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lunes, 10 de junio de 2024

"Los 20 años de cárcel me dieron más fuerza para combatir al castrismo"

Conocí a Ángel De Fana en uno de los viajes a París que organizó a principios de este siglo MAR por Cuba, organización integrada por exiliadas cubanas y dirigida por Sylvia Iriondo. Viajaban entonces a la capital francesa, acompañadas con exprisioneros políticos cubanos, con el objetivo de alertar a diputados, senadores y ministros de Francia sobre la situación de opositores que cumplían largas condenas en las prisiones de la Isla.

Por supuesto, antes de conocer a Ángel De Fana, ya había oído hablar de los “plantados” y “plantadas”, quienes solo tuvieron su propio cuerpo como arma de protesta contra los atropellos. Muchos de ellos permanecieron desnudos durante años, repitiendo huelgas de hambre y recibiendo todo tipo de castigos. Sin embargo, a los “plantados” no se les conoce suficientemente, aun cuando muchos de ellos han sido durante mucho tiempo los prisioneros políticos que más tiempo han vivido detrás de los barrotes.

Las comparaciones son inevitables. Y aunque tampoco se trate de poner a competir a nadie, cabe recordar que, a alguien como Nelson Mandela cuyo legítimo combate no deja lugar a dudas y quien sufrió bajo el régimen racista sudafricano 27 años de prisión, se le cita a menudo como la persona de más largo presidio político en la historia. En cambio, se olvidan siempre de mencionar que ese triste récord le correspondió durante mucho tiempo a un prisionero político cubano: Mario Chanes de Armas, apenas mencionado, quien vivió 30 años de cautiverio detrás de las rejas del castrismo entre 1960 y 1991. Y que durante su largo y penoso encierro fallecieron sus padres, su único hijo y su hermano sin que le permitieran despedirse de ellos.

Ángel De Fana es un testigo de primer orden de todos esos años de atropellos del régimen castrista contra la población civil. Compañeros de cautiverio tuvo muchos; por eso es una memoria viva de esas dos primeras décadas del castrismo, cuando las mazmorras estaban repletas de hombres y mujeres que el régimen acusaba y condenaba a 20 y 30 años de prisión, que se repartían como si de una rifa se tratase, sin leyes, sin respeto de un código penal legítimo, sin miramientos.

Agradezco a Miguel Sales, escritor, traductor y también preso político, compañero de prisión de Ángel De Fana por más de una década, su insistencia para que no dejara fuera de esta serie de entrevistas a los “plantados”. “Ángel, por modestia, no te lo dirá, pero es también un excelente dibujante, toca la guitarra, canta muy bien y escribe poesía, además de ser un gran conocedor de la poesía hispanoamericana y de haber sido el alma de la comunidad católica en el presidio político”, asegura Sales, a quien le agradezco porque, en efecto, el entrevistado no evocó ninguno de estos temas.

Pensaba que la empresa me superaría porque no es justo reducir a unas pocas cuartillas más de 20 años de oprobio sufridos en carne propia por una sola persona. He tratado de hacerlo a sabiendas de que la vida de hombres como este no se resume en una entrevista. El horror supera el esfuerzo de contarlo. La vivencia, cualquier testimonio.

¿Dónde naciste y cuáles son tus orígenes familiares?

-Nací en 1939 en la Calzada de Diez de Octubre, exactamente en un solar de la Esquina de Toyo, entonces perteneciente a la barriada de Jesús del Monte, pero luego la familia se mudó para la calle Mangos, mucho más cerca de la iglesia de Jesús del Monte. Era un barrio popular y mi extracción social fue humilde. Mi padre, Manuel De Fana Valdés, era zapatero y tenía la responsabilidad de alimentar y educar a nueve hijos. Mi madre, Blanca Serrano Ceballos, natural de Pedro Betancourt, en la provincia de Matanzas, era ama de casa y, ocasionalmente, despalilladora de tabaco en la fábrica La Corona.

