien tenía relaciones. También el nombre Guanabo gay me resulta eufónico, de cadencia gutural. La novela trata de ser un canto a la diversidad y a la permisibilidad, a la libertad sexual, al respeto al otro, entre intrigas y chismes, citas y guiños a conocidos artistas y escritores.

¿Has regresado a Cuba después de tu salida definitiva?

-Ni he regresado ni creo que pueda regresar. Hace unos años el actor Orlando Casín averiguó para ver si lo dejaban regresar a Cuba. La respuesta fue negativa. Entonces, como era amigo mío y conocía a alguien con acceso a la listica del Ministerio de Cultura (dictada por la Seguridad del Estado) con los nombres de artistas, escritores e intelectuales a quienes se les vetaba el derecho de regresar a la Isla, pudo verificar que yo también aparecía en ella.

-No puedo regresar a Cuba porque tengo el honor de estar en la lista negra del régimen. De todas formas, ni quiero ni tengo necesidad (familia cercana) de regresar mientras la dictadura exista. Suelo sentirme feliz en Aventura, al noreste de Hialeah. Camino cada amanecer al lado del oleaje, leo los libros que me da la gana, participo en disímiles eventos culturales, sobrellevo la vejez entre proyectos. Nunca he parado de escribir y de investigar. Los que tienen el problema son ellos. El gran Miami, los dos condados, forma la segunda ciudad de Cuba por el número de cubanos y la primera, de lejos, por su floreciente economía. Aquí no estoy desterrado sino transterrado.

William Navarrete
Cubanet, 5 de septiembre de 2024.
Foto: Prats Sariol en su casa de La Habana en 1982. Tomada de CubaNet.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Marta Valdés, tras la neblina del puente


Acaba de sorprenderme la noticia de su muerte, y para poder escribir sobre ella, he tenido que hacer silencio en toda la casa. Y así, sus canciones son las que resuenan ahora en mi mente, trayéndome los recuerdos que en mi biografía las hilvanan una y otra vez, en el rostro, los abrazos y las despedidas de amigas y amigos a los que ahora todos esos temas dan una nueva dimensión. La música, que es otra forma de la memoria, tiene ese poder, me digo siempre. Y en el caso de lo creado por Marta Valdés, ese don resulta innegable e irrebatible.

Poseedora de un repertorio extraordinario, capaz de ubicarla en un mundo propio, Marta Valdés acaba de fallecer en La Habana, a sus 90 años. No llegó con vida al homenaje que se le dedicaría en el próximo enero, anunciado por los organizadores del evento Longina, en Santa Clara; y ello hace pensar en el tributo que debió habérsele ofrecido en vida, cuando alcanzó esa edad con la cual hoy se ha despedido. Porque no se trata solo de cumplir con fechas formales, sino de reconocer en ella a una de las figuras más insólitas de nuestro panorama musical, una mujer que creó, de alguna manera, a sus propios fieles, y que tras pasar por no pocos momentos amargos, estaba ya en ese momento en el cual se le devolvía con creces lo que nos legó.

Sus canciones, preferidas por un público que reconocía en ellas una calidad singular, reaparecen en los discos de notables intérpretes, y ella, que nunca alardeó de nada, podía considerarse un clásico vivo, una de las grandes exponentes de la mejor tradición de nuestra cultura, corroborada en esas grabaciones recientes de sus piezas más celebradas.

Nacida en La Habana el 6 de julio de 1934, Marta Emilia Valdés González fue discípula de Leopoldina Núñez y Francisqueta Villalta, y continuó estudios bajo la guía de Vicente González Rubiera (Guyún) y Harold Gramatges, entre otras figuras. A los 20 años, ya tenía consigo algunas de esas canciones "difíciles" que siempre compuso, a contrapelo de quienes le pedían temas más comerciales, o de las burlas, como la de aquel empresario mexicano que se echó a reír tras oírle interpretar "En la imaginación".

Nada de eso la detuvo, y la certeza en sí misma fue una de sus mejores aliadas a lo largo de una carrera en la que se fueron dando a conocer esas composiciones en la voz de Elena Burke, Vicentico Valdés, Fernando Álvarez, Doris de la Torre, Reneé Barrios, Bola de Nieve… El bolero, la canción, la trova, se funden en su quehacer, ligado según muchas cronologías al filin y a sus principales compositores (José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Ñico Rojas…), pero poco a poco ella logró un tono genuino e inconfundible, a medio camino entre la poesía, lo conversacional y lo íntimo, que si bien sintonizaba con esos referentes, se aislaba al tiempo que se expandía.

Musicalmente, Marta Valdés es un gusto adquirido. Y su obra, a partir de los años 60 y 70, al tiempo que dejaba de escucharse con frecuencia, ahondó en esa suerte de confesiones, de monólogos donde lo autobiográfico podía ser compartido entre quienes, como ella, vivimos en esta isla "donde a veces/ el año dura tantos meses".

Tratando de encontrar refugio en esa época donde la música del filin, cargada de acentos nocturnos y de una voluntad bohemia que no iba bien con las consignas del momento, fue repudiada por las emisoras oficiales, Marta Valdés se integró a Teatro Estudio. Ya había colaborado con los hermanos Camejo y Pepe Carril, creando la música de Pinocho, para el Teatro Nacional de Guiñol. Fiel a su severo sentido autocrítico, no quedó conforme con ese empeño, aunque siempre recordó con afecto a los directores de aquel grupo, luego también caídos en desgracia.

En la compañía que dirigía Raquel Revuelta, trabajó por años como asesora musical, y de su labor junto a directores como Berta Martínez —una importante presencia en su vida—, Armando Suárez del Villar, Abelardo Estorino, Raquel y su hermano Vicente, surgieron también nuevas canciones. También, en el patio de la Casona de Línea que el grupo mantuvo como sede de ensayos, animó una peña por la que pasaron artistas noveles y consagrados. No grababa discos, ni se le programaba en la radio, pero allí su obra pudo continuar en su línea cada vez más personal y creciente.

En 1978, cuando gana el Concurso Adolfo Guzmán con "Canción eterna de la juventud", en la primera edición del evento, comienza una rehabilitación progresiva, que se confirmó con la aparición de nuevos discos y grabaciones. Elena Burke y Miriam Ramos le dedicarían cada una un álbum: Elena Burke canta a Marta Valdés, con acompañamiento al piano de Frank Emilio y Enriqueta Almanza; y Canción desde otro mundo, respectivamente: imprescindibles en cualquier repaso a su catálogo.

En 1987 viaja a México, junto a Elena (acaso su más plena intérprete), César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez y Consuelo Vidal como parte de un espectáculo de título elocuente: "Toda una época". En España, Venezuela, Colombia, también sería reconocida, ganando nuevos intérpretes para esas canciones que no se limitan a responder a una moda, que son intemporales en sí mismas, que se siguen escuchando hoy con la frescura y la emoción que su sensibilidad supo otorgarles. Valga oír su disco junto a Chano Domínguez, o las grabaciones de Silvia Pérez y Martirio para comprobar que, desde cualquier latitud, esas obras regresan con aliento renovado.

Respetada no solo por los músicos, sino además por poetas, pintores y artistas de todas las expresiones, Marta Valdés añadió a su quehacer como compositora una importante labor como cronista, de la cual han surgido varios libros. Gema Corredera y Haydée Milanés dos de sus mejores discípulas, también le han dedicado discos recientes, entre los cuales el de fecha más cercana, publicado en este mismo 2024 por Dayron Ortiz, que se entregaba a sus canciones desde los rejuegos del jazz, nada ajeno a los gustos de la propia Marta.

