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jueves, 21 de febrero de 2019

De cuando Estados Unidos devolvió a Cuba restos de indios taínos



El 9 de enero de 2003, los habitantes de La Caridad de los Indios, intrincado paraje de la comunidad La Ranchería, en el municipio guantanamero de Manuel Tames, asistieron a una sencilla y anónima ceremonia de inhumación de los restos de siete indocubanos taínos, de ellos seis adultos y una menor, que durante casi un siglo reposaron en las vidrieras y almacenes del Museo Nacional del Indio Americano, de la Smithsonian Institution, Estados Unidos.

Oscar Montoto Mayor, escritor, investigador y promotor cultural de Baracoa, uno de los testigos presenciales de la ceremonia, en un pequeño libro titulado El descanso definitivo. Repatriación del ancestro indocubano (Ediciones Catedral, Santiago de Cuba, 2006), recogió sus memorias sobre la devolución de las osamentas a la Mayor de las Antillas. Entrevistado a través de Facebook, Montoto relató que “los restos mortales llegaron a La Habana el 19 de junio de 2002, custodiados por Richard West, director del Museo del Indio Americano, Jim Pepper Henry, del Programa de Repatriación, John E. Huerta, del Consejo General del Smithsonian Institution, y otros especialistas estadounidenses.

El pequeño cofre fue entregado en un emotivo acto a la señora Lupe Veliz, viuda del doctor Antonio Núñez Jiménez y presidenta de la Fundación de la Naturaleza y el Hombre, que lleva el nombre del científico considerado el cuarto descubridor de Cuba. Presentes en el acto estuvieron el doctor Ángel Graña González, asistente por décadas de Núñez Jiménez, y Sergio Pastrana, secretario de la Academia de Ciencias de Cuba, entre otros invitados. Un tiempo después, el historiador de la ciudad de Baracoa,

Alejandro Hartman Matos, recibió la pequeña caja para custodiarla hasta el día en que se efectuaran los funerales, los cuales tuvieron lugar en enero de 2003, durante la celebración de en ocasión de celebrarse la IX Conferencia Legado Indígena del Caribe, con sede en Baracoa, la Ciudad Primada. Al evento asistió Francisco Ramírez Rojas “Panchito”, líder comunitario (Cacique) de La Ranchería, su hija Idalis, un grupo musical, una veintena de pobladores de esa localidad y varios descendientes de grupos étnicos de Estados Unidos y Canadá como los navajos, mohawk, kaw, algonquín, chicanos y varios puertorriqueños, suramericanos y estudiantes norteamericanos.

Concluida la IX Conferencia en Baracoa, los participantes partieron en ómnibus hacia Guantánamo, la capital de la provincia, donde la comitiva fue recibida por el General de Brigada, ya retirado, Francisco González López (Pancho), Héroe de la República de Cuba quien estuviera al frente del plan de desarrollo del macizo montañoso Nipe-Sagua-Baracoa. El 9 de enero de 2003, desde el Hotel Guantánamo los invitados partieron hacia La Ranchería. Tras un largo y tortuoso camino por empinadas lomas, finalmente llegaron a La Caridad de los Indios, donde los esperan los vecinos.



“En el pequeño poblado, recordaba Montoto en Facebook, en lento peregrinar, el Cacique Panchito nos condujo hasta el cementerio donde fue construida una bóveda atípica.El silencio prevaleció en el solemne ritual. Nos agrupamos en un círculo alrededor de la urna mortuoria y la caja contenedora de los restos que estaban en manos de una venerable anciana. En la bóveda se colocaron ofrendas florales de los asistentes. Entonces Panchito miró hacia el cielo, quizás intentando atrapar el tiempo, solicitó permiso a las mujeres y hombres mayores, y dijo: Esta es la historia. Nosotros queremos que nuestros nietos vean.