¿Qué recuerdos tienes de tu primera formación?

-Estudié primero en la Escuela Pública N° 87, República de Guatemala, en la Calzada de Luyanó. La enseñanza era muy buena y nos llevaban a actividades fuera del centro. Recuerdo perfectamente cuando en 1951 trajeron los restos de José Joaquín Palma, escritor cubano que había sido el autor del Himno Nacional de Guatemala, fallecido en 1911 en ese país centroamericano, y los depositaron en el Capitolio Nacional. A todos los alumnos de mi escuela nos llevaron para que participáramos en aquel homenaje. Los estudios secundarios los cursé en la Superior N° 8 Enrique José Varona, que quedaba frente al Instituto de La Víbora, en Carmen y Párraga. No estudié bachillerato porque tuve que ponerme a trabajar, pero obtuve una beca en la sucursal de la Havana Business Academy en Diez de Octubre. Allí por las noches estudié inglés, mecanografía, taquigrafía y contabilidad.

Me dices que tuviste que ponerte a trabajar muy joven. ¿Cuál fue tu primer trabajo?

-En 1957 me había postulado para trabajar en el Banco Franco-Cubano. Tenía 18 años y fui aprobado. Pero acababa de ocurrir el ataque al Palacio Presidencial y todo se paralizó. No podía esperar y como mi padre laboraba en una fábrica de calzado que se llamaba Midnight Shoes, propiedad de German Lamazares, que surtía a grandes almacenes como El Encanto, Flogar y La Época, entre otros, me recomendaron para un puesto en las oficinas. Así fue como entré en aquella fábrica que se encontraba a unos metros de la Vía Blanca, en el Barrio Obrero. Al principio era el ayudante de José María Sales, un catalán que era el viajante de la empresa. Pero cuando él se fue, me quedé como jefe, con secretaria y todo.

Era una época convulsa en Cuba pues se estaba gestando el movimiento antibatistiano. ¿Tuviste algo que ver con estas luchas?

-En mi familia nadie participó en las gestas revolucionarias, excepto durante el machadato, cuando mi padre estuvo seis meses preso en el Castillo del Príncipe, en La Habana, por haber estado implicado en el movimiento sindicalista. Esto no impidió que desde enero de 1959 se diera cuenta de que castrismo y comunismo eran la misma cosa.

¿Cómo viviste los primeros años posteriores al 1 de enero de 1959?

-En aquel momento, Lamazares había comprado un local en Industria y San José, detrás del Capitolio, que funcionaba como peletería. Lo administraba el catalán que anteriormente había sido mi jefe en la oficina. Aunque hubiera podido quedarme en la fábrica, decidí irme para aquella peletería, con un sueldo fabuloso: 300 pesos mensuales, que entonces te permitía tener una situación holgada. Pero en 1961 la fábrica fue confiscada.

¿En esa época militabas ya contra el régimen castrista?

-En 1960 integré el Movimiento Demócrata Martiano (MDC) cuyo jefe era Bernardo Corrales, excapitán del Ejército Rebelde durante las luchas clandestinas en la capital. Me incorporé como miembro de la brigada de acción y sabotaje. Cuando le dieron aquel famoso mitin de repudio a Luis Conte Agüero en la Universidad de La Habana, me di cuenta de que había que hacer algo contra el régimen. En el MDC me introdujo Armando Ardavín, que vivía en mi propio barrio. Mi función era repartir propaganda contra el régimen y poner explosivos en diferentes lugares, evitando herir o matar a las personas que pudieran encontrarse in situ. Puse un petardo en el baño del club San Carlos, una vez que estaba cantando Tito Gómez con la Orquesta Riverside. También puse otro en el Hotel Riviera, mientras en el lobby estaban sentados oficiales del Ejército Rebelde. Ya a fines de 1961 habían caído presos varios miembros del MDC y habían fusilado a Bernardo Corrales. Por eso me nombran secretario de finanzas y entré en el ejecutivo del movimiento.