Lo que nos regalan esas nuevas aproximaciones es esa sensación de frescura y novedad que siempre retornaba a nosotros cuando escuchábamos, por enésima vez "Tú no sospechas", "Y con tus palabras", "Canción fácil", "Llora", "Tú dominas", "Aves de madera", "Hay mil formas", "Como un río"… En mi película cubana preferida (Lucía, de Humberto Solás, 1968), se le puede ver y oír junto a las actrices de Teatro Estudio en una breve secuencia del primer cuento, interpretando junto a ellas "Aunque no te vi llegar". Un mundo sonoro intenso y concentrado, donde las emociones y las palabras nos transportan a una realidad que es la de un pensamiento que lo traspasa todo, asume y sobrepasa todas las influencias, para devolvernos un retrato de la autora y de nosotros mismos. También nos legó un catálogo de sus preferencias, y en discos como Nuestra canción y Doce boleros míos rindió merecido tributo a sus compositores más gustados.

Quienes nos atrevimos a entrevistarla, comprobamos su fama de difícil para regalarnos ciertas confesiones, y de su rigor a la hora de dejar una imagen de su persona y de su obra. Nada de eso opaca lo que sus canciones nos han concedido. Nada de eso, ni siquiera el Premio Nacional de la Música que pudo haber recibido mucho antes de 2007, cuando ya tenía 73 años. Acudí a esa ceremonia en el Teatro Amadeo Roldán, para darme el gusto de ser uno de los testigos, de su cara de alegría cuando le regalaron una nueva guitarra, y ver por última vez, quién lo hubiera sabido, a Luis Carbonell en escena, y a Cintio Vitier entre los espectadores. Prueba acaso de cómo podía ella unir a figuras tan distantes o distantes, respetada, como también lo fuera Teresita Fernández, por creadores que sabían distinguir en ellas mucho más que oficio y talento.

En el silencio, me siguen acompañando sus canciones. Durante estos últimos días, el joven periodista Raúl Nogués, uno de sus grandes devotos, subía a Facebook algunas de las letras de sus canciones más conocidas, que sobreviven a la ausencia de música para pervivir como poemas humildes y memorables. Eso, y la última foto que apareció de ella en las redes, hace algunas semanas ya, debieron haberme servido de alerta, para prepararme mejor ante la noticia que recibo en Ciudad de México, irónicamente en un día de sol radiante.

Como en una de sus canciones, Marta Valdés "aprovechó la neblina del puente", y se fue. "Voy a morir sin ver la nieve", citaba ese verso una y otra vez Sigfredo Ariel, que me enseñó a respetarla y a reconocerla a través de su propia poesía. Su reino fue el de lo inefable, su música corresponde a esa otra manera de expresar sin dudas lo cubano. Una cubanía que no necesita de la estridencia para ser auténtica, y que apela a muy pequeñas cosas, a la sorpresa de un detalle, para revelarnos todo lo que tras ello se oculta. Que en ese silencio resuenen sus canciones, una y otra vez, ahora que ella no está. Parafraseando otra de sus estrofas: por habernos dejado estar en su mundo, no la despido, sino que la felicito. Sobre ese silencio que es esta noticia, vuelvo a oír su voz, en su canción.

Norge Espinosa
Diario de Cuba, 3 de octubre de 2024.

lunes, 28 de octubre de 2024

Despidiendo a una hermana

El sábado 31 de agosto, Rosmarie Hofer, profesora jubilada, tuvo a su cargo la lectura del curriculum vitae de Johanna Hofer, Hannali, como cariñosamente le decían a su hermana. El funeral tuvo lugar en la Iglesia de Neudorf , Lucerna, Suiza, y el entierro en el cementerio que queda al lado. A continuación, el texto que ese día Rosmarie leyó:

Al revisar los numerosos álbumes de fotos de Hannali, de los años anteriores a su ingreso en la residencia de ancianos de Bärgmättli, el 4 de septiembre de 2013, repasé su vida, la de nuestra familia y la de los buenos vecinos y amigos que siempre tuvimos. En la era digital, esas fotos constituyen un documento contemporáneo del siglo XX.

Hannali nació el 17 de julio de 1935 y fue la mayor de seis hermanos. Creció en la hermosa granja Düderhof en Neudorf, Lucerna, Suiza, en el seno de una extensa familia, con nuestros padres, nuestra abuela, sus hermanos y los empleados Otti, Hans y Rüter. Hannali tenía una relación cercana con nuestra abuela. A la edad de 4 años, Hannali enfermó y tuvo que pasar varias semanas en lo que entonces era una casa de segregación, aislada en una habitación oscura del Hospital Cantonal de Lucerna. Los médicos sospecharon que tenía la polio, pero el diagnóstico posterior arrojó que era encefalitis.

Hannali asistió a la escuela primaria y secundaria en Neudorf y disfrutó participando en reuniones de clase. Estudió en la escuela de granjeros de Willisau, donde lució el traje dominical de Lucerna que ella misma confeccionó con mucho orgullo. La amistad con su compañera de aula Martha Huber se mantuvo durante toda su vida. Hannali tenía una voz muy hermosa y era miembro del grupo de trajes tradicionales de Neudorf junto con Mueti, nuestra madre.

Hannali disfrutaba cocinando y trabajando en el jardín y en el campo. Las fotos la muestran con los caballos y un enorme carro de heno colocando gavillas de trigo. También le encantaban las celebraciones familiares, las bodas de nuestros hermanos, los bautizos de sus sobrinos y sobrinas, sus confirmaciones y cuando crecieron, sus matrimonios. En las fotos se le ve sonriente en los cumpleaños y celebraciones de su familia y de sus amistades.

Desgraciadamente, siguieron apareciendo síntomas de la encefalitis y el profesor Frauchiger intentó aliviarlos en Berna. Hannali apreció mucho a su médico de familia, el doctor Rölli. En 1974, nuestros padres y Hannali dejaron la granja y se mudaron al soleado apartamento de Gassmatt 1, donde ella se hizo cargo de nuestros padres y de la casa, algo muy valorado por el resto de sus hermanos. Cuando nuestra prima Vreni enfermó, Hannali cuidó a su familia desde enero de 1977 hasta finales de 1983. La cálida conexión entre ella y Seppi, Gaby e Yvonne duró hasta la muerte de Hannali.

Fue difícil conseguir que Hannali viajara al exterior, a pesar de que estaba interesada en otros países, sus culturas y políticas. Siempre estaba aprendiendo cosas nuevas a través de la televisión, la prensa y los libros. Después, sin embargo, recordaba con entusiasmo nuestros viajes a París, Berlín, Viena y Londres, donde incluso vio pasar a la Reina Isabel en limusina un Jueves Santo. La semana de vacaciones en Valais con nuestros padres, con Mame Zaugg y nuestras ahijadas Regula y Sonja, era casi una tradición. A Hannali le gustaban los viajes cortos los domingos por lugares cercanos.

Tras el fallecimiento de nuestro padre en abril de 1994, Mueti, nuestra madre, y Hannali tuvieron que depender de los buenos vecinos que tenían y del servicio de transporte Spitex para ir al médico. Cuando Mueti sufrió un derrame cerebral a fines de 1995, Hannali se hizo cargo de su atención las 24 horas, con el apoyo de las empleadas de Spitex, y también de vecinas como Margrith Obertüfer y Rita Hodel, quien siguió visitando a Hannali cuando ingresó en la residencia de Bärgmättli, en Beromünster, en las afueras de Lucerna.

Las visitas de vecinos, familiares y amigos fueron muy positivos en la vida cotidiana de Mueti y Hannali. Mueti murió el 1 de febrero de 2000 y Hannali decidió seguir viviendo de forma independiente en el acogedor apartamento. Nuestra amiga Vreni Erni pasaba a menudo por allí y le obsequiaba delicias, que después seguiría haciendo cuando Hannali ingresó en la residencia de Bärgmättl llevándole revistas, bombones y pretzels. Hannali se ponía contenta con sus visitas y regalos. También la alegraban las visitas de nuestra sobrina Sonja con Bernhard y sus hijos y de nuestro sobrino Gottfried con Sandia, su esposa dominicana, que con sus dos hijos residen en Nueva Jersey, Estados Unidos.

Hannali conoció a Annelies Wermelinger a través de Spitex. Ella apoyó a Hannali en las tareas domésticas y también la acompañó fielmente en Bärgmättli, con visitas de varias horas todas las noches hasta el final de la existencia de Hannali. Estamos muy agradecidos de todo lo que hizo por nuestra hermana.

