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lunes, 16 de septiembre de 2024

El antiguo distrito financiero de La Habana

El puerto de La Habana fue durante mucho tiempo la llave de la economía de la ciudad. Vehículo de comercio fundamental, definió su desarrollo urbano, industrial y cultural. Su entorno fue el hogar de las principales compañías comercializadoras del país, de agencias de seguros y, a inicios del siglo XX, de la banca. Entonces resultaba más que conveniente instalar oficina donde se efectuaba la mayor parte de los negocios. Por lo que, a medida que la clase alta trasladaba su domicilio lejos de la vorágine del centro histórico, crecía el número de compañías que establecían allí su sede. A escala urbana esto tuvo su expresión en la sustitución de viviendas y comercios por monumentales edificios de emporios financieros. Los nuevos bancos y comercios revalorizaron el espacio colindante al puerto, perfilando aún más su carácter.

La gran inyección de capital que recibió la industria cubana al iniciar la República, multiplicó la presencia de sucursales bancarias cubanas y extranjeras, que facilitaron el crédito para poner en marcha nuevos espacios productivos y modernizar los existentes. Así empezó a crecer en altura La Habana Vieja, mucho más de la cota que habían marcado los palacetes decimonónicos.

Una buena parte de las instituciones asumieron la forma del rascacielos norteamericano y sus sistemas constructivos, mostrándose como verdaderos alcázares financieros que dominaron la ciudad. De conjunto definieron una especie de distrito entre las calles O'Reilly, Compostela, Amargura y Mercaderes, destacando la calle Aguiar como pequeño Wall Street habanero con una docena de instituciones financieras en solo cinco cuadras, entre Empedrado y Amargura.

El primero construido fue el banco H. Upmann (1902-1904), en la esquina de Mercaderes y Amargura. Respondía a los bancos propiedad de comerciantes que, como consecuencia natural de sus operaciones, daban crédito a sus clientes —por lo general hacendados— para la compra de los productos que ofrecían, cuyas deudas eran saldadas después de la cosecha. Otros comerciantes-banqueros fueron Narciso Gelats, quien venía de la industria naviera, y las familias Pedroso, Mendoza, Astorqui, Zaldo y Gómez Mena. En el caso del asturiano Juan Antonio Bances, fue a la inversa, provenía de la banca, instaló oficina en 1853 en Obispo 117-119, y terminó invirtiendo en la industria tabacalera con reconocidas marcas de puros. Se dice que su oficina fue la primera en sistematizar el envío de remesas hacia Asturias en el siglo XIX.

Algunos se instalaron en viviendas que remozaron como casa bancaria, otros rentaron oficinas dentro de otras sucursales y otros construyeron su propia sede, en las que no escatimaron en usar materiales modernos y lujosos, y una iconografía asociada a la función que representaban. Cada uno es expresión del crecimiento del negocio familiar expandido hacia la banca, cuyo éxito a veces conllevó la construcción de otra sede más grande y moderna. Es el caso del Banco Pedroso, cuyo primer inmueble, de 1913, es el edificio de dos plantas de Aguiar 305, entre Obispo y O’Reilly, con iconografía clásica para distinguir el poder económico, la seguridad y estabilidad de la compañía. En la década de 1950 fue sede del Banco Hispanocubano, pues el Banco Pedroso se había construido otro edificio racionalista en Aguiar y Empedrado. Con él ganaba amplitud, se actualizaba a los códigos modernos y permanecía en el centro neurálgico del comercio. En 1958, estableció una sucursal dentro del hotel Havana Hilton.

En las dos primeras décadas del siglo XX, era importante que el edificio bancario manifestara desde su fachada el poder y seguridad de la compañía. Por eso se emplearon códigos clásicos dentro de un diseño ecléctico que hizo recurrente el uso de frontones, columnas, medallones, cornucopias, etc. Incluso pueden verse arcos de triunfo conformando la fachada de la primera sede del Royal Bank of Canada (1903-1904), luego Bolsa de La Habana en Obrapía 257; y en la portada del Banco de La Habana (1915), en Cuba 314.