¿Fue cuando te detuvieron y enjuiciaron?

-En mayo de 1962 el grupo de acción y sabotaje de San Miguel del Padrón tenía por misión desarmar a la mayor cantidad posible de milicianos con el objetivo de requisar armas y enviárselas a los alzados que operaban en la zona de Güines, y también en las montañas del Escambray. Yo oupaba el puesto de coordinador nacional del movimiento, en lugar de Manolito Arias, quien acababa de asilarse en la Embajada de Uruguay. La acción por la que me detienen tuvo lugar en la Quinta La Balear, donde había que desarmar a dos milicianos que cuidaban el lugar, pero los milicianos se resistieron y hubo cruce de disparos. Felipe Hernández, de nuestro grupo, recibió un balazo en el cuello y Gustavo Bencomo, otro compañero, en el brazo. En esa acción también participaron Ramón Navas y Roberto Hernández, alias El Bolo. En el bando contrario, Aneiro Subirá, uno de los milicianos, murió. Los heridos nuestros se refugiaron en la casa de Miguel Cantón, integrante del movimiento, que vivía en La Víbora. En aquel momento, me avisan y me piden que consiga a un médico que cure a los heridos. Lo conseguí y lo llevé hasta la casa de Cantón. Cuando por la mañana regresé a mi casa, la noticia de la muerte de Aneiro Subirá ya la estaban dando por Radio Reloj y había sido publicada en el periódico Hoy.

¿Cómo descubren tu participación en las acciones?

-Nuestro movimiento había sido infiltrado por el actor Carlos Moctezuma, conocido más tarde por su personaje de “Ñico Rutina” en la televisión cubana. La participación de este individuo como chivato pagado por el G-2, como se llamaba la Seguridad del Estado, quedó evidenciada cuando dos décadas después recibió honores y condecoraciones oficiales por su labor de topo. Él había visto a los heridos y a todos los que habíamos pasado por la casa de Cantón. Al día siguiente llegaron los del G-2 y capturaron a los heridos y acompañantes que se encontraban en la vivienda. A todos les hicieron un juicio expeditivo y el gobierno, para despistar sobre la labor del chivato, hizo creer públicamente que el éxito de la operación se había debido a la actuación del CDR. A todos, entre ellos a Felipe Hernández, Ramón Navas, Gustavo Bencomo y a Miguel Cantón, los condenaron a 30 años, excepto a los padres y hermanas de Cantó, que los condenaron a 9 años de prisión. Esteban Ferreiro, presente en el momento de la detención, igualmente fue condenado.

¿A ti no te detuvieron entonces?

-No, yo no estaba en la casa con los heridos cuando fueron detenidos. No podían probar mi participación directa y ninguno de los compañeros delató a los restantes miembros del grupo. Pero poco después, en agosto de 1962, me casé en la Iglesia del Carmen, en la calle Infanta, con Carmen Miranda, sobrina del que había sido dueño de la fábrica, a quien solo le quedaba la peletería en la cual yo trabajaba. Al salir del altar, en la puerta de la misma iglesia, me encontré al tal Carlos Moctezuma. Es que él y otros artistas de la antigua CMQ, habían querido entrar en el MDC para supuestamente ayudar en la lucha contra el castrismo. Pero en su caso, estaba allí para vigilar e informar, cosa que entonces no sabíamos. El 10 de septiembre, un mes después, vivía ya en Lawton y me encontraba en la peletería trabajando, cuando se presentaron dos agentes del G-2 que me pidieron que los acompañara. Me llevaron caminando hasta la calle San Rafael donde esperaba un auto de civil. Me montaron y me condujeron a la sede de la Seguridad del Estado, en 5ta. Avenida y 14, Miramar. En la peletería yo escondía una pistola. Enterado de mi detención, Israel Ibáñez, otro compañero, fue a recogerla y estando en la peletería, buscando la pistola, llegaron esbirros del G-2. Ibáñez logró esconderse y permaneció encerrado en el local hasta por la noche. Cuando logró salir, regresó a buscar los libros de finanzas, se aparecieron de nuevo los del G-2 y lo detienen.