En 2008 aumentaron los dolores en brazos y piernas y aumentaron los problemas para caminar. Las cirugías de espalda en 2009 y 2011 le proporcionaron cierto alivio, pero en junio de 2013 el dolor en su pierna izquierda se volvió insoportable. En ninguno de los dos hospitales cantonales se realizaron las aclaraciones necesarias. Hannali llegó a la residencia de ancianos de Bärgmättli el 4 de septiembre de 2013 como parapléjica. En octubre de 2013, se sometió a una cirugía de la columna cervical por cuarta vez en St. Anna para prevenir la cuadriplejía.

Desafortunadamente, en noviembre de 2013 tuvo un cuadro grave de urosepsis. Hannali sobrevivió gracias a sus ganas de vivir y su fortaleza emocional. Pero después sufrió una neumonía recurrente, que requirió ingresos de urgencia y hospitalizaciones. Hannali también asumió con valentía el Covid que contrajo antes de la Navidad de 2020, cuando tuvo que pasar las vacaciones en su habitación después de su estancia en el hospital y durante la pandemia estuvo sin recibir visitas varias semanas. Las personas que la cuidaban la atendieron con esmero y pudo comunicarse con nosotros por teléfono en cualquier momento.

Si Hannali vivió agradablemente sus casi 11 años en Bärgmättli, fue gracias a los numerosos cuidadores que tuvo, jóvenes abnegados y sensibles, a los eficientes equipos de actividades recreativas, al personal de limpieza, lavandería y cocina, también al servicio técnico y administrativo. En la cafetería, en los bajos de la residencia, Hannali pasó muchos momentos gratos con otros pacientes y con los familiares y amistades que nunca dejaron de visitarla. Ruth Erni estaba a menudo en su mesa, siempre de buen humor. El contacto estimulante y afectuoso con Mareili Oehen significó mucho para Hannali así como las visitas dominicales de Willi Baumgartner con flores de su propio jardín la hacían sonreír. Además de visitas, Hannali recibía llamadas telefónicas, cartas, postales de viajes y tarjetas de cumpleaños, Navidad y Pascuas.

Hannali pudo mantener su visión a partir de 2018 gracias a las inyecciones de Lucentis, que le permitieron seguir leyendo periódicos y revistas, en particular donde aparecían miembros de las monarquías europeas, aunque su preferida era la familia real inglesa. Cuando hacía buen tiempo, en taxis adaptados para sillas de ruedas, Hannali disfrutaba viajar a Vogelsang, a Herlisberg, al lago Hallwil o a nuestros familiares Ernst y Lisebeth en Grudligen. También esperaba con ansias las reuniones mensuales en el Centro de la Iglesia Reformada con la Sra. Treier.

Ella nunca se recuperó de la última neumonía que tuvo, antes de la Navidad de 2023, que fue hospitalizada. Sus problemas cardíacos aumentaron y una infección posterior la debilitó notablemente. El doctor Marks hizo lo mejor que pudo desde el punto de vista médico. El 29 de julio, Hannali ya no podía ponerse de pie. Entonces dijo: "No puedo más". Habló de morir, pero tenía miedo a la muerte. Las enfermeras y Annelies hicieron todo lo posible para que sus últimos días fueran más llevaderos. Yvonne, Seppi y Gaby y otros amigos hicieron visitas breves a la residencia y Gottfried la animó por teléfono.

El jueves 8 de agosto de 2024, Hannali respiró por última vez. Yo estaba a su lado. Su numerosa familia y sus muchos amigos deseamos que ella ahora esté bien y que podamos seguir conectados.

lunes, 21 de octubre de 2024

Tres cartas desde La Habana (III y final)

La Habana, 26 de febrero de 2005.

Querida Madre:

En esta Habana nuestra el clima está muy acogedor. En la noche del 23 de febrero llovió y pensé que entraría un frente frío, pero me equivoqué, ahora hay más calor. La Habana sigue siendo un cuadro estático, lo último que quedó en sus retinas de la ciudad que las vio nacer, a ti hace 62 años, a mi hermana Tamila hace 40 años y 10 a mi sobrina Yania.

La Habana sigue sin alteraciones. Las calles y las aceras, rotas y sucias. Las casas de tus vecinos con la misma pintura y tus familiares y amigos con la misma ropa. Tal vez algunos un poco más gordos. La Víbora sigue tranquila, excepto las noches de pachangas políticas o culturales en la Plaza Roja. Te mandan saludos las camareras del Pain de Paris, donde a veces te comías un croissant, y las oficinistas de ETECSA, que por 20 pesos te vendían la merienda (sandwich y lata de refresco). También te recuerda Felicidad, la del banco, una empleada como eran las de antes de 1959, educadas y eficientes.

Además de saludos, Raúl Rivero me pidió que te dijera que tiene fecha de vuelo a Madrid el 20 de marzo. Está tranquilo, leyendo y escribiendo de nuevo, luego de casi dos años en prisión. Creo que un poco triste -aunque no me lo ha dicho- pues probablemente no volverá a ver La Habana ni su Morón natal. Es el precio de disentir. Un duro palo la noticia de la muerte de Guillermo Cabrera Infante, el pasado 21 de febrero. Nadie amó tanto La Habana y odió tanto a Fidel Castro como el periodista y escritor de Gibara. Me quedo con las palabras que dijo Miriam Gómez, su esposa: "Murió sin patria, pero sin amo".

De tu nieta Melany te cuento que tiene carácter, pero es cariñosa. Crece de prisa y todo lo aprende muy rápido. Ya habla como un loro, dice tu nombre y el de su prima. Para abril o mayo empezará en el círculo infantil. Raúl y Blanca, a la espera de viajar a España.

Claudia Márquez y Luis Cino te mandan saludos. El tío Luis, que siempre fue delgado y saludable, se mantiene bien, pero lo noto menos lúcido. Los años no pasan por gusto. La gente del trabajo de Tamila agradece el té que ella les mandó, Rosa, la mamá de Tony, me pregunta por ella a cada rato. Me despido recordándote que La Habana sabe esperar. Tu hijo Iván.

Foto: Fragmento de mural en la llamada Plaza Roja de La Víbora, a un costado de la Casa de la Cultura, en la esquina de Carmen y Calzada de 10 de Octubre. Tomada de un fotorreportaje de Ernesto González Díaz publicado en Havana Times.

lunes, 14 de octubre de 2024

Tres cartas desde La Habana (II)

La Habana, 30 de julio de 2004.

Querida Tania:

Te escribo en medio de un calor tremendo desde nuestra casa en La Víbora. Ese calor tropical, húmedo y pegajoso, que ustedes recuerdan y convierte a los ventiladores en objetos anacrónicos. La Habana sigue igual. Cada día más fea, descolorida y sucia.

Tus amistades están bien. Algunos repletos de miedos, pero son buenas personas, te aprecian y me han dicho que puedo contar con ellos si tuviera una situación difícil. El tío Luis intentando sobrevivir a sus más de 80 años. Si no la pasa peor es por el dinerito que le envías. Cuando puedo le doy 50 pesos. Con la amiga tuya que vive en Lawton hablo a menudo por teléfono. Odia a Hugo Chávez tanto como a Fidel Castro. Blanca, la esposa de Raúl Rivero, me llama casi a diario. La última vez le dije que para el día de mi cumpleaños, el 15 de agosto, Raúl estará en su casa de Centro Habana tomando café.

Los familiares de los presos políticos del Grupo de los 75 están esperanzados, pero sin exceso. Piensan que las excarcelaciones serán graduales y lentas. Ya han concedido siete licencias extrapenales, una de ellas a nuestra amiga Martha Beatriz Roque Cabello, que salió envejecida, canosa, con veinte libras de menos y enferma. Pero dispuesta a seguir dando batalla. El lunes 26, Blanca, Miriam (la mujer de Chepe) y yo, fuimos a verla a la casa de su hermana Berta en Mantilla. Te manda saludos y agradece la carta que le enviaste.

