Lo que cuenta el amargo humor de los cubanos, cuando a veces enjuician con crudeza la realidad de su destino, es que si sale una orquesta sinfónica de viaje a realizar funciones en el extranjero lo que es casi seguro que suceda es que al mes regrese al país un trío, a lo más, un cuarteto.
Se habla también, en las duras y ácidas tertulias privadas, que si el que emprende la gira es un coro de voces, lo más probable es que vuelva después, callado y sombrío, un solista ronco que logró rescatar la batuta y la letra de una canción olvidada.
Por ahí anda, por esas habladurías forzadas y dolorosas, la reseña resumida de los miles de cubanos que se han quedado a vivir en el exterior a lo largo de sesenta años de dictadura y que para salir de su país, han utilizado el mecanismo de dejar una misión oficial o de abandonar de repente, una delegación de artística, deportiva o de otra índole, para la que fueron designados por sus habilidades, su talento y sus destrezas personales.
El anecdotario es enorme, variado, con aristas que pueden convocar todos los sentimientos, quiero decir exactamente todos los sentimientos, e incluye episodios que le hacen honor a la imaginación y a la picardía de los ciudadanos de aquella isla. Lo que pasa es que ese recuento tiene, además, una carga siniestra o triste, punzante y grave, porque trasmite el recado evidente de que la gente que llegó a la vida en aquella nación para ser libre, tiene que dejar lejos el rincón de su cuna, patio de su casa y los sillones de su portal.
Este asunto implica a todos los cubanos que se han tenido que quedar o que han decidido residir en otro país con plena libertad, antes que vivir en directo, el rigor de un gobierno que se mantiene por la oscura boca de los cañones de las armas y el opaco resplandor del plomo.
Hay muchas maneras de asumir el reto de la lejanía de tu lugar de origen y de enfrentar un entorno diferente, donde las leyendas y las tradiciones provienen de otras regiones y donde la realidad puede tener diferencias emparentadas con la humedad y la noche y con el sonido de las palabras que pronuncias y escribes.
El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) que nació en Gibara, Oriente, y vivió en Londres un exilio muy largo, alcanzó a escribir poco antes de su muerte, una aguda reflexión acerca de su vida y de su trabajo en la capital de los ingleses: "Soy el único escritor inglés que escribe en español además del único cubano que escribía en inglés en Inglaterra, lo que no representa ninguna dicotomía, sino sólo esquizofrenia creadora.”
Raúl Rivero
Blog de la FNCA, 25 de junio de 2019.Video: Entrevista trasmitida por el Canal Sur de Andalucía, España, el 1 de diciembre de 1994.
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