¿Qué sucede entonces en la sede del G-2?

-Me someten a interrogatorios y solo admito que me ocupaba de las finanzas. A los siete días de estar detenido me ponen una capucha, me montan en un jeep y me trasladan a un sitio que, calculando por la trayectoria, debía de hallarse a una hora en auto de La Habana. A ese sitio los que estuvimos presos allí, le decíamos Las Cabañitas, pero hasta el día de hoy, nadie ha podido determinar su localización exacta. Allí me pusieron en una celda que parecía haber sido una caballeriza, sin cama ni nada. Para cada interrogatorio me ponían la capucha y me conducían desnudo por una escalera de caracol hasta una oficina. Durante los interrogatorios hicieron todo lo posible por vincularme al movimiento y a la causa de los detenidos del 30 de agosto de 1962, un levantamiento abortado en el que participaron militares y civiles en toda la Isla, algunos de los cuales habían sido fusilados. Pero cuando me juzgan a mí, en el contexto internacional, la opinión pública comenzaba a ser muy desfavorable al castrismo por los muchos fusilamientos efectuados y en septiembre de 1962 decidieron pararlos.

¿En qué momento te juzgan y cómo se desarrollaron los hechos?

-De mi causa formaban parte Frank Quesada e Israel Ibáñez. Nos condujeron a La Cabaña y nos procesaron junto a detenidos de otras dos causas. En el caso de la nuestra nunca tuvimos la petición fiscal, o sea, el documento obligatorio en que se formaliza la acusación. Esto fue en abril de 1963, es decir, siete meses después de mi arresto. Cuando salimos del juicio, con una cuchilla de afeitar que tenía escondida, Frank Quesada, que había quedado pendiente de fusilamiento, intenta cortarse las venas. Iba delante de nosotros cuando lo hizo. Lo llevan entonces a la enfermería y a Israel y a mí nos ponen entonces en las galeras especiales. En ese momento tenía lugar también el juicio contra Julio Hernández Rojo, del Directorio Revolucionario Estudiantil. Cuando terminó, colocaron a todos los acusados en las galeras donde por las noche rezábamos el rosario.

-Como Hernández Rojo tenía influencias en el exterior, hubo grandes mediaciones para que no lo fusilaran y es por eso que aquel día no hubo ningún condenado a fusilamiento. Esa misma noche a mí y a Israel nos sacaron y nos llevaron a lo que se llamaba “El Botiquín”, al final del patio, donde estaba la oficina del director del penal. Fue quien nos entregó la sentencia de los dos: 20 años de cárcel. A mí me acusaban de ser el autor intelectual del asesinato del miliciano de la Quinta La Balear y de poseer explosivos. Dos acusaciones falsas, por supuesto. Recuerdo que cuando me conducían de regreso a la galera, un guardia me interpeló para que le diera gracias a la Revolución por haber sido tan generosa y no haberme fusilado. Entonces le respondí: “A la Revolución no tengo nada que agradecer, sino a Dios”. Y me dio un planazo. Vivimos meses en las galeras de La Cabaña, con más detenidos que el espacio del que disponíamos para acostarnos en el suelo, por eso teníamos que turnarnos para dormir.