Martha Beatriz es más valiente que muchos hombres. Los otros seis que les concedieron licencias extrapenales, salieron con miedo y cautela. Es lógico. Escribí un artículo para Encuentro, lo titulé "La reclusa 240-956", el número de Martha Beatriz en Villa Marista. Con Claudia Márquez hablo también. Le digo 'el periódico de la disidencia', porque me informa y actualiza con lujo de detalles.

Sé que Margarita te mantiene al tanto de Melany, la reina de la familia, que está bien de salud. Espero mandarte fotos pronto. Habla poco, pero lo capta todo. Es un poco 'dominante': cuando llego a la casa, me trae las chancletas y me obliga a ponérmelas. Sus 'juguetes' preferidos son mi aparato (spray) para el asma y los teléfonos. Al telefonito de juguete que le enviaste solo le quedan tres o cuatro botones. No es llorona. A los gatos que duermen en el patio los ahuyenta y éstos al verla, salen huyendo. Duerme desde las 9 de la noche hasta las 7 de la mañana. No le gusta la leche, pero por las noches se la toma bien. Le encanta un yogurt espeso que venden a 0.70 centavos de dólar y como el vasito es pequeño, a veces se toma dos.

Para vivir en Cuba, Melany no se puede quejar. Come carne de res, pollo, carnero, pescado, huevos, legumbres, frutas, vegetales...

Pesa 32 libras y mide 88 centímetros. Es más grande que niños de dos años. La llevamos a pasear los fines de semana. En las vacaciones pensamos llevarla al Parque Almendares, Expocuba y el Zoológico nuevo. Cuando reciba los pagos de Encuentro y la SIP, quiero comprarle una piscina para ponerla en el patio, le encanta el agua. El dinero no me sobra, pero me alcanza para los gastos de la niña, pagar el teléfono, la luz, el agua y el gas, coger almendrones (taxis particulares), comer un tente-en-pie y tomar un jugo o batido en algún timbiriche. He dejado de tomar cerveza, está muy cara (1,25 usd la lata).

Sigo leyendo mucho e informándome por el internet que tienen amistades. Cuéntame de Yania y la vida de ustedes en Suiza. Estoy seguro que saldrán adelante. Además de frijoles negros, te mando un CD de Pablo Milanés. En tu carta me preguntas qué quisiera que me enviaras. Cuando puedas, me gustaría tener una camiseta del brasileño Ronaldo. Son caras y puedo esperar.

Quien no debiera esperar es Raúl Rivero, encarcelado en Canaleta, Ciego de Ávila. Siempre te tiene presente. Intuyo que la presión internacional lo va a poner en la calle. Me imagino que iría a Estados Unidos, a ver a su hija y conocer a su nieto y después daría un largo viaje por Europa, Suiza incluida. En Lucerna hablarán bastante, como dos buenos amigos, exiliados y cargados de nostalgia por su patria. Fidel Castro no es eterno. Y a ustedes las espero con Melany, aquí, en La Habana. Tu hijo Iván.

Foto: Calzada de Diez de Octube y Avenida de Acosta. Tomada del post La Víbora, mi patria chica (La Víbora, mi patria chica - Desde La Habana), escrito por Iván en enero de 2009 y publicado en mayo de 2010.

lunes, 7 de octubre de 2024

Tres cartas desde La Habana (I)

La Habana, 9 de febrero de 2004

Inolvidable Tania:

Cuanto deseo que al leer estas líneas desde nuestra Habana estén bien. Ya sabes por experiencia propia lo duro que resulta la vida de un emigrante, sobre todo si somos del Tercer Mundo. Adaptarse a otro idioma, clima, comida y costumbres es una proeza.

Aquí no estoy solo. Te cuento al detalle. Yo tenía una relación más o menos formal con Margarita, una mujer caída del cielo. Inteligente, preparada y de su casa. En mayo de 2002, Margarita me dijo que estaba embarazada. Mi reacción inicial fue decirle que se hiciera una interrupción. Pero ella iba a cumplir 36 años y me respondió que su mayor anhelo era ser madre, incluso aunque yo le diera la espalda. Es ingeniera, con un salario de 465 pesos y 30 dólares que recibe como especialista en ETECSA. Cuenta, además, con el apoyo de su familia (madre y dos hermanas, también profesionales).

No era nadie para negarle su deseo de ser madre. Tenía latente mi propia vida, que crecí sin un padre, igual que mi hermana Tamila y después mi sobrina Yania. Margarita tampoco tiene padre, falleció cuando tenía dos años. Me prometí a mí mismo ser un buen padre, no por un tiempo, sino toda la vida. Si te lo callé fue porque consideraba que debías marcharte de Cuba. Cuando nació Melany, el 3 de febrero de 2003, pensé decírtelo. Pero en marzo se desató la represión y nuestros destinos estaban en un hilo, con la prisión acechándonos. Y antes de que fueras encarcelada, era vital que te fueras. A como diera lugar, a cualquier país.

La Seguridad supo del nacimiento de la niña y de cierta manera trataron de presionar a Margarita. Pero con ella no hay cuento. Se comportó como lo que es, una mujer de primera. Mientras, siguió la razzia y ahora nuestro amigo, Raúl Rivero, por obra y gracia de Fidel Castro, se encuentra en una celda de dos por tres metros en Canaleta, Ciego de Ávila. En total fueron 75 los disidentes arrestados, enjuiciados y condenados a largas penas de cárcel.

En este rincón del reparto Sevillano, a tiro de piedra de Villa Marista (lo de tiro de piedra es real, el cuartel general de la policía política queda casi al doblar de la casa), Melany crece sana, fuerte y hermosa. Nació pesando 8,2 libras y midiendo 51 centímetros. A los tres meses no se llenaba con el pecho y el pediatra le mandó leche. Le compramos Nam de Nestlé, de buena calidad. Es cara, cada lata cuesta 3.95 dólares. Hasta los siete meses tomó Nam, que trae vitaminas, hierro, fósforo y calcio. Tal vez por eso a los cuatro meses Melany se sentaba, a los cinco gateaba y a los diez empezó a caminar. Donde está atrás es en el habla. Solo dice Papá, Agua y Ya. Inteligente, como mi sobrina Yania. También cariñosa, pero un poco 'maldita', todo lo coge.

Se parece a mí, pero su piel es clara, como la tuya. Sacó la piernas de su madre. El 4 de febrero por primera vez le dio fiebre, 38 grados.

Le dimos aquella medicina infantil que Martha Beatriz una vez nos dio, vencía en 2006. Enseguida se le bajó. Pensamos que era porque le estaba saliendo una muelita, pero era de la garganta. Al doctor le costó 'dios y ayuda' ponerle el palito en la boca. "Qué fuerza tiene esta niña", dijo. Le mandó un antibiótico oral, pero como no era nada alarmante, lo desechamos. Optamos por un tratamiento natural y pronto estuvo bien. Después, por una carta tuya, supe que en Suiza recetan antibióticos en última instancia.

El primer cumpleaños se lo celebramos el sábado 7 de febrero. Dos cakes, refrescos, croquetas, bocaditos y golosinas. Una 'bobería' que costó cerca de 100 dólares. Con un dinero que Margarita había ahorrado para arreglar la casa y cuando supo que estaba embarazada lo guardó, a Melany se le compró una silla para comer que se sube y se baja, un corral y un andador, que apenas usó. La cuna, el coche y la canastilla, de primera, se le compró con una reserva que yo tenía, de los pagos recibidos en Cuba Press, por trabajos publicados en 2002. Pero en marzo de 2003, con la oleada represiva, vinieron las vacas flacas.

En lo personal no me quejo. Mía fue la decisión de no irme con ustedes a Suiza y quedarme en Cuba. Y aunque las extraño, es edificante ver crecer a tu hija. Ella suple la ausencia de ustedes. Mi rutina diaria: alrededor de las 12 del día voy para la casa de Margarita en el Sevillano. Allí almuerzo, ceno y estoy con la niña. Fina, su abuela, la madre de Margarita, cocina de maravillas. Tanto a la madre como a la abuela todos los meses les doy dinero, las cantidades dependen de lo que reciba por las publicaciones de mis trabajos. Por lo regular siempre estoy apretado, pero lo esencial, alimentar bien a la niña y comer nosotros, hasta ahora está garantizado.