Todo ello unido al empleo de materiales lujosos que hacían referencia al poder económico de la institución. Fue notable la herrería de hierro forjado, los lucernarios, los pavimentos de mármol, la luminaria de bronce, los bellos mostradores de maderas preciosas y las majestuosas puertas. Las del Banco H. Upmann, por ejemplo, están elaboradas en una sola pieza de caoba, traída especialmente del Cauto.

Como este, otros bancos se integraron a la escala de la ciudad decimonónica con un diseño apaisado: la Bolsa de La Habana (1904), el Banco Gelats (1908-1910), The Trust Company of Cuba (1911-1913), el Banco de La Habana (1913-1915), el Banco Mendoza (1915) y The National City Bank of New York (1923-1925). Otros optaron por ganar en altura, beneficiándose de una mejor iluminación y ventilación y sacando provecho de las parcelas con múltiples espacios de alquiler, todo convenientemente conectado por modernos ascensores eléctricos de tecnología estadounidense. Sin embargo, crearon un desbalance a escala urbana, al no existir correspondencia entre la altura del edificio y el ancho de la calle.

Incluso estas torres asumieron la estética clasicista, haciendo énfasis en la decoración de la planta baja y del cornisamento. A manera de columna, el cuerpo central quedaba despejado, marcado por el ritmo de las ventanas. Entre estos exponentes herederos de las escuelas de Chicago y Nueva York estuvieron el Banco Nacional de Cuba (1907-1909), The Bank of Nova Scotia (1914), The Royal Bank of Canada (1917-1919), el Banco Gómez Mena (1918), el Banco de La Libertad (1918-1919), el Banco Comercial de Cuba (1918-1921) y The Canadian Bank of Commerce (1923).

Durante la primera mitad del XX, algunos bancos se refundieron pero los inmuebles siempre mantuvieron su función original. La crisis de 1920 hizo quebrar algunos como el Bances y el Banco de La Habana, antes de Zaldo y Cía. La sede de este último fue comprada por The National City Bank of New York, quien al igual que otras empresas extranjeras mantuvieron su poder financiero en una época tan difícil para la economía cubana. Este banco no solo compró el inmueble, sino que le hizo reformas, y en 1925 se construyó su casa matriz en O’Reilly entre Compostela y Aguacate, donde antes estuvo el convento Santa Catalina.

De más está decir que este movimiento económico pereció hace muchas décadas, en las que estas joyas de la arquitectura habanera han sobrevivido con distinto grado de conservación, y salvo casos excepcionales han conservado las funciones bancarias (H. Upmann, Gelats y The Trust Company). Algunas han sido adaptadas con fines muy diversos, como el Banco Pedroso, por mucho tiempo policlínico y hoy Dirección Municipal de la Vivienda y albergue; el Banco de La Habana, como Empresa de Seguros Internacionales, y el Banco de Nueva Escocia, actual sede del Tribunal Supremo. Otros han sido rehabilitados como instituciones culturales, como el Banco Mendoza, actual museo Numismático, y el Gómez Mena, sede del Instituto Cubano del Libro.

Por otra parte, la fiebre hotelera de GAESA, grupo empresarial de las Fuerzas Armadas, ha puesto su garra sobre antiguos colosos del centro histórico como las antiguas sedes del Banco Nacional de Cuba y el National City Bank of New York. Hoy son manifestación de un emporio bien distinto, que lamentablemente no tributa ni al desarrollo de la bahía ni de la ciudad.

Yaneli Leal
Diario de Cuba, 30 de junio de 2024.

Foto: Sucursal que tuvo The Bank of Nova Scotia en la calle Aguiar 307 entre Obrapía y Obispo, Habana Vieja. Actualmente es sede del Tribunal Supremo Popular de la República. Tomada de Diario de Cuba.

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