Comienza entonces para ti el largo periodo de 20 años de prisión en las mazmorras del castrismo…

-Veinte largos años en que estuve en unas seis prisiones: La Cabaña, Isla de Pinos, Guanajay, el Combinado del Este, que inauguré, por decirlo de algún modo, Boniato y Boniatico en Santiago de Cuba. En julio de 1963, me condujeron al antiguo Presidio Modelo de Isla de Pinos, una prisión que tenía cuatro edificios circulares con un panóptico en el medio de cada uno. Allí vivíamos unos 5 mil presos. Solo en La Cabaña tuve una vez la visita directa de mi esposa, porque después, en Isla de Pinos, nos pusieron una doble reja entre nosotros y nuestros visitantes. Como nos negamos a aceptar las visitas en esas condiciones, mi esposa no pudo seguir visitándome. Fue entonces que, a cambio de quitarnos las rejas, inventaron el plan de trabajo forzado. Mi esposa me escribía entonces para que aceptara la rehabilitación, o sea, ir a trabajar a cambio de un aligeramiento de las condiciones carcelarias. Yo le contestaba por telegrama pidiéndole el divorcio, cosa que terminó aceptando. Los tres primeros “plantados” del presidio político bajo el castrismo que se negaron a formar parte de trabajos forzados fueron Alfredo Izaguirre Rivas, Emilio Adolfo Rivero Caro y Onirio Nerín Sánchez. Por oponerse los llevaban a un sitio llamado La Mojonera, repleto de aguas albañales y excrementos, donde los metían y les caían a golpes. Cuando en 1966 cerraron el Presidio Modelo de Isla de Pinos, me llevaron de vuelta a La Cabaña.

Me imagino que contar 20 años de prisión, con todos los atropellos y las humillaciones, no solo es tarea difícil, sino casi imposible de delimitar en el tiempo…

-En efecto. Hay hechos puntuales que uno recuerda y puede precisar, pero otros forman parte de una amalgama de sensaciones y recuerdos. En Isla de Pinos, por ejemplo, la vida en el penal se organizó de diferentes modos. Gracias a las visitas, a veces esporádicas y, en muchas ocasiones denegadas, lográbamos conseguir el papel para hacer un periódico interno con las noticias más relevantes. A ese periodiquito le llamamos El Poney Express. Hay que decir que entre los presos había gente de diferentes profesiones y oficios, excelentes técnicos, personas instruidas, capaces de fabricar pieza a pieza un radiorreceptor gracias al cual captábamos La Voz de América y, luego, los encargados de redactar (en una época fui uno de los redactores) hacer un resumen para que las noticias pudieran circular entre los restantes presos. En el Combinado del Este, a partir de 1977, los presos lograron introducir clandestinamente una pequeña radio y reconstruir la red del Poney Express. Quienes conocían lenguas extranjeras como Miguel Sales y Eleno Oviedo escuchaban las noticias y, después otros, como Ernesto Díaz, que tenía muy buena caligrafía, o yo, las transcribíamos y copiábamos. El periódico circulaba diariamente y llegaba a todas las celdas del presidio político. El sistema siguió funcionando incluso después de 1980, cuando la mayoría de los “plantados” fuimos trasladados a la prisión de Boniato.

-Cuando nos sacaron de Isla de Pinos, los del grupo nuestro dijimos que no pensábamos trabajar nunca más y que no aceptábamos la disciplina. En 1967, estando de vuelta en La Cabaña, decidieron cambiar los uniformes amarillos de presos políticos que llevábamos por los azules de los presos comunes o rehabilitados. A quienes nos negamos a llevar el uniforme azul, durante años nos dejaron en ropa interior. Pero no en todas partes no sucedía lo mismo. En la Prisión 5 y Medio, en Pinar del Río, ni siquiera los dejaron en calzoncillos, sino completamente desnudos. En el Castillo del Príncipe, en La Habana, utilizaban judocas profesionales para forzarlos a ponerse el uniforme de los comunes y cuando lograban ponérselos, los presos se los quitaban de nuevo. Nada de eso sucedía con regularidad. En ocasiones, las visitas mensuales duraban dos horas. En otras, no las autorizaban y solo podías recibir paquetes postales. Pero hubo momentos en que pasamos hasta un año sin visitas ni correspondencia. Aunque los presos políticos no convivíamos con los comunes, nos comunicábamos con ellos a través de las ventanas. Los comunes hacían la limpieza de nuestros pabellones y nos traían la comida. Nosotros les pagábamos con cigarrillos, la única moneda de canje en las cárceles cubanas.