A Melany mensualmente se le compran 10 libras de pollo, 6 libras de bistec de carnero, que su abuela le compra en el mercado de Cuatro Caminos, carne de res, higado de res y pescado fresco, que venden en 3ra. y 70 o en La Borla. También, viandas (malanga, calabaza, boniato, plátano), vegetales (tomate, acelga, espinaca, zanahoria), arroz y frijoles (negros, colorados, chícharos, lentejas, judías, garbanzos). La madre le prepara compota de frutas, las guayabas y los platanitos se compran en el agromercado, porque en la casa hay una mata de mangos que da frutos dos veces al año, en enero y febrero y en julio y agosto. Olvidaba: en la dieta de la niña no falta el huevo y las pastas (espaguetis). Como la leche no le gusta mucho, se la toma con un cereal de Nestlé.

Ya Margarita comenzó a trabajar y además de los 465 pesos de su salario, recibe los 30 dólares de estímulo, que no cobrarba cuando estaba de licencia. Ella estaba esperanzada en un viaje a Europa, pero todo se vino abajo. No quiero preocuparla, pero detrás está el G-2. El seguroso Jesús Águila, con su cara de 'yuppie' caribeño, vino a hablar conmigo. Qué hipócrita. No me preguntó nada acerca de mi trabajo como periodista independiente, sólo quería saber de ustedes. Espero que sea el último fantasma del G-2.

Un amigo está de administrador de un restaurante en El Cotorro y me dijo que me pagaba 100 pesos diarios, 3 mil pesos al mes (120 dólares). Una buena oferta, pero tendría que dejar de escribir. A Encuentro le leo por teléfono un par de trabajos cada dos semanas y hasta ahora, entre el 10 y 15 de cada mes, a través del Banco Metropolitano me envían 100 dólares. Casi todos son sobre temas deportivos, aunque el último lo titulé Hasta la vista, internet, a raíz de la ley mordaza que lanzó el gobierno en el mes de enero.

En lo político, el país va para peor. Asfixia tanta propaganda, tanto discurso. Cuando Castro diga adiós empezaremos otra historia.

Con el portador de la carta te mando el libro del argentino Fernando Ruiz, te dedica un capítulo, se titula Tania, la periodista.

Sigo recibiendo Newsweek en español. En el canapé donde dormía Yania me acuesto a leer y escuchar la onda corta en el radio. Arreglé la lamparita de Tamila y el salidero del tanque de agua. Me arreglaron la tubería de la cocina, el apartamento está solo, pero limpio.

Dile a Yania que en el cuarto tengo su foto con una flor roja y el Ronaldo brasileño que me pintó. Y, sobre todo, conservo la imagen sobria y serena de ella en la fugaz despedida en el aeropuerto, la tarde del martes 25 de noviembre de 2003. Por el carácter heredado de nuestras familias, tanto la materna como la paterna, no somos de estar demostrando amor y cariño, pero las quiero mucho.

A ti, vieja, no te preocupes, estamos mal, pero vamos bien y al menos no hace frío. Tu hijo Iván.

Foto: Parque Córdoba, a medio camino entre el domicilio de Iván y la casa de la familia de Margarita en el Reparto Sevillano. Tomada de Havana Times.

lunes, 30 de septiembre de 2024

La vigencia de una canción centenaria


Cuando Compay Segundo e Ibrahim Ferrer la lanzaron al mundo con el Buena Vista Social Club, ya ¿Y tú qué has hecho?, de Eusebio Delfín, era una de las canciones favoritas de la trova tradicional. Figura entre las 100 mejores del siglo XX en Cuba.

En Yucatán, México, la conocen por otro título: "En el tronco de un árbol". Es tan popular allí que la gente cree que su autor es yucateco. Se dice que Delfín la escribió en 1924 y la fuente de inspiración habrían sido unos versos encontrados en un calendario.

Anécdotas aparte, ¿Y tú qué has hecho? fue la canción preferida de mi abuelo Quintero, quien en su viejo radio RCA Victor se deleitaba escuchándola en la voz de María Teresa Vera, 'la dama de la canción cubana'.

Lo más probable es que a mi abuelo materno le gustara porque Eusebio Delfín Figueroa era coterráneo suyo. Había nacido también en Palmira, pueblo de Cienfuegos a unos 300 kilómetros al sureste de La Habana. Se llevaban dieciséis años: Delfín nació en 1893 y mi abuelo en 1909.

A diferencia de la gran mayoría de los músicos cubanos de la época, Delfín era de la raza blanca y procedía de una familia adinerada, asistió a los mejores colegios y se graduó como contador. Compaginó su profesión con estudios de guitarra y canto. Por primera vez se presentó en público en 1916, en el Terry, el más importante teatro de Cienfuegos y uno de los principales del país.

Su afición a la música no le impidió trabajar como director del Banco Comercial de Cuba. Ni casarse con Amalia Bacardí Cape, hija de Emilio Bacardí Moreau, industrial, político y escritor, hijo de Don Facundo, el catalán que en 1862 fundara la Casa Bacardí en Santiago de Cuba. Amalia, una santiaguera muy culta, tuvo a su cargo la reedición de la obra cumbre de su padre: Crónicas de Santiago de Cuba, publicada en 1972 por Gráf. Breogán, Madrid.

No tuve oportunidad de oírlo cantar. Eusebio Delfín falleció en La Habana hace 45 años, el 28 abril de 1965, cuatro meses antes de yo nacer. Gracias a Isidoro, 80 años, investigador autodidacta, he sabido que Delfín fue el primer cubano en grabar un disco, en 1923. Era de 78 rpm y de los diez números incluídos, había tres cantados a dúo con Rita Montaner, 'la única', como llamaban a esa mulata que vino al mundo en Guanabacoa, la patria chica de Ernesto Lecuona y Bola de Nieve.

Según el guitarrista y profesor de armonía Vicente González Rubiera (1908-1987), conocido en el mundo artístico por Guyún, a pesar de ser un guitarrista de poca altura, Delfín fue un innovador, al reemplazar el rasgueado de la guitarra hasta entonces utilizado para los acompañamientos, por un esquema más afín a los boleros. El novedoso estilo enseguida cautivó al público y comenzó a ser imitado.

"Tenía voz de barítono, pero su forma natural de interpretar, tuvo mucha aceptación en los años 20, entre los pobres y entre los ricos, quienes le invitaban a cantar en sus fiestas de alcurnia. Eusebio puso de moda la guitarra, instrumento que estaba menospreciado. Como no necesitaba plata para vivir, lo que le pagaban por sus actuaciones, lo donaba para obras de caridad en su provincia", me cuenta Isidoro.

Eusebio Delfín perteneció a la aristocracia criolla, pero no tuvo a menos participar en conciertos de música popular, junto a destacados artistas de entonces, como el polifacético Eduardo Sánchez de Fuentes (1874-1944), autor de obras tan distintas como la habaneraTú, la ópera Yumurí, el ballet Dioné y la cantata Anacaona, y de una decena de libros.

En varias ocasiones, Delfín organizó tómbolas musicales para recaudar fondos benéficos, llegando a reunir más de 200 mil pesos. Bastante dinero, si se tiene en cuenta que desde 1915, cuando por vez primera se acuñó el peso cubano como moneda nacional, éste tuvo el mismo valor del dólar estadounidense. Inclusive, de 1955 a 1959, el peso se cotizó un centavo por encima del dólar.

Con el sello Tumbao, en 2004 se editó un CD con 20 de los temas compuestos por Eusebio Delfín entre 1924 y 1928: ¿Y tú qué has hecho?, Con las alas rotas, Qué boca la tuya, La guinda, Las novias pasadas, Aquella boca, El pobre Adán, Dios lo quiso, Ya has olvidado, Cómo no, Lejos de ti, Presentimiento, Amor, eso es todo, Corazón de roca, Con el alma, Marisa, Tus ojos azules, Guajiras, Isabelita no me quiere y Cabecita rubia, interpretada por el famoso tenor italiano Tito Schipa durante su visita a Cuba en 1924. Dos son poemas musicalizados de poetas españoles: Con las alas rotas, de Mariano Albadalejo, y La guinda, de Pedro Mata.