“Acto seguido, encendió un tabaco y pronunció la tradicional oración dirigida a las cuatro direcciones (Estaciones) y a la Tierra Madre, al Sol, el Agua, el Viento, la Luna y las Estrellas. En coro espontáneo, los pobladores de La Ranchería entonaron las notas de La Mamalina, copla popular convertida en símbolo de tradición y mensaje espiritual. Entonces la anciana colocó el pequeño cofre en el sitio destinado al reposo final y eterno. Las voces de los cantores, en una mezcla de alegría y dolor, iniciaron sus plegarias que retumbaron en nuestros corazones

“Los doctores Jim Pepper Henry (de origen kaw y muscogee), por el Smithsonian Institution; José Barreiro, por el Legado Indígena, y Ángel Graña González, por la Fundación Antonio Núñez Jiménez y la Sociedad Espeleológica de Cuba, agradecieron a los habitantes de La Caridad de los Indios por la permanente vigilia. Panchito, por su parte, abrazó a todos los presentes y dedicó una nueva oración”.

Así materializó su anhelo el Cacique guantanamero, quien después de conocer la presencia de restos de sus ancestros en el Museo del Indio Americano, dirigió una especial petición a José Barreiro, profesor de la neoyorquina Cornell University, en la que expresaba: “En nombre de mi comunidad, en nombre de todos los cubanos, queremos que nuestros hermanos mayores, los que están por allá, en la otra orilla, que vengan a descansar tranquilamente en su tierra, junto a nosotros, para nosotros cuidarlos”.

De esa manera fructificaron las gestiones que condujeron a la repatriación de los restos humanos, en cumplimiento de una ley federal de Estados Unidos. En las negociaciones, Cuba fue oficialmente representada por la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, y la Dirección Nacional de Patrimonio.

Usted se preguntará cómo osamentas indígenas cubanas fueron a parar al Museo Nacional del Indio Americano, con sede en Washington. Entre 1910 y 1920, el arqueólogo estadounidense Mark Raymond Harrington en diversas ocasiones visitó la Isla. Estudioso del Caribe precolombino y conocedor de la riqueza arqueológica sepultada en los suelos antillanos, Harrington localizó en la región de Baracoa, específicamente en Maisí, numerosas cuevas funerarias y artículos de procedencia taína. Allí desenterró todo lo que pudo y después de inventariar miles de piezas y objetos, que fueron embalados en 36 cajas, las embarcó en goletas que partieron desde el puerto de Baracoa rumbo a Nueva York.

Oscar Montoto Mayor subrayó que “cuanto llevó Harrington para su país, además de enriquecerle personalmente, le dio prestigio como investigador, pero dejó a Cuba casi esquilmada de la riqueza arqueológica más importante hallada entonces”. Entre los hallazgos más significativos de Harrington se encontraba el tótem o ídolo de Patana (1915), escultura con figura humanoide labrada sobre una estalagmita en la cueva de igual nombre en Maisí.

Alejandro Hartman, historiador y director del Museo Matachín, aclaró que "ese ídolo es representación de una deidad, de la adoración de nuestros antecesores. Era el concepto de respeto espiritual, de aquellas creencias de la época y de todo lo que representaba para ellos". En una entrevista concedida a Prensa Latina, Hartman aseguró que el regreso del petroglifo a su ubicación original “es una aspiración de los habitantes de Patana”.

Aunque Harrington cortó el petroglifo en varios pedazos y lo llevó a Estados Unidos, Hartman estima que en realidad no fue un depredador, porque todavía las cinco mil piezas sacadas por ese investigador se conservan en el Museo del Indio Americano, como él mismo comprobó. Y recordó que las autoridades cubanas de aquella época le permitieron sacar todas las piezas. "No robó nada, fue autorizado a hacer las investigaciones y a extraer lo encontrado. Eran los contubernios de gobiernos que permitían el saqueo".

Jorge Cantalapiedra
Periódico Venceremos, 29 de diciembre de 2018.
Fotos de la Fundación Antonio Núñez Jiménez. de la bóveda que en Guantánamo guarda los restos de los indios taínos devueltos a Cuba por Estados Unidos y del ritual oficiado por el Cacique Panchito el 9 de enero de 2003 en La Caridad de los Indios.

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