Entraste a la cárcel con 23 años y saliste a los 44. ¿En qué condiciones se produjo tu excarcelación?

-A la condena de 20 años se le sumaron siete meses. En 1978, tras negociaciones con el Gobierno cubano, las autoridades de Estados Unidos y activistas de Miami lograron el indulto de unos 3.600 presos políticos. Los compañeros de mi grupo y yo nos negamos a aceptar aquel indulto. Cuando el 10 de septiembre de 1982 se cumplieron 20 años de mi encarcelamiento me encontraba en la prisión de Boniatico, en la antigua provincia de Oriente. Un oficial vino a la celda para preguntarme si finalmente aceptaba trabajar, con lo cual mi respuesta fue la negativa de siempre. En ese momento, varios recondenados se declararon en huelga de hambre y se los llevaron a celdas de aislamiento sin comida ni agua. Pero en el plano internacional se tenían noticias del escándalo con los presos políticos de Irlanda del Norte, que habían fallecido en prisión y a Fidel Castro no le convenía que un hecho similar ocurriera en Cuba. De modo que finalmente nos excarcelaron con la condición de que tenían que salir inmediatamente de la Isla.

¿Puedes describirnos el día exacto de tu excarcelación?

-Lo recuerdo perfectamente. Me llevaron a la dirección del penal de Boniatico para entrevistarme con un capitán procedente de La Habana de apellido Morel. Conmigo estaba Raúl del Valle. El tal Morel nos puso como condición que una vez excarcelados, cada vez que cambiáramos de municipio, teníamos que reportarlo en la estación de policía de cada municipalidad. No aceptamos aquella condición y nos negamos a firmar el documento en cuestión. No le quedó más remedio que sacarnos ese mismo día sin firmar ese papel. Entonces unos guardias nos condujeron a la Terminal de Ómnibus de Santiago de Cuba y allí nos dejaron, que nos las arregláramos como pudiéramos. No avisaron a nuestros familiares, nadie nos estaba esperando en ninguna parte.

-Mis oídos estaban tan poco acostumbrados a los ruidos de la calle y a las voces de la gente, no entendía nada de lo que me decían ni lo que anunciaban por los altavoces. Raúl tenía algo de dinero gracias al depósito que le hacían sus familiares, pero como no había tenido visitas en mucho tiempo, mi cuenta no tenía un céntimo. Fuimos a un kiosco donde vendían croquetas y cerveza, pero para comprar la cerveza había que comprar croquetas. Una de las dependientas se dio cuenta de que acabábamos de salir de la cárcel y le dijo a la que se negaba a vendernos la cerveza sin las croquetas que nos diera dos croquetas. ¡Imagínate, cuando fuimos al estanquillo a comprar cigarrillos yo no conocía la moneda cubana en curso en el país, pues la de hacía 20 años ya no existía!

¿Pudiste salir inmediatamente de Cuba?

-Un primo de Raúl del Valle fue quien avisó a mi familia. Cuando llegué a la Terminal de La Habana, mi hermana Margarita y su esposo fueron a buscarme en una moto con sidecar. En ese momento mis padres iban a viajar a Miami, a visitar a otra hermana, cuyo esposo, Roger Reyes, también estaba preso y cumplía una condena de 20 años. Le dije a las autoridades que solo cuando mis padres regresaran me iría del país, de modo que esperé dos meses a que ellos volvieran y pudimos salir mis padres, una hermana, sus tres hijos y yo, el 25 de julio de 1983, rumbo a Venezuela. Por increíble que parezca, no tengo ningún recuerdo del momento de mi salida del país. Mi próximo recuerdo fue en el aeropuerto de Caracas cuando aterrizamos y uno de mis hermanos junto a otros exprisioneros políticos cubanos vinieron a darme la bienvenida y cantaron el Himno Nacional cuando nos vieron salir por la puerta.