El célebre palmireño es hoy recordado en la isla en festivales de la canción y concursos de composición musical. Uno de los tres estudios de grabaciones creados por Silvio Rodríguez, lleva su nombre y se encuentra en Cienfuegos -los otros dos, Abdala y Ojalá radican en la capital.

A su última canción, compuesta en 1936, Eusebio Delfín le puso un título premonitorio: Nunca más. Dos décadas después, en 1956, cantó en público por última vez, acompañado de las Hermanas Martí. El último homenaje que recibió en vida fue el 18 septiembre de 1964, siete meses antes de fallecer.

La vigencia de ¿Y tú qué has hecho?, compuesta hace cien años por Eusebio Delfín, queda demostrada en la versión que hicieron el cubano Pablo Milanés y el dominicano José Alberto El Canario.

Iván García

lunes, 23 de septiembre de 2024

"Cuba está completamente destruida"

Conocí a Jaime Suchlicki a principios de este siglo cuando me abrió las puertas del ICCAS (Centro de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos), también llamado Casa Bacardí, de la Universidad de Miami, que dirigió por varias décadas. La institución se encontraba en la calle Brescia de Coral Gables y durante mucho tiempo fue el epicentro de encuentros, presentaciones, debates y otras actividades relacionadas con el exilio cubano en el sur de la Florida.

Allí ofrecí conferencias (una de ellas sobre la música cubana en el exilio, en agosto de 2003), presenté libros de autores (Oscar Espinosa Chepe, Néstor Rodríguez Lobaina, Janisset Rivero, Eyda Machín), mis propios libros (Catalejo en lontananza o Visión crítica de Humberto Calzada), estuve en enero de 2004 presentando a los periodistas franceses de Reporters sans Frontières, dirigidos entonces por Robert Ménard (actual alcalde de Béziers, ciudad meridional de Francia), asistí a eventos organizados por diferentes organizaciones como NACAE y Herencia de la Cultura Cubana, entre ellos un memorable encuentro con Waldo Balart y una conferencia de Emilio Cueto.

La Casa Bacardí, como corrientemente la llamábamos por haber sido esta empresa de origen cubano la que mayor cantidad de fondos aportó para su rehabilitación y puesta en marcha, dejó de funcionar cuando Jaime Suchlicki renunció a dirigirla, después de 50 años al servicio como profesor e investigador de la Universidad de Miami. En realidad, su partida en 2017 fue el pretexto ideal para acabar con uno de los centros más importantes de la cultura cubana en el sur de Florida. Aunque se dijo que el ICCAS no se iba a cerrar, la realidad es que en este lugar, donde durante décadas se llevó a cabo una febril actividad relacionada con Cuba, hoy en día las puertas permanecen cerradas a eventos como los que mencioné.

Jaime retomó entonces el Cuban Studies Institute fuera de la Universidad de Miami y la labor de publicación, recopilación de datos e investigaciones se mantiene viva, esta vez a través de esta organización y sus diferentes colaboradores. Su vida, como la de muchas de las familias judías que se instalaron en Cuba desde principios del siglo XX hasta que el castrismo los obligó a continuar su éxodo, es también la de una joven República exitosa en la que tenían cabida todos los que venían de otras tierras buscando prosperidad y éxito.

¿Puedes contarnos de tus orígenes familiares y de la manera en que Cuba aparece en la vida de tus familiares allegados?

-Nací en 1939 en La Habana Vieja. Mi padre, Salomón Suchlicki, era un judío originario de un pueblo en la frontera entre el imperio de Rusia y Polonia. En 1921, huyendo de la situación política tras el triunfo de los bolcheviques en Rusia y de la inestabilidad económica de la región, llegó a España, cogió el primer barco que pudo y así fue como desembarcó en La Habana. Hay que decir que inmediatamente se sintió muy bien acogido y la población de la isla le pareció amistosa. De modo que allí decidió establecerse y comenzar una nueva vida.

-Viviendo ya en La Habana, donde a lo primero que se dedicó fue a la venta ambulante antes de tener su propia tienda, mi padre conoció a Ana Greinstain, mi madre, también de una familia judía originaria de Polonia y que se había establecido en Buenos Aires (Argentina) y luego en Cuba, en 1909, con la esperanza de llegar un día a Estados Unidos. En la capital cubana se conocieron a través de amistades de la colonia judía que frecuentaban y se casaron. Mi madre, su hermana y dos tíos maternos nacieron en Cuba. Uno de estos, Jaime Greinstain, se implicó en las luchas estudiantiles contra Gerardo Machado y empezó a militar con La Joven Cuba, una organización clandestina fundada por Antonio Guiteras Holmes.

-En 1934, cuando Fulgencio Batista derrocó al gobierno democrático de Ramón Grau San Martín, del que Guiteras era ministro y que se había instaurado tras la caída de Machado, se convirtió en el militar con mayor poder en la Isla y en la persona que gobernaba realmente. Mi tío Jaime, que militaba, como dije, desde la clandestinidad bajo el nombre de Jaime Angulo Terry, fue fusilado por orden de Batista el 11 de abril de 1935, en Santiago de Cuba, en donde fue capturado. Se convirtió así en el primer joven revolucionario que terminó en un paredón por orden de éste y en el primer judío cubano fusilado. ¡Tenía 19 años de edad! Como es lógico, yo no lo conocí pues nací después, pero este trágico episodio familiar marcó mi vida futura y tiene relación directa con mis implicaciones en la lucha contra la dictadura de Batista y mi primer exilio después del golpe de Estado de 1952.

¿Cómo fueron los primeros años de tu vida en La Habana?

-Los primeros años viví en las calles Sol y Aguiar, en La Habana Vieja, frente al antiguo Ministerio de Obras Públicas. Mi padre, antes de montar su propia tienda de souvenirs para turistas era, como ya dije, vendedor ambulante. La escuela primaria la hice en el colegio judío del Centro Israelita de La Habana y los estudios secundarios y bachillerato en el Instituto de La Habana, luego llamado José Martí, que ocupaba una manzana cerca del Parque Central.

-Mi vida fue la de un joven estudiante que cuando llega a la edad de entrar en la Universidad se da cuenta de que con la inestabilidad política engendrada por las luchas estudiantiles contra la dictadura de Fulgencio Batista nada va a ser fácil. Es por eso que intenté estudiar Ciencias Sociales en la Universidad, en 1957, pero como me impliqué inmediatamente en las luchas políticas tuve que exiliarme en 1958, en Nueva York. No hay que olvidar que en la familia la memoria de mi tío materno fusilado estuvo siempre presente. Durante las luchas contra Batista también perdí a amigos y fui parte desde muy joven de grupos clandestinos.

Cuando sucede el golpe militar de 1952 ¿en qué estado consideras que se encontraba la situación política de Cuba?

-Ese golpe militar tiene raíces muy profundas en la historia de Cuba. Las instituciones que se crearon con la instauración de la República después de 1902 no estaban acordes con la historia colonial de la Isla. En 1933, tras la revolución contra Gerardo Machado, hubo cambios políticos profundos. La tradición presidencial del control general del Estado persistió. El Ejército profesional se mantuvo al margen de la política hasta 1934 en que se creó una nueva fuerza militar encabezada por Batista y apoyada por la gente de su círculo estrecho. Y aunque los partidos eran independientes no lograron dominar realmente al Ejército, que actuaba de manera bastante independiente.

-Desafortunadamente, el Partido Ortodoxo que se convirtió en una fuerza política clave a fines de la década de 1940 pierde a su líder Eduardo Chibás y se crea un vacío difícil de cubrir. Hubo una serie de factores que facilitaron el golpe de Estado, entre ellos el desencanto popular. Es la razón por la que cuando Batista da el golpe la gente no se lanza a la calle, excepto los estudiantes. Además, el discurso que utilizó en 1952 auguraba la llegada del orden, el fin de la corrupción y la realización de elecciones. Nada de esto lo cumplió, de modo que el resultado fue lo que ocurrió después y que todavía padecemos. Todo esto ocurrió independientemente de que después de la Segunda Guerra Mundial la economía cubana era un renglón floreciente con una industria nacional descollante.

-Pero ya en 1953, durante el centenario del natalicio de José Martí, se sentía como un bochorno por parte de los cubanos al constatar que lo que estaba sucediendo en la Isla no era lo que había soñado el apóstol, sino un país militarizado, donde tenía cabida la represión y el gansterismo militar. La repercusión psicológica de este golpe fue muy profunda. Hasta 1956 la gente creía que la lucha violenta no era necesaria, pues se pensaba que la vía pacífica era la correcta.

¿Sales al exilio en 1958 y regresas a Cuba tras el triunfo insurreccional de 1959?

-Como muchos, regresé en enero de 1959 esperanzado en el cambio. Tenía 20 años y me propusieron trabajar en el Ministerio del Trabajo. Permanecí en la Isla hasta octubre de 1960, pues me di cuenta de que habíamos salido de una dictadura para caer en otra. Desde las primeras manifestaciones contra Batista, el grupo encabezado por Fidel Castro descollaba por ser el más violento, incluso antes de que la lucha armada se viera como única manera de sacar a los golpistas del poder. Ya le veía venir, pero en 1959 y 1960 todavía no tenía el poder absoluto. De esta manera llegué a Miami, apenas dos años después del primer exilio y aquí he vivido desde entonces. He dedicado gran parte de mi vida a combatir al castrismo desde todas las tribunas en las que he podido manifestarme.

¿Qué hiciste cuando llegaste a Miami?

-Siempre digo en broma, pero no es menos serio: pasar hambre. Al principio compartía un apartamento con cuatro amigos pues mis padres habían permanecido en Cuba con la esperanza de que las cosas se iban a arreglar y de que el gobierno castrista no duraría. Me apunté como voluntario y me entrené para participar en el desembarco de Bahía de Cochinos, pero todo se precipitó y fue demasiado tarde para que pudiera incorporarme realmente.

-El caso fue que, con el descalabro de Bahía de Cochinos, me di cuenta de que tendríamos dictadura para rato y fue entonces que, en junio de 1961, mis padres decidieron salir también de Cuba, así como un medio hermano por parte de padre que era médico. Me inscribí en la Universidad de Miami para estudiar Ciencias Sociales e Historia a fines de 1961. A los tres años terminé el bachelor y obtuve una beca para continuar con una maestría en Historia de América Latina durante año y medio en la Christian University de Texas.

En ese entonces ya estaba casado con Carol, mi esposa norteamericana, y pude terminar mi doctorado en esta institución. En 1964 regresé a Miami para trabajar en el departamento de Historia de la Universidad de Miami, en donde permanecí ininterrumpidamente durante cinco décadas y desde donde he realizado toda mi actividad académica, además de mis investigaciones y he escrito mis libros.

Fuiste el creador del Instituto de Estudios Cubanos en el seno de la Universidad de Miami. ¿Puedes resumir sus inicios y la labor durante cinco décadas?

-El Instituto, no específicamente con las siglas de ICCAS, lo organicé en 1967 y desde entonces comenzó a funcionar como una plataforma académica para estudiar la historia de Cuba, del exilio y de las relaciones con Estados Unidos. Fue siempre un centro prolífico en la publicación de libros, textos, en la creación de bases de datos, la organización de conferencias, la elaboración de materiales fílmicos, entre muchas actividades como simposios y eventos relacionados con la historia cubana. El propio actor cubanoamericano Andy García hizo un documental sobre este tema auspiciado por el Instituto.

-También dirigí el Instituto de Estudios Interamericanos, la cátedra de Estudios Latinoamericanos, ambos en la Universidad de Miami, pues me especialicé en historia de México. Edité la North-South Magazine de esta misma institución, de 1991 a 1994; el Journal of Interamerican Studies and World Affairs, de 1983 a 1997, y fui titular de la Cátedra Emilio Bacardí Moreau entre 1999 y 2017.

-El ICCAS funcionó hasta 2017 en que por desacuerdos con Julio Frenk, presidente de la Universidad de Miami, renuncié. No fue una jubilación como se dijo, sino una renuncia. No deseaba que, con el deshielo iniciado por el gobierno de Obama con respecto a las relaciones con Cuba, el Instituto cambiara de dirección ni de enfoque político.

Tus libros e investigaciones han marcado pautas en cuanto a los estudios políticos de América Latina en general. ¿Pudieras hablarnos de esta parte de tu labor?

-Hasta la fecha, colaboro asiduamente con El Nuevo Herald y The Miami Herald. He publicado numerosos ensayos sobre las relaciones de Cuba con el terrorismo, con el Irán de los ayatolas, temas relacionados con el embargo, las condiciones laborales en la Isla, los intercambios académicos entre Estados Unidos y Cuba, las cuestiones migratorias, la presencia rusa en la Isla, el tema venezolano, los vínculos de La Habana con la Unión Europea, la crisis de los misiles y muchos más.

-Por otra parte, mi libro Breve Historia de Cuba ha sido reeditado varias veces pues sirve de referencia en muchas escuelas. También publiqué Cuban Communism (once ediciones ya), Cuba: From Columbus to Castro, Mexico: From Montezuma to the Rise of the PAN (tres ediciones), The Cuban Economy: Dependency and Development (junto a Antonio Jorge, en 1990), The Cuban Military: Status and Outlooks, Cuban Foreign Policy: The New Internationalism (junto a Damián J. Fernández), Los problemas de la sucesión en Cuba y muchos más. El primero de todos data de 1968 y se titula The Cuban Revolution: A Documentary Bibliography, 1952-1968, publicado en 1968 por el Center for Advanced International Studies.

-He contribuido en muchas enciclopedias publicadas, entre otras, por la Universidad Oxford, y realizado varias investigaciones sobre las relaciones entre la Unión Soviética y América Latina, así como la penetración de Moscú en el continente. También obtuve subvenciones del gobierno norteamericano para estudiar la transición en Cuba junto a destacados cubanólogos como Carmelo Mesa-Lago, Edward González, Antonio Jorge, Ernesto F. Betancourt, Jorge I. Domínguez, Carlos Alberto Montaner, entre otros.

-Asimismo, organicé varios eventos como el seminario “Transición o Sucesión en Cuba” (Panamá, 2010), el de “Cuba Under Raul: Domestic and Foreign Policies” en Bucarest (Rumania) y sobre este mismo tema en Madrid. Creé el seminario “La experiencia de la transición checa” en colaboración con el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Checa y la organización People in Need, y otros de temas similares en Buenos Aires, Costa Rica, Guatemala, Jamaica, Ecuador, República Dominicana y diferentes lugares de Estados Unidos como Fort Lauderdale, Washington y, sobre todo, en la sede del ICCAS en Coral Gables.

¿Has vuelto a la Isla?

-Nunca volví desde mi salida en 1960 hace casi 64 años. Primero, porque no voy a un sitio donde existe una dictadura y donde nunca han ocurrido elecciones libres desde hace más de seis décadas. Segundo, porque con mis antecedentes probablemente no me dejen entrar y se me dejan, no me dejarían salir. Ni mi esposa Carol (nacida en Rhode Island) ni mis tres hijos nacidos en Miami (Michael, Kevin y Joy) han ido nunca a Cuba. Eso no ha sido una razón para impedir que en casa todos hablen español.

¿Qué piensas del futuro de Cuba?

-El futuro de la Isla lo veo muy complicado a largo plazo. Cuba está completamente destruida y el cambio será largo y difícil. En Miami hay una comunidad enorme, cada día más numerosa, deseosa en que haya un cambio radical. Aunque ahora hay menos interés por el tema de Cuba que durante las tres primeras décadas de exilio, casi todos que viven en el sur de Florida desean que ocurra un cambio drástico y que el país se encamine hacia un sistema democrático. ¿Cuántas generaciones de cubanoamericanos hay ya en Florida? Por lo menos tres. Nuestra historia contemporánea ha sido muy lamentable y creo que esta larga pesadilla debería terminar ya.