¿Qué haces en Venezuela en un primer momento?

-Apenas salido de la cárcel, tanto de Boniatico como de la Isla, que también es una cárcel, me puse a trabajar por la libertad de Cuba, a denunciar los horrores del presidio político castrista y a trabajar para ayudar a otros presos. A Caracas vino a verme Huber Matos, quien me pidió que me uniera a su grupo, el Movimiento Cuba Independiente y Democrática. Nos habíamos conocido en La Cabaña, donde él también estuvo preso. Como yo, él cumplió 20 años de cárcel entre 1959 y su excarcelación en 1979. Nos habíamos hecho muy buenos amigos. Huber Matos me propuso que trabajara para La Voz del CID, la emisora de radio que él dirigía y cuya planta se encontraba en El Salvador, aunque eso nadie lo sabía entonces. Entonces empecé a trabajar en dicha emisora y dos veces estuve por largos periodos en El Salvador, atendiendo la planta. Fue durante mi estancia en Venezuela que obtuve el parole para entrar a Estados Unidos, y como estaba en San Salvador, viajé directamente a Miami.

¿Cuáles son tus primeras actividades en Miami?

-Seguí trabajando para La Voz del CID junto al historiador Juan Benemelis. Ambos redactábamos todas las noticias que transmitíamos desde la radio. Y por las noches trabajaba con el historiador y profesor Juan M. Clark en su libro Cuba. Mito y realidad, una empresa ambiciosa y muy completa que transcribí durante tres años y en la que también participaron Juan Figueras y Roberto Lozano. Y como todo exiliado de aquellos tiempos, limpié oficinas y trabajé en todo lo que se me aparecía.

Rehacer la vida cuando te han robado los mejores años es casi una hazaña. ¿Lo lograste?

-Esos criminales quisieron arruinarme toda la vida, pero no dejé que lo lograran. Los 20 años de cárcel que viví en Cuba me dieron más fuerza para combatir al castrismo. En una de las actividades en las que participé en La Casa del Preso conocí a mi esposa, Rosa Prieto, cuyo padre, Pablo Prieto Castillo, estaba encarcelado en Cuba por haberse alzado en el Escambray. Ella había venido a verme desde Naples, donde vivía, para que yo le hablara de su padre. A las dos semanas nos casamos y tuve dos hijos con ella que ya son adultos. Su padre salió finalmente en 1988. En 1996, el exitoso empresario cubano Leopoldp Fernández Pujals, nacido en La Habana en 1947, que era sobrino de Elena Mederos y del preso político José Pujals Mederos, decide fundar Plantados, una organización para denunciar la realidad del sistema carcelario castrista.

-Al inicipio éramos Mario Chanes de Armas (30 años de prisión, el más longevo de los presos políticos del mundo), Eusebio Peñalver Mazorra (28 años de prisión), Ernesto Díaz Rodríguez (22 años de prisión) y yo. Inmediatamente comenzamos a trabajar, a encontrarnos con la gente en muchos países del mundo, a contar en todas partes nuestra experiencia y la realidad cubana. En 2021, el director y escritor Lilo Vilaplana realizó la película Plantados, estrenada en el 38° Festival Internacional de Cine de Miami, financiada por Fernández Pujals y en la cual participamos.

-No he parado desde entonces, dando testimonios, haciendo que se conozca la historia de los presos cubanos, tanto los que ya han desaparecido como de los que siguen encarcelados en las prisiones de la Isla. Acabo de hablar con Miguel Díaz Bauzá, un preso político al que en 1994 condenaron a 30 años de cárcel tras haber desembarcado en Cuba con el objetivo de enfrentarse al régimen.

William Navarrete
Cubanet, 26 de febrero de 2024.
Foto: Ángel de Fana en la oficina de Plantados en Miami en 2000. Tomada de CubaNet.

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