William Navarrete
Texto y foto: Cubanet, 17 de junio de 2024.

lunes, 16 de septiembre de 2024

El antiguo distrito financiero de La Habana

El puerto de La Habana fue durante mucho tiempo la llave de la economía de la ciudad. Vehículo de comercio fundamental, definió su desarrollo urbano, industrial y cultural. Su entorno fue el hogar de las principales compañías comercializadoras del país, de agencias de seguros y, a inicios del siglo XX, de la banca. Entonces resultaba más que conveniente instalar oficina donde se efectuaba la mayor parte de los negocios. Por lo que, a medida que la clase alta trasladaba su domicilio lejos de la vorágine del centro histórico, crecía el número de compañías que establecían allí su sede. A escala urbana esto tuvo su expresión en la sustitución de viviendas y comercios por monumentales edificios de emporios financieros. Los nuevos bancos y comercios revalorizaron el espacio colindante al puerto, perfilando aún más su carácter.

La gran inyección de capital que recibió la industria cubana al iniciar la República, multiplicó la presencia de sucursales bancarias cubanas y extranjeras, que facilitaron el crédito para poner en marcha nuevos espacios productivos y modernizar los existentes. Así empezó a crecer en altura La Habana Vieja, mucho más de la cota que habían marcado los palacetes decimonónicos.

Una buena parte de las instituciones asumieron la forma del rascacielos norteamericano y sus sistemas constructivos, mostrándose como verdaderos alcázares financieros que dominaron la ciudad. De conjunto definieron una especie de distrito entre las calles O'Reilly, Compostela, Amargura y Mercaderes, destacando la calle Aguiar como pequeño Wall Street habanero con una docena de instituciones financieras en solo cinco cuadras, entre Empedrado y Amargura.

El primero construido fue el banco H. Upmann (1902-1904), en la esquina de Mercaderes y Amargura. Respondía a los bancos propiedad de comerciantes que, como consecuencia natural de sus operaciones, daban crédito a sus clientes —por lo general hacendados— para la compra de los productos que ofrecían, cuyas deudas eran saldadas después de la cosecha. Otros comerciantes-banqueros fueron Narciso Gelats, quien venía de la industria naviera, y las familias Pedroso, Mendoza, Astorqui, Zaldo y Gómez Mena. En el caso del asturiano Juan Antonio Bances, fue a la inversa, provenía de la banca, instaló oficina en 1853 en Obispo 117-119, y terminó invirtiendo en la industria tabacalera con reconocidas marcas de puros. Se dice que su oficina fue la primera en sistematizar el envío de remesas hacia Asturias en el siglo XIX.

Algunos se instalaron en viviendas que remozaron como casa bancaria, otros rentaron oficinas dentro de otras sucursales y otros construyeron su propia sede, en las que no escatimaron en usar materiales modernos y lujosos, y una iconografía asociada a la función que representaban. Cada uno es expresión del crecimiento del negocio familiar expandido hacia la banca, cuyo éxito a veces conllevó la construcción de otra sede más grande y moderna. Es el caso del Banco Pedroso, cuyo primer inmueble, de 1913, es el edificio de dos plantas de Aguiar 305, entre Obispo y O’Reilly, con iconografía clásica para distinguir el poder económico, la seguridad y estabilidad de la compañía. En la década de 1950 fue sede del Banco Hispanocubano, pues el Banco Pedroso se había construido otro edificio racionalista en Aguiar y Empedrado. Con él ganaba amplitud, se actualizaba a los códigos modernos y permanecía en el centro neurálgico del comercio. En 1958, estableció una sucursal dentro del hotel Havana Hilton.

En las dos primeras décadas del siglo XX, era importante que el edificio bancario manifestara desde su fachada el poder y seguridad de la compañía. Por eso se emplearon códigos clásicos dentro de un diseño ecléctico que hizo recurrente el uso de frontones, columnas, medallones, cornucopias, etc. Incluso pueden verse arcos de triunfo conformando la fachada de la primera sede del Royal Bank of Canada (1903-1904), luego Bolsa de La Habana en Obrapía 257; y en la portada del Banco de La Habana (1915), en Cuba 314.

Todo ello unido al empleo de materiales lujosos que hacían referencia al poder económico de la institución. Fue notable la herrería de hierro forjado, los lucernarios, los pavimentos de mármol, la luminaria de bronce, los bellos mostradores de maderas preciosas y las majestuosas puertas. Las del Banco H. Upmann, por ejemplo, están elaboradas en una sola pieza de caoba, traída especialmente del Cauto.

Como este, otros bancos se integraron a la escala de la ciudad decimonónica con un diseño apaisado: la Bolsa de La Habana (1904), el Banco Gelats (1908-1910), The Trust Company of Cuba (1911-1913), el Banco de La Habana (1913-1915), el Banco Mendoza (1915) y The National City Bank of New York (1923-1925). Otros optaron por ganar en altura, beneficiándose de una mejor iluminación y ventilación y sacando provecho de las parcelas con múltiples espacios de alquiler, todo convenientemente conectado por modernos ascensores eléctricos de tecnología estadounidense. Sin embargo, crearon un desbalance a escala urbana, al no existir correspondencia entre la altura del edificio y el ancho de la calle.

Incluso estas torres asumieron la estética clasicista, haciendo énfasis en la decoración de la planta baja y del cornisamento. A manera de columna, el cuerpo central quedaba despejado, marcado por el ritmo de las ventanas. Entre estos exponentes herederos de las escuelas de Chicago y Nueva York estuvieron el Banco Nacional de Cuba (1907-1909), The Bank of Nova Scotia (1914), The Royal Bank of Canada (1917-1919), el Banco Gómez Mena (1918), el Banco de La Libertad (1918-1919), el Banco Comercial de Cuba (1918-1921) y The Canadian Bank of Commerce (1923).

Durante la primera mitad del XX, algunos bancos se refundieron pero los inmuebles siempre mantuvieron su función original. La crisis de 1920 hizo quebrar algunos como el Bances y el Banco de La Habana, antes de Zaldo y Cía. La sede de este último fue comprada por The National City Bank of New York, quien al igual que otras empresas extranjeras mantuvieron su poder financiero en una época tan difícil para la economía cubana. Este banco no solo compró el inmueble, sino que le hizo reformas, y en 1925 se construyó su casa matriz en O’Reilly entre Compostela y Aguacate, donde antes estuvo el convento Santa Catalina.

De más está decir que este movimiento económico pereció hace muchas décadas, en las que estas joyas de la arquitectura habanera han sobrevivido con distinto grado de conservación, y salvo casos excepcionales han conservado las funciones bancarias (H. Upmann, Gelats y The Trust Company). Algunas han sido adaptadas con fines muy diversos, como el Banco Pedroso, por mucho tiempo policlínico y hoy Dirección Municipal de la Vivienda y albergue; el Banco de La Habana, como Empresa de Seguros Internacionales, y el Banco de Nueva Escocia, actual sede del Tribunal Supremo. Otros han sido rehabilitados como instituciones culturales, como el Banco Mendoza, actual museo Numismático, y el Gómez Mena, sede del Instituto Cubano del Libro.

Por otra parte, la fiebre hotelera de GAESA, grupo empresarial de las Fuerzas Armadas, ha puesto su garra sobre antiguos colosos del centro histórico como las antiguas sedes del Banco Nacional de Cuba y el National City Bank of New York. Hoy son manifestación de un emporio bien distinto, que lamentablemente no tributa ni al desarrollo de la bahía ni de la ciudad.

Yaneli Leal
Diario de Cuba, 30 de junio de 2024.

Foto: Sucursal que tuvo The Bank of Nova Scotia en la calle Aguiar 307 entre Obrapía y Obispo, Habana Vieja. Actualmente es sede del Tribunal Supremo Popular de la República. Tomada de Diario de Cuba.